Capítulo 26

A última hora de la mañana, con la luz del sol brillante y el canto de los pájaros como si nunca hubiera habido devastación alguna, Mary y Shawnee llegaron a la oficina de Emmitt Waithe.

El abogado gimió cuando ella entró y le hizo un gesto para que se sentara en una silla, dejándose caer pesadamente sobre la suya. Parecía que estaba más encorvado de lo normal, como cargando sobre sus espaldas su parte en el desastre.

—Somerset aún no ha fracasado, señor Waithe —comenzó Mary, preparada para presentarle sus argumentos ensayados—. Ya hablamos de esta contingencia y aún me queda un as en la manga: Fair Acres. Quiero pedir un préstamo con Fair Acres como aval. —Se dio cuenta de que hablaba demasiado rápido y se tenía que quitar esa mirada arrepentida de «ojalá te hubiera escuchado» que estaba lanzando al leal amigo de su padre—. Para proteger los activos del fondo de inversiones, estoy segura de que entenderá que es su obligación ayudarme a obtener un préstamo. Es la única manera.

Emmitt pegó un manotazo en la mesa, interrumpiéndola.

—¡Ahora no me hables de mis obligaciones como fideicomisario, jovencita! ¡No cuando antes estabas tan ansiosa por echarme a un lado! Si me hubiera mantenido firme en cuanto a mis obligaciones como fideicomisario, tú no estarías aquí sentada esta mañana y yo no hubiera estado despierto toda la noche, maldiciéndome. Vernon Toliver se debe de estar revolviendo en su tumba.

—No, no es cierto —protestó Mary, decidida a mantener un tono de voz razonable—. Papá hubiera entendido los riesgos. Hubiera entendido que me permitiera cogerlo. Vale, es cierto: lo cogí y lo perdí. Ahora tengo que salvar lo que pueda. La única manera es hipotecar Fair Acres. Debería poder conseguir un préstamo lo bastante grande para cubrir mis necesidades monetarias. Y el año que viene, con una buena cosecha… —Emmitt la fulminó con la mirada por encima de sus gafas; ella paró y se encogió de hombros—. ¿Qué más puedo hacer?

—¿Debería atreverme a mencionar lo evidente?

—No, señor. No venderé Somerset.

Emmitt se quitó las gafas y se frotó los ojos.

—¿Y qué quieres que haga yo?

—Quiero que me consiga una cita en el banco hoy mismo y que me ayude a negociar un préstamo.

—¿Por qué tan pronto? Vete a casa, descansa. Estoy seguro de que has estado despierta casi toda la noche. Cuando hayas descansado, tendrás las ideas más claras. ¿Por qué tienes tanta prisa en llegar hoy al banco?

—Después de anoche no seré la única que vaya al banco, con la mano por delante. Howbutker State pone un límite a los préstamos que concede a los granjeros. Quiero estar entre los primeros. Espero que no tenga la agenda muy ocupada.

—¿Habría alguna diferencia si fuera así? —Con un suspiro profundo, Emmitt volvió a ponerse las gafas y se acercó el teléfono. En un par de minutos había explicado el objetivo de su llamada al presidente del Howbutker State Bank, que acordó reunirse con él y con Mary esa misma tarde.

Mary llegó de la plantación vestida con una blusa y una falda de montar muy gastadas, y en ambas prendas algún rastro del barro que cubría sus botas.

Al entrar en el banco, muy a su disgusto, se encontró de frente con Isabelle Withers, la rival a la que había desplazado al conseguir las atenciones de Percy, vestida a la última moda. El padre de Isabelle era el presidente del Howbutker State Bank.

—¡Vaya por Dios!, pero si es Mary Toliver —ronroneó la joven, mirando entretenida de arriba abajo la ropa de trabajo gastada de Mary.

—Pues sí —respondió Mary, del mismo modo altivo.

—Siento muchísimo lo del granizo, y justo en época de cosecha. Estoy segura de que habrá dañado bastante a Somerset.

—Algo, sí, pero saldremos adelante.

—¿Ah, sí? —Isabelle dio una vuelta a la larga tira de perlas que le caía de la cintura baja del vestido de volantes—. Pues esta debe de ser una visita puramente social. Mi padre estará contentísimo. Seguro que me lo contará todo esta misma noche. Qué alegría verlo de nuevo, señor Waithe. También ha venido a una reunión social, me imagino. —Sonrió ampliamente, con sus labios pintados de rojo al estilo hollywoodiense de Theda Bara, y pasó junto a ellos, dejando a su paso una ligera fragancia floral.

Emmitt parpadeó rápidamente, confundido por el tenso intercambio de palabras.

—¡Madre mía! —exclamó por lo bajo.

En la oficina de Raymond Withers, el abogado dejó que Mary hablara, sentado con un silencio neutral mientras ella exponía su caso a partir de unas cifras apuntadas en una hoja, que había recopilado sobre la mesa de la cocina en casa de los Ledbetter.

—Tengo la escritura de Fair Acres, y estoy dispuesta a entregarla como aval ahora mismo si podemos llegar a un acuerdo —dijo, para acabar su discurso.

Raymond Withers había escuchado atentamente, pegando golpecitos de vez en cuando, con las suaves palmas de sus manos de hombre de negocios. Desde una estantería justo detrás de él, la niña de sus ojos sonreía a Mary de manera insípida (en diversas poses a distintas edades), desde unos marcos recargados. Él permaneció en silencio durante un par de segundos, que marcó suavemente el magnífico reloj de bronce que había sobre su mesa, y Mary no pudo adivinar lo que pensaba tras la tranquila expresión que tenía en la cara. Estaba segura de que adoptaba esta pose para mantener en suspense a la gente que iba a suplicarle. Cuando finalmente habló, frunció el ceño.

—La podemos ayudar hasta cierto punto —dijo—, pero estoy seguro de que no será la cantidad completa que usted necesita.

—¿A qué se refiere? —preguntó Mary, el corazón dándole un vuelco.

Emmitt emitió un gruñido y se sentó un poco más rígido.

—El banco solo le puede dejar el cuarenta por ciento del valor de su aval y, como los precios del algodón han bajado de manera tan drástica después de la guerra, es considerablemente menos de lo que era antes. Vamos a ver… —El banquero consultó la escritura—. Estamos hablando de dos secciones. Su valor a día de hoy, con la casa, los edificios y la maquinaria, sería… —Como si no fuera capaz de decir la cifra en voz alta, escribió un número en una hoja de papel y se la pasó por encima del escritorio.

Mary se lo quitó de las manos.

—Pero ¡si Fair Acres vale el doble! —gritó, calculando mentalmente que el préstamo basado en la tasación del banco no bastaría ni para empezar a cubrir sus gastos. Le pasó el papel a Emmitt.

—Para usted, sí, pero me temo que no para la junta directiva —dijo el banquero.

Emmitt se aclaró la voz.

—¡Ay, vamos Raymond!, seguro que puedes hacer algo. Eres tú quien controla a la junta directiva. Si Mary no pagara, aunque le dejes el cincuenta por ciento del valor de Fair Acres, lo podríais vender y sacarle un beneficio.

Raymond Withers lo pensó un momento.

—Bueno, sí hay una condición que podría hacer que la junta directiva cambie de idea, si Mary aceptara.

Mary volvió a tener esperanzas.

—¿Y qué condición es esa?

—Que no vuelva a plantar algodón en sus tierras. Es un cultivo comercial demasiado arriesgado. Cacahuetes, sorgo, caña de azúcar, trigo, arroz… Hay muchos tipos de cultivo, incluso ganado, que se darían bien en esas tierras. Tal vez podríamos buscar la manera de prestarle lo que pide si acepta poner toda su plantación bajo otro tipo de producción más favorable que no sea algodón. De ese modo, el banco podría asegurarse de que usted le devolvería el dinero.

—No puedo aceptar eso de ninguna manera —dijo Mary, horrorizada de que el hombre hubiera siquiera sugerido tal cosa a un Toliver—. Somerset es una plantación algodonera.

—Era una plantación algodonera —corrigió el banquero, perdiendo claramente la paciencia—. Sería sabio por su parte aceptar este punto de vista, señorita Toliver. Los días del algodón han pasado en el East Texas. Ha llegado su ocaso. Otros países están produciendo lo mismo y de mejor calidad que todo el Cinturón Algodonero junto y lo están vendiendo más barato. ¿Ha oído hablar de una nueva tela, un sintético que reemplaza a la seda, que se está produciendo en Francia? —le preguntó—. Solo es cuestión de tiempo que reemplace a las prendas de algodón y que se manufacture aquí. El material sintético es más ligero, su manufactura no es cara, y dura más que el algodón. Eso es una competencia demasiado feroz para un cultivo que casi no puede ni aguantar la devastación del gorgojo del algodón, sin contar con la destrucción de la naturaleza, como usted bien ha presenciado.

El banquero se recostó en su silla y entrelazó sus dedos sobre el chaleco de su traje.

—Y ahora, si desea volver a cultivar con cualquier otra fuente de ingresos que no sea el algodón, creo que podré convencer a la junta directiva de incrementar el préstamo en un diez por ciento de su valor original. De lo contrario, cuarenta al precio de la tasación.

Mary estaba demasiado paralizada para decir palabra. Emmitt se aclaró la voz de nuevo.

—¿Qué habría que hacer para conseguir lo que pide, Raymond?

—Pues… —El banquero separó las manos y se dirigió a Emmitt como si Mary no estuviera allí—. Si pudiera encontrar a alguien que el banco aprobase para que le firmara como consignatario, tal vez podríamos dejarle el dinero. Esa persona tendría que entender que estaría en deuda con el banco si la señorita Toliver fracasara. Como tiene menos de veintiún años, esa persona no la podría forzar legalmente a devolverle el dinero ya que, como sabe, la ley no permite que los menores de edad sean responsables por los préstamos. —Centró su atención en Mary—: ¿Sabe de alguien que estuviera dispuesto a ser consignatario bajo esas condiciones, señorita Toliver?

La indirecta que le estaba haciendo a través de esta pregunta hizo que Mary se estremeciera. «Se ha enterado de lo mío con Percy —pensó alarmada—. Seguro que cree que destruí las esperanzas que tenía Isabelle de convertirse en la señora de Percy Warwick». ¿El pueblo entero estaba al corriente de su relación con Percy? Y si así fuera, ¿cuánto sabían?

—¿Tiene a alguien en mente? —preguntó ella, mirándolo de frente.

El banquero sonrió con suficiencia.

—Bueno, el banco aprobaría sin problemas la firma de Percy Warwick, cosa que no debería costarle demasiado conseguir, señorita Toliver, siendo… sus familias tan cercanas, y demás.

Mary recogió los papeles que había traído.

—Gracias por su tiempo, señor Withers. El señor Waithe y yo lo pensaremos y le responderemos lo antes posible.

—No espere demasiado, señorita Toliver —dijo el banquero, levantándose—. Solamente tenemos cierta cantidad de dinero para dejar a los granjeros y ya han presentando más solicitudes.

Al salir del banco detrás de Mary, Emmitt parecía agitado.

—Mary, querida, ¿qué vas a hacer? ¿En qué estás pensando?

Mary respiró profundamente.

—En algo de lo que probablemente me arrepentiré el resto de mi vida.