Capítulo 71

«Entraste en nuestras vidas cuando nuestras historias ya estaban escritas… y ya estábamos viviendo con las consecuencias», había dicho Mary, y ahora Amos entendía el significado de sus palabras. La historia de Percy se había acabado. Un pesado silencio cubría su conclusión, que solo se rompió con el sonido apacible del reloj de la repisa al dar las nueve. Habían pasado dos horas. La cubitera estaba sobre el bar con la botella de whisky escocés de malta aún llena, a excepción de las dos copas que se habían servido; la bandeja de los aperitivos, fríos desde hacía muchísimo rato, casi no la habían ni tocado.

Percy había contado su pasado y el de Mary con la voz calmada y monótona de un preso frente al tribunal, aparentemente sin dejarse ningún evento, ninguna consecuencia ni ningún efecto resultante desde el día en el que todo había comenzado, el día en que Mary, a los dieciséis años de edad, había heredado Somerset. Amos vio que la cara de Matt reflejaba toda la gama de sentimientos profundos que él mismo había tenido durante la narración. Lo que más le había sorprendido a Amos habían sido las implicaciones inconcebibles de la lesión de guerra de Ollie. Parece que el vuelco más grande que el corazón le había dado a Matt fue cuando escuchó lo de la paliza en el bosque. Aunque la historia no les aclarara nada más, lo que sí habían descubierto era que el nombre de Matthew era mucho más que un nombre escrito en una lápida desteñida por el paso del tiempo, que Lucy era más que una bruja que había abandonado a su marido en un ataque menopáusico, que Wyatt era más que el hijo rebelde que había dado la espalda a las esperanzas e ilusiones de su padre. Ahora sabían el motivo por el que Mary le había legado Somerset a Percy. Percy pulsó el botón para apagar la grabadora y su agudo clic sonó como el final de una larga novela. Amos se incorporó y estiró las piernas.

—¿De modo que esa era la historia que Mary le había querido contar a Rachel?

—Esa es la historia. —Percy alzó la vista hacia su nieto, que estaba sentado con los ojos cerrados, con los dedos apretados contra los labios, una línea plateada a ambos lados de la cara—. ¿Qué está pasando por esa cabeza, o más bien por ese corazón tuyo, Matt? —preguntó con voz ronca.

—Demasiado para poder expresarlo con palabras —contestó.

—¿Estarás bien?

—Estaré bien, abuelo. Es solo que me siento… triste. Mi padre fue todo un hombre, ¿verdad?

—Sí que lo fue. El mejor.

—¿Te vas a divorciar de Gabby?

—Claro que no.

—Aún te quiere, ¿sabes?

—Lo sé.

Matt se aclaró la voz, se secó los ojos e hizo un pequeño saludo a su abuelo, lo único que era capaz de hacer por el momento, pensó Amos, y Percy se volvió hacia él.

—Y tú, viejo amigo, ¿cuáles son tus pensamientos?

Amos se levantó. Se quitó las gafas, se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta de su traje y empezó a sacarles brillo de forma aplicada.

—¡Ay, Dios!, ¿por dónde puedo empezar? —Había estado pensando en Mary, la Mary sensual, hermosa, y su vida después de Percy. ¿Cómo había podido aguantar su celibato? ¿Cómo había soportado serle fiel a Ollie, a pesar de que él era un hombre ejemplar? ¿Cómo había podido vivir sabiendo que Matthew había muerto sin saber que Percy era su padre?—. Me imagino —dijo, volviéndose a poner las gafas— que a lo que más le estoy dando vueltas es a la maldición que Mary mencionó en mi oficina el último día de su vida. Yo pensaba que había perdido la cordura —su sonrisita delataba que se burlaba de sí mismo—, porque como autoridad absoluta de las familias fundadoras jamás había oído hablar de la maldición de los Toliver. La solución al misterio había estado todo el tiempo en Rosas, la revelaba el árbol genealógico. No relacioné la escasez de prole con la incapacidad de procrear de los Toliver reinantes.

Percy salió con dificultad de su silla y les cogió los vasos. Fuera cual fuera el destino que le esperaba, a Amos le pareció que había recuperado las energías, como un viejo coche de bomberos al que le hubieran limpiado las mangueras.

—No solo de procrear, sino de mantener con vida a los hijos —añadió Percy—. Mary se rio de la maldición hasta que su propia experiencia hizo que tuviera que creer en ella.

Amos se pasó una mano por la cara, asombrado por todo.

—Y Mary se convenció a sí misma de que la única manera de salvar a Rachel de un destino sin hijos era vender y regalar todo lo que estuviera mínimamente conectado con el legado de los Toliver.

—Estoy convencido de ello.

Matt se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta.

—Bueno, pues me temo que es posible que el plan de Mary no haya resultado. Creo que sabes lo que es esto, abuelo. —Le pasó a Percy las copias de Rachel y cogió una copa—. Como habréis podido adivinar, Rachel no está interesada en recuperar los terrenos de su padre. Los quiere intercambiar por Somerset. Tienes una semana para comunicarle tu decisión; después, tiene pensado demandarte por fraude.

—Estoy seguro de que Mary jamás soñó que tu carta volvería para atormentarte, Percy —le dijo Amos de la manera más cariñosa posible, a pesar de que su opinión era que Mary había sido imprudente.

Percy se llevó las cartas a su sillón y las examinó rápidamente.

—Me temo que sí lo pensó. Por ese motivo las quiso destruir junto con las demás. ¿Cuánto daño pueden hacernos, Amos?

A Amos se le dibujó en la cara una expresión afligida.

—Tendré que estudiar la situación en más profundidad, pero de momento parece que nos pueden hacer mucho daño.

Percy dirigió su siguiente pregunta a Matt.

—¿Y tú crees que no hay ni una sola posibilidad de que Rachel se siente conmigo a escuchar la historia que te acabo de contar a ti?

—Eso me temo. Está convencida de que su versión de la historia es la correcta y tiene tantas ansias por recuperar Somerset que no querrá oír la tuya.

—¿Aunque tú le importes?

—Le importa más Somerset.

El «¡Ah…!» de Percy estaba lleno de comprensión. Volvió a centrar su atención en Amos.

—¿La simple verdad no debería ser la mejor defensa contra estas? —Dio unos golpecitos en las cartas—. Los registros demostrarán que la venta de la tierra aseguró el futuro financiero de William. —Cuando Amos estaba a punto de contestarle, Percy levantó un dedo indicando que tenía un último argumento—. Además… no olvidemos que William decidió eludir su responsabilidad hacia el negocio familiar a temprana edad, y nunca más regresó. Como resultado de mi compra, él heredó una fortuna, igual que Rachel. Así que mi pregunta es: ¿cuál sería la indemnización? Yo creo que un tribunal se vería en apuros para poder concederle nada a Rachel basándose en el hecho de que Mary hubiera hecho caso omiso de los deseos de su hermano.

Amos se revolvió en su asiento, preguntándose si Percy habría olvidado de los daños causados a los Toliver de Kermit como resultado de la creencia de que el padre de William no había sido tomado en consideración en el testamento de Vernon Toliver. Si los abogados de Rachel sacaran eso a la luz, y seguro que lo harían, ese argumento en particular sería una causa perdida. Percy tenía algunos argumentos válidos, pero podrían ser rebatidos.

—Lo que dices tiene mucho sentido, Percy —dijo, indicando con su tono de voz un gran «pero»—. Le da fuerza el hecho de que el tribunal podría considerar que Rachel fuera a por las tierras de su padre con egoísmo, dada la generosa dispensa del patrimonio de su tía abuela…

—¿Pero? —preguntó Matt.

—Pero sus abogados alegarán que, en el momento de la venta, Mary actuaba meramente en defensa de su marido, no de William. Estaba asegurando el presente, no el futuro. El hecho de que William heredara los frutos que dio tu caridad se discutirá por ser irrelevante a esta cuestión. No se sostendrá por la forma en que presentará la venta. Mary vendió de forma consciente una propiedad que no era suya, y tú la compraste sabiéndolo…, es un simple caso de fraude. Explicarán que Mary tuvo en cuenta en su testamento a William de manera tan generosa como compensación por haberle robado la propiedad. El hecho de que le llegara tan tarde en su vida, cuando él y su familia vivían en unas circunstancias extremadamente modestas, y de que no pudieran vivir para disfrutarlo, tampoco jugarán en tu favor. Ese es el tipo de dato al que a los abogados les gusta sacar el máximo partido apelando a lo emocional.

Matt tosió, con pinta de estar dolido.

—Déjame pinchar tu defensa con otro alfiler, abuelo. Tu argumento de que William eludió sus obligaciones se puede compensar con el hecho de que su hija sí regresó y asumió sus responsabilidades como posible heredera de Mary.

Amos asintió para mostrar que estaba de acuerdo con esta observación y pinchó aún más el globo de Percy.

—Y te preguntarán por qué simplemente no les diste el dinero a Mary y a Ollie en vez de llevar a cabo una transacción ilícita.

—Bueno, eso es sencillo —dijo Percy moviendo la mano, seguro de sí mismo—. Explicaré la regla que seguían las tres familias como forma de vida. Tú ya la conoces, Amos. Ollie habría dejado que su acreedor se llevara sus tiendas antes de aceptar ni un solo centavo mío.

—Cosa que el tribunal no verá como menos ignominioso que quedarse el dinero de la venta ilegal de la propiedad de un niño de siete años.

—Ollie no sabía que era una transacción ilegal.

—Pero tú y Mary sí.

Percy se encogió ligeramente de hombros.

—¿Me estás diciendo, Amos, que estamos derrotados antes de empezar?

—Tus argumentos son poco convincentes, siento decírtelo. —Amos se pasó una mano por la calva, con un gesto de frustración—. ¿Qué esperas que pase, Percy? ¿Qué quieres?

Percy se acomodó de nuevo, sus viejos rasgos perfectamente tallados entusiasmados por la intensidad de sus sentimientos.

—Quiero quedarme con Somerset sin perder el terreno del Sabine. Quiero que Rachel abandone su lucha, que vuelva a casa y se case con Matt. Quiero que cultive árboles en vez de algodón y que se alegre de hacerlo. Quiero que comprenda las intenciones de Mary y la perdone. Eso es lo que quiero, y creo que tengo posibilidades de conseguirlo.

—Estás soñando, abuelo.

—Tal vez —murmuró Percy, tomando un sorbo de su bebida.

Amos miró a Percy por encima de sus gafas.

—Rachel ha contratado a Taylor Sutherland para que la represente. ¿Lo conoces?

—He oído hablar de él, más que nada. Un magnífico abogado.

—Rachel tendrá al mejor de su lado.

—Pero yo tendré la verdad y te tendré a ti del mío, Amos. —Cuando Percy vio la expresión de horror de su amigo al pensar que tendría que montar su defensa solo, añadió—: Y a quienquiera que desees traer. Eso si vamos a juicio.

—Espero que ni lo consideres, Percy —dijo Amos—. Podemos presentar una buena defensa, pero no es probable que influya en el resultado, y la publicidad sería nefasta. La prensa destruiría el honor de tu nombre y todo lo que tú has construido, y eso sin siquiera pensar en lo que harán con el recuerdo de Mary. ¿Realmente crees que merece la pena luchar? Mary no querría que acabaras tus días envuelto en una batalla legal contra Rachel, que sufrieras por lo que Mary admitió que era culpa suya. Ella suplicaría que devolvieras Somerset, que dejaras que fuera lo que Dios quisiera con respecto al futuro de Rachel. Y piensa en Matt, la nube bajo la cual lo estarías dejando.

Percy miró a su nieto.

—¿Es así como te sientes, Matt?

—No quiero que te hagan daño, abuelo. Eres lo único que me preocupa. Olvídate de las consecuencias que pueda tener para mí. Siempre has dicho que el único verdadero juez de la integridad de un hombre es él mismo. Si él piensa que no ha hecho nada mal, da lo mismo lo que piensen los demás. Pero a mí sí me importa lo que la gente piense de ti, y tengo miedo de lo que un juicio podría hacerte.

—Devolver Somerset me podría hacer algo peor que eso, hijo.

—¿En qué sentido? —Su tono de voz vibró por la consternación que sentía—. Si Rachel se queda con la fábrica, nosotros tendremos que cargar con una plantación. No gana ninguno de nosotros. Estoy de acuerdo con Amos. Por mí, devolvámosle la mierda de sitio y que se vaya al infierno. Dejemos que se la coma igual que el resto de Tolivers antes que ella.

Percy arqueó las cejas.

—¿Has perdido los sentimientos que tenías hacia ella?

—He perdido la esperanza en ella.

—¡Qué tragedia! —Bajó su reposapiés—. Oigo que el estómago te gruñe, Amos, y tú debes de estar muerto de hambre, Matt. Yo también tengo hambre, y eso es buena señal. Es tarde, pero de todos modos vamos a estar despiertos gran parte de la noche. Vamos a bajar a calentar el pollo a la florentina de Savannah y a bajarlo con un par de botellas de Pinot Grigio. Tengo hasta el lunes para dar mi respuesta, ¿no, Matt?

—Correcto —respondió este, intercambiando con Amos una mirada desconcertada, que decía: «¿Por qué una semana?». Matt se levantó, pero permaneció de pie ante su silla mientras los otros se dirigían hacia la puerta.

—¿Vienes, Matt? —preguntó Percy.

—Dadme un par de minutos.

* * *

Matt miró el cuadro después de que cerraran la puerta. Había muchas cosas que ahora le quedaban claras. Tenía las respuestas a las preguntas que se había hecho a sí mismo a lo largo de toda su vida. ¿Por qué su abuela había permanecido en Atlanta cuando estaba claro que preferiría vivir aquí con él y su abuelo? ¿Por qué ambos habían sido incapaces de sobreponerse a la tristeza por la muerte de su padre y recordarlo con cariño, sin problemas, como la familia vecina, que también había perdido a un hijo en la guerra? En vez de eso, sus abuelos, e incluso su madre, habían hablado intentando ignorar su recuerdo como si tuvieran miedo de molestarlo bajo la tierra. Todo lo que había sabido de su padre del Cuerpo de Marines lo había descubierto por el álbum de recortes de prensa que describían sus hazañas de guerra y por el marco profundo con medallas y galones que colgaba de la biblioteca. Solo se había sentido cercano a él en una ocasión. Su abuelo le había regalado una fotografía en un marco de cuero con una foto suya de niño y otra de su madre, joven y sonriente.

—Tu padre llevaba eso encima cuando lo mataron —le había dicho—. Él querría que lo tuvieras tú. Y hay algo más. Las últimas palabras que nos dijo, la última vez que lo vimos tu madre y yo, fueron: «Decidle a mi hijo que le quiero». Quiero que a partir de ahora no olvides nunca esas palabras y que las tengas siempre aquí. —Y se había tocado el corazón.

El nudo que tenía en la garganta creció rápidamente, dejándolo sin aire, haciendo que le escocieran los ojos. ¡Dios mío! Todas esas vidas y esos años malgastados, las tragedias y los arrepentimientos, la pena y el remordimiento inimaginables… y todo ello relacionado con la extensión de tierra de los Toliver. Ahora Rachel continuaba con su legado de destrucción.

Cogió la grabadora. Había sido buena idea… que su abuelo grabara la historia. Pasara lo que le pasara ahora, Dios le librara, la verdad estaría registrada. Había cometido fallos, ¿qué hombre no lo había hecho?, pero se podían perdonar, y Dios sabía que había pagado por todos ellos. Matt pensó que le podría mandar una copia a Rachel, pero ella se negaría a escucharla, y aunque lo hiciera, dudaba de que cambiara de opinión… tal vez la haría pensar, pero no la desviaría de su propósito. Podía incluso usarlo contra su abuelo en el juicio como una confesión de culpabilidad.

Sacó la cinta y se la guardó en el bolsillo. Pero sí había otra persona que la tenía que escuchar, alguien a quien sí le importaría.