Capítulo 64

Dallas, Texas, Sábado

Rachel se despertó asustada a la mañana siguiente al descubrir que el despertador marcaba las nueve en la mesita de noche. Se apoyó sobre un codo en la habitación fría y blanca, mirando a su alrededor confundida, hasta que se dio cuenta de que estaba en la habitación de invitados de la austera y moderna casa unifamiliar de Carrie Sutherland. Pensó en levantarse, sintiendo el remordimiento inherente al granjero que se queda acostado en la cama, malgastando el día. No había dormido tanto desde los sábados por la mañana en la escuela de primaria. Pero después de un momento se volvió a tumbar. Ya no había ningún campo del que se tuviera que ocupar.

Como era habitual cuando se despertaba, un manto depresivo la envolvió. Había aprendido que si permanecía tumbada y quieta, y vaciaba la mente, al final un rayo de pensamientos racionales se haría camino entre la oscuridad. Esta mañana, centró sus pensamientos en la razón por la que había decidido ir en coche hasta Dallas un día antes, sabiendo que Carrie iba a estar fuera de la ciudad hasta el domingo a media tarde, cuando se suponía que Rachel llegaría. Pero, igual que con todo lo demás sobre lo que había puesto sus furiosas energías durante los dos últimos meses, había tenido la casa de sus padres lista para ser vendida antes de lo previsto y había venido porque no tenía ningún otro sitio adonde ir. Ahora se preguntaba qué podría hacer para llenar su tiempo libre y soportar su soledad en este iglú de casa sin perder lo que le quedaba de cordura.

El teléfono sonó al fondo del pasillo y, cuando Rachel oyó el primer tono, sintió la simple necesidad de escuchar una voz humana y apartó la ropa de cama para contestar. Se aclaró la voz matutina.

—Hola. La residencia de Carrie Sutherland.

Hubo un silencio por la sorpresa y después una voz masculina, que siempre le traía a la mente tirantes y camisas de franela, dijo su nombre con alegría.

—¿Rachel? ¿Eres tú?

Hizo una mueca, arrepintiéndose de haber contestado al teléfono. Sin duda Taylor Sutherland, el padre de Carrie, no sabía que su hija no estaba en la ciudad, sino disfrutando de las delicias hedonistas del Gran Hotel MGM y el Casino en Las Vegas con su último novio. Tratándose de un baptista del Sur conservador, no habría estado de acuerdo.

—Buenos días, Taylor —dijo ella—. He llegado antes, pero me temo que Carrie no está aquí en este momento. Debía de tener…, alguna cita por la mañana temprano, me imagino.

—¡Ajá! Se ha ido a pasar el fin de semana en otro sitio y te ha dejado para que te las apañes sola, ¿verdad?

—Culpa mía. No iba a llegar hasta mañana por la tarde.

—Bueno, no voy a ponerte entre la espada y la pared y preguntarte dónde está ni con quién. ¿Estarás bien ahí sola en ese congelador? Pon el termostato a la temperatura que quieras. No le hagas ni caso al aviso ese que ha puesto de «No tocar». Es ridículo lo frío que mantiene ese sitio solo para conservar sus lienzos.

Rachel sonrió. Era imposible engañar a Taylor Sutherland en lo que a su hija se refería. Le estaba hablando de la placa de cromo de «POR FAVOR, NO TOCAR» que había colgado junto al termostato. Carrie era una importante coleccionista de valiosas pinturas al óleo y su casa unifamiliar estaba controlada por termostatos para protegerlas de las variaciones en la temperatura de las habitaciones. A continuación, le preguntó con una preocupación paternal en la voz:

—Entonces, ¿qué vas a hacer en todo el día?

—Si le digo la verdad, no lo sé.

—Bueno, Carrie no tiene ni una sola cosa que merezca la pena leer, y estoy seguro de que tampoco hay nada para comer en la nevera. ¿Por qué no vienes a la oficina? Hoy voy a estar aquí ordenando papeles, y tú y yo podemos hablar de lo que tenías pensado discutir el lunes. Nos tomaremos un par de gin tonics y después iremos a una hamburguesería. ¿Qué me dices?

Rachel suspiró aliviada.

—Que suena estupendo.

—Pues te veo a eso de las once. —Le dio la dirección y le explicó la ruta más fácil para llegar a su oficina. Y le advirtió, antes de colgar—: Ponte algo fresco. En ese sitio apagan el aire acondicionado durante el fin de semana.

Rachel le tenía mucho respeto a Taylor Sutherland. Seguía manteniendo su personalidad de niño de campo recién llegado a la ciudad, pero detrás de la actuación de hombre de campo había una brillante mente legal que había llevado a muchos oponentes crédulos a ponerse bajo su responsabilidad. Era viudo y Carrie era su única hija. Sabiendo que era muy riguroso con la puntualidad, le quedaban cinco minutos antes de que él saliera a las once en punto al calor de su lujosa recepción, que estaba tranquila este sábado.

—¡Rachel, mi niña! No te voy a preguntar cómo estás porque creo que ya me hago una buena idea, pero tienes muy buen aspecto después de todo lo que te ha pasado.

—Me lo dice por ser amable —dijo ella, devolviéndole el abrazo de oso—. Ojalá mi espejo fuera igual de simpático.

—Eres demasiado autocrítica. Pasa y prepararé un par de gin tonics para refrescarnos.

Taylor habló con indulgencia sobre las «manías y locuras» de Carrie mientras mezclaba los gin tonics, y Rachel tuvo la impresión de que este preludio era para evitar abordar la razón de su encuentro. Carrie le había pedido la cita, le había contado a su padre las adjudicaciones del testamento de la tía Mary, y le había explicado que Rachel había encontrado unos papeles incriminatorios que podrían ser la base para llevar a Percy Warwick a juicio. Tuvo la impresión de que conocía a Percy.

Finalmente, con las bebidas servidas, él se recostó en su silla y cruzó las manos sobre su camisa de cuadros a la altura del estómago.

—Carrie me cuenta que, aparentemente, sin que tú lo supieras, tu tía abuela vendió las Granjas Toliver, justo delante de tus narices, y le dejó a Percy Warwick la plantación familiar que tú habías esperado heredar.

Su optimismo cayó en picado por la familiaridad con la que él dijo su nombre.

—Así que conoce a Percy Warwick.

—Sí, lo conozco.

—¿Eso supondría un conflicto de intereses si… yo tuviera un caso, y usted decidiera cogerlo?

—Es demasiado pronto para saberlo. Pero vamos a dejar eso de lado un momento hasta que me expliques por qué estás aquí.

—Antes de llegar a eso, Taylor, me gustaría saber si lo que le cuente estará bajo la confidencialidad del privilegio de abogado-cliente, independientemente de si luego tengo un caso y me convierto en cliente suya.

Taylor sonrió de manera agradable.

—Por supuesto que sí, porque te voy a cobrar unos honorarios por la consulta que automáticamente establecerán unos privilegios; tú pagas la comida en la hamburguesería.

—Muy bien —dijo ella, riéndose, y añadió, poniéndose seria—, porque esto tiene que ver con Percy Warwick. ¿Lo conoce mucho? ¿Son amigos?

—No somos amigos exactamente. Nos conocemos porque nos hemos cruzado en alguna ocasión. —Su tono de voz también se volvió serio—. Y, por mi parte, también puedo decir que soy un admirador suyo. Ha hecho más por la conservación de los bosques y la eliminación responsable de los desperdicios industriales que cualquier otro hombre de la industria. ¿Qué tiene esto que ver con Percy?

Rachel tomó un sorbo vigorizante de su gin tonic.

—Creo que compró un terreno de mi tía abuela sabiendo que no era vendible. Era de mi padre, William Toliver. Tengo todos los motivos del mundo para creer que murió sin saberlo.

Taylor permaneció sentado en medio de un silencio evasivo durante un par de segundos, con el aspecto de un hombre que acababa de escuchar un idioma que no podía identificar.

—¿Qué evidencia tienes para sostener tus sospechas, y cómo la descubriste?

Rachel relató brevemente los acontecimientos que la habían llevado a descubrir la cajita de cuero verde y le describió su contenido.

—¿Tienes esos materiales encima?

Rachel abrió el bolso y sacó copias del testamento de Vernon Toliver y de las dos cartas. Taylor se puso las gafas para leer y ella siguió bebiendo despacio mientras él leía.

—¿Y bien? —preguntó ella cuando él puso los papeles a un lado.

Se oyó el crujido del cuero cuando él se levantó para volver al bar, señalando su vaso y preguntándole si quería rellenarlo. Rachel movió la cabeza en señal de negación y se dio cuenta de que él tardaba un tiempo excesivo en los detalles más pequeños al ponerse el gin tonic. Recordó que solía dedicar un tiempo anormal a echarle azúcar al té, pero pensó que en este momento lo estaba haciendo para ganar tiempo.

—Vamos, Taylor —dijo ella—. ¿Puedo ir a juicio o estoy perdiendo su tiempo y el mío?

—Bueno, no sé si el tuyo, pero desde luego no el mío —respondió él con un brillo paternal que le aumentaba las patas de gallo—. Pero primero tengo un par de preguntas. Uno, ¿encontraste el testamento?

—No, no estaba en la caja.

—Y en esa caja verde tuya, ¿encontraste el certificado de defunción de tu abuelo?

Rachel negó con la cabeza.

—¿Y qué me dices de los papeles de guardia y custodia de tu tía abuela?

Sorprendida por no haberse preguntado nunca por ellos, contestó:

—No, no los encontré.

—¿Tu padre era su pupilo?

A Rachel se le formó una arruga en el entrecejo.

—Él siempre asumió que sí.

—Lo pregunto porque, como tutora de tu padre, tu tía abuela tal vez creyera que vender la tierra era lo mejor para él. Por supuesto, para hacerlo tendría que haber tenido una orden judicial. El problema que veo con eso, sin embargo, son estas fechas. —Rachel se acercó más al escritorio para mirar las fechas que le señalaba con la punta de un bolígrafo. La fecha en la carta de tu abuelo es el 13 de mayo de 1935: la de Percy, el 6 de julio. Podemos asumir que el título se transfirió poco tiempo después. Aunque Miles hubiera muerto a los pocos días de haber mandado esta carta a su hermana, no le habrían notificado oficialmente su muerte hasta meses después. Las ruedas de la burocracia giraban aún más despacio en 1935 que hoy en día, sobre todo teniendo en cuenta que él murió en Francia.

Rachel sintió que los ojos se le apoderaban del resto de la cara.

—¿Me está diciendo que, aunque la tía Mary fuera la tutora de mi padre, no lo era en el momento en que la escritura se puso a nombre de Percy Warwick?

—Así es.

—Y en el caso de que hubieran designado tutora a mi tía después de la venta del terreno, ¿la transacción sería legal?

—No. La orden judicial no sería retroactiva. La transferencia del título de propiedad seguiría siendo fraudulenta.

Rachel alargó el brazo para coger su gin tonic, que ya estaba aguado, y bebió un sorbo para aliviar su garganta reseca. Volviendo a poner el vaso sobre el escritorio, preguntó:

—¿Significa esto que puedo llevarlo a juicio por fraude?

Taylor cogió la carta de su abuelo. En primer lugar, ¿tienes otra firma de Miles Toliver que corrobore la que hay en esta carta?

Rachel se acordó de los libros de contabilidad firmados por su abuelo, que estaban en el estudio de Houston Avenue.

—Sé dónde puedo conseguir muestras que corroboren su caligrafía —dijo ella—. Eso resuelve el problema. ¿Qué más?

Taylor titubeó, y Rachel se preguntó si estaría luchando contra una falta de voluntad por iniciar un proceso legal contra Percy Warwick.

—Tendrás que asegurarte de que la escritura se cambió de nombre, y, si así fue, de que la tierra en ella descrita es la que Percy compró. Lo puedes hacer en el Juzgado del Condado de Howbutker, buscando en el índice de escrituras una transacción entre tu tía abuela y Percy Warwick por las fechas aquí escritas. Después podremos seguir hablando.

—Pero si descubro que sí se llevó a cabo esa transacción, ¿tendré suficientes evidencias para demostrar el fraude?

De nuevo, Taylor se tomó su tiempo en contestar.

—Aunque el nombre de Mary DuMont estaba sobre la escritura, su hermano le había dado la orden de que actuara como fideicomisaria de la tierra para su hijo hasta que cumpliera la edad de veintiún años. Si Mary DuMont vendió como suya la tierra, sin las formalidades de una orden judicial, significaría que fue fraude.

—¿El fraude prescribe? —preguntó ella, y aguantó la respiración.

—Sí, pero el período de prescripción comenzaría desde el momento en que se descubre la transacción fraudulenta. ¿Dónde se encuentra esta tierra junto al Sabine? ¿Hay algo sobre ella?

Espiró lentamente.

—Creo que Industrias Warwick construyó sobre ella una enorme fábrica de celulosa y procesamiento del papel, además de un gran complejo de oficinas. También hay una urbanización al lado. —Esperaba que Taylor se mostrara sorprendido, pero la única reacción que tuvo fue girar su vaso sobre la servilleta húmeda—. ¿Qué me correspondería exactamente si se demostrara el fraude? —preguntó ella.

Con un ojo medio cerrado, Taylor contestó:

—Si el título fue otorgado indebidamente, como heredera de tu padre, tendrías derecho no solo a las tierras, sino a todas las mejoras y los edificios que hay sobre ella. Puede que la urbanización sea una excepción.

Rachel cerró los ojos y se agarró las manos. ¡Bien! Era más de lo que habría esperado. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía una razón para vivir. Levantó la vista y miró directamente al abogado.

—¿Cómo se sentiría usted personalmente si yo demandara a Percy Warwick por algo que me pertenece?

Taylor frunció el ceño.

—Tú no…, no te estarás refiriendo a la tierra, ¿verdad?

—¡Ah!, a eso es a lo que me refiero. No me interesa un acuerdo monetario.

El abogado la observó un buen rato, después se apoyó de nuevo en el respaldo de su silla y volvió a entrelazar los dedos sobre su estómago.

—Recuerda que me lo has preguntado —le advirtió—, así que aquí tienes la respuesta. A pesar de tus razones, me sentiría decepcionado contigo, Rachel. Tus acciones legales podrían dañar seriamente la operación comercial más eficiente y económicamente imprescindible que hay en esta parte del estado, sin mencionar el daño que harías a uno de los hombres verdaderamente sensacionales de Texas. —Hizo una pausa para darle tiempo a rebatir, pero como permaneció en silencio, tranquila, continuó—. Sé que vas a heredar dinero, Rachel, en primer lugar debido a la generosidad de tu tía abuela y, además —movió la cabeza con tristeza—, por la terrible y prematura muerte de tu padre y tu hermano pequeño. Desde luego, no sé por qué Percy Warwick firmaría un contrato así con Mary DuMont en 1935, si efectivamente fue así, pero sospecho que tendría sus razones. Eran tiempos difíciles y podría ser que la venta de la tierra evitara que tu tía abuela y, en consecuencia, sus herederos, entre los que te encuentras tú, sufrieran un desastre financiero. —Levantó el vaso, su mirada ya no era cariñosa y paternal—. Me imagino que eso contesta a tu pregunta. Por cierto, te has salvado del almuerzo.

Rachel le devolvió una mirada impertérrita.

—Ya veremos —replicó—. Gracias por su sinceridad. Me satisface saber que he acudido al hombre adecuado para llevar mi litigio, si es que tengo suficientes pruebas.

Taylor soltó su vaso.

—¿Perdón?

—No quiero hacerle daño a Percy Warwick ni quitarle a su nieto el patrimonio que le pertenece. ¿Qué haría yo con una fábrica de celulosa y de procesamiento del papel? Quiero llevar a cabo un intercambio: la plantación de Somerset de mi familia por el complejo industrial de Percy a lo largo del Sabine.

Taylor la miró silenciosamente, y después se le dibujó una sonrisa en la cara.

—¡Ah! —dijo—. Eso creo que puedo soportarlo.

Ella se miró el reloj.

—Lo cual me hace recordar… Ya pasan de las doce. Supongo que está listo para comerse esa hamburguesa… pago yo.

Él se levantó rápidamente.

—No solo una hamburguesa, sino patatas fritas, aros de cebolla, leche malteada y, de postre, un bizcocho de chocolate doble con helado de vainilla.

Rachel se puso el bolso al hombro.

—¿Y usted se preocupa por los hábitos alimenticios de Carrie?