Capítulo 29

Esa noche, a petición de Mary, Ollie pasó por su casa. Hacía un par de días que había vuelto de su viaje a Nueva York y le había traído un adorable osito de los almacenes Macy’s.

—Hubiera preferido algo de Tiffany’s —dijo él—, pero tú no lo habrías querido.

Ya había pasado el calor bochornoso de los meses de verano. Era el momento perfecto para sentarse en el cenador y disfrutar relajadamente de las primeras bajadas de temperatura. Estaban sentados en la hamaca, con las muletas apoyadas contra la pared enrejada, y Ollie bebía una taza de chocolate caliente mientras esperaba que Mary le dijera cuál era el motivo de aquella invitación. Anocheció y el cielo se llenó de estrellas. Un búho ululó desde la verja.

—Sé que tienes algo más en mente, además de querer que te cuente mi viaje, Mary. ¿Qué es?

Mary dijo con una vocecilla amortiguada por el dolor:

—Estoy embarazada, Ollie. El bebé es de Percy.

Hubo un momento de silencio absoluto, en el que se oyeron los sonidos de las criaturas nocturnas en las matas y los árboles. Después Ollie tosió.

—Bueno, Mary, eso es maravilloso.

Con la cara ladeada, ella dijo:

—Lo sería, si Percy estuviera aquí.

—¿Lo sabe?

—Se había ido cuando yo me enteré.

—¿Y cuál es el problema, mon amie? —Ollie frunció el ceño, suave como un bebé. Gomo siempre, había dado una vuelta hacia atrás a la pierna vacía del pantalón a la altura de la rodilla y la había sujetado con unos discretos alfileres—. Tú y Percy habéis estado enamorados desde la pubertad. Cuando se lo digas, volverá a casa y se casará contigo más rápido que un rayo. Por la forma en que tú te has estado arrastrando desde que se ha ido, creo firmemente que más vale que seáis desgraciados juntos y no separados. ¿Qué otra persona podría haberlo enviado a las tierras agrestes de Canadá?

—El problema es que no tengo manera de comunicarme con él. Las últimas noticias que han recibido sus padres son que iba a estar fuera al menos un mes. Y eso fue ayer.

—¿Quieres decir qué…? ¡Ay, corderita…! —Ollie fue a cogerla de la mano—. ¿De cuánto estás?

—No estoy segura. Me imagino que más o menos de tres meses. Se me empieza a notar un poco.

—¡Ay mi niña!, tendremos que pensar en algo. No habrás…, no estarás pensando en deshacerte del bebé, ¿verdad?

—No, por supuesto que no. Eso ni soñarlo.

—Bueno, pues tendremos que empezar a buscarlo, es lo único que podemos hacer. —Ollie se deslizó de la hamaca como si quisiera atarse las muletas y liderar la búsqueda—. Puedo contratar rastreadores.

—No, Ollie. —Mary lo paró con el brazo—. No hay tiempo para eso. Podríamos tardar semanas, o más, en encontrar a Percy. Con lo que tardaría en volver a casa, y para cuando nos hubiéramos casado, nadie se creería que el bebé nació de forma prematura.

Ollie la miró sin poder hacer nada, con una gran preocupación en la mirada.

—Bueno, pues, ¿qué vas a hacer?

Respiró hondo y, rápidamente —antes de perder el temple—, lo miró de frente y le preguntó sin rodeos:

—Ollie, tú… ¿considerarías casarte conmigo y criar al niño como si fuera tuyo? Percy no tendría por qué enterarse jamás. Sería una buena esposa para ti, Ollie, te lo prometo. No te arrepentirías jamás de haberte casado conmigo.

Ollie se quedó boquiabierto, sin palabras por la sorpresa. Cuando hubo recuperado el aliento, le dijo:

—¿Casarme contigo? ¿Contigo, Mary? Nunca…

Ella oyó su negativa como un trueno en los oídos. No se lo podía creer. Su esperanza cayó como un yunque y fue sustituida inmediatamente por vergüenza.

—Ollie, querido, perdóname. Siento haberte puesto en esta situación. Ha sido extremadamente insensible e ingrato por mi parte, después de todo lo que has hecho.

—¡No, no, Mary! ¡No lo entiendes! —Movió la mano de manera frenética. En su angustia, casi se había caído de la hamaca—. Nunca en mis sueños más locos me hubiera podido imaginar que tendría la oportunidad de casarme contigo. Pongo a Dios por testigo que te he amado desde el día en que naciste, pero… —Hizo un puchero como si estuviera a punto de echarse a llorar—. Pero, verás, no puedo casarme contigo. No puedo casarme con nadie.

Ella le puso una mano en el hombro.

—¿Es por tu pierna? Ollie, tu pérdida no te hace menos hombre. De hecho, la forma en que lo has llevado…, el coraje que has demostrado, te convierten en un hombre aún mejor, si eso fuera posible.

—No es solo la pérdida de la pierna, corderita… —Incluso en la penumbra Mary vio que su cara se sonrojaba—. Hubo otras… pérdidas también. Verás, la granada hirió… mi… virilidad. No puedo darte hijos. No puedo ejercer como tu marido. Solo te podría querer.

Paralizada por la incredulidad, escuchó su vacilante descripción de su lesión mientras las últimas palabras de su padre le retumbaban en la cabeza: «Me pregunto si recordándote como lo he hecho no estaré perpetuando la maldición que ha perseguido a los Toliver desde que se taló el primer pino en Somerset». Vio cómo se movían los labios de Ollie, pero solo escuchó las voces de Miles y de la señorita Peabody burlándose de ella en el interior de su cabeza. Se apretó las manos contra las mejillas. «¡Oh, por favor, Dios, no! ¡Esto no!».

—Así que por eso no me puedo casar contigo, Mary, aunque quisiera hacerlo con cada fibra de mi ser —dijo Ollie, y pareció que estaba a punto de caerse completamente de la hamaca.

Dejó caer las manos y, con todas sus fuerzas, asumió una pose que no permitió entrever en absoluto las emociones que le estaban estremeciendo el alma.

—¿Percy conoce el alcance de tu lesión? —preguntó.

—No. Y no debe enterarse jamás. Se sentiría aún más culpable de lo que ya se siente.

Mary se esforzó por sonreír.

—Pues no me puedo imaginar qué más puede necesitar una mujer aparte de un hombre que la ame con cada fibra de su ser —dijo ella.

Ollie arqueó sus cejas de color rubio rojizo casi hasta donde le nacía el pelo.

—¿Eso significa que tú…, que te casarías conmigo?

—Sí —contestó Mary—, si me tomaras como esposa.

—¿Tomarte como esposa? —La alegría explotó en su cara angelical—. ¡Claro que te tomaré como esposa! Mary, querida…, nunca me atreví siquiera a soñar… —Entonces se detuvo en medio de la oración, sin habla—. Pero… ¿y Percy? ¿Qué reacción causará esto en él? Mon dieu, Mary, se quedará destrozado. ¡Pensará que le he traicionado!

Ella le puso la mano en la rodilla sana.

—No, no lo pensará. Pensará que he sido yo la que le ha traicionado, que te seduje para que te casaras conmigo y así poder asegurarme la plantación, teniendo siempre tu apoyo financiero. Se lo creerá porque cree fervientemente que yo haría cualquier cosa para salvar Somerset. Esa fue la causa de nuestra discusión.

—Pero Mary, ¿cómo puedes dejar que él piense así de ti, cuando no es cierto?

—Lo puedo permitir para ahorrarle la verdad de por qué nos casamos. Le dolerá mucho menos creer que me he casado con su mejor amigo por Somerset. Eso lo entiendes, ¿verdad?

Ollie movió la cabeza como si la tuviera llena de abejas.

—¡Ay, corderita!, me quiero casar contigo. Quiero el bebé. Lo quiero más que nada en el mundo. Pero hacerle daño a Percy…

Sin dudarlo, Mary se agachó ante la hamaca. Lo agarró de las dos manos.

—Escúchame, Ollie. Percy jamás te culpará por haberte casado conmigo. Sabe cuáles son tus sentimientos hacia mí. Tienes que dejar que piense que me casé contigo por Somerset. Es la única manera de ahorrarle a este bebé el escándalo. Imagina lo que el estigma de nacer fuera del matrimonio le haría a la criatura, lo que haría al nombre de los Warwick, al mío, al de la criatura. Te vas para Europa ahora. Yo iré contigo. Para cuando volvamos, la criatura aún será lo suficientemente pequeña como para convencer a todo el mundo de que tiene un par de meses menos. Si espero más tiempo, no tendré esa ventaja.

—Pero Percy nos quiere tanto… ¿Cómo podemos hacerle esto?

Mary le cogió la cara con fuerza y lo miró fijamente a los ojos.

—Lo compensaremos, Ollie. Le querremos como siempre le hemos querido, con el más profundo amor que puedan tener dos amigos.

—Pero… ahora que os… habéis conocido, ¿cómo soportaréis estar separados, Mary? Yo no sería capaz de compartirte, ni siquiera con Percy. ¿Cómo podemos ir juntos los tres, solo como amigos?

—Tendremos que hacerlo, querido —dijo Mary, acercándose para darle un beso en la frente—. Por el bien de todos aquellos a quienes queremos: tu padre, Beatrice y Jeremy, el bebé y…, nosotros. Tenemos que hacerlo. Percy se casará, tendrá sus propios hijos, y el tiempo que pasamos juntos será un recuerdo lejano para los dos. —Mentía como una bellaca, pero habló con una sinceridad profunda cuando dijo—: Siempre te seré fiel, Ollie. Te lo prometo.

Ollie se sacó un pañuelo del bolsillo interior de su traje y se lo llevó a los ojos.

—No me lo puedo creer —repuso—. Pensar que tú… te quieras casar conmigo… que mi sueño más imposible se ha hecho realidad. El único obstáculo a mi felicidad es Percy… él va a quedarse destrozado, pero… no sé qué más puedo hacer.

—Exacto —dijo Mary, y se levantó para sentarse junto a él en la hamaca.

Habría un lugar para este hombre en su corazón, pensó, aguantándose las lágrimas. Nunca le faltaría su cariño, compromiso, ni respeto; pero en ese momento sintió un movimiento en su interior, como si una parte de ella, que pertenecía al único hombre al que siempre amaría, se hubiera ido sigilosamente para acurrucarse en algún lugar remoto, oculto, de su ser, como un animal al que le ha llegado el momento de morir.