Capítulo 31

Maletín en mano, Amos ajustaba el termostato de su oficina antes de acabar el día, cuando sonó el teléfono. «Deja que salte el contestador», pensó para sus adentros. No estaba de humor para contestar una llamada y, además, estaba algo borracho.

—Amos, si estás ahí, contesta —oyó que decía Percy.

Cogió el teléfono de inmediato.

—¿Percy? Estoy aquí. ¿Qué puedo hacer por ti? —Hubo una pausa de esas que hacían que el corazón le diera un vuelco—. ¿Qué hay? ¿Qué pasa?

—Es Mary. Ella…, ella ha tenido un ataque al corazón.

Rodeó el escritorio, agarró su silla.

—¿Es muy grave?

—Ha muerto, Amos. En la terraza, hace un rato. Sassie mandó a Henry a buscarnos. Matt está aquí, pero pensé que debería ser yo quien te lo dijera. —No pudo seguir hablando por un sollozo ahogado.

Amos se llevó la mano a la frente, que le palpitaba. «¡Válgame Dios! ¿Mary muerta? ¡Eso no es posible! Dios mío, ¿y qué pasará con Rachel? Ahora jamás sabrá los motivos que ha tenido Mary al redactar sus últimas voluntades».

—¿Amos?

—Ahora mismo voy para allá, Percy. ¿Estás en Warwick Hall?

—Sí. Los servicios médicos de emergencia acaban de llevarse el cuerpo al juez de instrucción. No habrá autopsia. El motivo de la muerte es evidente. Tendrás que avisar a Rachel.

La desesperación de Amos fue en aumento.

—La llamaré desde tu casa.

* * *

Cuando aparcó su BMW verde oscuro en un espacio reservado en el aparcamiento de las Granjas Toliver Oeste, a Rachel le sorprendió encontrar a su supervisor e indispensable mano derecha desde hacía ocho años sentado a la sombra del toldo, aparentemente esperándola. Tenía programado recoger el envío de un nuevo compresor en el sector sur mientras ella estaba en su reunión de negocios del mediodía. Otro sentimiento de inquietud la recorrió. El representante de Nueva York de las fábricas textiles con las que Granjas Toliver llevaba años haciendo negocios había llegado a la reunión sin contrato. Por cortesía a los muchos años durante los que habían estado asociados, había aparecido simplemente para presentar sus disculpas, pero no para dar explicaciones.

—¿Qué ocurre, Ron? —le preguntó al salir del coche, e inmediatamente supo que algo iba mal por la forma reticente en la que él se levantó de la silla, se echó hacia atrás el sombrero de paja y se metió la punta de los dedos en los bolsillos del pantalón vaquero.

—Tal vez no sea nada —dijo con su pronunciación del oeste de Texas—, pero cuando vine a buscar las facturas, recibí una llamada de Amos Hines. Parecía agitado. Dice que lo llame en cuanto pueda. Pensé que sería mejor quedarme por aquí… bueno, por si son malas noticias. He contactado con Buster para que se ocupe de recibir el envío.

Le apretó el brazo al pasar a su lado.

—¿Amos está en su oficina?

—No, en casa de alguien llamado Percy Warwick. El número está sobre su escritorio.

Rachel dejó caer el bolso y agarró el teléfono, armándose de valor por la probabilidad de que le hubiera pasado algo malo a Percy. Si fuera así, cogería un vuelo de inmediato e iría a reunirse con su tía abuela. La tía Mary lo pasaría mal hasta que se acostumbrara a vivir sin Percy.

Amos contestó al teléfono prácticamente antes de que sonara.

—¿Rachel?

—Estoy aquí, Amos. ¿Qué ha pasado? —Miró a Ron a los ojos y aguantó la respiración, esperando el impacto de la respuesta de Amos.

—Rachel, me temo que… tengo malas noticias. Son sobre Mary. Murió hace un par de horas de un ataque al corazón.

Fue como si le hubieran pegado un tiro en el pecho. Se sintió paralizada por el golpe, después el dolor se fue extendiendo como la sangre saliendo de una herida. Ron la cogió del brazo para ayudarla a sentarse de nuevo en la silla ante su escritorio.

—¡Oh, Amos…!

—Querida niña, no puedo expresar con palabras cuánto lo siento…

Oyó cómo se le entrecortaba la voz y cómo luchaba contra su propio dolor e intentaba calmar el de ella.

—¿Dónde estaba? ¿Dónde sucedió?

—En la terraza, alrededor de la una. Había vuelto del pueblo y había estado sentada en uno de los sillones del porche. Sassie la encontró en…, agonía. Vivió poco más de un minuto.

Rachel cerró los ojos y se imaginó la escena. Acababa de volver del pueblo, seguramente vestida de punta en blanco; su adorada tía abuela había muerto en la terraza y lo último que vio en esta tierra fue la calle en la que había vivido toda su vida. No hubiera preferido estar en ningún otro sitio para exhalar su último suspiro.

—¿Ella…, dijo algo?

—Según Sassie, ella… dijo algo de que tenía que subir al ático. Más temprano había enviado a Henry para que le abriera un baúl. Debía contener algo que necesitaba. Ella… también gritó tu nombre, Rachel… justo al final.

Las lágrimas le empezaron a caer por debajo de los párpados apretados. Silenciosamente, Ron sacó una caja de pañuelos de papel de la mesa de centro y se la acercó.

—¡Mi querida criatura! —exclamó Amos—. ¿Tienes a alguien que pueda estar contigo?

Ella se llevó un pañuelo de papel a los ojos llenos de lágrimas, sabiendo que se lo estaba preguntando porque sabía que las relaciones entre ella y su familia eran tirantes y que probablemente no encontraría consuelo en ellos.

—Sí, mi supervisor está aquí, y mi secretaria, Danielle. Estaré bien. Me alivia saber que tú y Matt estáis ahí con Percy. ¿Cómo está?

—Se lo está tomando bastante mal, como podrás imaginar. Matt lo ha mandado arriba para que descanse. Pero te manda muchos recuerdos, y Matt me pidió que te dijera que está a tu disposición cuando vuelvas a Howbutker.

Matt… su nombre hizo que la envolviera un recuerdo, un recuerdo reconfortante. No lo veía desde que era una adolescente, cuando le había estado llorando sobre el hombro.

—Dile que le tomaré la palabra —repuso ella—. Y tú Amos, ¿cómo estás?

Hubo un momento de silencio mientras él intentaba buscar la palabra apropiada.

—Yo estoy… destrozado, criatura… especialmente por ti.

El bueno y cariñoso de Amos, pensó, aguantándose de nuevo las ganas de llorar.

—Estaré bien —dijo Rachel—. Simplemente, llevará su tiempo. La tía Mary solía decir que lo único bueno para lo que servía el tiempo era para pasar los momentos malos.

—Sí, bueno, esperemos que no falle su único atributo —repuso él, y se aclaró la voz con fuerza, como si tuviera la garganta atascada—. Ahora, ¿tienes idea de a qué hora llegarás? Lo pregunto porque puedo empezar a organizarte los preparativos: puedo conseguirte las citas con el director de la funeraria y la florista, y ese tipo de cosas. El avión está lleno de combustible y listo para despegar. Mary tenía pensado volar hasta aquí para verte mañana, ¿sabes?

Por un momento, la sorpresa le contuvo las lágrimas.

—No, no lo sabía.

—Pues me temo que murió antes de hacértelo saber, pero sé que tenía pensado ir a verte. Me lo dijo en mi oficina esta mañana cuando vino… de visita.

—¿La viste hoy? Qué maravilloso que la vieras una última vez, Amos. Ojalá hubiera llegado hasta aquí. ¿Te dijo a qué venía? No es…, no era propio de ella darme una sorpresa.

—Tenía algo que ver con…, unos cambios recientes, creo. Lo único que me dijo seguro era que te quería.

Rachel cerró los ojos de nuevo. Eso tampoco era propio de su tía abuela. ¿Sabía que estaba gravemente enferma?

—¿Te dijo que tenía problemas de corazón? —preguntó.

—No, no me dijo nunca que tuviera problemas de corazón. Eso nos ha cogido a todos por sorpresa. Y ahora, volviendo al asunto de tu llegada…

—Intentaré estar allí a las diez de la mañana —dijo—, y agradecería que me organizaras esas citas. No sé si tendré suerte convenciendo a mi madre y a mi hermano de que vengan conmigo y con papá, pero ¿avisarías a Sassie de que puede que tenga que preparar una habitación más de invitados?

Hubo otra pausa, como si Amos estuviera pensando cuidadosamente lo que iba a decir a continuación.

—Yo sugeriría que convencieras al menos a Jimmy de que viniera con tu padre. Estoy seguro de que Mary habría querido que estuvieran los dos en la lectura de su testamento para escuchar sus… últimas consideraciones hacia ellos.

—Veré qué puedo hacer —dijo ella, esperando que lo que había dicho Amos convenciera a su madre y también viniera. El testamento de la tía Mary había sido el motivo de los problemas que había habido entre ellos. Rachel podía oír las palabras de su madre ahora: «¡Jamás te perdonaré, Rachel Toliver, si tu tía abuela te lo deja todo a ti y no deja nada a tu padre y a tu hermano!».

—Bueno, pues nos vemos mañana, Rachel —se despidió Amos—. Hazme saber la hora exacta y estaré en el aeropuerto para recogerte.

Rachel colgó el teléfono, con la sensación de que algo más aparte de la muerte de la tía Mary preocupaba a Amos…, era como un zumbido que se oía claramente por debajo de otro sonido más alto. Por segunda vez ese mismo día, presentía que había algo más aparte del problema que tenían entre manos.

—¿Debo asumir que su tía abuela nos ha dejado? —preguntó Ron en voz baja, sacándose un pañuelo del bolsillo trasero para secarse los ojos. Se había quitado el sombrero y se había sentado en el otro lado de la habitación.

—Sí, nos ha dejado, Ron. De un ataque al corazón a eso de la una. Tendrás que ponerte al frente de todo esto.

—Lo haré con mucho gusto, aunque siento que sea bajo estas circunstancias. La echaremos de menos, y solo Dios sabe cuánto la echaremos de menos a usted.

A Rachel los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas.

—Cuéntaselo a Danielle, ¿vale? Saldré en un par de minutos. Tengo que darles la noticia a mis padres.

Cuando se oyó el ruido de la puerta cerrándose, Rachel se quedó sentada sin moverse durante un par de minutos, escuchando el extraño silencio que había de repente. El silencio produce un zumbido extraño cuando se muere alguien a quien uno quiere, pensó, como una mosca en una habitación vacía. Se levantó y fue hasta la ventana, deseando ver el sol antes de coger el teléfono. En un momento dado, el número que estaba a punto de marcar había representado el lugar más verdadero de la tierra para ella, un cordón umbilical a la aceptación, la comprensión y el amor. Pero eso fue antes de la tía Mary. Eso fue antes de Somerset.