Capítulo 14

Mary esperó en el salón mientras Miles subía a la habitación de su madre. Con los brazos cruzados (cosa que solía hacer en momentos de desesperación), Mary miró a través de uno de los grandes ventanales desde los que una vez se había podido ver un magnífico jardín de rosas. Solo un par de rosales habían sobrevivido al salvaje ataque de su madre un par de noches después de que se leyera el testamento. Casi todos habían sucumbido a la palanca que había usado para golpearlos hasta que habían acabado en el suelo, mientras el resto de la casa dormía. Toby había sido el que había encontrado las flores rojas y blancas destrozadas y los tallos cortados a la mañana siguiente, bien temprano, y había ido en busca del arma, temiendo que a su ama se le metiera en la cabeza hacer lo mismo con su hija, aún en la cama.

No habían vuelto a plantar los rosales, y ahora la maleza y el césped crecían por encima de la tierra profanada, que afortunadamente no se veía desde la calle gracias a un enrejado necesitado urgentemente de una buena mano de pintura blanca. Solamente alguna de ellas había conseguido florecer valientemente sobre unos tallos débiles ahora que se acababa la temporada.

No había ni una botella de alcohol en la casa, y Mary deseó haberse acordado de pedirle a Toby que comprara una botella de champán para la vuelta a casa de su hermano. No habrían podido compartirlo con su madre, por supuesto, pero los dos podrían haberlo celebrado con un silencioso brindis en el salón.

No es que hubiera mucho que celebrar. Su hermano era un hombre enfermo, quebrado, más extraño ahora que cuando se había marchado. De regreso a casa en el coche, había permanecido en un silencio que mostraba su resentimiento, ocasionalmente roto por ataques de tos durante los cuales se cubría la boca con un pañuelo. Cuando llegaron a casa, dejó su petate militar junto a la puerta, como si no tuviera intención de quedarse y solo hubiera pasado a visitar a su madre antes de partir hacia otra guerra. Había abrazado a Sassie de manera cariñosa, pero no había tocado la comida de bienvenida que se quedó enfriándose sobre la mesa, puesta con la mejor vajilla.

—No me apetece comer… —había dicho—. Me tomaré un sándwich más tarde en mi habitación.

Y el pobre, querido Ollie. La alegría que había mostrado a la multitud se evaporó cuando se hubo sentado en el Cadillac nuevo de su padre, uno de los primeros fabricados por Henry Ford. Abel había comprado el elegante automóvil como regalo de bienvenida a casa, pero Ollie no iba a poder conducirlo sin su pierna derecha. Abel aún estaba conmocionado por la amputación de su hijo. Fue un hombre viejo el que llevó al grupo hasta el Cadillac que estaba aparcado junto al Packard entre los medios de transporte no tan modernos de Howbutker.

Y después estaba Percy. Le debía la vida a Ollie. ¿Percy sabía lo que Ollie le había prometido? ¿Había recibido la explosión por ellos? Los dos estaban más unidos que si fueran hermanos. Tal vez Ollie había actuado de manera instintiva por amor a su mejor amigo, sin pensar para nada en lo que le había prometido a ella. Pero si Ollie había salvado a Percy por ellos, ¿cuál era su propia obligación hacia ambos?

Se haría una idea mejor cuando ella y Percy tuvieran la oportunidad de hablar esa noche, aunque ya conocía la respuesta a la pregunta más importante. Los sentimientos de Percy hacia ella no habían cambiado.

Ni los suyos hacia él. En cualquier caso, se habían fortalecido durante el tiempo que él había pasado fuera. Cada mañana, ella se había despertado pensando en él, y cada noche se había ido a dormir con una preocupación mayor a cualquier otra: que él estuviera a salvo. En algunas ocasiones se había despertado agitada por una pesadilla en la que su miedo más terrible se había convertido en realidad: una pesadilla aún mayor que el perder la plantación. Soñaba que Percy había muerto.

Y eso le creaba un dilema. Percy estaría esperando que hubiera perdido su interés en Somerset, pero ella estaba más convencida que nunca de que debía mantenerla. Por todo lo que le era sagrado, se merecía esa recompensa a sus sacrificios. Cuando Miles se fue, nombrando a Emmitt Waithe fideicomisario durante su ausencia, ella había despedido a Jethro Smart, el supervisor que habían contratado para sustituir a Len Deeter, y había asumido su labor, trabajando a veces hasta dieciocho horas al día. Con la colaboración de Emmitt y bajo su propia mano intransigente, Somerset empezó a producir. Los beneficios le permitieron realizar unos pagos mayores de la hipoteca, haciendo así posible cubrir la deuda unos años antes de lo especificado en el contrato del banco.

Cierto era que no había habido dinero para cosas que no fueran totalmente esenciales. Ella estaba segura de que acabaría mal con Miles cuando él viera el lamentable estado de la casa y la falta de ayuda, pero cada día se acercaba más el momento en el que podrían modernizar la casa y reemplazar su carro tirado por caballos por un automóvil.

Además, si la salud de su madre no requería de más tratamientos caros y la cosecha era tan abundante como habían predicho, tendría dinero para invertir en la tierra y hacerla más productiva. Ahora que había acabado la guerra, la industria y la ciencia empezaban a volver la mirada hacia las necesidades del granjero. Se estaban probando nuevos métodos de cultivo. Ya salían al mercado maquinaria más eficiente, semillas mejoradas y una nueva sustancia llamada insecticida para combatir las plagas destructivas como el gorgojo del algodón. Todo eso estaría al alcance de Somerset una vez se hubiera pagado la hipoteca.

¿Cómo demonios iba Percy a encajar dentro de lo que tenía planeado? ¿Estaría él dispuesto a aceptarla a ella y a Somerset? ¿Sus experiencias de guerra habrían ablandado o endurecido su opinión sobre compartir a su mujer con la arriesgada aventura de una plantación de algodón? Pronto cumpliría veinticinco años. Querría asentarse, tener hijos, volver al negocio familiar. Ella también lo deseaba, más que nada en el mundo.

Pero no a costa de Somerset. Jamás podría dejar la plantación. Eso significaría traicionar a su padre, y al padre de su padre y a todos los Toliver que vinieron antes que ellos, y que habían ganado las tierras al bosque, habían trabajado duro y sudado, sacrificado y perecido, por las miles de hectáreas que pudieron vivir para ver, llenos de orgullo. ¡Por nada del mundo iba a sacrificar Somerset por orgullo masculino! Pero…, amaba a Percy. Él era una espinita que tenía clavada y que no se podía sacar, por mucho que lo intentara. Lo deseaba, lo necesitaba. Ahora ya no le cabía la menor duda. Él ya no iba a esperar más, y ella no estaba segura de poder resistirse.

—Tiene mal aspecto.

Mary, que estaba frente a la ventana, se sobresaltó.

—Lo siento. No pretendía asustarte. —Miles entró en la habitación encogido de hombros, las manos en los bolsillos del pantalón que le venía grande. Se había puesto su ropa de calle y paseaba la vista por el salón, con el aspecto de alguien que está en una sala de espera, sin saber dónde sentarse—. Mamá tiene un aspecto terrible, ¿verdad? Ese lugar al que la enviaste la ha dejado realmente hecha polvo.

Mary sintió una punzada de indignación.

—La verdad es que tenía muy buen aspecto cuando salió del sanatorio —dijo, asegurándose de mantener un tono de voz calmado—. Emmitt pensó que parecía estar más como ella era antes, pero cuando volvía en tren a casa desde Denver cogió un resfriado que se convirtió en neumonía. Le ha pasado factura.

—Dice que la mandaste a ese sanatorio de Denver para quitarla de en medio mientras tú te dedicabas a la cosecha del año pasado.

—¡Oh, Miles, eso no es verdad! —Frustrada, empezó a hablar más alto—. Necesitaba ayuda de profesionales que pudieran con ella. Tú no sabes de lo que era capaz, de qué artimañas, con tal de conseguir una botella. Insultaba a las cuidadoras que yo contrataba y ninguna se quería quedar, y Sassie estaba agotada.

—¿Y tú? ¿Dónde estabas tú?

—Sabes perfectamente dónde estaba. Tenía que recoger la cosecha. Sabes el trabajo que supone dirigir una plantación. Es un trabajo de todo el año, de cada día, desde que el sol sale hasta que se pone.

La mirada de Miles era penetrante.

—No tiene por qué serlo. Si la tierra se hubiera vendido cuando papá murió, nada de esto habría pasado.

Mary pudo resistirse a contestarle, pero no sin que un temblor le recorriera el cuerpo. Era una cuestión que se negaba siquiera a considerar: lo diferentes que podrían haber sido las cosas. Levantó una tetera plateada de una bandeja.

—¿Quieres una taza de café? También hay pan de jengibre. Sassie lo ha hecho especialmente para ti.

—No, gracias. Háblame de mamá. ¿Crees que alguna vez se recuperará?

—Aún no es lo que se conoce como una alcohólica recuperada. —Mary tomó un sorbo del café caliente para suavizar la tensión en su garganta—. Aún se le antoja el alcohol, y nos avisaron…

—¿Nos?

—A Emmitt Waithe y a mí. Él me ha estado ayudando con ella. No sé qué habría hecho sin él. Fue él quien buscó el sanatorio para mamá. Me acompañó en tren a Denver y me ayudó a traerla a casa.

—Por remordimientos, sin duda.

—Fue por compasión. —Mary se preparó para ser muy paciente al defender a su abogado—. Nos dijeron que habría que vigilar a mamá durante años antes de que pudiéramos dejarla a su antojo. Siéntate, Miles, y hablaremos. ¿O prefieres irte un rato a tu habitación?

—Hablemos. —Se dejó caer en el sofá y se puso las manos entre las rodillas huesudas, cabizbajo. A cabo de un momento dijo—: Me ha pedido una copa.

—¡Oh, Miles, no…! —Mary no había considerado la posibilidad de que su madre intentara sacarle una copa a Miles; había dependido de ello, ahora que se ponía a pensarlo. Desde que le habían dicho que Miles volvía a casa, había tenido más color, los ojos brillantes, como si guardara un secreto. Mary pensó que de repente estaba animada por la vuelta a casa de su hijo; pero ahora caía en la cuenta de que había estado esperando a que él le facilitara las bebidas alcohólicas.

—¿Y qué le has dicho? —preguntó, mirando a su hermano con recelo. Miles siempre había sido muy manipulable por su madre.

—Le he dicho que no, por supuesto.

—¿Y ella qué ha hecho?

Miles se pasó una mano por el cabello sin brillo que se le empezaba a caer y le cayó algo de caspa, que se vio al sol del otoño como motas de polvo que se filtran a través de cortinas transparentes.

—No le ha dado un ataque, si es eso lo que quieres saber. Al menos se le ha pasado esa fase. Parece una muñeca a la que le han arrancado el relleno, eso es todo.

Mary se sentó a su lado.

—Yo pensaba que tú eras la razón por la que se estaba poniendo mejor, no la botella que esperaba que le trajeras.

—Bueno, pero eso yo no iba a hacerlo —se justificó Miles de forma desagradable. Se agarró las manos y miró fijamente al suelo.

Mary le puso una mano sobre el hombro.

—¿Qué pasa, Miles? Pareces decepcionado con todo. ¿No te alegras de estar en casa?

Él se puso en pie bruscamente y se metió las manos en los bolsillos, después empezó a caminar por la habitación con los hombros encogidos, una señal que Mary ya conocía y que significaba que estaba intentando hacer acopio de valor para decirle algo.

—No voy a quedarme —dijo al fin—. Quiero volver a Francia. Allí hay una enfermera, una mujer que me devolvió la salud, o al menos lo que me queda de ella. —Un ataque de tos lo interrumpió. Cuando se hubo recuperado, se enfrentó directamente a su hermana—. Tengo los pulmones destrozados, corderita, y no sé cuánto tiempo me queda.

—Miles, querido…

Levantó una mano para detenerla.

—No me estoy poniendo sentimental. Me conoces perfectamente. Solo estoy siendo honesto. El tiempo que me queda, lo quiero pasar con Marietta. Hay algo más. Me he convertido en…, comunista.

—¡Miles! —Mary se levantó de un salto—. ¡No puede ser! —Le sorprendió su propia reacción. Esto no era nada fuera de lo normal. Su hermano se afiliaba a cualquier nuevo partido político que apareciera, y lo abandonaba cuando la siguiente facción aparecía hondeando su bandera. Pero un Toliver…, ¡comunista!

—Sabía que reaccionarías de este modo —dijo Miles—, y sé que piensas que esta es solamente otra más de las causas a las que me he unido, pero te equivocas. La revolución bolchevique es la más importante en la historia de la humanidad. Hará más por el mundo que…

—¡Ay, para! ¡Para! —Mary se tapó los oídos—. No quiero escuchar ni una sola palabra más en esta casa en defensa de un sistema político aún más sanguinario que el que ha reemplazado. ¡Comunista tenías que ser! —No podía disimular su disgusto—. ¿Y esa Marietta, qué? ¿Comparte tus mismos delirios políticos?

—Ha jurado lealtad al Partido Comunista.

—¡Ay, Dios mío! —Mary se dio la vuelta, cansada—. ¿Qué me estás diciendo, que quieres volver a Francia para convertirte en comunista?

—Quiero volver a Francia para casarme con Marietta. Ya soy comunista.

—Tráela aquí.

—El ambiente político para un comunista es mejor allí.

—¡Ah, ya veo…! —Mary dejó su insinuación flotando en el aire, y una mueca se le dibujó en la cara—. ¿Y mamá? Había contado contigo para ayudarnos con ella, para darle un respiro a Sassie. Ella y Toby y Sassie son los únicos a los que deja entrar en su habitación. A mí no me soporta.

—En el estado en que se encuentra, soñando únicamente con liberarse a través del alcohol, a mí no me necesita, Mary. Tú tampoco. Apuesto lo que sea a que Somerset no había funcionado tan bien desde que murió papá. Probablemente tienes a todas y cada una de esas pobres almas recogiendo una paca por día. Pensé que querrías deshacerte de mí para que no te lo fastidiara todo.

No le preocupaba que él interfiriera con su deficiente forma de administrar. Ella y Emmitt iban a encargarse de que eso no ocurriera.

—No es la plantación la que te necesita. Te necesitamos mamá y yo. Tenemos que volver a ser una familia.

—Yo me voy, Mary. —Su hermano la miró de frente, con la mandíbula apretada—. Tengo que pensar en Marietta, y en mí mismo también. El único motivo por el que he vuelto a casa es porque me quería asegurar de que los chicos llegaran bien, y para veros a mamá y a ti por última vez.

Lágrimas de decepción llenaron los ojos de Mary ¿De dónde sacó Miles esta fascinación por las causas políticas tan alejadas de su crianza y su patrimonio? Su familia y sus amigos se habrían tomado sus convicciones en serio, si no las hubiera estado cambiando cada dos por tres; pero si las seguía esta vez, lo perderían para siempre. No tendría las fuerzas para volver a cruzar el océano de regreso. Tenía que conseguir de alguna manera que se quedara, hasta que se le pasara este nuevo fervor y Percy y Ollie lo pudieran convencer de que debía cambiar de idea.

Le acarició con los dedos la cara sin afeitar.

—Al menos quédate hasta que hayas recuperado las fuerzas. Déjanos compartir un poco más de tiempo contigo.

Miles la cogió de la mano y, tras cogerla también de la otra, les dio la vuelta para inspeccionarlas.

—Qué trabajo duro han visto estas manos a tan temprana edad. Mary… Mary… —Su voz se suavizó y denotó una preocupación que ella hacía años que no oía—. Si eres lista, te casarás con Percy. Es el mejor partido que hay en Texas, y está loco por ti. Pero creo que no eres lista, no como mujer. Una mujer lista sabe lo que es realmente importante al final. ¿De qué te sirve una cosecha abundante si luego no puedes volver a casa, a la persona que amas? No, tú escucharás a tu corazón de algodonera, que te dirá que puedes tener a Percy y a Somerset. No puedes, Mary. Su orgullo no se lo permitirá.

Ella retiró las manos, ásperas y rojas, que se metió en los bolsillos de su falda. La cara le ardía de la rabia.

—¿Por qué tengo que ser yo la que se sacrifique? ¿Por qué no puede Percy abandonar lo que le importa a él?

Miles hizo una mueca.

—Porque también es tonto. Pero yo no lo soy. Por eso vuelvo a casa con Marietta. —Le dio la espalda y se alejó, como había hecho en cada una de las discusiones que habían tenido desde que se leyó el testamento. Al llegar a la puerta, le susurró por encima del hombro—: Dile a todo el mundo, cuando te encuentres con ellos en casa de los Warwick, que no apareceré. No quiero formar parte de todas esas tonterías patrióticas que ha organizado el alcalde.