Capítulo 40

Howbutker, Julio de 1935

—Ha llegado una carta para usted, señor Warwick. La ha traído en mano el chico de los Winston.

Al recibir la carta de manos de su secretaria, Percy reconoció quién había escrito su nombre en el sobre. Tosió para recuperar la repentina pérdida de aliento.

—¿Te ha dicho quién lo enviaba?

—No, señor. Se lo pregunté, pero no me lo dijo.

—Gracias, Sally.

Percy esperó a abrir el sobre hasta después de que la puerta se hubo cerrado. Sacó una sola hoja con el siguiente mensaje:

Nos vemos en la cabaña, hoy a las 3:00. M. C.

M. C. Mary Corderita.

Percy se sentó y meditó. ¿Qué demonios era todo aquello? Tenía que ser algo importante, y secreto, para que Mary le pidiera un encuentro en la cabaña, el lugar sagrado de sus recuerdos. No habían estado allí juntos desde la fatídica tarde de su última pelea hacía quince años.

Mary no había insinuado que algo fuera mal la noche anterior en la pequeña fiesta de bienvenida que ella y Ollie le habían preparado a William Toliver, el hijo de Miles y Marietta, quien se había trasladado a vivir con ellos después de la muerte de su padre en París. Tanto ella como Ollie parecían nerviosos, pero Percy creía que tenía que ver con los tiempos difíciles que corrían para ellos, como para casi todos los demás en el condado. No estaba muy seguro de si les estaba yendo realmente mal. Las familias nunca discutían entre sí sobre las estrecheces financieras, pero la caída de los precios del algodón y la disminución de las ventas al detalle los habían afectado claramente. Aunque estaba inquieto por el futuro de los DuMont, estaba aún más preocupado por Matthew. Lo que les afectaba a ellos afectaba también a su hijo.

¿Tendría esta nota algo que ver con Wyatt?

No había explicación para las cartas caprichosas que puede repartirte la vida, para los rostros inesperados que se te presentan. Después de la escena con Wyatt en el bosque, había temido que su hijo odiara a Matthew aún más. Pero había ocurrido lo contrario. Para su asombro, y el de Lucy y el de la señorita Thompson, en cuestión de días los chicos empezaron a ser amigos y a ir juntos a todos lados, y al final del año escolar eran inseparables, como hermanos, lo decía todo el mundo.

Al principio, Percy pensó que aquella amistad era un intento de Wyatt para obtener de él su favor. Pero pronto se hizo evidente que Wyatt no tenía el menor interés en conseguir nada de él, fuera bueno o no. El hijo no pedía ninguna atención al padre, y la opinión que Percy tuviera de él no parecía importarle en absoluto. El niño dejó de reconocer que existía.

—¿Ves lo que has hecho? —Le echó en cara Lucy—. ¿Tienes la menor idea? Has apartado al único hijo al que puedes llamar tuyo. ¡Ah!, tú no puedes quererle, pero existía la posibilidad de que él sí te quisiera a ti. Y para nosotros era más que suficiente con eso, Percy, no importa de quién viniera. Mira a tu alrededor. Puede que no te hayas fijado, pero los pozos de los que una vez bebiste con tanta libertad se han secado o han desaparecido.

Ella tenía razón, por supuesto, hacía ya tiempo que había descubierto que solía tenerla. Desde que su padre y su madre habían muerto, Mary se había vuelto más distante, y su esposa e hijo se alejaron de él; solo quedaban Ollie y Matthew, cuyo afecto, cálido y real a un tiempo, no era sin embargo más que el cariño de un sobrino por su tío favorito. Era mucho menos de lo que había esperado tener a los cuarenta y después de catorce años de matrimonio.

¿Había alguna manera de que Mary se hubiera olido su relación con Sara Thompson?

Después de enviar a Wyatt de vuelta a la escuela con un labio partido y la nariz hinchada, se había detenido en su clase semanal para discutir la conducta de su hijo. Una cosa llevó a la otra, y ahora se veían periódicamente en lugares apartados. Habían recorrido grandes distancias para mantener en secreto su relación, no tanto por él como por Sara. A estas alturas, todo el mundo conocía el fracaso del matrimonio de los Warwick, y nadie lo habría acusado de tener una amante, siempre y cuando estuviera en algún lugar más allá de Howbutker y de las miradas de su esposa e hijo. No obstante, él vivía con el temor de que algunos detalles salieran a la luz y se descubriera su relación. Ya había estado a punto de ocurrir alguna vez, y ahora, con el pecho oprimido, Percy se preguntaba si aquella cita sería para advertirle de que estaba a punto de estallar un escándalo.

Llegó a la cabaña temprano, pero ella ya estaba allí. Había un deportivo brillante aparcado bajo el árbol donde Shawnee y la calesa estuvieran atados una vez. Percy se quedó unos minutos en su Cadillac para calmar el dolor que le atenazaba la caja torácica. Siempre lo acompañaba, pero enterrado tan profundamente que apenas se daba cuenta de ello, como un dolor crónico que solo se siente cuando cambia el tiempo.

Mary estaba de pie en el centro de la sala, con su elegante rostro ladeado, y él se preguntó si se había visto atrapado por los ecos del pasado. Cuando entró, ella se dio la vuelta, una visión con un vestido rojo de flores que ponía de manifiesto la sensualidad más relevante de su pelo negro azulado. Tenía treinta y cinco años, estaba en la plenitud de su feminidad.

—Ha habido cambios aquí —dijo ella—. No reconozco el sofá.

—Es uno que solía tener en mi despacho —dijo Percy—. Mathew lo trajo a sugerencia de Wyatt.

Ella se echó a reír.

—Una generación más de niños que disfrutarán de su encanto. Voy a tener que recordarle a Matthew que debe mantener limpio el lugar.

—¿Y cómo lo harás sin darle a entender que has estado aquí?

Ella hizo un gesto de vergüenza, movió una mano hermosa y bien cuidada. Cada centímetro suyo reflejaba la atención y el buen gusto de un marido que tenía el gran placer de regalarle lo más elegante.

—Buena pregunta —dijo ella—. Sé que esto es incómodo para los dos, Percy, pero la cabaña es el único lugar donde pensé que esta reunión sería totalmente privada. Si nos vieran juntos, es probable que Ollie averiguara por qué nos reunimos…, lo que vamos a discutir aquí.

Entonces no era nada sobre Wyatt o Sara. Percy respiró un poco más aliviado, pero al poco rato su corazón dio un vuelco.

—¿Pasa algo malo con Ollie?

—¿Nos sentamos? Es pronto, pero he traído algo de beber. Whisky para ti. Té para mí. —Ella le mostró su sonrisa de siempre, una pequeña línea entre los labios. Rara vez mostraba una sonrisa abierta.

—Esperaré —dijo él.

—Muy bien. —Mary le dio un manotazo al cojín del asiento de una de las sillas. Se levantó polvo, pero ocupó el asiento de todos modos, y cruzó las piernas.

—Siéntate, Percy. Nunca puedo hablar contigo mientras te ciernes sobre mí.

Un músculo se le endureció a lo largo de la línea de la mandíbula ante el aluvión de recuerdos. Él se inclinó hacia delante en el sofá con su «gesto serio», como lo llamaba Lucy, las manos cerradas, los antebrazos en las rodillas, la mirada clara. Él y Mary no habían estado a solas desde la última vez en la cabaña.

—¿Qué pasa con Ollie?

Ante la pregunta, a ella le tembló ligeramente un párpado, pero conservó la calma.

—Tiene problemas financieros. Está a punto de perder las tiendas. Un hombre llamado Levi Holstein tiene las hipotecas, y se niega a darle una ampliación. Quiere incluirlas en su propia cadena de mercerías. Estoy segura de que puedes imaginarte lo que significará para Ollie y para su padre que el almacén principal caiga en manos de un hombre como ese. Eso mataría a Abel.

Levi Holstein compraba hipotecas de propiedades comerciales a bancos desesperados por librarse de los préstamos y ejecutarlos con prontitud y sin piedad cuando el minorista no podía cumplir con sus pagos. Su estilo era quedarse con tiendas como las de los DuMont, mantener el nombre, pero despojarlas de sus marcas y llenarlas de mercancía inferior.

—¿Ambas tiendas? —preguntó Percy, estupefacto—. ¿Incluida la de aquí en Howbutker? Pero pensaba que estaba libre de hipotecas.

—Ollie no fue tan… sabio como tú, Percy, no pensó que el mercado estaba sobre especulado. Él…, invirtió su dinero en acciones y pidió préstamos para construir la segunda tienda y para comprar el inventario, utilizando la tienda insignia como garantía. Aunque fuera capaz de vender la tienda de Houston, el dinero que le han ofrecido no es suficiente para mantener a flote la de Howbutker.

La mente de Percy se tambaleó. Era peor de lo que temía. ¿Ollie, su amigo y hermano, ya no era el propietario de la tienda DuMont de Howbutker? ¿Casi cien años de excelencia tirados por el desagüe? Era impensable. Y Mary tenía razón al creer que Abel no sobreviviría a aquello. Ya tenía una salud delicada y, aunque adoraba a su nieto, se había desmejorado mucho desde la muerte de los padres de Percy. ¿Y qué pasaba con Matthew, del que esperaba secretamente que siguiera los pasos de Ollie y no los de Mary?

—¿Cuándo será eso? —preguntó él.

—A final de mes, si Ollie no puede cumplir con todos los plazos de su deuda —dijo Mary. Una luz sombría le cruzó los ojos—. Vendería Somerset, cada hectárea, te lo juro, si Ollie me lo permitiera y si pudiera obtener aunque fuera una mínima parte de lo que vale, no me importaría venderla. Pero nadie quiere una plantación de algodón cuando se puede recoger más barato en otros lugares de la tierra donde ya se plantan cultivos comerciales mucho más productivos. —Se puso de pie súbitamente, se masajeó el cuello—. Discúlpame —dijo dirigiéndose al fregadero—. Se me ha secado la boca. Antes de continuar, tengo que beber algo.

Percy casi se levantó para ir con ella, pero la fuerza de voluntad lo mantuvo en su asiento. La tensión que vio en sus hombros le desgarraba el corazón; sin embargo, no podía rodear con sus brazos a aquella hermosa mujer que aún amaba, a la que todavía deseaba, la mujer de su mejor amigo, un hombre por el que daría su vida. Hablando por encima del tintineo de los cubitos de hielo, dijo:

—Me has citado aquí porque, obviamente, crees que puedo ayudarle. Ahora dime qué quieres que haga.

—Cometer un fraude —dijo ella.

—¿Qué?

Tras dar un largo sorbo de té helado, Mary cogió su bolso, sacó un sobre y un documento doblado y se los entregó.

—Esto es de Miles —dijo—. Es una carta dirigida a mí, y lo otro unas escrituras de tierra. Las recibí poco después de su muerte.

Percy inspeccionó primero las escrituras. Se fijó en que el nombre de Mary estaba escrito en el encabezamiento.

—Es la escritura de esa sección a lo largo del Sabine que tu padre le dejó a Miles —dijo él.

Mary asintió.

—Miles puso a mi nombre las escrituras con la intención de que le guardara las tierras a William hasta que cumpliera veintiún años. Como ya sabes, los menores de edad no pueden poseer tierras en Texas. Sus instrucciones vienen detalladas en esa carta.

Percy leyó la carta, y lentamente fue entendiendo por qué lo había citado allí. La palabra «fraude» resonaba en sus oídos. Cuando terminó de leer levantó la vista, horrorizado.

—Mary, Miles deja dicho específicamente que tienes que guardarle esas tierras a William. No me estarás proponiendo que te las compre, ¿no?

—Dijiste que estabas interesado en comprar tierras a lo largo de los acuíferos para eliminar los desechos de una planta de celulosa que esperas construir.

—¡Dios, Mary! —La furia le latía en las sienes—. Te daré todo el dinero que necesites, pero no voy a comprar lo que Miles quiso que un día tuviera William.

—Sé que lo harás cuando oigas lo que tengo que decirte —dijo ella—. Todo lo que te pido es que me escuches.

Percy respiró hondo. ¿Cómo podía negarse? Ya lo había hecho una vez, para su eterno pesar.

—Está bien —cedió él reprimiendo su ira. Se retrepó en una posición más cómoda y apoyó un brazo en el respaldo del sofá, como había hecho tantos años y tantos sueños atrás—. Tienes toda mi atención.

Podía ver que ella estaba demasiado tensa para sentarse. El vestido vaporoso flotaba sobre sus piernas mientras caminaba de un lado a otro para presentarle sus argumentos, que sonaron como si los hubiera ensayado cientos de veces en su cabeza. Percy necesitaba tierras que tuvieran acceso al agua, dijo. Sin las parcelas de Miles, tendría que irse fuera del condado para comprarlas, lo cual significaría la eliminación de posibles puestos de trabajo en Howbutker, y estaba segura de que era algo que no quería hacer. El dinero de la adquisición podría pagar los préstamos de Ollie y mantener en propiedad al menos la tienda de Howbutker. Percy no tendría que preocuparse de que ella engañara a William sobre sus derechos de nacimiento. Tras su muerte, heredaría la mitad de Somerset, cuyo valor superaría con mucho el de la franja a lo largo del Sabine. Y, en cierto modo, heredaría una parte de la tienda, un activo que no estaría disponible si permitía que se perdiera.

—Pero William no recibirá nada a los veintiún años y nunca sabrá que su padre le había dejado en herencia aquellas tierras —apuntó Percy.

—Sí, así es —concedió Mary, deteniendo su ir y venir para mirarlo con remordimiento—, pero ¿cómo va a sentirse herido si nunca lo sabrá? Cuando sea lo suficientemente mayor, me alegrará entregarle las riendas de la gestión de Somerset, y compartirá sus beneficios con Matthew. En lugar de ser el heredero de Miles, lo será de mí. ¿Cómo iba mi hermano a querer nada más para su hijo, y cómo iba yo a estar más satisfecha que teniendo a otro Toliver al frente de las tierras?

Percy se quedó en silencio, pero sintió una leve palpitación en su labio superior cuando oyó que ella tenía puestas en Matthew las mismas esperanzas que en William.

—Percy, sabes que Ollie nunca aceptaría dinero de ti —dijo ella, sentándose finalmente e implorándole desde el borde de la silla—. Podrías vaciar en sus manos tu cámara acorazada del banco, y él no lo aceptaría. Sin embargo…, si puedes convencerle de la necesidad crucial de quedarte con esas tierras y de las oportunidades de empleo que una planta de celulosa puede ofrecer a la comunidad, Ollie podría estar de acuerdo en aceptar el dinero de la venta. —Ahora elevó el tono—: Hace mucho tiempo hicimos un pacto, cuando me dio su firma para salvar Somerset después de perder la cosecha. —Sus ojos pidieron perdón por traer un recuerdo tan doloroso—. Le hice prometer que me permitiría ayudarle si alguna vez él se encontraba en mi situación. Voy a cumplir esa promesa, si tú me ayudas.

Percy quitó el brazo del respaldo del sofá y se inclinó hacia delante. Los argumentos de Mary eran buenos; ilegales, pero tenían sentido. Todos se beneficiarían si él compraba esa franja de Sabine. Incluso si Mary fuera incapaz de mantener a flote Somerset, toda una posibilidad, decidió que la tienda serviría para proporcionarle a Matthew un medio de vida y una posible herencia. Nadie salía perdiendo, excepto William.

—Pero olvidas una cosa, Mary —dijo él—. Ollie nunca permitirá que vendas las tierras de William. Él espera que cumplas con los términos expuestos por Miles.

Hubo un breve silencio roto solo por el coro de grillos que cantaba a orillas del lago. Percy sintió un cosquilleo en el cuero cabelludo. Reconoció la naturaleza de ese silencio.

—¿Qué es lo que no me estás contando? —preguntó.

—Ollie no ha visto la carta —dijo ella—. Yo…, no se la enseñé cuando llegó. Le dije que solo había recibido una carta pidiendo que nos ocupáramos de William, pero fingí que la había traspapelado. Le mostré la escritura a mi nombre y le dije que Miles me la había transferido a mí cuando se enteró de que se estaba muriendo.

Percy reprimió una oleada de repulsión. Se imaginó a Miles, agonizando, muriéndose de cáncer de pulmón, escribiendo la carta y confiando en que su hermana haría lo correcto por su hijo.

—Entonces, ¿por qué demonios me has enseñado la carta a mí, Mary? Podría haber comprado las tierras sin enterarme nunca de lo que Miles te pidió.

Ella lo miró con impotencia, con vergüenza.

—Yo…, supongo que no me atrevía a engañarte a ti también, Percy. Yo… no quería que aceptaras mi propuesta sin conocer la verdad. —Se sonrojó, y el color realzó la perfección de sus pómulos—. Quería que lo supieras todo, para que… pudieras rechazarme sin sentir…, culpa.

—¡Ay, por Dios!, como si no supieras ya que no podría hacerlo. —Se levantó de golpe—. ¿Dónde está el whisky? —Fue hasta la cocina y vació la bolsa de papel; Mary miró con temor cómo cogía la botella y se servía un trago. Después de dejar que el escocés hiciera su trabajo, dijo—: Tal vez haya otro camino.

—¿Cuál?

—Puedo hablar con Holstein, ofrecerle comprar las hipotecas. Ollie nunca sabría que las he adquirido yo. Podría ampliarlas todo el tiempo que necesitara para cubrir el crédito.

La esperanza iluminó el rostro de Mary. No había pensado en eso.

—¿Crees que es posible?

—Déjame intentarlo. Si Holstein se niega, aceptaré tu propuesta; pero tienes que jurarme una cosa, Mary. —El tono de su voz la advertía contra cualquier tipo de engaño.

—Lo que sea —dijo ella.

—Tienes que jurarme que me pides esto para ayudar a Ollie y no para salvar Somerset.

—Te lo juro… por mi alma.

—Entonces más vale que te asegures de que no estás poniéndola en peligro. —Dejó el vaso—. Necesito unos días para reunirme con Holstein, después nos pondremos en contacto por carta. Te enviaré a uno de mis muchachos con un mensaje. No podemos hacerlo por teléfono.

Una semana después, Percy estaba sentado en el escritorio de su despacho, redactando una carta para Mary. Había fracasado en sus negociaciones con Levi Holstein. Este no solo había rechazado su generosa oferta, discutiéndole que había esperado toda una vida para adquirir los grandes almacenes de los DuMont, sino que se había burlado de que Ollie se bastara solo para arruinarse.

—Ha echado a perder un buen negocio —había dicho en su pequeño despacho de Houston, tocándose la frente con la punta de un dedo amarillento—. ¿Qué propietario de una tienda, en su sano juicio, acepta pagarés de bienes en los tiempos que corren? ¿Qué propietario se niega a desalojar a los inquilinos que no pagan sus rentas, cuando los trabajadores del petróleo de East Texas pagan el doble por un lugar donde vivir?

—¿Un hombre bueno, quizá? —le había sugerido Percy.

—Un hombre tonto, señor Warwick, del tipo que ni usted ni yo seremos nunca.

—¿Está usted seguro, señor Holstein? —le había preguntado Percy mirándolo a aquellos ojos enmarcados en un rostro extremadamente pálido.

Cerró el sobre y llamó a uno de los chicos del departamento del correo, en el sótano.

—Llévale esta carta a la señorita DuMont, y asegúrate de dársela directamente en mano. A nadie más que a ella. ¿Comprendido?

—Comprendido, señor Warwick.

Desde su ventana del piso superior, Percy, con un amargo sabor de boca, miró al chico que pedaleaba en su bicicleta. El camino al infierno estaba pavimentado de buenas intenciones, pero ¿qué pasaba con los errores cometidos por buenas razones? ¿También se incluían? La vida le había enseñado que todo lo que empieza mal, acaba mal. En este caso, se suponía que solo el tiempo y su impredecible misericordia lo dirían.