Capítulo 52

El siguiente agosto, como habían acordado, Rachel acompaño a sus padres y a Jimmy a Colorado, donde pasaron las vacaciones en un rancho para turistas en lo alto de las Montañas Rocosas. La temperatura fue un cambio agradable frente a los 43 grados habituales durante ese mes en Kermit, y el paisaje era tan sobrecogedoramente bello que cualquier intento de describirlo en una postal solo llevaba a la frustración. Rachel, sin embargo, contemplaba las montañas cubiertas de nieve, sentía la fría brisa del lago acariciándole la cara y pensaba en el algodón listo para su recogida en Somerset y en el sudor sobre su piel. Había cumplido quince años.

—Lo echas de menos, ¿verdad? —constató su padre a su lado, con su tranquilidad habitual.

—Sí —contestó ella.

Volvió a la escuela sintiendo un vacío poco habitual, como si le faltase alguna sustancia vital para superar el año escolar.

—No se lo podemos hacer de nuevo, Alice —escuchó que decía su padre cuando apareció junto al grifo bajo la ventana de la cocina—. Es como…, es como si hubiera perdido su luz interior.

—Hablaré con ella —replicó su madre.

Alice eligió la noche del siguiente jueves, cuando William trabajaba hasta tarde en la tienda y Jimmy estaba en casa de un vecino amigo suyo. Le arrebató de las manos el paño para secar y le señaló una silla de la cocina.

—Siéntate, Rachel. Quiero hablar contigo.

Rachel se tensó ante el tono serio de su madre y obedeció agarrotada.

—Sí, mamá. Su madre le puso las manos encima de las suyas, aún calientes de lavar los platos. La miró a los ojos intensamente y le dijo:

—Rachel, voy a pedirte algo que te romperá el corazón y a mí también.

Instintivamente, intentó retirar las manos, pero su madre las retuvo.

—Tú nos quieres, ¿verdad? —preguntó Alice—. En especial, a tu padre.

—En especial, a todos vosotros —contestó Rachel.

—Y sea cual sea tu decisión, quiero que mantengamos esta conversación como nuestro secreto. Tu padre nunca debe saber de qué hemos hablado esta noche. ¿Me lo prometes?

Cientos de estrellas, de las que veía a veces cuando se daba un golpe en la cabeza, se arremolinaron de forma alarmante en su visión mental.

—Sí, mamá —accedió en voz baja.

Su madre dudó y Rachel reconoció la mirada que siempre demostraba una lucha contra su conciencia.

—Cariño —empezó, acariciando con la mano el brazo de Rachel—, estoy segura de que sabes que, tal y como están las cosas entre tía Mary y tú, ella te considera la heredera que pensó que había perdido cuando murió su hijo.

—¿Heredera…?

—Para seguir adelante en su lugar cuando muera…, para mantener viva la tradición Toliver. —Alice le guiñó un ojo como si no estuviera segura de que Rachel no comprendiera de verdad lo que estaba diciendo o como si se estuviera haciendo la despistada.

Rachel parpadeó con rapidez. Ella, ¿la heredera de la tía Mary? Ya había decidido asistir a la Universidad de Texas A&M para cursar una licenciatura en agronomía, con la esperanza de que la tía Mary le diera un empleo después de titularse, pero… ¿ocupar su lugar cuando muriera? ¿Heredar Somerset?

Alice se inclinó hacia ella.

—Está más claro que una boñiga de vaca en medio del césped durante una fiesta en el jardín: tiene la intención de que sigas sus pasos, Rachel. ¿Por qué crees que sigue comprando más tierras?

Rachel respondió con presteza:

—Porque Somerset está agotada. Después de esta cosecha, la va a dejar descansar durante el próximo año plantando grano y soja.

Habló con orgullo. Por primera vez en su historia, Somerset iba a producir otra cosecha que no fuera su producción de algodón, constantemente en declive. La tía Mary iba a diversificar y se lo tenía que agradecer a Rachel. Durante sus visitas estivales, su tía abuela había escuchado con interés la descripción de los requisitos de cultivo para su huerto de verduras, y el año pasado la tía Mary se había dirigido a su capataz.

—Mi sobrina nieta me ha inspirado un cambio en el carácter de Somerset —comentó—, algo que nadie más ha conseguido hacer. La tierra está agotada para el algodón. Ha llegado el momento de reconocerlo.

Pero la tía Mary seguía siendo una cultivadora de algodón, de manera que había comprado miles de acres de tierras de rancho cerca de Lubbock y Phoenix, Arizona, para cultivar algodón, llamando a sus propiedades «Granjas Toliver». Las compras habían molestado a Alice, que declaró que estaba «vaciando los cofres para que no quedara ni un centavo».

Mirando con seriedad a Rachel, su madre dijo:

—Esa no es la razón. Si tú no hubieras aparecido, se habría sentido satisfecha con obtener lo que pudiese de esa plantación, agotada o no. Pero ahora tiene una razón para comprar más tierras y equipos a expensas de lo que debería recibir tu padre cuando ella muera. Se convertirá en lo que son muchos rancheros de los alrededores: ricos en tierras, pero pobres en dinero. ¿Captas lo que quiero decir?

Rachel asintió. Ahora comprendía en toda su amplitud la esencia de las discusiones de sus padres a lo largo de los años. Su madre esperaba que la tía Mary dejase la plantación a su padre, quien la habría vendido. Sintió un acceso de náusea. Temerosa del enfado creciente de su madre, tímidamente se aventuró a decir:

—¿Y si me lo deja todo a mí? ¿Tan malo será? Yo compartiría todo lo que produzca la tierra con papá y con Jimmy…

—Tu padre jamás permitirá que su familia viva a expensas de su hija —replicó Alice.

—¿Por qué no? Otros hijos ayudan a sus padres.

—Porque tu padre no se siente con derecho a nada que produzca la tierra Toliver, por eso. Nunca cogerá ni un centavo.

Rachel estaba completamente sorprendida.

—¿Por qué?

Alice soltó sus manos y se reclinó en la silla. Golpeó la mesa con los dedos en un esfuerzo aparente por decidir si podía confiar en ella. Finalmente, dijo:

—Cuando tu padre tenía diecisiete años, huyó de la tía Mary y del tío Ollie, esa es la razón.

Rachel no podía creerlo. ¿Por qué iba a huir su padre de las dos personas más maravillosas del mundo?

—No me crees, ¿verdad? —Alice leyó sus dudas—. Bueno, lo hizo, cariño, y te explicaré por qué. Tu tía abuela intentó convertirlo en un cultivador de algodón, en un Toliver como ella misma, pero tu padre no se sentía llamado por la vocación de la familia. Odiaba la agricultura. Odiaba Somerset. Odiaba lo que se esperaba de él, de manera que huyó a los campos petrolíferos del oeste de Texas. Así acabó en Kermit.

La boca de Rachel estaba abierta. Siempre había supuesto que, tras casarse con su madre, había permanecido en Kermit porque era su lugar de origen.

—Es posible que tu padre sea pobre, pero también es orgulloso —prosiguió Alice—. Por eso no ha permitido nunca que su tía nos ayudase. Hay que reconocerle a la tía Mary que se ha ofrecido a hacerlo. Él se sentirá igual ante lo que tú le puedas ofrecer. Ahora te voy a poner al día de otros pocos secretos de familia que estoy segura que la tía Mary no te ha transmitido junto a la historia de los Toliver que ha inculcado en tu cabeza.

Abruptamente, como si necesitara fortalecerse, Alice se levantó para llenar su vaso de la cena con una jarra de té frío que se encontraba sobre la repisa. Separó unos cubitos de hielo de una bandeja y los dejó caer ruidosamente en el vaso, echó azúcar y lo revolvió todo con furia. Rachel la contempló expectante. «Santo Dios, ¿qué me va a explicar?».

Su madre se sentó sin haber probado el té y continuó:

—Hace mucho tiempo, la primera vez que te llevamos a Howbutker a conocer a tu tía abuela, ella le prometió a tu padre que, a su muerte, sus propiedades se venderían y el dinero iría a él. Así lo establecía su testamento, dijo. Eras un bebé. Ella le dijo que te llevase a casa, y olvidase Somerset, que había una maldición sobre la tierra…

—¿Una maldición? —Rachel sintió que se estaba quedando helada como el vaso de té de su madre.

—Una maldición, Rachel. Nunca explicó a su padre lo que quería decir con ello, pero le comentó que debía alegrarse de que tú y sus futuros hijos os vieseis libres de la plantación. Juro por la tumba de mi padre que eso es lo que le dijo.

Rachel quería taparse los oídos con las manos. No podía soportar seguir escuchando la charla de su madre sobre la muerte de la tía Mary o sobre una maldición sobre Somerset.

—Te lo estoy explicando —prosiguió Alice— porque desde entonces he contado con que cumpliría la promesa hecha a tu padre. Ha sido como un arco iris en el cielo.

Rachel preguntó confusa:

—Pero… no comprendo. ¿Cuál es la diferencia entre heredar la venta de la tierra y… vivir de sus beneficios?

Alice parecía sorprendida, resultaba claro que no se esperaba la pregunta. Cogió el vaso y dio numerosos y ruidosos tragos de té.

—Bueno, para explicar la diferencia tendré que desenterrar algunos esqueletos familiares más —comentó—. Cuando murió el padre de la tía Mary, se lo dejó todo a su hija y poco menos que una parcelita del suelo de la familia a su hijo, Miles, el padre de tu padre. Por eso se fue a vivir a Francia. Como resultado de la injusticia de tu bisabuelo, Miles, y con él todos sus descendientes, fue apartado para siempre de lo que la tía Mary conserva con tanto cariño. Es posible que tu padre nunca hubiera huido si su padre hubiera obtenido una parte de Somerset. Habría tenido una razón para quedarse, porque tenía un derecho sobre la tierra. ¿Entiendes ahora por qué nos importan un pimiento Somerset y tu precioso linaje Toliver?

Rachel escuchaba, aturdida y consternada. Otra historia, similar a la que acababa de escuchar, surgía de la historia familiar. Tenía que ver con la herida que su madre nunca había podido superar, el hecho de que su padre, propietario de un taller de coches, traspasase el negocio al hermano de Alice cuando murió. Para ella no había quedado nada. Alice había pretendido que su hermano vendiese el negocio y repartiese el resultado de la venta. Con su parte, él podría haber abierto otro negocio. Él se negó. Rachel se preguntaba hasta qué punto los sentimientos propios de injusticia de su madre coloreaban su visión de los de su padre.

—Sí, señora —replicó sumisa.

—Por eso, la diferencia, Rachel, es que tu padre contemplará el resultado de la venta de las propiedades de la tía Mary como una compensación. Considerará que compartir los beneficios de lo que huyó no es más que caridad. ¿Lo comprendes?

Rachel asintió entumecida, sintiendo que la sangre estaba a punto de derramarse por sus sienes. Ahora podía vislumbrar dónde quería ir a parar su madre. Las lágrimas empezaron a acumulársele en el fondo de sus ojos.

—¿Qué quieres de mí, mamá?

Alice se acercó de nuevo y miró a su hija a los ojos.

—Quiero que te apartes del camino de tu padre para heredar las propiedades de la tía Mary. Quiero que te apartes de esta…, idea impropia de convertirte en una granjera. De todas formas, es algo temporal, cariño. Cambiarás de idea de lo que quieres ser en la vida una media docena de veces antes de que termines tus estudios en el instituto; pero, mientras tanto, estarás alimentando la fantasía de la tía Mary de que eres otra Mary Toliver.

—Es que soy otra Mary Toliver.

Un golpe en la mesa la cortó.

—¡Tú no eres ella! Sácatelo de la cabeza. ¿Me oyes? Puedes parecerte a ella, actuar como ella, querer ser como ella, pero tú no eres ella, eres fruto de mí y de mi familia tanto como de tu padre y de los todopoderosos Toliver. ¿Sabes cómo me hace sentir que tú y tu padre estéis orgullosos de que no haya ni una gota de mi sangre Finch en ti?

—¡Ay, mamá!, nunca hemos querido que te sientas así…

—Pues así es, Rachel. ¿Cómo no iba a serlo? Y luego, para más inri, tú estás usurpando el legado de tu padre, un hombre que ha trabajado con su mano buena durante todos estos años, cuya única oportunidad de escapar de Zack Mitchell y de tener una vejez decente es el dinero de la venta de las propiedades de tu tía.

Una forma segura de despertar su simpatía era mencionando la «mano buena» de su padre. La otra estaba deformada por un accidente en los campos petrolíferos ocurrido antes de que ella naciera.

—Puedo vender parte de la tierra —sugirió— y darle el dinero a papá.

—No lo aceptaría. ¿No te lo he dejado claro? Somerset tiene que llegar a él sin discusión, como prometió tu tía Mary.

Rachel se apretó las sienes que le latían.

—¿Cuándo y cómo… me tengo que apartar del camino?

Alice se acercó.

—Te apartas ahora…, antes de que cambie su testamento. Lo harás destrozando las esperanzas de tía Mary. Dile que has perdido interés en la tierra y que no quieres obtener una licenciatura en agronomía.

—¿Quieres decir…? —Lo que quería decir su madre estaba claro—. ¿Acabar con mis viajes estivales a Howbutker? ¿Romper con tía Mary y tío Ollie? ¿No volver a ver nunca más a Sassie o al señor Percy o a Amos… o a Matt? Pero ¡ellos son mi familia!

Otro golpe en la mesa.

—Nosotros somos tu familia, Rachel: tu padre, Jimmy y yo. Este es tu hogar, no Howbutker. Nosotros somos las personas que deberías considerar por encima de tía Mary.

Rachel dejó caer la cabeza. Casi no podía respirar. Clavó las uñas en las perneras de sus pantalones tejanos.

—Sé que es un sacrificio —reconoció su madre, apartando el cabello de su cara en un gesto típico después de darle una reprimenda—, pero nunca lo lamentarás, no cuando veas a tu padre disfrutar de algunas cosas buenas por una vez en su vida. Nunca te arrepentirás de haber hecho lo correcto.

Ella levantó la cabeza.

—¿Significa eso que tengo que renunciar a mi huerto?

Alice le lanzó una mirada suplicante.

—Tienes que hacerlo, cariño. Es la única forma de convencer a tu padre de que abandonas la idea de convertirte en agricultora. De todas formas, no lo creerá. Seguirá insistiendo en llevarte a Howbutker.

Se sintió el corazón en la garganta. ¿Renunciar a su huerto? ¿Quitar la valla de alambre y dejar que los conejos y otras criaturas del desierto se apoderasen de él? ¿Permitir que las malas hierbas y el césped prosperasen en el suelo que ella había hecho fértil, se apoderasen de las hileras rectas y limpias, destruyesen su refugio después del colegio? Pero, lo que era peor, mucho peor, tenía que ver con mentir a tía Mary, hacerle creer que ya no se preocupaba por ella y por el tío Ollie…, que no se preocupaba por Somerset, por Howbutker y por las raíces Toliver.

Su madre le sostuvo la mano y le acarició el brazo para consolarla. Muda, Rachel observó el movimiento rítmico y se dio cuenta de lo estropeadas que estaban sus manos por el trabajo. Por primera vez, se dio cuenta de que esas manos mantenían a la familia alimentada y saludable, sus ropas limpias y presentables, su pequeña casa inmaculada, todo lo que hacían para que su pobreza fuera menos evidente y sin los adelantos modernos que disfrutaban otras madres para facilitar su trabajo. Era raro que sus manos sostuvieran algo nuevo para ella misma. Cualquier cosa que se comprase más allá del estrecho presupuesto era para su marido e hijos.

—No estoy pidiendo para mí, cariño —dijo Alice—. Estoy suplicando por tu padre.

—Lo sé, mamá. —Rachel se llevó a la mejilla la basta mano de su madre. Estaban a principios de septiembre…, quedaba por delante todo un año escolar y después otro y otro hasta licenciarse sin una razón para contar los días hasta el verano…, sin una razón para sentirse viva. Se levantó mientras seguía manteniendo aliento en los pulmones y trató de sonreír hacia el rostro esperanzado de su madre.

—Le escribiré una carta a la tía Mary y al tío Ollie esta misma noche y les explicaré que he cambiado de opinión sobre convertirme en una granjera, y que no volveré a Howbutker.