Capítulo 17
Sentada en el escritorio de su padre, Mary alzó la mirada con las cejas arqueadas desde el libro de contabilidad en el que estaba calculando los gastos y beneficios del año siguiente.
—¿Que mamá quiere verme? ¿Para qué?
Sassie se encogió de hombros.
—A mí no me lo pregunte. Su madre está sentada en la cama, más guapa que nunca. Se ha bañado sola esta mañana, se ha peinado y se ha puesto una bonita cinta azul en el pelo. Quiere que la ayude a vestirse para bajar después de su siesta.
Mary se levantó del escritorio con una esperanza precavida, mirando de reojo el reloj de sobremesa. Si aquello era otra jugarreta de su madre, no tenía tiempo para tonterías. Debía tener las cuentas en orden antes de reunirse a mediodía con Jarvis Ledbetter, un algodonero vecino. Pero si su madre había dado un giro…
Mary marcó en el libro de contabilidad el lugar en el que estaba trabajando.
—¿Qué crees que le ha ocurrido ahora?
—No lo sé, señorita Mary. Algo traman esos amarillentos ojos suyos.
—No sé qué puede estar sucediendo, que no nos hayamos enterado. No ha ido a ningún sitio, ni ha visto a nadie en más de un año. ¿Ha recibido carta de Miles?
—Si es así, yo no se la he subido.
Mary le dio a Sassie una palmadita en el hombro.
—Iré a averiguar qué es lo que quiere. Súbenos café, si eres tan amable, y ¿puede ser que hace un rato me llegara el olor de tus bollos de canela? Pon un par en un plato, porque puede que ella se coma uno.
—Ha olido bien. Esta tarde viene el señor Ollie y usted sabe lo mucho que le gustan a ese hombre mis bollos de canela. —Se rio por lo bajo, acompañando a Mary al vestíbulo—. Para ese hombre no me importaría cocinar. Tampoco me importaría cocinar para el señor Percy, aunque él no disfrute tanto de la comida como el señor Ollie.
Mary, disimulando, evitó seguir la conversación y se concentró en atarse la cinta de pelo verde más firmemente antes de subir las escaleras. Las insinuaciones de Sassie de que ya era hora de que se casara eran tan sutiles como si le tirara ladrillos. Percy ya casi no las venía a visitar, así que su ama de llaves lo consideraba una causa perdida.
Cuando empezaba a subir escaleras arriba, Mary pensó en él y se le hizo el nudo de siempre en el estómago. ¿De verdad habría perdido interés en ella? ¿Contaba con que su soledad la acabaría arrastrando hasta sus brazos? ¿Su ausencia significaba que su unión era imposible? Cada día se acordaba de las palabras escritas en la nota que él había metido en el guante de su regalo de Navidad: «Para las manos que deseo tener entre las mías el resto de mi vida».
Mary dudó un momento antes de llamar a la puerta de su madre, temiendo oír el «Pasa» solemne y afligido que marcaba el inicio de cada una de las desagradables visitas. Mary notaba una punzada de rabia cada vez que lo oía. Solo había que ver cómo Ollie manejaba su propia situación para mirar con desdén a Darla, por la forma en la que ella manejaba la suya. ¡Ollie, ya ni se enfurruñaba ni sentía pena por sí mismo! Tras haber estado hospitalizado durante un breve espacio de tiempo en Dallas, volvió a trabajar en las oficinas administrativas de los Grandes Almacenes DuMont, blandiendo sus muletas de ónice y plata como si fueran una parte más de su estupendo vestuario.
—¡Pasa! —contestó Darla cuando llamó a la puerta, con una voz fuerte y vibrante. Sorprendida, Mary abrió la puerta y echó un vistazo cautelosamente.
—Madre, pero si…, estás preciosa —dijo Mary con asombro. No recordaba el momento en el que había empezado a llamarla «madre». Había salido de la distancia que se había creado entre ellas, durante los últimos años. «Mamá» era una expresión de cariño; «madre» era una manera de dirigirse a ella.
Mary enseguida se dio cuenta de que «preciosa» no era la palabra correcta. Dudó de si su madre jamás volvería a estar «preciosa» tras haber abusado de su salud durante tanto tiempo. Pero hoy, sentada en la cama entre un montón de almohadas limpias, arreglada y peinada y vestida con una bata de gasa fina como las que llevaba cuando su padre estaba vivo, tenía un as pecto fresco y descansado.
—¿A qué se debe la ocasión? —preguntó horrorizada al ver que, sin la acumulación oscura de grasa y sudor, el pelo de su madre tenía mechas blancas.
Darla soltó una carcajada de forma natural y desenfadada, un sonido que hacía años que Mary no escuchaba, y extendió su brazo flácido hacia la ventana. Sassie había corrido las cortinas para dejar entrar el pálido sol de enero, el primer rayo de luz que había podido entrar en la habitación desde la muerte del padre de Mary.
—El año nuevo, esa es la ocasión. Lo quiero celebrar, levantarme de esta cama, salir de esta habitación. Quiero salir a caminar al aire fresco y sentir el sol en la cara. Quiero sentirme viva de nuevo. ¿Crees que es demasiado tarde para eso, corderita mía?
«¡Corderita mía!». Hacía cuatro años que su madre no la llamaba así. Se le hizo un nudo en la garganta por los recuerdos del pasado.
—Mamá —susurró apenada. Anteriormente ya había presenciado estos cambios de humor y resoluciones, pero habían resultado ser solo trucos para poder campar a sus anchas por la casa y buscar una botella escondida.
—Mary sé que no me crees —dijo Darla, ladeando la cabeza para mirar a su hija de manera cariñosa—. Tú crees que quiero salir de aquí para conseguir bebida en algún sitio; pero, francamente, se me han acabado las ideas de cómo hacerlo. Yo… simplemente quiero sentirme humana de nuevo, cariño.
A los pies de la cama, Mary cerró fuertemente los ojos para evitar las lágrimas que estaban a punto de salir. Se quedó helada por lo mucho que su corazón había anhelado esa palabra de afecto.
—¡Ay, cariño, lo sé…! —Darla tiró la manta a un lado y dejó caer al suelo sus piernas fantasmagóricamente pálidas y frágiles—. Lo sé…, lo sé —dijo suavemente, tambaleándose de manera inestable hacia Mary en su camisón diáfano—. Ven a mamá, tesoro. —Extendió los brazos y Mary la abrazó, permitiendo que su madre la acariciara como si acabara de volver de jugar con un rasguño en una rodilla. Se rindió a ella con un deseo incontenible, a la vez que un gran sentimiento de cautela le avisaba de que esto podría ser otro juego cuyo objetivo solo su madre conocía.
Sin embargo, Mary la cogió de las manos cuando estaban las dos sentadas en el chaise longue y le preguntó:
—¿Qué quieres, madre? ¿Qué te gustaría hacer que te hiciera feliz?
—Bueno, en primer lugar me gustaría pasearme por la casa para recuperar la fuerza en las piernas. Después pensaba que tal vez podría ayudar a Toby a labrar un poco el jardín. Sassie me ha dicho que tiene unas patatas listas para sembrar.
Mary había estado estudiando a su madre mientras hablaba. No vio ningún rastro de su antigua astucia, el movimiento rápido de ojos que dejaba entrever otro motivo tras sus peticiones. ¿Habría olvidado que el huerto había producido su última botella de bourbon años atrás, cuando la había arrancado la azada de Toby?
Darla percibió su preocupación y le apretó las manos.
—No te preocupes, cariño. Sé que no queda nada por arrancar. Solo quiero sentir la tierra de nuevo, plantar algunas cosas. Estoy segura de que Toby agradecerá mi ayuda.
—Sabes que siempre tendrá que haber alguien contigo —le recordó Mary con delicadeza.
—Sí, lo sé. Bueno, Toby puede vigilarme en el jardín por la mañana, después haré la siesta y luego me quedaré en mi habitación como siempre. Sassie me puede vigilar en el salón por la tarde. Me gustaría sentarme allí a leer. ¿Aún recibimos la revista Woman’s Home Companion?
Mary se estremeció al escuchar esas palabras que tan crueles sonaban, pero Darla hablaba sin rencor; con la misma naturalidad con la que en el pasado había hablado a la familia sobre sus planes sentada a la mesa del desayuno.
—Lo siento, ya no la recibimos —dijo Mary—, pero aún tenemos ejemplares de hace un par de años. No parecía que mereciera la pena seguir con la suscripción…
Mary contuvo el aliento, esperando que en cualquier momento los ojos dorados de Darla ardieran porque su razonamiento la había ofendido, pero esta dijo:
—Sabia idea, porque yo era la única en la casa que leía la revista. Sé que somos pobres. No merece la pena gastar dinero en cosas que no necesitamos. —Retiró las manos—. No te voy a preguntar cómo van las cosas en Somerset. Lo mejor que se puede esperar, me imagino, contigo al frente. ¿Pasas la mayor parte de tu tiempo allí?
Mary buscó alguna señal de su vieja ira y dolor, pero Darla le había hecho la pregunta suavemente, por pura curiosidad. Era posible que tal vez hubiera salido de la mazmorra en la que la había encerrado su orgullo herido.
—Sí, señora. Estamos preparando los campos para la primavera.
—Bueno, no hace falta que te sientas mal por tener que pasar tiempo en la plantación. Cuando Sassie y tú estéis ocupadas, tal vez Beatrice pueda venir a verme. Sé que se ha ofrecido en numerosas ocasiones. ¿Qué aspecto tiene, por cierto?
—Mucho mejor ahora que Percy ha vuelto a casa y ella ya no va de luto.
—Siempre pensé que eso era una manera de llamar la atención, una manera de que la gente le tuviera compasión y le hiciera caso. Todos tuvimos hijos que fueron a la guerra. Pero me encantaría verla. ¿Lo puedes organizar para mañana? Hay algo que quiero que ella haga por mí. —Ladeó la cabeza de la manera que Mary pensaba que solo su madre sabía hacer, abriendo un baúl de los recuerdos y un pozo de desesperación.
—¿Y no hay nada que yo pueda hacer por ti en lugar de ella? —dijo Mary, pensando lo peor. El pueblo entero, incluyendo a los Warwick, había ido acumulando bebidas alcohólicas antes de que se aprobara el Acta Nacional de Prohibición, que prohibía la compra y venta de alcohol para su consumición después de la medianoche del 16 de agosto.
Fue evidente que Darla se dio cuenta del porqué de su pregunta. Agitó su mano ante ella como si fuera una garra.
—Niña tonta, no le voy a pedir que me dé una botella, si es eso lo que estás pensando. No, quiero que me ayude a organizar una fiesta.
—¿Una fiesta?
—Sí, corderita. ¿Sabes qué hay a principios del mes que viene? —Darla se rio por la expresión pasmada de Mary—. Sí, cariño, ¡tu cumpleaños! ¿Pensabas que me había olvidado? Haremos algo elegante pero sencillo e invitaremos a los Warwick y a Abel y Ollie o incluso a los Waithe, si prefieres. Hace mucho que no veo a los chicos, ¿verdad?
—Sí, madre —dijo Mary en voz baja—. Ya hace un par de años. —Claro que no se había olvidado del día de su cumpleaños. Iba a cumplir los veinte, y le faltaba un año para tomar un control absoluto sobre Somerset. Simplemente, estaba sorprendida de que su madre se hubiera acordado. Se oyó el ruido sordo de los pasos de Sassie en las escaleras y el sonido de las tazas de porcelana entrechocándose—. Sassie nos está subiendo café y bollos de canela —dijo—. ¿Quieres que tomemos un té como en los viejos tiempos y discutamos lo que tienes en mente?
—¡Ay, sí! —Darla batió palmas—. Pero no puedo contarte todo lo que tengo pensado, corderita. Quiero sorprenderte para que no te quepa la menor duda de lo mucho que te quiero.
Más tarde, cuando volvió a llevar la bandeja del café a la cocina, Mary preguntó:
—¿Qué te parece, Sassie?
—Está haciendo teatro, señorita Mary. Conozco a su madre y estoy tan segura de que está tramando algo como de que va a llover cuando mi reuma me lo dice.
Mary no estaba tan segura de ello. Habían registrado a conciencia la casa, el jardín y el resto del terreno, el cenador, la cochera, el cobertizo de herramientas en busca de botellas de alcohol de contrabando. Claro que podía ser que su madre estuviera pensando que se habían dejado una botella o dos, pero si ese fuera el caso, habría intentado escaparse antes de la habitación. El que se escapara era impensable. No tenía dinero, ni manera de conseguirlo, y ningún sitio adonde ir, aunque tuviera las fuerzas para llegar. Parecía que estaba realmente contrita por su comportamiento de los últimos años y que estaba dispuesta a arreglarlo.
—¿Se ha dado cuenta de que han desaparecido todas las fotos de la familia de su repisa excepto la del señor Miles con su uniforme militar? —le preguntó Sassie.
—Me he dado cuenta. Las quitó cuando murió papá.
—Bueno, pues su madre me puede pedir que le encienda todos los fueguecitos que quiera, como el que me ha hecho encenderle esta mañana, y que le corra las cortinas y se puede arreglar todo lo que quiera, pero hasta que yo no vea esas fotos en las que están usted y su padre y la familia entera allí encima yo no me voy a creer ni una palabra de lo que diga.
Mary asintió, pensativa.
—Eso sería una señal de sinceridad. —Estuvo de acuerdo y empezó a dudar de que ella y Sassie vieran jamás las fotos de su familia sonriendo desde sus marcos plateados sobre la repisa de su madre.