Capítulo 59

Los tres días que siguieron fueron nublados y agobiantes. La luz brillante del sol que había hecho el viernes y que había iluminado las columnas blancas de la terraza, permaneció detrás de un mausoleo de nubes grises que Rachel recordaría como heraldos oportunos de lo que iba a suceder. Hubo mucha gente en ambos velatorios, y no fueron muchas las personas —cosa típica de East Texas— que no pusieran las mejillas húmedas contra las suyas, que amenazaran con arrancarle la mano o que la aplastaran con abrazos que podrían romper una costilla. A excepción de la clara visión que tenía de la fuerte presencia de Matt a su lado, haciendo las presentaciones y ayudando a que la fila se fuera moviendo, las demás personas pasaron como en un sueño. Para el final del primer velatorio, se sentía tan débil y exprimida como una de las sábanas escurridas a mano por su madre.

—Me temo que esta noche será peor —le dijo Matt en el coche de vuelta a Houston Avenue—. El grupo de esta mañana era del condado. El tropel de esta noche vendrá de todo el estado, y se hospedarán en hoteles de aquí a Dallas. Pero aguanta. El lunes todo esto habrá terminado, y podrás seguir con lo que tú eres… podremos seguir con lo nuestro. —Le puso un brazo alrededor—. ¿Te parece bien así?

—Suena a música celestial —respondió ella.

El Dodge antiguo del padre de Rachel, que se había mantenido en excelentes condiciones gracias a las habilidades mecánicas de su hermano, estaba aparcado ante la terraza cuando llegaron. Al entrar en el vestíbulo, ella oyó la pronunciación del oeste de Texas de su padre, con el leve acento francés que no había llegado a perder del todo, saliendo de la cocina. Se dirigió rápidamente hacia allí, pero ante la puerta batiente se detuvo y reunió la fuerza interior necesaria para aguantar el incómodo recibimiento que iba a tener.

—¿Vendrá Lucy Warwick al funeral? —Preguntaba su padre—. Me gustaría verla de nuevo. Me encantaba cuando yo era niño.

—¡Ay, Diosito, no! —exclamó Sassie—. No ha habido ningún cariño entre esas dos durante casi cuarenta años. Me imagino que la señorita Lucy debe de estar orgullosa de sí misma por haber sobrevivido a la señorita Mary. Es lo único en lo que ha podido superarla.

—Bueno, me imagino que tenemos que jactarnos de los triunfos que podamos, Sassie —respondió su padre.

Rachel se rio por lo bajo y abrió la puerta de un empujón.

—¡Hola todo el mundo! —dijo.

Los miembros de su familia levantaron la vista de la mesa, donde compartían la gran cantidad de comida que la gente había traído y dejado sobre la encimera. Por un momento desgarrador, Rachel se dio cuenta de que sus padres habían envejecido desde la última vez que los había visto, por Navidad. La madurez se estaba empezando a ver en el pelo cada vez más gris de su padre y en la curvatura de su espalda, en la cintura más ancha de su madre y las arrugas que tenía alrededor de los ojos.

—¡Vaya, mira quién está aquí! —gritó William, apartándose de la mesa—. ¿Cómo está mi pequeña bailarina?

—Mejor ahora que ya estáis aquí —dijo Rachel, sintiendo cómo sus defensas se derrumbaban por la cariñosa bienvenida que le acababa de dar, y por ver a toda la familia junta de nuevo.

—Bueno, ¿y esa es manera de demostrarlo, llorando? —preguntó su madre, pero sonrió ligeramente cuando se levantó para unirse al abrazo de William.

—Hacedme sitio —dijo Jimmy, con la boca llena de sándwich de jamón, que dejó a un lado para completar el abrazo de la familia. Unidos de esta forma, se apiñaron para darse besos y abrazos con los ojos llorosos durante un par de minutos antes de separarse y sentarse de nuevo a la mesa. Durante la siguiente media hora, podrían haber estado de vuelta en la mesa de la cocina de Kermit en aquellos tiempos lejanos en que Houston Avenue había sido solamente una calle adonde su padre había enviado su postal navideña de cada año. Todo el mundo empezó a hablar y a masticar a la vez, compartiendo cotilleos y noticias del condado de Winkler, pasándose los platos de jamón y queso y untándose mostaza y mayonesa a la vez. Y entonces, como si acabaran de tirar una bomba dentro de la habitación y la hubieran hecho detonar en ese mismo instante, Alice destruyó el buen ambiente que había en la familia.

—Y bien, Rachel, ¿cómo te sientes al saber que vas a heredar todo esto pasando por encima a tu padre?

Sassie, que estaba junto a la encimera, les lanzó una mirada horrorizada por encima del hombro y Henry, que acababa de entrar para tomarse un café, se apartó de la puerta de la despensa. Jimmy gimió y William dijo con brusquedad:

—¡Alice, por el amor de Dios!

Rachel sintió que la alegría de la reunión se disipaba como el aire de un globo que se acaba de pinchar.

—¿Cómo puedes decir tal cosa en un momento así, mamá? —le preguntó ofendida, en voz baja.

—Solo te lo pregunto por curiosidad.

—Alice… —le advirtió William.

—A mí no me vengas con historias, William Toliver. He hablado claramente de cómo me siento, y Rachel lo sabe.

Rachel se levantó.

—Henry, ¿has enseñado a mi familia sus habitaciones?

—Sí, señorita Rachel, y su equipaje ya está guardado. —De repente, el timbre retumbó en la casa entera, estridente como una sirena en el ambiente cargado. Rápidamente, Henry se acabó el café—. Ahí está el timbre de nuevo —dijo, y pareció que tenía ganas de salir de la cocina—. Tenemos más visita. Iré a abrir, si le parece bien, señorita Rachel.

—Gracias, Henry. Hazlos pasar al salón y diles que iré enseguida. —Se volvió hacia los miembros de su familia, que aún estaban sentados a la mesa, su madre directa e imperturbable—. Estas visitas han venido a presentar sus respetos. ¿Queréis ir a vuestras habitaciones antes de que os pillen aquí abajo?

—¿Por qué? ¿Te avergüenzas de nosotros? —preguntó Alice.

Hubo un nuevo gemido de Jimmy y un suspiro exasperado de William. Rachel dijo en un tono lo más equilibrado que su decepción le permitió:

—Pensé que preferiríais evitaros que un montón de personas que no conocéis os dieran el pésame por una mujer que ni os caía bien.

—Alice, Rachel tiene razón —dijo William, arrancándose la servilleta del cuello de la camisa—. No queremos que nos atrapen aquí abajo. Ninguno de nosotros va vestido para recibir a esta gente, y yo necesito echar una siesta antes de ir a la funeraria.

Jimmy saltó de su silla con un aire de disculpa. A la edad de veintiún años era alto y larguirucho. Tenía el pelo marrón rojizo, herencia de su madre, pero el origen de su pinta de Howdy Doody seguía siendo un misterio.

—Siento lo de la tía Mary, hermanita —le dijo—. Sé que la querías mucho y que la echarás de menos. Era una viejecita bien simpática. Siento que ya no esté aquí.

Jimmy, dulce y poco complicado. Dado que no sentía que nada que no se hubiera ganado debiera ser suyo, nunca había entendido la disensión que la había separado del resto de la familia. Ella lo despeinó cariñosamente.

—Gracias, Jimmy, te lo agradezco. ¿Te gustaría hacer algo mientras nuestros padres descansan?

—Si no te importa, me gustaría echarle un vistazo a la limusina. Aún la tiene, ¿no es cierto?

Rachel abrió el cajón de uno de los muebles y le tiró un juego de llaves.

—Toma, date una vuelta con ella, si te apetece.

Sonó el timbre de nuevo.

—¡Me largo! —anunció Jimmy, y se dirigió hacia la puerta con las llaves tintineando.

Alice se enfrentó a su hija.

—¿Cuál de las escaleras prefieres que usemos, la del servicio o la principal?

Rachel se giró hacia su madre. Aún llevaba la ropa, el maquillaje y el peinado de la época de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial en la que había sido la más guapa, aunque ahora quedaba poco de esa mujer feliz que llevaba a Rachel al parque y la empujaba en el columpio, que hacía arreglos con las flores que Rachel cogía, aunque ya estuvieran marchitas cuando llegaban a casa, que le leía por la noche y que le enseñó a nadar. Los años de resentimiento, por los que Rachel se sentía plenamente culpable, le habían robado la vivacidad. Si el padre de Rachel aceptara compartir los ingresos de su herencia, podría dejar su trabajo al día siguiente y disfrutar de un cómodo retiro.

Eso era lo único que su madre quería. Pero el orgullo de su padre, el único rasgo que había heredado del linaje de los Toliver, no se lo permitiría, como su propia sangre tampoco le permitiría hacer los sacrificios necesarios para salvar el amor de su madre.

—Usa la que más te apetezca, mamá —contestó, saliendo de la cocina para dar la bienvenida a la visita en el vestíbulo.

Hubo tensión entre ellos el resto de días, que fueron grises, bochornosos y agotadores, iluminados solamente por la constante ayuda y el apoyo de Matt. La noche antes del funeral, él dijo:

—Hay un lugar al que me gustaría llevarte donde podríamos tomarnos una copa los dos tranquilos. ¿Quieres ir?

Cansada y esperando con ansiedad lo que podía ocurrir al día siguiente, le dijo:

—Llévame.

La llevó a una cabaña bosque adentro. Más allá de su oculto porche negro había un lago. La gran habitación dividida olía a recién limpia, y una unidad de aire acondicionado junto a la ventana y unos ventiladores en el techo la refrescaban.

—Me estabas esperando —dijo ella.

—Tenía esperanzas de que vinieras. ¿Qué te gustaría beber? ¿Vino blanco?

—Perfecto —respondió, atraída por un antiguo tocado indio que colgaba de la pared—. Tienes un gusto ecléctico.

—No es mío. Este lugar fue construido y amueblado por nuestros abuelos y por nuestro tío abuelo cuando eran niños. Yo soy la tercera generación que lo usa como lugar de escapadas. Lo he dejado prácticamente igual. Si no me equivoco, el tocado perteneció a Miles Toliver.

—¿De verdad? —Rachel lo tocó con veneración—. Nunca había visto nada que hubiera pertenecido a mi abuelo. Me imagino que es porque no poseía nada. —Le lanzó una mirada por encima del hombro—. Nuestras familias están tan… interconectadas. ¿Seguro que no somos familia?

Matt sacó el corcho de una botella de Chenin Blanc.

—Espero que no, por el amor de Dios. Por lo que yo sé, tú y yo somos una de las pocas cosas buenas que salieron de la pelea entre mi abuelo y tu tía abuela.

—Bueno, gracias a Dios —dijo ella, cogiendo el vaso que él le estaba ofreciendo.

—Y Somerset —añadió él con una sonrisa irónica, entrechocando su whisky con agua con el borde de su copa—. No sé si estoy más triste por ellos, o feliz por nosotros.

—No podemos hacer nada por el pasado, solo por el futuro —sentenció ella. Se sentaron en el sofá; sus hombros se tocaban. Ella echó una ojeada hacia la habitación con cortinas—. La de historias que debe de conocer este sitio. ¿Tú crees que… esta cabaña es donde todo empezó entre la tía Mary y tu abuelo?

—No me sorprendería.

—¿Por eso me has traído aquí esta noche?

—No —contestó él, pasándole el brazo por encima de los hombros—, pero no me molestaría mantener viva la tradición.

Ella soltó una risita y se acurrucó junto a él.

—Yo estoy muy a favor de la tradición en el momento adecuado —dijo. Y añadió tranquilamente—: Ojalá pudiera hacerle comprender eso a mi madre.

—No te preocupes por tu madre —replicó él, con las labios rozándole el pelo—. Lo único que tienes que hacer para volver a estar bien con ella es hacerle una oferta que no pueda rechazar.

—¿Y qué oferta es esa?

—Nietos.

Se rio y se abrazó aún más a él.

—Parece un buen plan.

El lunes, el funeral pareció interminable debido a los muchos elogios que la tía Mary habría odiado, pero que Rachel había aceptado por ser un tributo a una mujer que tanto había significado para el pueblo, el condado y el estado. Afortunadamente los ritos en el cementerio fueron breves, y la muchedumbre se disolvió rápidamente para ir a la recepción y salir del calor empalagoso. Gracias a las instrucciones que había dado Amos de que no se volvieran a llenar los vasos de refresco una vez se hubiera pasado por la mesa, la gente no se entretuvo, y los Toliver se vieron libres para ir a su oficina a la hora esperada.

Él había ido delante en su coche y esperaba de pie junto a la ventana de su oficina. Rachel lo vio a través de las persianas: su figura flaca como un cadáver vestido con traje oscuro le recordó a un pájaro de mal agüero. Una vez más, volvió a recorrerle la extraña sensación que había tenido cuando el agente textil se había presentado con las manos vacías. El Mercedes de Percy no tardó mucho en llegar, y Matt le apretó la mano en señal de apoyo, mientras entraban en el despacho de abogados el uno detrás del otro. Le dijo al oído en voz baja:

—El abuelo se pregunta qué demonios hace él aquí, a menos que Mary le hubiera dejado los asientos de palco de Ollie en el estadio de Texas. Pero ¿quién sabe? Puede que se queden en la familia.

—¿Quién sabe? —dijo ella, pegándole un codazo en las costillas.

El aire acondicionado no llevaba suficiente tiempo puesto para enfriar la oficina privada de Amos.

—¡Dios, qué calor hace aquí dentro! —se quejó Alice, abanicándose frenéticamente con uno de los programas del entierro. Era la primera vez que ella rompía su silencio desde que se habían ido de la recepción.

—Refrescará un poco en un momento —se disculpó Amos, secándose la cara con un pañuelo. Les indicó que se sentaran en las sillas que había ante su escritorio, con el ventilador girando a toda velocidad, y él se sentó ante ellos.

—Dinos que no vamos a estar aquí mucho tiempo, Amos —comentó Percy, que parecía saber algo del sistema de refrigeración que los demás no sabían.

—¡Ah!, no…, esto no debería tardar demasiado. —Rachel se dio cuenta de que él evitaba mirarla a los ojos a propósito, como un juez que entra en un tribunal para emitir un veredicto de culpabilidad—. Primero, dejad que os diga —empezó, cogiéndose las manos encima de una carpeta de tamaño legal que tenía sobre su escritorio— que Mary Toliver DuMont estaba en plena capacidad mental cuando dictó y testificó debidamente que el codicilo era genuino, delante de mí. Es extremadamente improbable que se pueda impugnar.

—¿Un codicilo? —repitió Rachel, y se le puso la carne de gallina—. ¿Quieres decir que añadió algo a su testamento original?

—El codicilo invalida el testamento original —dijo Amos.

En la habitación se hizo un silencio sepulcral. William tosió secamente, poniéndose una mano cerrada delante de la boca.

—Ninguno de nosotros querría impugnar los deseos de la tía Mary, Amos. De eso puedes estar seguro.

Percy agudizó la mirada.

—Tal vez sería mejor ir al grano —dijo—. Ya es la hora de mi whisky.

Amos suspiró y abrió la carpeta.

—Muy bien, pero antes de que sigamos, hay otro asunto que sí os debería comentar. Mary me trajo este codicilo un par de horas antes de morir. Su vida se la llevó un ataque al corazón, pero deberíais saber que ya se estaba muriendo de cáncer y solo le quedaban un par de semanas de vida.

Un nuevo silencio llenó la habitación. Percy fue el primero en hablar, con una voz que sonaba como una hoja seca de maíz al viento.

—¿Por qué no nos lo dijo? ¿Por qué no me lo dijo?

—Tenía pensado decírtelo al volver de Lubbock, Percy…, estoy seguro de que quería darte un par de días más de paz.

Rachel tragó saliva, con la boca seca de repente.

—¿Por eso venía a verme, Amos, para informarme de su enfermedad?

—Bueno, sí, y para explicarte el porqué del codicilo.

Dejando de abanicarse, Alice dijo:

—¿Qué pasa con el codicilo, Amos?

Amos sacó un documento de la carpeta.

—Seré breve y os lo resumiré. Aquí tenéis copias del codicilo para que cada uno de vosotros pueda llevarse una y se la lea entera. Veréis que se le ha proporcionado lo necesario a Sassie y Henry, junto con otros destinatarios menores. Ahora, en cuanto a vosotros, estos son los puntos principales: Mary vendió las Granjas Toliver el mes pasado en unas transacciones de alto secreto. Si contactáis con Wilson y Clark, la empresa de Dallas que se ocupa de sus inversiones inmobiliarias, os darán los detalles de la venta. Somerset no se incluyó. El total de la venta fue… —Miró otra hoja y dijo una suma que hizo que Alice exclamara exasperada, en el silencio atónito—. Las ganancias se tienen que dividir de forma equitativa entre los tres Toliver que quedan: William, Rachel y Jimmy.

Nadie dijo ni palabra. Nadie se inmutó. Percy fue el primero en salir de su asombro. Miró al abogado, frunciendo el ceño.

—¿Estás de broma, Amos?

—No —contestó Amos, y un suspiro pareció salirle del alma—. Me temo que no estoy de broma. —Posó su triste mirada sobre Rachel, que lo miraba fijamente; se había quedado en blanco por la incredulidad—. Rachel, no sabes cuánto lo siento. Sé que esto debe de ser un terrible golpe para ti.

Era como si le hubiera explotado una bomba en la cabeza. No podía ver, oír ni sentir. Parpadeó rápidamente, como si aclarándose la vista fuera a oír mejor. Había entendido mal a Amos. Pensaba que le acababa de decir que la tía Mary había vendido las granjas, pero no podía ser…

—¿Te hemos entendido bien, Amos? —preguntó Alice en el tono de voz de alguien impresionado porque acababa de ganar la lotería—. ¿La tía Mary vendió sus participaciones y las ha dividido entre nosotros?

—Sí, bueno…, entre sus herederos de sangre, Alice. Me temo que tú no estás incluida.

—¡Alabado sea! —Pegó un manotazo sobre el escritorio y se volvió hacia su marido, que seguía allí sentado, mudo del asombro—. ¿Has escuchado eso, William? Después de todo, tu tía nos ha hecho justicia a todos. Vendió sus tierras.

—Todo excepto Somerset —dijo William echando una rápida mirada hacia su hija—. ¿Debo asumir, Amos, que la tía Mary le ha dejado a Rachel las tierras originales?

Amos negó con la cabeza, con pesar.

—No. Le ha dejado Somerset a Percy.

Rachel, que de repente salió de su estupor, gritó:

—¡No, no, no puede haber hecho eso! —Empezó a sentir que despertaba de sus sentidos entumecidos un horror en su conciencia—. ¡Tiene que haber un error!

—¡Por el amor de Dios, Amos! —Con una mirada furiosa, William puso un brazo protector alrededor de los hombros a su hija—. ¿Por qué demonios le dejaría la plantación familiar a Percy? ¡Tuvo que haberse vuelto loca! ¿Cómo pudiste permitir que le hiciera esto a Rachel?

—No estaba loca, William, créeme, y aquí hay un certificado médico para corroborarlo. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo, a pesar de todos mis esfuerzos por convencerla de lo contrario.

Jimmy saltó de su silla, como si tuviera hormigas subiéndole por las piernas.

—¡Esto no es justo! Se suponía que Somerset iba a ser para Rachel. La tía Mary se lo prometió. Bueno, pues tendrá que volver a comprar la plantación. —Se giró hacia Percy—. ¿Usted qué cree, señor Warwick? Se lo venderá a mi hermana de nuevo, ¿verdad?

Percy miraba al vacío, inmóvil como una figura en un retablo, y parecía no darse cuenta de que Jimmy le gritaba al oído como si estuviera sordo. William dijo:

—Siéntate y calla por el momento. Este no es ni el lugar ni el momento para discutir estas cosas. —Centró su atención en Amos—. ¿Y la casa? ¿Quién se queda la casa, Amos?

Otro suspiro. Los protuberantes mejillas de Amos se sonrojaron.

—La Sociedad de Conservación de Howbutker —dijo. Y añadió, evidentemente avergonzado—: Mary estipuló que Rachel se debe quedar con lo que quiera de la casa: joyas, pinturas, muebles. Lo que quede, que no esté históricamente asociado a la mansión, se venderá en una subasta y las ganancias se sumarán al fideicomiso.

William agarró a Rachel aún más fuerte de los hombros.

—Esto es increíble.

—¿Por qué? —preguntó Alice, dándose la vuelta para verlo mejor, con su disgusto visible entre las cejas—. ¿No estarás pensando que tu tía se volvió razonable de repente?

Aún de pie, Jimmy gritó:

—No me importa lo que diga, señor Hines. Ella estaba loca. Tenía que estarlo para hacerle esto a Rachel. No tuvo motivo alguno para dar Somerset a otra persona y dejarle la casa a un montón de entrometidos.

—Calla, Jimmy. —Su madre intentó hacer que volviera a sentarse en la silla—. No hace falta ponerse así. Lo hecho, hecho está. No se puede hacer nada.

Jimmy le quitó la mano de encima y le echó una mirada de odio.

—¿Y tú no te alegras con esto?

—Amos, no entiendo nada… —La voz de Rachel, temblorosa, se abrió paso a través de la guerra de palabras—. ¿Por qué ha hecho esto?

—Por una vez, escuchó a su conciencia —respondió Alice—. Sé que estás dolida, Rachel, pero hizo lo correcto. En el último momento, se dio cuenta de que no estaba bien no cumplir la promesa que le había hecho a tu padre. Y no es que no se acordara de ti, corazón. Pero ¡si con tu parte del dinero podrás comprar todas las granjas que quieras! —Extendió la mano para apartarle el pelo a Rachel, pero su hija levantó el hombro para esquivar el gesto.

—¡Oh, Alice, cállate! —le dijo William—. ¿No te das cuenta de que no es eso lo que quiere escuchar?

—¿Te dio alguna explicación? —le siguió insistiendo Rachel al abogado, con lágrimas de incredulidad en los ojos—. Seguro que debió decir algo…

—Yo le supliqué que me lo dijera, cariño, pero me dijo que…, no había tiempo. Por eso iba a ir en avión a verte… para explicarte sus motivos. Pero me aseguró que había actuado así por el amor que te tenía. Eso te lo tienes que creer. Las palabras que me dijo fueron: «Sé qué piensas que la he traicionado. No es así, Amos. La he salvado».

—¿Salvarme? —Intentó por todos los medios entenderlo, buscando en su mente alguna pista que explicara aquella locura. —¡Ah, ya veo!— exclamó, como si de repente algo la hubiera iluminado—. Su idea era salvarme de los errores que ella había cometido en nombre de los Toliver, ¿es eso? Muy noble por su parte, pero mis errores son asunto mío y no tendría que haberse metido.

—Y hay una cosa más… —dijo Amos, con la voz débil—. Mencionó que había una maldición en la tierra de la que te quería proteger.

—¿Una maldición? —La incredulidad estalló con el enfado que crecía tras el brillo de sus lágrimas, que ya se estaban secando—. Jamás me dijo nada de una maldición.

—A mí me lo mencionó una vez —interrumpió William—, pero no me explicó qué era.

—Y yo te lo comenté a ti, Rachel, ¿te acuerdas? —dijo Alice.

—¿No te dije que estaba loca? —declaró Jimmy—. Solamente la gente que está loca habla de maldiciones.

—Rachel, por favor… —Percy habló como si lo acabaran de despertar de un sueño profundo—. Sé de qué va todo esto. Conozco los motivos de Mary. No son lo que pensáis. Tardaré un poco en contároslo, pero lo entenderéis cuando hayáis escuchado la historia.

—Creo que ya conozco la historia, Percy. Mi madre tiene razón. La tía Mary quería tener la conciencia tranquila antes de morir. Este codicilo no es más que una expiación por los pecados que cometió en el pasado. Vendió las granjas para cumplir una promesa que le había hecho a mi padre…

Alice lanzó a su hija una mirada que expresaba indignación.

—¡Más le valía!

—Alice… —dijo William entre dientes—. ¡Cállate!

—Y te dejó Somerset para liquidar alguna obligación que pensaba que tenía hacia ti, Percy —continuó Rachel—. Ahora sé que los dos estabais enamorados y que os hubierais casado… os tendríais que haber casado… si la plantación no se hubiera interpuesto entre vosotros. De modo que legarte Somerset fue la manera que tuvo la tía Mary de pedirte disculpas y de que tú la perdonaras, sin tener en cuenta lo que yo tendría que pagar por ello. Su noción de una rosa roja, supongo. —Tenía una sonrisa fría como la muerte.

Percy negó con la cabeza, serio.

—No, Rachel. Aunque lo parezca, no es así. Mary ha hecho esto por ti, no por mí. Ha dejado lo que más quería en el mundo por amor a ti.

—¡Ay, no lo dudo!, aunque su sacrificio fuera equivocado. Jimmy te hizo una pregunta hace un rato. ¿Me venderás Somerset de vuelta?

El desespero se dibujó en su vieja y atractiva cara.

—No puedo hacer eso, Rachel. Eso no es lo que Mary quería. Por eso me dejó Somerset a mí.

—Pues no tenemos nada más que hablar. —Ella se levantó rápidamente y se puso una copia del codicilo bajo el brazo. Alice y William hicieron lo mismo. Rachel extendió la mano al abogado—. Adiós, Amos. Estaba segura de que te preocupaba algo más. Me alivia que no tuviera nada que ver con tu salud.

Amos le cogió una mano entre las suyas, con los ojos tristes y contritos.

—Seguía los deseos de Mary, querida. No sabes cuánto siento tu pérdida… la pérdida de todos nosotros.

—Lo sé. —Rachel apartó la mano y se disponía a irse.

—¡Rachel, espera! —Percy se interpuso en su camino, con un cuerpo formidable a pesar de la edad—. No puedes irte así. Tienes que dejar que te lo explique.

—¿Qué hay que explicar? La propiedad de la tía Mary era suya y podía hacer con ella lo que quisiera. No había nada mío que yo pudiera reclamar. Yo solamente era una ayuda a la que había contratado y a la que pagaba muy bien por sus servicios. No hay nada más que decir.

—Hay mucho más que decir. Ahora ven conmigo a Warwick Hall y deja que te cuente su historia. Te garantizo que, cuando la hayas escuchado, entenderás los motivos de esta locura.

—Francamente, me importan poco sus motivos. Lo hecho, hecho está.

—¿Y qué pasa con Matt?

—En este momento no estoy segura. Voy a necesitar tiempo para hacerme a la idea de que su abuelo ha heredado lo que yo tenía todos los motivos para pensar que llegaría a mis manos. Después de esto, ya veremos. —Se hizo a un lado, pero Percy le bloqueó de nuevo el paso.

—¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? —gritó, agarrándola de los codos—. Estás anteponiendo tu amor por Somerset a tu felicidad. Mary intentaba evitar que escogieras ese camino.

—Pues no tenía que haberlo promovido. —Se deshizo de Percy, que aún la tenía agarrada por los codos—. Vámonos todos.

Salió a toda prisa con los miembros de su familia a la zaga, pasaron junto a Matt, sentado de piernas cruzadas y enfrascado en la lectura de una revista, sin saber lo que había ocurrido en la otra habitación. No le contestó cuando la llamó por su nombre; no pudo, y para cuando él se hubo recuperado de su confusión para ir tras ella, Jimmy ya había salido disparado del aparcamiento con la limusina.