Capítulo 38

Howbutker, 1933

—Disculpe, señor Warwick, pero la señorita Thompson está aquí y quiere verle.

Percy no levantó la mirada del informe que estaba leyendo. Octubre tocaba a su fin, cuatro años después del crack financiero de Wall Street, que había empujado a la nación a la Gran Depresión. Cada día llegaban más personas al despacho de su secretaria pidiendo trabajo en Industrias Warwick, uno de los pocos barcos estables del condado que seguían navegando tranquilamente en las aguas cada vez más revueltas de la economía.

—¿Podrías decirle que hablar conmigo es una pérdida de tiempo, Sally? Tal como estamos, la nómina de pagos se ha descosido por las costuras.

—¡Ah, no está aquí para pedir un empleo, señor Warwick! La señorita Thompson es maestra. Está aquí por el hijo de usted.

Percy se volvió con la mirada en blanco, la mente centrada en la frase «el hijo de usted».

—Wyatt, señor —dijo Sally.

—¡Ah, sí, por supuesto! Hágala pasar, Sally.

Se levantó para saludarla, como era su costumbre cuando cualquier visita entraba en su oficina. No importaba quién fuera o cuál fuera la finalidad de su visita. Percy Warwick destacaba por la dignidad que otorgaba a todos por igual, incluso a aquellos que, como ocurría a menudo en estos días, venían a mendigar, sombrero en mano, un trabajo, un préstamo, más tiempo para pagar sus deudas.

La señorita Thompson no había venido a mendigar, eso saltaba a la vista, pero a pesar de su compostura, Percy vio que estaba claramente nerviosa e incómoda cuando ocupó el asiento que le ofreció. «¿Qué diablos habrá hecho Wyatt?».

—¿Hay algún problema con Wyatt, señorita Thompson? No sabía que usted era su maestra.

No intentaba dar la impresión de que era uno de esos padres que siempre están encima de todo lo que afecta a sus hijos, sino que quería comunicarle la sorpresa de que no la había conocido antes. Durante los últimos años había sido el presidente de la junta escolar. Una de sus funciones era saludar personalmente a los maestros nuevos del Distrito Escolar Independiente de Howbutker en la recepción anual de bienvenida.

—Fui contratada para terminar el curso de la señorita Wallace, que se casó a principios de año —explicó la señorita Thompson—. Ella y su esposo se mudaron a la ciudad de Oklahoma. La señorita Wallace, como usted recordará, era la anterior maestra de Wyatt.

Percy se recostó en su silla y juntó los dedos de las manos, disfrutando de su voz clara y agradable.

—Estoy seguro de que el cambio no ha sido en detrimento de mi hijo —dijo él con una gentil inclinación de la cabeza.

—Espero que siga pensado lo mismo cuando oiga lo que he venido a decirle.

—La escucho.

Ella respiró hondo y bajó la vista momentáneamente en un aparente esfuerzo por recuperar el valor. «¡Dios mío! —pensó Percy—. ¿Qué tipo de pesadumbre le habrá provocado Wyatt?». Se aseguraría de que se arrepintiera, si era algo tan malo como parecía dar a entender la señorita Thompson. Aun así, era fácil ver que un niño de once años de edad, al borde de la pubertad, podía ser culpable de una conducta inapropiada con el fin de obtener su atención. Ella era una mujer muy joven y bonita, con ojos de un color castaño claro y un hermoso cabello que ondeaba evocando la sombra inocente del trigo nuevo.

—Su hijo —empezó diciendo— abusa de manera sistemática y deliberada de Matthew DuMont. Me temo que, si nadie detiene a Wyatt, acabará haciéndole un grave daño a ese niño.

La silla de Percy protestó cuando este se inclinó hacia delante olvidándose de golpe de la belleza de la joven.

—Explíquese, señorita Thompson.

—Quiero decir, señor Warwick, que cada día durante las horas de clase, Wyatt se las arregla para hacer daño a Matthew DuMont de alguna manera. Puede ser cualquier cosa, desde ponerle la zancadilla en el pasillo hasta lanzarle deliberadamente una pelota a la cara. No puedo decir el número de veces que el niño ha sangrado por la nariz porque Wyatt le ha golpeado. Lo he visto… Lo he visto… —Tenía las mejillas enrojecidas, tanto de ira, pensó Percy, como de vergüenza.

—Siga —la urgió tenso.

—Le he visto darle rodillazos a Matthew en las ingles muchas veces.

Percy sintió que se le enrojecía el rostro.

—En el nombre de Dios, ¿por qué ha esperado hasta ahora para decírmelo? ¿Por qué no fue a las autoridades escolares?

—Lo hice, señor Warwick. Fui a ver al director, pero se negó a escucharme. Intenté pedir apoyo a los demás maestros, pero también se negaron a ayudarme. Todos le tienen miedo a usted… a su poder. Temen por sus puestos de trabajo. Y los niños también. Sus padres trabajan para usted.

—¡Dios mío! —exclamó Percy.

—Y hoy la gota ha colmado el vaso —continuó Sara Thompson, ganando confianza visiblemente, ahora que percibía que estaba haciendo progresos.

—¿Qué ha pasado hoy?

—Wyatt le quitó a Matthew su guante de béisbol preferido, luego lo arrojó al pozo negro de la parte trasera de la escuela. Cuando Matthew se metió para recuperarlo, Wyatt le arrojó una piedra y lo golpeó en la sien. Dejó al niño casi sin sentido y le produjo un corte profundo que sangraba abundantemente. Perdió el equilibrio.

Sara se mordió el labio, como si las imágenes del pequeño Matthew cayendo en el lodo de la fosa séptica y la sangre fluyendo de su herida en la sien fueran demasiado insoportables como para poder describirlas, pero Percy percibió claramente la escena. Se puso en pie con brusquedad y se abrochó nerviosamente los botones de la chaqueta. Sabía de qué guante se trataba. Él se lo había regalo la Navidad pasada.

—¿Y Matthew no se queja de esas agresiones?

—¡En absoluto! —Lo defendió Sara con énfasis—. Conozco a Matthew DuMont solo porque asiste a mis clases de debate y porque lo veo en el patio de recreo, pero he observado que es el mejor estudiante que conozco. Aunque trata de defenderse, y es de un curso superior, su tamaño no es rival para su hijo. Los demás muchachos… quieren ayudarle, pero tienen miedo de Wyatt…, de usted.

—Ya veo… ¿Y cómo ha llegado hasta aquí, señorita Thompson?

—Porque yo… —Sara lidiaba con la importancia de la cuestión—. He caminado hasta aquí desde la escuela.

—Son más de tres kilómetros.

—La importancia de mi misión hace que la distancia no tenga relevancia.

—Eso parece. —Percy abrió la puerta de su oficina—. Sally, di a Booker que traiga el coche. Quiero que lleve a la señorita Thompson.

Sara se puso en pie, con la mirada insegura y un poco nerviosa.

—Es muy amable por su parte, señor Warwick. No sabe cuánto le agradezco que me haya escuchado.

—¿Por qué no fue a contárselo a los DuMont? —preguntó Percy.

—Por Matthew. Por lo que sé de él, estoy segura de que preferiría morir antes que delatar a Wyatt ante sus padres o solicitar su intervención o su ayuda. Yo no podía haber recurrido a ellos… antes de intentarlo con usted. Habría sido una especie de traición. Sin embargo, si usted no me hubiera escuchado, habría ido a ver al señor y a la señora DuMont.

—Usted admira a Matthew, ¿no es así?

—Tiene una gran personalidad.

—¿Y a Wyatt?

Sara dudó, entonces lo miró a los ojos directamente.

—Tiene un ramalazo de maldad, señor Warwick, pero me he fijado en que solo contra Matthew. Si no fuera por sus… celos evidentes, sospecho que ambos chicos serían amigos. Su hijo es un solitario, señor Warwick. Tiene pocos amigos.

—Me temo que él se lo ha buscado.

El chófer apareció en la puerta. Hoy Percy le había pedido que se quedara en la oficina en vez de en la residencia Warwick. Unas visitas de California habían llegado para recorrer los molinos.

—Lleva a la señorita Thompson a su residencia, Booker. Después, vuelve aquí y recoge a nuestros invitados. Tengo el coche aquí. Lo cogeré para volver a casa. —Le tendió la mano a Sara—. Gracias por venir a verme. Booker se ocupará de llevarla a casa.

Sara aceptó su mano. Tenía una expresión de ligera preocupación por la tristeza que se había apoderado de él. Su secretaría y el chófer también parecían haberse dado cuenta.

—Señor Warwick —dijo ella algo inquieta—, si me permite la pregunta, ¿qué piensa hacer?

—Si lo que usted dice es cierto, me aseguraré de que Wyatt no le ponga un dedo encima a Matthew DuMont nunca más. Y usted no tiene que pedirme perdón por nada. Soy yo quien debe pedírselo a usted.

Percy salió de su oficina a través de una puerta que daba acceso al garaje privado. Las ganas de matar le hervían en el corazón, pero la razón gobernó su cerebro. Se obligó a mantener la calma mientras se dirigía hacia Houston Avenue. Él no sabía nada acerca de la señorita Thompson. Ella podría estar exagerando las travesuras típicas de la escuela como una estratagema para llamar su atención. Ya había sufrido maniobras de ese estilo antes. Estos eran momentos de desesperación, y tanto las mujeres como los hombres probaban todo tipo de artimañas para asegurarse favores y la protección de sus empleos.

Y si lo era, él había perdido su considerable habilidad para detectar la podredumbre en los demás. Juzgó que la señorita Thompson era uno de esos raros seres humanos incorruptibles. Se había armado de coraje para entrar en su oficina y explicarle aquellos hechos. Había puesto su trabajo en peligro. Al no ir a ver a Ollie y Mary en primer lugar, había demostrado sensibilidad y comprensión por Matthew, que habría sido humillado por sus padres al intervenir para pelear sus batallas por él. La señorita Thompson no podía saber la otra razón por la que Matthew nunca se habría chivado de Wyatt. Wyatt era el hijo de su padrino, a quien adoraba. Él nunca había dicho nada de Wyatt porque eso perjudicaría al tío Percy. Era la clase de integridad que hacía que a Percy se le rompiera el corazón de amor y orgullo, un sentimiento que nunca había tenido por Wyatt.

Se suponía que, dada la forma en que había discurrido la vida, habría sido demasiado esperar que los chicos se hicieran amigos. Matthew estaba dispuesto, pero a Wyatt no le gustó desde el principio. Se llevaban nueve meses de diferencia. Wyatt ya se peleaba con él cuando jugaban juntos, le hacía bromas pesadas en el jardín y, más tarde, demostró una fría indiferencia cuando las dos familias salían juntas invitadas por otras para intentar disminuir la tensión entre Lucy y Mary.

Como había dicho la señorita Thompson, la causa de la hostilidad de Wyatt era evidente y se explicaba con sencillez. Estaba celoso de Matthew. Matthew era más inteligente, más agraciado y más agradable. Percy se cuidaba de no demostrar favoritismos cuando los chicos estaban juntos, pero en el fondo se le notaba. Lucy a menudo se lamentaba, deseaba que Percy tratara a Wyatt con el mismo calor con el que mimaba al «chico de los DuMont».

Pero a Lucy le gustaba Matthew, porque veía en él todos los rasgos entrañables que apreciaba en Ollie, y no permitía que Wyatt fuera demasiado brusco con el niño más pequeño. En una extraña inversión de su amenaza inicial, ella quería que Percy estuviera cerca de Wyatt, y los animaba a pasar tiempo juntos. Le preocupaba el hecho de que, desde el principio, padre e hijo no parecieran sentir cariño mutuo.

Sin embargo, por mucho que lo intentara, el corazón de Percy se mantenía frío ante los intentos torpes de Wyatt para ganarse su afecto. El muchacho no tenía nada de los Warwick. Era exactamente igual que Gentry Trenton, el difunto padre de Lucy, en su forma, apariencia y actitud… hosco, con cuello de toro, un cejijunto que confundía la naturaleza bondadosa en el varón con la debilidad. En él no había ni una gota del humor, la alegría y la vitalidad de Lucy.

Con las manos aferradas al volante, Percy sentía cómo en su interior la furia iba lentamente en aumento, una furia que pocos habían presenciado o sufrido. Que Dios asistiera a Wyatt si había lastimado a Matthew. Que Dios lo asistiera si la señorita Thompson estaba diciendo la verdad. Aparcó en la parte trasera de la mansión Toliver y entró en el recinto por la puerta de hierro forjado. Sassie oyó el chirrido del metal y lo estaba esperando en la puerta de la cocina.

—¿Qué hace aquí a esta hora del día, señor Percy? El señor Ollie aún está en la tienda, y la señorita Mary en Somerset.

«¿Y no está siempre allí?», pensó Percy con resentimiento.

—No he venido a verlos a ellos. ¿Está mi ahijado en casa?

—Claro que está. Arriba, en su habitación. Hoy se ha metido en un problemilla en la escuela, o mejor dicho, el problema lo ha buscado a él. Alguien le ha dado una pedrada y le ha hecho un corte feo. ¡Y debería ver cómo traía la ropa!

—¿Ha tenido problemas así antes, Sassie? ¿Alguna vez ha vuelto a casa con un ojo morado o sangrando por la nariz?

Una expresión de preocupación cruzó el rostro de Sassie.

—Sí, señor Percy, en varias ocasiones, y esta vez voy a contárselo al señor Ollie. No me creo que ese crío sea tan torpe. Dice que siempre se cae. Pero yo nunca lo veo caerse por aquí.

—¿Cómo es el corte?

—Un poco más profundo y habría llamado al doctor Tanner.

—Llámalo de todas maneras, Sassie, y dile que venga tan pronto como pueda. Yo voy arriba a examinárselo.

—Se alegrará de verlo, señor Percy. Llévele este chocolate caliente que le acabo de preparar, y ahora le sirvo otra taza a usted. A ese crío le gusta el chocolate más que a su papá.

Cuando Percy llamó a la puerta, Matthew dijo: «Está abierta» con aquella voz tan bien modulada que siempre le llegaba al corazón. Abrió la puerta y se lo encontró sentado en la cama con una expresión alegre y engrasando su guante de béisbol con alguna clase de ungüento que olía muy fuerte. Aparentemente, esperaba a Sassie. Volvió la mirada cuando Percy entró con la taza de chocolate.

—¡Tío Percy! —exclamó con sorpresa y alarma mientras dejaba el guante a un lado—. ¿Qué haces aquí?

—Me he enterado de lo que ha pasado hoy en la escuela —dijo él cruzando el cuarto para dejar la bandeja en una mesa cercana. Se sentó a su lado en la cama y, con mucho cuidado, le volvió la cabeza para estudiar el vendaje—. ¿Wyatt te ha hecho esto?

—Ha sido un accidente.

—¿Y esto? —Percy cogió el guante de béisbol de la cama y lo levantó.

Matthew no contestó y rehuyó su mirada.

—Un amigo me ha explicado lo que ha pasado. Me ha dicho que Wyatt ha tirado tu guante a la fosa séptica, y que luego te ha lanzado la piedra que te ha hecho este corte. ¿Es eso verdad?

—Sí, señor. Pero ahora ya estoy bien —dijo Matthew.

Percy examinó el guante. Estaba inservible. La Navidad pasada, regaló un guante de béisbol a cada uno de los chicos, y había conseguido que se los dedicara el jugador Baby Ruth. Percy vio una extraña sonrisa en el rostro de Wyatt cuando abrió la caja que contenía el guante la mañana de Navidad.

—¡Gracias, papá! ¡Es genial! —había dicho radiante de alegría ante la inesperada sorpresa. Percy no había previsto que la satisfacción y la alegría de Wyatt disminuirían al enterarse de que le había hecho a Matthew el mismo regalo. Debería haberse anticipado a los celos de su hijo, pero eso no excusaba la deliberada mezquindad de Wyatt.

—Sé donde puedes conseguir otro igual —dijo Percy—. Un poco más grande, pero ya te crecerá la mano.

—¡Oh, no, señor! —protestó Matthew poniéndose en pie—. No puedo quedarme el de Wyatt. Nunca querría el guante de Wyatt. Es suyo. Usted se lo dio a él. —Se quedó callado, una leve arruga le fruncía el ceño.

—¿Qué pasa, hijo? —preguntó Percy, mientras observaba los detalles de sus rasgos finamente cincelados, calcados a los de su madre. Era raro que tuviera la oportunidad de estudiar a su hijo mayor tan de cerca sin ser observado, y nunca lo había llamado «hijo» en presencia de Ollie. Además, se había fijado en que tampoco Ollie lo hacía. Solo decía «mi niño» o «mi muchacho».

—Yo…, no sé por qué Wyatt me odia —dijo—. He intentado ser su amigo. Quiero ser su amigo, pero creo que…, creo que él piensa que usted me quiere más a mí que a él, y… y se siente herido por eso, tío Percy.

Una urgencia casi insufrible de amor por aquel niño le impidió exigirle que se mantuviera allí de pie. ¿De quién habría heredado aquella capacidad para albergar comprensión, tolerancia y perdón? De él no, y tampoco de Mary. Cogió una de las tazas de chocolate y se la dio a Matthew.

—¿Por eso nunca le has hablado a nadie de los moratones que traías a casa, de los arañazos y heridas que te había hecho Wyatt? ¿Porque sabes lo que siente él?

—Sí, señor —dijo Matthew, con los ojos clavados en la taza sujeta por sus delgadas manos que aún tendrían que crecer mucho más.

—Bueno —dijo él despeinándole al muchacho los cabellos negros, anhelando besarlo en la frente—, quizás Wyatt y yo podamos llegar a un entendimiento acerca de eso. El doctor Tanner viene de camino para verte ese corte, y yo te pido disculpas por la crueldad de mi hijo. No volverá a ocurrir. —Y cogió el guante—. Veré si puedo hacer que arreglen esto.

En el pasillo, Percy telefoneó a Ollie a la tienda y le contó lo que había pasado y que iba a tomar cartas en el asunto para solucionar aquella situación.

—Creo que deberías venir a casa —dijo—. Puede que Matthew necesite tu compañía. Mary también tendría que estar aquí.

—Yo voy ahora mismo, pero no sé si localizaré a Mary.

El fuego resentido de Percy, hasta ahora cuidadosamente controlado, estalló finalmente.

—¿Por qué demonios no está aquí a estas horas de la tarde? La escuela ha acabado hace un par horas.

Hubo una pausa. Aunque nunca lo hubiera expresado, el fastidio de Percy por las ausencias de Mary en su casa no era un secreto entre ellos. Ollie había entendido tácitamente que aquella mortificación era producto de su preocupación por él y por Matthew.

—Porque Mary es así —respondió con una leve tristeza.

Al salir por la puerta de la cocina, Percy le dijo a Sassie que no se preocupara, que a partir de ahora Matthew ya no llegaría a casa con más heridas inexplicadas ni más cardenales en el cuerpo. Entonces se puso de camino hacia Warwick Hall. En su interior ardía una furia glacial.