Capítulo 68
Percy estaba sentado junto al teléfono en su estudio, deliberando. Le estaba dando vueltas al tono de voz dolido que había detectado en Matt, cuando este lo llamó para decirle que estaba en una habitación de motel en Marshall, esperando a que Rachel Toliver se registrara. Jamás tendría que haber dejado al muchacho con la duda de a quién elegiría primero si se encontrara entre la espada y la pared. Simplemente había creído que no se vería en situación de tener que tomar una u otra decisión. Con su habitual seguridad en sí mismo, o arrogancia, había estado seguro de que después de que Rachel lo hubiera escuchado, podría honrar la confianza que Mary había depositado en él y podría mantener el patrimonio de Rachel lejos de ella, al mismo tiempo que no haría falta que sacrificara el de Matt.
Ahora, sin embargo, tenía motivos para considerar qué le podía costar la revelación. La amenaza de Matt… «Jamás podría perdonar que traicionaran a mi padre, fuera cual fuese la historia que hubiera detrás» resonaba en la mente como un disparo. ¿Merecía la pena arriesgar el amor y el respeto de Matt, su perdón, por la salvación de los sentimientos de Rachel hacia Mary? No podía contar la historia de Mary sin confesar la suya, y ¿qué habría conseguido si este nuevo descubrimiento de Rachel impedía que perdonara a Mary, de todos modos? ¿Y si, a pesar de su historia, no había ninguna esperanza para ella y el nieto del hombre que había estafado a su padre? Soportar las consecuencias de lo que habían hecho él y Mary, la gente a la que habían hecho daño, las vidas que habían cambiado, todo por Somerset, ¿conseguirían algo más aparte de dañar aún más la imagen que su nieto tenía de él? ¿Tenía el valor de arriesgarse a eso? Miró el cuadro que había colgado sobre la repisa. «¿Tú querrías que me fuera de esta tierra con la imagen que tiene tu hijo de mí hecha añicos?».
Se frotó la barba de dos días. «¡Ay Dios, Mary, vaya lío en que nos has metido!». Si Matt conseguía llevarle allí a Rachel esa noche, ¿qué le diría, finalmente?
* * *
Matt se levantó lentamente de la silla, y no pudo evitar que se le notara en la mirada lo conmocionado que estaba por lo mucho que ella había cambiado. De forma inconsciente, Rachel se estiró una de las piernas de su pantalón corto de excursionismo de color caqui.
—¿Cómo has entrado aquí? —le exigió.
Matt alzó el objeto responsable.
—Con una llave.
Ella hizo una mueca de indignación, moviendo el labio.
—¡Ah, ya veo! El recepcionista.
—Me cobré un favor que se les debía a los Warwick. No estoy orgulloso de ello, pero soy un hombre ambicioso.
Rachel soltó su bolso y arrimó la puerta contra la pared mientras que, con el pie, le ponía debajo un tope, el corazón en la boca. Él tenía un aspecto estupendo, tan adorable como lo recordaba. Tenía que buscar una escapatoria para librarse de este hombre que la podía apartar de su camino.
—¿Cómo has sabido dónde encontrarme?
—Pura intuición. Henry me dijo que habías hecho una reserva para pasar la noche en algún lugar en el camino de regreso. Supuse que irías a Dallas y que sería lógico que pararas en un motel de Marshall.
—Muy listo.
—Y tú aún más —repuso Matt—. Reservar una habitación fuera del condado y cambiar de coche fueron jugadas inteligentes. Me despistaste.
—Quiero que te vayas.
—Estaré más que contento de hacerlo si vienes conmigo. El abuelo se muere, literalmente, por hablar contigo.
Se lo temía. A pesar de su amargura, estaba muy preocupada.
—Lo siento, Matt, de verdad, pero no voy a ir a ningún sitio contigo.
—Bueno, pues vamos a hablar, Rachel… como antes. —Señaló a la silla, indicándole que se sentara.
—Haces que parezca como si hubiéramos tenido una larga relación.
—La hemos tenido, y lo sabes. Demasiado larga y especial para desperdiciarla. ¿No crees que lo que había entre nosotros se merece, como mínimo, una pequeña conversación?
Rachel vaciló, tragando saliva con la garganta seca, sintiéndose mareada por la sangre que le acababa de subir rápidamente a la cabeza. Puso el bolso sobre la mesa situada entre ellos y agarró una silla, con reticencia. Tal vez esta reunión fuera una buena idea. Le enseñaría las cartas a Matt, para que le pudiera aconsejar a su abuelo Percy respecto al juego que tenía entre manos. Tal vez pudieran llegar a un acuerdo amistoso esa misma noche.
—Eso no nos puede salvar, Matt —le dijo—. Supongo que la oficinista del condado llamó a tu capataz y sabes dónde he estado, y los documentos que he encontrado.
Matt volvió a coger su silla, se desabrochó la chaqueta de sport y cruzó las piernas de una manera que sugería que había obtenido una pequeña victoria.
—Eso me dijeron. ¿No quieres cerrar la puerta? Se está desperdiciando el aire acondicionado.
Rachel lanzó una mirada en dirección a la puerta abierta de par en par, recordando que el hombrecillo de pelo gris de la recepción se había ofrecido a ayudarla. Estaba de broma si pensaba que podría con Matt Warwick. Habría preferido escorpiones en la bañera. Ignorando lo que él le acababa de decir, abrió la cremallera de su bolso y sacó las copias de las cartas que había encontrado en la caja verde.
—Las encontré entre los papeles personales de la tía Mary, junto con el testamento de su padre —dijo, pasándoselas por encima de la mesa—. Parece que sí dejó una sección de Somerset a su hijo, Miles. Como ya sabes lo que he descubierto en el Juzgado, reconocerás su implicación. Lee la carta más larga primero.
Ella lo observó para ver si mostraba alguna señal de horror mientras leía, pero mantuvo su cara de póquer, un truco que ella atribuía a todos los años que se había dedicado a negociar contratos para Industrias Warwick. Pero a ella no la podía engañar. Vio el ligero movimiento del músculo de su mandíbula.
—Por supuesto, ya sabes que la sección a la que se refiere tu abuelo es donde construyó su fábrica de celulosa, la sección que él y la tía Mary le robaron a mi padre.
Matt volvió a doblar las cartas meticulosamente.
—Eso es lo que parece, ¿verdad? Por eso es importante que vengas a escuchar lo que te tiene que decir mi abuelo. Él podrá explicarte por qué en aquel momento pensaron que su acción estaba justificada…
—¿Justificada? —Rachel se agarró del cuello, como si aquella palabra la estuviera estrangulando—. Tú sabes lo que esa mentira le hizo a mi familia, Matt, los años que no pasé con ellos…
—Sí, pero el abuelo no lo supo hasta hace dos meses, cuando yo se lo dije. Enterarse de eso, además del rencor que él sabía que debías de sentir hacia él y Mary, lo está destruyendo.
—Bueno, pues que así sea —dijo Rachel, negándose a cambiar de postura—. Espera un minuto… —Se le ocurrió una idea sorprendente—. Me estás hablando como si tu abuelo supiera que existe esta evidencia.
En la cara de Matt se reflejó un inicio de desespero, que no pudo ocultar.
—Cuando el abuelo se enteró por Amos de que había visto el testamento de Vernon Toliver y dos cartas sobre tu cama, una con su letra, dedujo, de la misma forma en que lo has hecho tú, que eran el motivo por el que Mary farfullaba que quería subir al ático cuando se estaba muriendo. Se acordó de la carta que le había escrito y adivinó que la otra carta debía de ser la de Miles.
—¿Así que sabía lo que ponía la carta de Miles?
Matt jugueteó con los bordes del papel, evidentemente reticente a contestar por miedo a implicar aún más a su abuelo.
—Tomaré eso como un sí —dijo ella. Se dejó caer contra la silla—. Por lo tanto, no cabe ninguna duda. Sabía que estaba cometiendo un fraude al comprar esas tierras.
Matt se apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia delante.
—Rachel, en 1935 estaban en plena crisis. El abuelo dice que si no hubiera comprado esas hectáreas, probablemente los DuMont lo habrían perdido todo, incluyendo Somerset. La venta estaba condicionada por el hecho de que Mary nombrara heredero a tu padre.
—Para compensar el chanchullo —interrumpió Rachel.
Matt pareció incomodarse.
—Bueno, tal vez…, pero me ha asegurado que una vez que él te haya contado toda la historia, lo entenderás todo.
—¿Para que caiga en sus redes encantadoras del mismo modo en que parece que lo has hecho tú? —replicó—. Puede que los motivos que tenía tu abuelo al comprar esas hectáreas fueran nobles, pero también estaba sirviendo a sus propios intereses. Necesitaba un terreno donde establecer una fábrica de celulosa. Era conveniente y barato. Si supieras lo más mínimo de los fundadores de Howbutker, sabrías que nuestras familias jamás se han prestado nada entre ellas. Si el tío Ollie hubiera tenido problemas, jamás habría permitido que tu abuelo lo sacara de apuros.
—Él desconocía que esos terrenos no eran de la tía Mary y que no los podía vender.
—Pero tendría que haber sabido que el dinero venía de algún sitio. ¿Quién más podía ser aparte de su rico amigo?
Ella vio la derrota en el silencio de Matt, que estaba perplejo, y la frustración en sus ojos apagados.
—Vale —cedió—. ¿Qué quieres?
—Un intercambio justo. Él se queda con la fábrica de celulosa, y yo con Somerset. Destruiremos los originales de estas cartas. Si no acepta estas condiciones, iré a por las tierras de mi padre. Ya he contratado a un abogado especializado en litigios de fraude. Taylor Sutherland. Puede que hayas oído hablar de él.
Una mezcla de emociones, ira, desespero, incredulidad, se dibujaron en la cara de Matt.
—¿Demandarías a mi abuelo a su edad, arriesgarías su salud, destruirías su buen nombre?
—Eso dependerá de él. Realmente espero que no llegue a eso.
—¿Y destruirías cualquier oportunidad que pudiera haber entre nosotros?
—Fueron mi tía abuela y tu abuelo los que destruyeron cualquier oportunidad entre nosotros, Matt. —Empujó las cartas hacia él y se puso de pie, en señal de que su reunión había terminado—. Estoy segura de que, cuando las lea, querrá hacer lo más conveniente para todos los implicados.
—¿Por qué? —preguntó Matt en voz baja, aún sentado, con una mueca de incomprensión uniéndole las cejas.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué Somerset es tan importante para ti que estás dispuesta a destruir lo que podríamos tener, lo que puede que nunca más volvamos a tener, sobre todo yo?
Ella comprendió por su voz que tenía el corazón partido, eco del suyo, pero hizo un esfuerzo por enfrentarse al dolor en su mirada.
—Porque es mi deber mantenerla en manos de los Toliver. No pienso dejarla ir por rescatar la conciencia de una mujer muerta.
—Le pertenecía para dejársela a quien quisiera, Rachel.
—No, fue suya para mantenerla y guardarla para la siguiente generación de Toliver. Tu abuelo no está en posición de perder nada, solo de conservar lo que tiene, motivo por el cual llama a Howbutker su hogar. Yo quiero lo mismo para mí, ya que… —titubeó— no tengo ningún otro lugar al que ir, al que pueda llamar mi hogar.
—Rachel, cariño…
Matt se había levantado de la silla antes de que ella se pudiera mover, los brazos de repente alrededor de ella, cogiéndola fuerte contra el pecho, que le retumbaba.
—Yo te puedo dar un hogar —dijo de forma brusca—. Yo puedo ser el motivo por el que llames a Howbutker tu hogar.
Rachel apretó la mandíbula para reprimir las ganas de llorar y se dio un momento antes de liberarse la cabeza de debajo de la barbilla de él.
—Sabes que eso no es posible, Matt. Ya no. ¿No te imaginas cómo me sentiría yo al ver la fábrica operando felizmente en las tierras que tu abuelo le robó a mi padre? La ironía es que —dijo mirándolo fijamente a los ojos como si estuviera viendo alejarse los últimos barcos de suministro— si la tía Mary hubiera dejado las cosas tal y como estaban, si no hubiera interferido, podríamos haber estado juntos.
—Rachel… mi amor. —La abrazó aún más fuerte—. No nos hagas esto. Somerset es solo un pedazo de tierra.
—Es la granja de la familia, Matt, el legado de generaciones de Toliver. Es la tierra de nuestra historia. Perderla… verla en manos de otro que no fuera de mi sangre… no podría soportarlo. ¿Cómo me puedes pedir que no luche por el único vínculo que me queda ahora con mi familia?
Él dejó caer los brazos.
—Así que las cosas son así.
Ella se volvió hacia la mesa y escribió un número en la libreta del motel.
—Este es mi número en Dallas. Tu abuelo puede contactar allí conmigo, si no sé nada de él esta noche. Dile que tiene esta semana para aceptar mis condiciones. De lo contrarío, el lunes daré a Taylor Sutherland la orden de presentar una demanda.
—Te das cuenta de que estarás obligando al abuelo a traicionar la confianza que Mary había depositado en él. ¿Cómo podrá vivir con eso?
—Del mismo modo que ha aprendido a vivir con su traición hacia mí.
—Contéstame a esto, Rachel —dijo Matt, cogiendo el pedazo de papel—. Si Mary te hubiera tenido en cuenta de la forma en que esperabas, ¿seguirías arrepintiéndote de haber incumplido la promesa que le hiciste a tu madre, y haber sacrificado todos esos años que podrías haber pasado junto a tu familia?
Aquella pregunta la conmocionó. No se la había hecho a sí misma, tal vez no se la habría hecho jamás. Él se merecía la verdad. Haría que se olvidara más fácilmente de ella.
—No —contestó.
Matt se guardó el papel y las cartas en el bolsillo del pecho de la chaqueta.
—Bueno, me imagino que, después de todo, eso te hace una Toliver. Estaremos en contacto —se despidió, y cruzó la puerta abierta de par en par a grandes zancadas, sin mirar atrás.