Capítulo 63
Kermit, Texas, Dos meses más tarde
Rachel estaba de pie junto a la puerta principal de la casa de su infancia, con las llaves del coche en la mano, una bolsa llena a sus pies, y miró a su alrededor por última vez. No dejaba ni rastro de la vida que habían tenido allí desde antes de que ella naciera. Las raspadas, marcas y manchas que su familia había dejado en las paredes quedaban bajo unas capas de pintura blanca semimate que ella misma había aplicado, porque no se fiaba de que unos extraños borraran sus recuerdos. Le había costado seis semanas despejar y limpiar el lugar para sus nuevos ocupantes, fueran quienes fuesen. Había llegado a un acuerdo con el agente inmobiliario de que la casa no podía enseñarse ni se podía colocar el cartel de «SE VENDE» hasta que ella estuviera lista para marcharse.
Su vecina de al lado, una mujer a la que había conocido toda su vida y que era la mejor amiga de su madre, le había preguntado:
—¿Por qué tienes que vender la casa tan pronto, Rachel? ¿Por qué no te das un tiempo y vuelves a casa de vez en cuando?
Rachel había negado con la cabeza en silencio, sin poder pronunciar palabra todavía por el dolor. No merecía vivir en este sitio al que había amado y traicionado. Sería un sacrilegio.
—Rachel, ¿te vas a quedar en Lubbock? —le había preguntado Danielle cuando fue a recoger las cosas de su oficina. Ya había alguien en su mesa de trabajo, un joven japonés que había metido sus pertenencias personales en una caja de manera ordenada y las había puesto en un rincón. Ron Kimball, cuyo padre había sido uno de los supervivientes de la Marcha de la Muerte de Batán, ya había dimitido y había encontrado trabajo en otra granja algodonera, a un condado de distancia. De ninguna manera iba a trabajar a las órdenes de un japonés, le dijo a Danielle. Ella también había presentado su renuncia.
—¿Para qué? —había replicado Rachel con una triste sonrisa—. ¿Para ver cómo crece el algodón Toliver en otras manos?
También había puesto a la venta la casa del pueblo y había metido sus pertenencias en cajas, dándose cuenta de que, como la casa de Houston Avenue ya no era suya y la de Kermit pronto estaría en el mercado, no tenía adonde enviarlas. Estaba prácticamente sin hogar…, por un tiempo.
Rachel miró la sala de estar por última vez, cogió su bolsa y salió de la casa. Ya había visitado su antiguo huerto en el jardín, que ahora era una parte perfectamente podada del césped de Gramón que solo mostraba una vaga evidencia de lo que una vez se había cultivado allí.
—Sospecho que aquí es donde empezó todo para ti —comentó Amos en el funeral cuando ella lo pilló mirando con detenimiento las depresiones cubiertas de tierra detrás de la casa, donde había ido a refugiarse de los que estaban dando el pésame en el interior de la casa.
—Sí, aquí es donde empezó todo —respondió ella, recordando las tardes que había cuidado de su jardín, las conversaciones que había oído por casualidad bajo la ventana de la cocina.
—Él quería venir, ¿sabes?
Rachel no contestó.
—Percy y yo convencimos a Matt de que… ahora no sería un buen momento. Está terriblemente preocupado por ti, Rachel. No entiende por qué te niegas a verlo y a coger sus llamadas. Sinceramente, querida…, yo tampoco lo entiendo —dijo, con la preocupación dibujada en su cara—. Nada de esto es culpa de Matt, ¿sabes? Percy dice que, si volvieras a Howbutker para escuchar la historia de Mary, entenderías por qué dividió las cosas tal y como lo hizo, y sabrías lo mucho que te quería.
—¿De veras? —Rachel sintió que se le apretaban los labios—. Puede que en el pasado me lo hubiera creído, pero no ahora.
—¿Ahora? ¿Qué ha pasado ahora?
—Pronto lo sabrás. Y, ahora, disculpadme. Tengo que volver junto a los demás.
«Pobre Amos, atrapado en el medio», pensó mientras giraba la llave del contacto de su BMW. «Y Matt también…».
Durante los dos últimos meses, había intentado no pensar en él y en cómo se habían separado. Todo había sido borroso después de que ella contestara a la puerta y se echara hacia atrás antes de que la tropa de hombres llenara el vestíbulo. Matt había intentado cogerla entre sus brazos, pero en lugar de eso ella se había vuelto hacia Amos. De algún modo había conseguido llamar a Carrie Sutherland, su mejor amiga y compañera de habitación en la A&M de Texas, que tuvo que volar por la autopista para llegar dos horas más tarde. Recordaba el dolor en los ojos de Matt mientras ella y Amos subían a su habitación para esperar a que llegara Carrie, dejándolo a él abajo. Y más tarde…, a través de la niebla causada por su dolor, recordaba que ella había bajado corriendo al escuchar a Carrie en la entrada y que la había abrazado en lugar de abrazar a Matt, que deseaba estrecharla entre sus brazos.
—Es mejor que te vayas ya, Matt —le dijo finalmente.
Al principio la había cogido de los hombros, y había bajado la cabeza para mirarle a los ojos vacíos.
—Rachel, el abuelo me ha contado lo del testamento…, que le dejó Somerset a él. Además de todo esto, no puedo ni imaginarme el dolor que sientes… lo conmocionada que debes de estar. Yo mismo me siento dolido y conmocionado por lo que te está pasando, pero no soy el enemigo. Me necesitas. Podemos superar esto juntos.
A ella la voz le salió como a un sonámbulo.
—Hay cosas que no sabes. Te convertirás en el enemigo.
Por la expresión de su rostro, parecía que ella le acababa de dar una bofetada.
—¿Qué?
—Adiós, Matt.
Durante las semanas siguientes, el recuerdo de aquellos días inconcebibles volvieron en borrosos pedazos, iluminados de vez en cuando por un rayo de claridad. La conversación que tuvieron ella y Carrie al volver de identificar los cuerpos al día siguiente fue uno de ellos. En el silencio enfermizo, Carrie le había preguntado:
—¿Me vas a contar por qué anoche cerraste la puerta en las narices a ese espléndido pedazo de hombre que estaba en la terraza?
—No se la cerré en las narices. Y no, no te lo voy a contar. Si te interesa a ti, no te cortes.
Carrie había soltado un grito de alegría.
—Vaya, eso es muy amable por tu parte, pero no me parece el tipo de hombre que se ofrece a cualquier mujer. Está loco por ti, Rachel. ¿Por qué lo apartas de tu lado?
—Tengo que hacerlo. Si no lo hago ahora, las cosas empeorarán más tarde.
—¿Más tarde?
—Cuando recupere lo que es mío.
Se le saltaron las lágrimas cuando miró por última vez la casa y la calle donde había crecido. Dejaría las llaves de la casa con el agente inmobiliario cuando se marchara del pueblo. Se iba a Dallas para quedarse con Carrie un tiempo, pero el motivo principal por el que iba allí era para conocer al padre de Carrie. Taylor Sutherland era un eminente abogado experto en litigio comercial especializado en fraudes inmobiliarios. Tenía una cita con él para evaluar los contenidos de la carpeta de cuero verde.
* * *
Matt avanzó por el camino de entrada de la casa de Rachel, encontrándola fácilmente gracias a las indicaciones que Amos le había dado. Aparcó la furgoneta que había alquilado y se bajó, notando de inmediato el calor seco y el viento arenoso que soplaba constantemente en el oeste de Texas. El corazón le latía como si un músico se hubiera vuelto loco tocando los bongos. Finalmente, vería a Rachel de nuevo. Si no le dejaba entrar, entraría a la fuerza. Tenían que hablar. Ella debía decirle a la cara por qué ya no quería tener nada más que ver con él. Tenía que haber algo más aparte de que su abuelo hubiera heredado Somerset. Las últimas palabras que ella le había dicho la noche del accidente no hacían más que volver a su mente una y otra vez: «Hay cosas que no sabes. Te convertirás en el enemigo. No tendrás elección».
—¿Qué quería decir con eso, abuelo? —le preguntó a Percy cuando le informó de lo que ella le había dicho—. ¿Qué es eso que yo no sé?
—No tengo ni idea.
Una de las cosas que más le inquietaban era el comentario enigmático que Rachel le había hecho a Amos en el funeral. Le había dicho que creía que en el pasado la tía Mary había actuado por amor a ella, pero no ahora, y cuando Amos le había preguntado qué había pasado para que dijera eso, ella le dijo: «Lo sabrás muy pronto».
—¿Por qué precisamente ahora, abuelo? Eso significa que ha descubierto más razones para condenar a Mary, puede que también a nosotros.
Percy se encogió de hombros.
—No lo sé, hijo.
No había estado totalmente convencido de que su abuelo no supiera nada. Durante los dos últimos meses, había sido consciente de que había nuevos fantasmas, los secretos de familia que no le estaba contando.
Hacía poco que habían cortado el césped. Le llegó el olor a polvo, a quemado, recordándole el comentario que había hecho Amos: «¡Vaya lugar dejado de la mano de Dios! ¿Cómo puede ser que sobreviva aquí algo más que las serpientes de cascabel?». Matt estaba de acuerdo con él. Conduciendo desde el aeropuerto, rodeado por un desierto de maleza y matorrales, que tenía la belleza de un cráter lunar, se preguntó cómo había podido este paisaje inspirar la pasión de Rachel por el cultivo. Tenía que ser la sangre, no el escenario.
Se acercó a los escalones del porche de entrada, vacilando, inquieto por el ambiente deshabitado del lugar. Parecía que acababan de pintar las persianas verdes, igual que la puerta cerrada del garaje. No había cortinas en las ventanas, y los cristales brillaban por su reciente limpieza. «No, no me digas que…», gimió, y juntó las manos para echar un vistazo a través de los cuadraditos de cristal de la puerta. La sala de estar estaba vacía, desierta como un nido de pájaro en invierno, ni un mueble en su interior. Apenado e incrédulo, dio bandazos alrededor de la casa, mirando a través de las ventanas, viendo que en cada una de las habitaciones no había más que las paredes pintadas de manera austera.
—¿Puedo ayudarle?
Se dio la vuelta hacia la ventana del patio trasero para encontrarse con una mujer obesa que llevaba un blusón de un diseño tropical y lo miraba fijamente, las manos en las caderas.
—Bueno, sí, sí que puede —tartamudeó Matt—. La mujer que vive aquí, Rachel Toliver, parece que se ha mudado. ¿Podría decirme adonde se ha ido?
—¿Quién lo pregunta?
—Soy Matt Warwick. —Matt se quitó el polvo de las palmas de las manos y le extendió una—. Un amigo de la familia de Howbutker, Texas. —Pensó que sería su vecina y que tal vez le sonaran de algo los nombres.
Lentamente, la mujer apartó una mano de una de sus caderas y dejó que él se la estrechara.
—He oído hablar de los Warwick de Howbutker. Me llamo Bertie Walton, amiga y vecina. Vivo al lado. —Hizo un movimiento de cabeza en dirección a la casa—. ¿Qué quiere de Rachel?
Matt titubeó un momento y después dijo directamente:
—He venido a comprobar si está bien y tal vez a llevármela a casa. Necesita estar con los que se preocupan por ella.
La mujer pareció relajarse.
—No podría estar más de acuerdo. —Lo miró de arriba abajo, como si estuviera decidiendo algo. Y añadió—: Bueno, siento decírselo, pero se fue hace poco más de una hora. Creo que se ha ido para siempre. Debió de marcharse cuando yo estaba en el supermercado, y no he podido ni despedirme. —Su tono de voz indicaba que estaba profundamente dolida.
—¿Dijo adonde se dirigía?
—Me temo que no. Ayer me comentó que estaría en contacto, pero…, por el estado en que se encontraba, no creo que vaya a hacerlo.
Matt perdió todas las esperanzas que tenía de volver a reunirse con ella.
—¿Sabe si hay alguien que pueda saber adónde va?
—No. Rachel ya no se relacionaba con nadie en Kermit, excepto conmigo. Yo era la mejor amiga de su madre. Ha puesto la casa en venta. Yo de usted probaría con los agentes inmobiliarios del pueblo. Solamente hay dos. Seguro que habrá dejado un teléfono a alguno de ellos.
Matt se llevó la mano al bolsillo del abrigo, buscando un bolígrafo y una libreta.
—¿Podría darme sus nombres y direcciones?
—Puedo hacer más que eso. Entre y le dibujaré un mapita. Si no, no los encontrará.
Ella empezó a caminar tambaleándose hacia su casa, y Matt la siguió. Unos minutos más tarde, se encontró sentado a la mesa de la cocina, observando cómo ella servía té helado preparado al sol en unos vasos que había sacado de un armario.
—Señora Walton, ¿por qué se mudaría Rachel? Yo hubiera pensado que… dadas las circunstancias… se querría quedar aquí, donde la conocen.
—Llámeme Bertie —dijo, soltando los vasos de té helado, con una libreta de papel amarillo y un bolígrafo bajo su brazo gordo. Se sentó a presión en una de las butacas y dio un golpe con la libreta en la mesa—. No puedo decir que me sorprenda que se marchara. Ya hace mucho que Rachel se fue de Kermit. Aquí no queda nada para ella, si alguna vez hubo algo. Pensaba que se quedaría simplemente por el hecho de no tener ningún otro sitio adonde ir, pero le faltó tiempo para marcharse de aquí.
—Ha dicho… el estado en que se encontraba. ¿Qué aspecto tenía?
Bertie había empezado a dibujar las calles y monumentos famosos en la libreta amarilla.
—¿Cuándo la vio por última vez?
—Hace dos meses, cuando vino al funeral de su tía abuela.
—Pues quítele nueve kilos a esa bonita figura suya y añádale una cara delgada y demacrada y una piel bronceada, y ahí la tiene. No parece la misma chica que estuvo aquí en Navidad.
—No es la misma —dijo Matt en voz baja—. ¿Cómo es que está bronceada?
—Por todos los arreglos que llevó a cabo en la parte exterior de la casa: el tejado, las persianas, el patio. No dejó que nadie más los tocara. Pero eso no significa que no estuviera…, entera. Algo hacía que no se viniera abajo. Se notaba en la forma en que martilleaba esos clavos.
Matt frunció el ceño.
—¿Jamás le dio ni una pista de qué podía ser eso? Cualquier cosa que me pudiera decir sería de gran ayuda.
Bertie pensó por un momento.
—Parecía una especie de fuerza interna lo que la movía, pero…, no era precisamente valor, si sabe lo que quiero decir. No era el tipo de coraje que te hace seguir adelante quieras o no. No era eso. No, era más bien como si tuviera un propósito, un objetivo en mente cuando terminara con esto. —Cerró el bolígrafo con un clic y arrancó la hoja de la libreta—. No puedo decirle más que eso.
—Con eso ha sido suficiente, Bertie. Gracias por su ayuda. —Se acabó el té con hielo y se puso en pie—. Anóteme su número de teléfono y, si descubro algo, se lo haré saber.
Bertie lo miró con los ojos entrecerrados, como si tuviera que contarle algo más antes de que se fuera.
—Usted es el muchacho del que Rachel me habló hace años cuando volvió de Howbutker, ¿no es cierto? Entonces tenía unos diez años, y ¡Dios mío! No era el tipo de chica que hablara mucho sobre nadie, pero sí sobre usted. Hace un rato dijo que había venido para llevarla con aquellos que se preocupan por ella. ¿Usted es uno de ellos?
—Soy el primero de la lista.
—Eso ya lo veo. Bueno, vaya a buscarla, jovencito y hágale entender que… a pesar de todo lo que ha perdido… sigue teniéndolo todo.
—Eso es justamente lo que pienso hacer, Bertie —dijo Matt, con un hilo de voz. Dobló la hoja de papel y se la guardó en el bolsillo. Después le puso una mano al hombro—. No se levante, conozco el camino de salida. Y puede estar segura que, pase lo que pase, tendrá noticias mías.
—Espero que sea una invitación a la boda —dijo ella.
Él le sonrió.
—Sí, si de mí depende.
Tuvo un golpe de suerte con la segunda inmobiliaria, pero no consiguió lo que quería. La agente inmobiliaria que estaba a cargo de la casa de los Toliver iba de camino para poner el cartel de «SE VENDE» cuando Matt entró en la oficina, en la que había dos escritorios. Había pensado que probablemente la política de la compañía no permitiría dar el teléfono y la dirección de fuera del pueblo del vendedor, pero iba a usar su gran encanto para sonsacarle a alguien la información. Sonrió a la mujer y le explicó que era amigo de Bertie Walton, y que ella le había dicho que la casa estaba en venta. Tal vez pudiera ponerse en contacto con la propietaria de inmediato. Le interesaba hacerle una oferta antes de irse del pueblo.
La pena se dibujó en la cara de la agente inmobiliaria.
—¿Se lo puede creer? —le dijo—. Hace menos de una hora, podría haber hablado con la dueña en aquel mismo lugar. Ahora ella se ha marchado del pueblo, sin decir adonde va. Es realmente extraño. No ha dejado ningún teléfono de contacto y había dicho que ya avisaría cuando se instalara. Pero…, si quiere hacer una oferta, yo podría hacer un borrador del contrato y presentarlo en cuanto la propietaria llamara.
—¿Tiene alguna idea de cuándo será eso? —preguntó Matt.
La agente inmobiliaria puso una cara aún más larga.
—Desafortunadamente, no.
Él sonrió y se excusó, diciéndole que eso no le venía bien, pero que se llevaría su tarjeta.
Fuera de la agencia inmobiliaria, con frustración, respiró profundamente el aire totalmente seco. Estaba casi seguro de que Rachel se había dirigido a casa de su amiga en Dallas, la rubia chiflada de los pantalones y las botas de montar que había llegado en coche la noche del accidente. Carla o Cassie, o algo por el estilo. En medio de su confusión emocional, no había conseguido retener su nombre. Tal vez Amos lo recordara. Una vez tuviera el nombre de la amiga, el resto sería fácil. Encontraría su dirección a través de la operadora, conseguiría aprobación para un plan de vuelo a Dallas, y llegaría esta noche.
En la furgoneta, marcó el número de su casa en el teléfono móvil que había llevado consigo. Cuando contestó su abuelo, le preguntó por Amos, sabiendo que estaría en Warwick Hall. De inmediato, Percy le pasó a Amos.
—¿Qué puedo hacer por ti, Matt? —preguntó este cuando se puso al teléfono.
—Rachel ha puesto su casa en venta y se ha ido del pueblo sin decirle a nadie adonde se dirige, pero tal vez puedas ayudarme a encontrarla, Amos. ¿Recuerdas el nombre de la compañera de habitación de Rachel en la A&M de Texas, esa dinamo femenina que conocimos la noche del accidente? Creo que Rachel se ha ido a su casa en Dallas.
Matt sintió que le entraban ganas de pegarse patadas a sí mismo.
—Lo siento, Matt, pero me temo que tampoco recuerdo su nombre.
Matt pegó al volante con la palma de la mano y maldijo por lo bajo, aunque dijo, como si no le importara:
—No te preocupes, Amos. Tal vez Sassie o Henry me lo puedan decir.
Pero Henry tampoco se acordaba del nombre.
—Señorita Carrie, es lo único que sé —contestó Henry—. Nunca me acuerdo de los apellidos de la gente que no conozco. Tal vez la tía Sassie se acuerde. Está en casa de mi madre. ¿Quiere llamarla?
—Dame el número, Henry.
Pero allí también se encontró con un callejón sin salida. Sassie había estado tan abrumada por los eventos acaecidos aquellos días terribles que no sabía si iba o venía, le dijo a Matt.
Un detective, decidió, dando marcha atrás con la furgoneta. Contrataría a una agencia de detectives para buscarla. Marcó los números de su oficina en Howbutker, imaginándose a Rachel en el tejado de su casa, atacando a los clavos con ganas. ¿Era ese su propósito, la fuerza que la mantenía cuerda, la venganza? ¿Contra quién? ¿Y por qué? En el fondo, pensaba que lo sabía. Tenía el escalofriante presentimiento de que el objetivo era su abuelo.
—Nancy —dijo, cuando lo atendió su secretaria—, deja todo lo que estés haciendo a un lado y búscame el número de una agencia de detectives de fiar en Dallas, y después vuelve a llamarme con la información. Voy de camino a casa.