Capítulo 70
Calle arriba desde Warwick Hall, junto a la mansión de los Toliver, Hannah Barweise, que tenía un dilema, se balanceaba en la terraza. La salud de Percy Warwick se estaba deteriorando, y ahora la cuestión era si debía informar a Lucy de que se preparara para lo peor. Su amiga jamás lo admitiría, pero era más claro que las pecas en la cara de Doris Day que seguía enamorada de su marido.
¿Debía contarle a Lucy los últimos acontecimientos que tal vez hubieran llevado a Percy a su límite? El primero empezó alrededor del mediodía, cuando la chica Toliver entró en casa de Mary. Se había quedado el tiempo justo para que Henry pudiera llevarle unas cajas al coche, y después se había marchado. No hacía nada que se había ido cuando Matt había llegado girando calle arriba como un loco, pegando un frenazo en el camino de entrada de Mary. Poco después había salido a toda prisa, como si tuviera que coger un avión.
Como expresidenta de la Sociedad de Conservación, había considerado que era su deber interrogar a Henry sobre la visita de Rachel Toliver. La Sociedad no había recibido instrucciones de qué hacer con las posesiones de Mary. Como Sassie no estaba allí para poner freno a su lengua, le había contado más que suficiente. En primer lugar, que Rachel se había llevado solamente un par de libros de contabilidad antiguos y los artículos que había sacado de un baúl en el ático. No había querido nada más de Mary. Eso le hacía saber a Hannah lo que la chica opinaba de su tía abuela, y ¿quién la podía culpar, teniendo en cuenta la bomba que le había puesto en el regazo?
Después, le había sonsacado que Matt se había ido a buscar a Rachel siguiendo la corazonada de que se alojaría en un motel fuera de Howbutker. Cuánto le hubiera gustado ser un ratón debajo de la cama para presenciar esa reunión. No era ningún secreto en el pueblo que antes de que todo le explotara en la cara a Rachel, ella y Matt habían sido pareja. Suponía que él la habría encontrado, y que la invitada especial que esperaban para la cena era ella, basándose en una conversación que había escuchado entre su ama de llaves y Savannah, la cocinera de los Warwick, hacía un ratito.
Savannah había llamado para lamentarse de que, después de todo su esfuerzo, la chica no iba a venir y que Percy estaba terriblemente decepcionado. Hannah apostaría lo que fuera a que él había esperado poder redimirse con Rachel y conseguir que hubiera una oportunidad de que ella y su nieto se volvieran a juntar. Matt y Amos estaban allí ahora; Amos con una cara más larga de lo normal, y Matt con un aspecto no mucho mejor. Según Savannah, los tres estaban encerrados en el estudio de Percy bebiendo whisky, mientras el pollo a la florentina se secaba en el horno.
Savannah sostenía que Percy no iba a poder soportar mucho más y que solo era cuestión de tiempo que sucumbiera a lo inevitable. A Lucy le rompería el corazón saberlo, pero Hannah le había prometido que le informaría de cualquier cosa que afectara a su familia. En caso de que ocurriera lo peor, querría estar ahí para Matt. Teniendo esto presente, Hannah se levantó de su mecedora y fue adentro para hacer la llamada.
* * *
Lucy colgó el teléfono y llamó a Betty.
—¿Sí, señora?
—Olvídate del postre y el café esta noche, Betty. Trae el brandy.
—¿Ocurre algo malo?
—Desde luego que sí. Mi marido se está muriendo.
—¡Ay, señorita Lucy!
—¿Cómo ha podido? —Lucy pegó en el suelo con su bastón—. ¿Cómo ha podido? ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!
—Pero ¡señorita Lucy! —Betty miró fijamente a su ama, estupefacta—. Puede que él no lo haya decidido.
—¡Sí que lo ha hecho! Y no tiene por qué querer dejar de vivir por esa mujer.
—¿Qué mujer?
Lucy se contuvo. Enderezó los hombros y dejó de golpear el suelo con el bastón.
—El brandy, Betty. Inmediatamente.
—Ahora mismo se lo subo.
Lucy respiró hondo. El corazón le latía como un pájaro salvaje enjaulado; pero ¡por Dios!, ¿cuándo no había sido así tratándose de Percy? Empezaba a tenerle pavor a estas llamadas de Hannah, aunque al mismo tiempo agradecía la información. Hannah no había tenido ni idea de cómo unir las piezas; gracias a Dios, Lucy sí había sabido. Hannah hacía la retransmisión y ella la recopilaba. Entre las noticias que le había ido pasando a través de los años, con la ayuda involuntaria de Savannah, y la información que le podía sonsacar a Matt, Lucy había tenido una imagen clara de lo que sucedía en Warwick Hall.
Y lo que sucedía ahora era que Percy estaba permitiendo que Mary le robara desde la tumba la poca vida que le quedaba. ¡Esa maldita plantación sería la ruina de los Warwick! ¿Cómo se había atrevido esa mujer a dejarle Somerset a Percy, y pasarle con ella la maldición? Porque eso era exactamente lo que era: un mal que destruía a quien estuviera en su posesión. ¿En qué había estado pensando Mary para poner a Percy en una posición así? ¿No se había dado cuenta de la división que iba a crear? Esa era la pena que se estaba comiendo a Percy. Había esperado ver a Matt y a Rachel casados, siguiendo con lo que él y Mary habían dejado a medias, haciendo bien lo que ellos habían dejado que se les escurriera entre los dedos. La única manera de que eso pudiera ocurrir ahora era devolviendo Somerset a Rachel, y había tantas posibilidades de que ocurriera eso como de que a los gusanos les salieran piernas.
Y, por supuesto, Mary había contado con que él no traicionaría su confianza; de lo contrario, Dios podía enviar el alma de la difunta al infierno.
Sin embargo, Lucy estaba confundida. Puede que Mary hubiera sido testaruda, pero jamás había sido irracional. ¿Por qué no vendió Somerset junto con el resto de sus granjas? ¿Por qué había hecho que Percy cargara con ello? ¿Por qué había vendido todas sus participaciones y había dejado la casa a la Sociedad de Conservación? ¿Por qué había privado del derecho de voto a la heredera a la que había preparado para continuar con el patrimonio que tanto se había sacrificado por mantener?
Betty puso una copa de brandy a su lado.
—Señorita Lucy, parece como si estuviera mirando pasmada la segunda venida —le dijo.
—Casi, Betty… casi —susurró Lucy, atemorizada. Se le acababa de ocurrir una posibilidad increíble, como si hubiera salido directamente de la boca de Dios, y antes siquiera de echar un trago de brandy. «Vaya, vaya, Mary Toliver, vaya vieja arpía astuta que eres. Ahora sé por qué lo has hecho. Has salvado a Rachel de convertirse en ti. Viste hacia dónde se dirigía y le has quitado los medios para llegar hasta allí. Por una vez en tu vida, has querido a alguien más que a esa plantación chupasangre. Ya me vale, qué tonta soy».
Pero, como de costumbre, Mary se había presentado demasiado tarde, con demasiado poco, típico de ella, que siempre había llegado en el último momento a lo largo de toda su vida. Matt dijo que había muerto pocas horas después de haber llevado el codicilo a la oficina de Amos, por lo visto antes de que tuviera la oportunidad de aclarar las cosas con Rachel. Ahora sus buenas intenciones le habían explotado en la cara a todo el mundo como una bomba arrojada en la dirección equivocada. Ahora Rachel la odiaba, ella y Matt habían roto, y Percy expiraba lentamente entre la espada y la pared donde Mary lo había dejado. Una vez más, le estaba dando duro, y ahora su clon —a menos que alguien la hiciera entrar en razón— le estaba dando duro a Matt también.
Lucy levantó la copa, con una furia cada vez mayor. Se maldecía por no haberse percatado de lo que venía, desde el momento en que Hannah le había informado el primer verano de la visita de la sobrina nieta de Mary a Howbutker. Hannah, que conocía a Mary de toda la vida, decía que la niña tenía el mismo «pelo negro de bruja, el mismo color de ojos extranjeros, la tez de gitana y el hoyuelo en el mentón», como justo castigo.
—En otras palabras, es hermosa, ¿no? —le había preguntado Lucy.
—Me temo que sí —había admitido Hannah—, y como se parece tanto a Mary a esa edad, he tenido que pellizcarme para asegurarme de que no estábamos de vuelta en la escuela elemental.
Fue entonces cuando Lucy consideró la ironía de que Matt y Rachel un día pudieran volver a representar la saga Mary Toliver-Percy Warwick. Contuvo la respiración y cruzó los dedos.
¿Cómo se podía alegrar de que Matt estuviera enamorado de la heredera al trono, que sufría el mismo apego por él que su propietaria actual? ¿Cómo podría abrazar a una nieta política creada con el mismo molde que la mujer a la que odiaba?
Respiró más tranquila cuando le contaron que la primera vez que se conocieron, en el funeral de Ollie, no cuajaron, pero cuando fueron pasando los años y ninguno de los dos se casó, había tenido un horrible presentimiento de que solo era cuestión de tiempo que sucediera lo inevitable. Y así fue. A los pocos días de que Rachel hubiera vuelto para el funeral de Mary, Matt la llamó para decirle que había conocido a la chica con la que quería casarse.
—¿Estás seguro de ello?
—Estoy seguro, Gabby. Nunca en toda mi vida he estado más seguro de nada, como lo estoy de nosotros. Nunca he estado tan feliz. ¡Qué demonios!, creo que nunca he sido feliz, si es así como se siente la felicidad. Sé que tú y Mary tuvisteis vuestras diferencias, pero esta Toliver te va a gustar.
Así que había respirado hondo y le había dicho:
—Bueno, pues ponle un anillo en el dedo, Matt, antes de que tu abuelo y yo seamos demasiado viejos para perseguir bebés.
Una semana más tarde, se había terminado. De la misma forma en que su tía abuela lo había hecho con Percy, Rachel había dejado a Matt por esa maldita plantación. Le había ahorrado las concesiones que los abuelos normalmente dan a sus nietos cuando estos son víctimas del amor. No le había dicho que se olvidaría de Rachel, que el tiempo lo curaría, y que había más chicas en el coro. Igual que su abuelo, había encontrado y perdido a su único y verdadero amor.
Pero que Dios salvara al chico de cometer el mismo error que Percy había cometido al casarse por despecho.
El brandy le estaba calentando la circulación sanguínea, convirtiendo su rabia en tristeza. Nunca se había sentido tan completamente separada de su antiguo hogar y de aquellos a los que amaba. Si pudiera quedar con la chica, le pondría las cosas claras y le daría una charla sobre su tía abuela y sobre esa plantación…, una verdad que le daría la libertad para amar y casarse con Matt. Pero ¿qué podía hacer desde su jaula dorada en el exilio que ella misma se había impuesto?