Capítulo 54
Madrid, Moratalaz / La Atlántida
Cuando la negrura se desvaneció, Gabriel encontró a Kiru recostada en un lecho, dentro de una estancia perfumada e iluminada con lámparas de aceite.
Dos sirvientas se acercaron a la cama, cada una con un bebé en brazos. Eran un niño y una niña. No podían tener más que unos pocos días.
Kiru cogió a uno en cada brazo, como si estuviera más que acostumbrada a sujetar no sólo a un recién nacido, sino a dos a la vez.
—Él se llamará Zinduk —dijo Kiru.
—¿Y cómo se llamará ella?
Kiru levantó la mirada. Había un hombre mirándola. Gabriel pensó que lo conocía de algo.
Y así era. Lo había visto en la mente de Sybil. En la visión de ésta se hallaba encadenado, tenía los párpados arrancados, el rostro convertido en una máscara de dolor y el abdomen abierto en una raja espantosa. Pero, sin duda, era el mismo hombre. O el mismo inmortal.
Atlas, el Primer Nacido.
—Su nombre será Adazu —respondió ella.
Kiru contempló a la niña. Parecía una muñeca perfecta, que miraba a su madre con una extraña inteligencia en sus ojos oscuros. El niño era prácticamente igual.
«Mis mellizos», pensó Kiru. A Gabriel le sorprendió que lo pensara en primera persona.
«Este recuerdo es más antiguo que todos los demás», pensó.
—Escucha, Kiru —dijo Atlas—. Tengo que decirte algo…
—¿Sí?
—Tengo que decirte algo…
—¿Sí?
—Tengo que dec…
El recuerdo se repitió un instante, luego se paró y dio un salto adelante, como una grabación estropeada. Gabriel pensó que allí había algo más que un bloqueo, que la memoria de Kiru había sufrido un auténtico deterioro físico.
—¡… a mis hijos!
—Han cometido un crimen terrible. Tú sabes que no tienen remedio.
—¡No les harás eso!
Algo fallaba en el recuerdo, pues Gabriel no sabía qué era «eso» que Atlas deseaba hacerles y Kiru quería evitar.
—Está bien —se rindió él—. Tienes razón. No me los llevaré de aquí. Pero los castigaré. Sobre todo a los mayores. Isashara y Minos han tenido la culpa de todo.
Gabriel se quedó de piedra. De modo que Kiru era la madre de la pareja gobernante.
O, por decirlo de otro modo, Kiru era la madre de Sybil Kosmos. Eso explicaba el gesto de sorpresa de SyKa al verla con la boca cosida y a punto de ser sacrificada. Y también por qué en el siglo XXI seguía teniendo tanto interés en encontrar a Kiru.
Atlas se apartó un poco y le hizo un gesto a una tercera criada, que le acercó a Kiru una copa llena de vino.
—Toma esto, señora. Es bueno.
—Será mejor que sueltes a los niños —dijo Atlas.
—Es bueno.
—Será mejor que sueltes a los ni…
—¡No pienso soltarlos!
La criada le acercó la copa a la boca. Era vino caliente, especiado con canela. Algo que a Gabriel le habría revuelto el estómago, pero que en aquel tiempo debían considerar una exquisitez.
«La van a drogar», comprendió. ¿Cómo no se daba cuenta Kiru, si ya era la segunda vez que se lo hacían?
No. En realidad, era la primera vez. Esta vivencia era más antigua. Kiru no debía sospechar nada.
La sensación de pesadez que se apoderó de Kiru ya le resultaba familiar a Gabriel. Al cabo de un rato, cuando ya se le cerraban los párpados, Atlas intentó abrirle las manos. Pero incluso dormida, Kiru se negaba a soltar a los pequeños.
Atlas renunció. A cambio le puso la mano en la frente, de un modo muy parecido a lo que había hecho Gabriel en el sofá de Valbuena.
—Es por tu bien —dijo Atlas—. Hay cosas que agradecerás no recordar…