Capítulo 67

Santorini, Nea Thera

Cuando se abrió la puerta, Iris esperaba ver de nuevo a la criada de los ojos almendrados. Para su sorpresa, quien le traía el almuerzo era Finnur. Al igual que la criada, echó el cerrojo antes de dejar la bandeja en la mesa. Al lado depositó la llave, una pieza de bronce de estilo antiguo. Por cómo sonó al golpear la madera, debía pesar cerca de un kilo.

—Hola, Iris.

—¿Qué haces tú aquí?

—Le he pedido a Kosmos personalmente que me dejara traerte la comida.

Iris miró de reojo la bandeja. Moussaka y pinchos de cordero. Esta vez, además de agua, le habían traído una jarrita de vino. «Ni se te ocurra probarlo», pensó. Mucho se temía que contuviera algún sedante diluido.

—Entonces, ¿sabías que Kosmos me tiene secuestrada aquí?

—No te pongas melodramática, Iris. Simplemente quiere evitar que ciertas cosas salgan a la luz antes de tiempo. ¿Secuestrada? Esa comida tiene un aspecto suculento. Yo diría que eres más bien una huésped de honor.

—Dime qué está pasando aquí, Finnur. ¿Qué manejos se traen entre manos Kosmos y Sideris?

—En realidad tiene poco que ver con Sideris, aunque él se crea el actor más importante de esta obra. Es cosa de Kosmos, y también mía. —Finnur hinchó el pecho como un pavo—. No se trata de un asunto de arqueología, sino de ciencia. Y tiene que ver con la cúpula.

—¿Qué es esa cúpula?

—Se te va a enfriar la comida, kanina.

—No vuelvas a llamarme así. No lo soporto.

Finnur puso cara de cachorro herido, como si el comentario de Iris hubiera destrozado su dignidad.

—Lo siento. ¿Por qué no me lo habías dicho nunca?

—Creí que se notaba.

—Pues no. Debiste confiar en mí lo bastante como para decírmelo antes. Una pareja…

—Está bien. Tienes razón. Debí confiar en ti —respondió Iris con un suspiro. Si quería información, era mejor no seguir desafiando a Finnur—. Cuéntame lo de la cúpula, por favor. Al fin y al cabo, no se lo puedo decir a nadie.

«Salvo a Gabriel Espada en cuanto deje de hablar contigo», añadió para sí.

Finnur le explicó que la cúpula era un artefacto antiguo, creado por una civilización desconocida. Al parecer, servía para explorar el corazón de la Tierra. Era al mismo tiempo tomógrafo, radar, sismógrafo y holograma: una ventana al centro de la Tierra.

—Imagínatelo, Iris. Descifrar de una vez todos los secretos del planeta. Comprender la verdadera dinámica de la tectónica de placas, cómo se genera el campo magnético, cuál es el origen del calor del núcleo de la Tierra.

—No me digas más: Kosmos te prometió el monopolio de ese conocimiento si le guardabas el secreto.

Según le había contado Gabriel, la cúpula no sólo servía para explorar el interior de la Tierra, sino también para manipular su comportamiento.

Por un momento, sopesó la idea de decírselo a Finnur. Quizá aún estaban a tiempo de detener aquella cadena de catástrofes.

Pero se lo pensó mejor. Aunque convenciera a Finnur, éste hablaría luego con el señor Kosmos.

Quien, según Gabriel Espada, se llamaba en realidad Minos y era un superviviente de la antigua Atlántida.

Descabellado, pero ¿por qué no? Iris lo había visto levantándose de la silla de ruedas y despojándose de la máscara. La descripción de Gabriel cuadraba. Y el temor sobrenatural que había inducido en ella también. Era evidente que Kosmos controlaba las emociones hasta un punto que ni siquiera Gabriel sospechaba. Estaba claro que Finnur era un peón en manos de Kosmos. No podía confiar en él.

Y había algo más.

—¿Cuándo piensa abrir la cúpula?

—Esta misma noche.

Iris recordó las palabras de Kosmos. «Cuando ella llegue tendremos que abrir la cúpula de oricalco. Y eso no puede hacerse sin derramar sangre. El viernes, cuando salga la luna llena…».

«Ella» no podía ser otra que Sybil Kosmos, la presunta nieta del multimillonario. La perspectiva de conocer en persona a una famosa internacional con millones de entradas en los buscadores de Internet no llenó de emoción a Iris.

Tan sólo la preocupaba su propio e inmediato futuro.

Finnur proseguía con sus explicaciones, mucho más solícito de lo habitual en él.

—Gracias a la cúpula podremos comprender lo que está ocurriendo en el centro de la Tierra. Reconozco que tú tenías razón, Iris. No debí burlarme de ti y de tus supererupciones. Y tampoco debí comportarme ayer de ese modo. Tú sabes que no soy un hombre violento…

Mientras escuchaba a Finnur, Iris pensaba a toda velocidad. Poco antes de amanecer, Gabriel Espada le había mandado un mensaje. El y unos amigos habían conseguido un reactor privado y se dirigían a Santorini. Traían con ellos a alguien que podía utilizar la cúpula, una mujer que no era Sybil Kosmos. Gabriel no había querido añadir más por precaución.

Pero aunque Ragnarok acudiera a su rescate como un caballero andante embutido en su brillante armadura, cuando quisiera llegar probablemente ya sería tarde para Iris. No, lady Gudrundóttir tendría que salvarse sola.

—Olvidémoslo, Finnur. Todo el mundo tiene derecho a cometer un error en su vida. —Iris se tragó su odio y su desprecio. Jamás perdonaría a un hombre que la había amenazado, pero ahora no era el mejor momento de decírselo a Finnur.

—Eso es cierto.

—Quizá la culpa fue mía.

—No, kanina. Toda la culpa fue mía.

Iris ni siquiera se molestó en recordarle que se le había vuelto a escapar el mote que tanto aborrecía. Extendió las manos hacia él, recorrió su cinturón con los dedos y luego empezó a juguetear con la hebilla.

—Bueno, repartamos la culpa entre los dos. —Iris apretó los labios como un pequeño corazón, en un mohín infantil que sabía que a él le gustaba—. Si yo hubiera sido más cariñosa contigo últimamente no te habrías puesto así. ¿Hacemos un trato?

Empezó a desabrocharle el cinturón. Finnur tragó saliva. Iris notó un leve temblor en su cuerpo. Lo conocía de sobra como para saber que era una señal palmaria de que estaba excitado.

Aparte de otros indicios que se marcaban en el pantalón.

—Claro, Iris. Dime lo que quieres.

—Estar a tu lado cuando abras la cúpula. Yo también deseo explorar las regiones más recónditas de la Tierra… —dijo, añadiendo un tono gutural a su voz.

—Eso está hecho.

Iris ya le había abierto los corchetes de la bragueta. Ahora tiró de sus pantalones hacia abajo.

—Pero ahora quiero explorar otras cosas…

* * *

Finnur intentó abrir los ojos. Sentía un espantoso dolor de cabeza, y los párpados del ojo izquierdo tan pegados que no los podía separar. Al tocarse notó algo viscoso. Sangre, que había empezado a coagular sobre su piel.

Estaba tendido en el suelo. No recordaba cómo había llegado allí.

Recordó. La habitación donde tenían a Iris. ¿Habían practicado sexo salvaje sobre las baldosas?

Se incorporó sobre los codos y se quedó sentado en el suelo. Iris no estaba en la habitación. La bandeja seguía sobre la mesa, pero la comida y la botella de agua habían desaparecido.

«¿Qué hago así?», pensó al mirarse las piernas. Tenía los pantalones en los tobillos. Recordó vagamente que ella había empezado a desnudarle y que él se había dejado, convencido de que le iba a practicar una felación.

Y cuando lo tenía así, con los pantalones bajados, torpe como un pingüino, le había golpeado. ¿Con qué?

Cuando se levantó y trató de abrir la puerta, comprendió cuál había sido el arma agresora. La llave de bronce.

Ahora era él quien estaba encerrado.

Atlántida
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