Capítulo 10
Escipión alzó la copa de vino y bebió un
trago largo saboreando el aromático y dulce caldo blanco recién
importado de la isla de Rodas.
—¿Cómo dices que se llama este vino, Marco?
—preguntó el noble romano a su pariente.
—Malvasía. Dicen los griegos que es la
bebida favorita de nuestros dioses; en el Olimpo no se bebe otra
cosa —bromeó Marco Tulio.
—¿Puedes proporcionarme algunas
ánforas?
—Claro. Tengo buenos contactos comerciales,
que establecí durante los años que pasé en Asia como tribuno y
pretor.
—Ya sabes lo de Numancia, ¿no?
—Sí. Me lo dijo ayer el senador Fulvio
Metelo. En el Senado están hartos de la ineficacia de los cónsules
que se han enfrentado a los numantinos hasta ahora; dicen que es
tiempo de acabar con ese problema. Los chismes que circulan por
Roma ridiculizan al ejército, al consulado y a la propia capacidad
militar y política de la República. En la próxima reunión del
Senado se debatirá monográficamente la cuestión de Numancia. Hay
senadores que abogan por que seas nombrado cónsul de nuevo y
dirijas el ejército hasta que Numancia caiga, como hiciste con
Cartago.
—Ya he sido cónsul en una ocasión. La ley
prohíbe un segundo mandato; se aprobó, según justificaron algunos
senadores, para evitar tentaciones que abocaran a una dictadura
—alegó Escipión.
—Vamos, primo, tú mismo me has enseñado que
las leyes de Roma pueden cambiarse si es preciso. El Senado dejará
en suspenso la ley que prohíbe repetir en el consulado para que
puedas ejercer un segundo mandato.
Mientras los dos parientes hablaban de las
próximas elecciones al consulado, un criado entró en la sala
anunciando la presencia de un heraldo del Senado.
Escipión le hizo pasar.
—General…, generales —rectificó el heraldo
al apercibirse de la presencia de Marco Tulio—. El primero de los
senadores me envía para comunicarte…, comunicaros —volvió a
rectificar—, una mala noticia: los esclavos se han sublevado en
Sicilia. Ha habido un primer motín en Enna y desde allí la revuelta
se ha extendido por toda la isla, donde arden numerosos focos de
rebelión. Algunas casas de nobles patricios han sido saqueadas e
incendiadas y muchas aldeas han ardido al paso de los rebeldes. El
objetivo de los esclavos, a los que se han unido bandas de
menesterosos y del populacho, son las haciendas de los ricos
propietarios, que están siendo acosados y perseguidos; algunos ya
han sido asesinados.
—¿Los dirige algún cabecilla? —demandó
Escipión.
—Parece que sí. Su jefe es un sirio llamado
Euno, que antes de ser esclavo era pastor en su tierra natal. Nos
han informado de que tiene un gran dominio de la elocuencia y que
sabe muy bien cómo alentar a las masas para que le sigan.
—¿Un pastor? Los arúspices aseguraron que
hace unos días habló un buey, tal vez fuera una señal de los dioses
que nadie supo interpretar; nuestros sacerdotes están perdiendo
facultades — ironizó Escipión.
—Numancia siempre, ahora Sicilia, mañana tal
vez estalle en revueltas la propia Roma; es tiempo de que
intervengas —dijo Marco.
—Dile al primero de los senadores que me
gustaría hablar con él, enseguida. ¡Ah!, y que ordene de inmediato
a Calpurnio Pisón que envíe algunas tropas cerca de Numancia, y que
si él en persona no se atreve a ir, que siga a resguardo en
Carpetania pero que envíe a un legado con una legión. Roma debe
estar presente en Celtiberia de manera inmediata. Y en cuanto a
Sicilia…, enviaremos un par de legiones, creo que será suficiente
para acabar con la revuelta de esclavos.
En los comicios consulares no hubo ninguna
sorpresa. El Senado y el pueblo habían ofrecido el consulado a
Escipión, que seguía sin tener la edad legal para ocupar el cargo.
Los senadores decidieron mediante una votación casi unánime que los
tribunos de la plebe derogaran la ley que impedía repetir mandato
al frente del consulado, y que sólo fuera de este modo para ese año
y para esa ocasión, volviendo al año siguiente a la situación
anterior. Así se hizo; Publio Cornelio Escipión fue elegido cónsul
por la más abrumadora de las mayorías hasta entonces lograda por
candidato alguno.