Capítulo 16
El tiempo mejoró un poco mediado el invierno
y Pompeyo decidió levantar el campamento y trasladarse a Ocilis,
donde esperaba entregar el mando al nuevo cónsul. Antes de
retirarse envió una embajada a Numancia ofreciéndoles la paz y un
tratado honroso.
El invierno no sólo había sido duro para los
legionarios y auxiliares de la legión de Pompeyo; los numantinos
habían sufrido varias bajas por enfermedades y frío, además de los
soldados caídos en los combates librados en los últimos meses. El
cónsul saliente se mostraba muy preocupado, pues estaba seguro de
que, si no ofrecía algunos resultados más convincentes, el Senado
podría acusarlo por sus errores e incluso condenarlo por su
incompetencia.
Los numantinos aceptaron celebrar la
entrevista y enviaron seis representantes a una conferencia que
tuvo lugar en el sencillo edificio que había sido el pretorio del
campamento construido en época de Nobilior. Por los celtíberos
acudieron cuatro magistrados numantinos, entre ellos Tirtanos y
Olíndico, además de Aracos y Aregodas, mientras que por la parte
romana estaban presentes el propio Pompeyo, tres senadores que
habían pasado el invierno en Ocilis, dos prefectos y dos tribunos
de la quinta legión.
Tras la bienvenida, Pompeyo habló ante las
dos delegaciones con solemnidad:
—Estos meses han sido muy duros y terribles
para todos nosotros. Roma desea la paz, siempre desea la paz, y yo
estoy aquí para lograrla. Os pido, hombres de Numancia, que
aceptéis la paz que Roma os ofrece y que confiéis en nuestra
palabra y en nuestra República.
Tirtanos se adelantó y preguntó:
—¿Qué precio tiene vuestra paz?
—Mucho menor que el que tendréis que pagar
si seguimos con el asedio.
Ambas partes acordaron la paz, y Pompeyo se
retiró aparte con Tirtanos para pactar las condiciones.
Acabada la entrevista privada, Tirtanos
habló con los suyos.
—Nos exige treinta talentos de plata, la
entrega de algunos rehenes, prisioneros y desertores a cambio del
tratado de paz.
Los miembros del senado de Numancia se
mostraron de acuerdo, pero Aracos puso algunos reparos.
—Los romanos han incumplido su palabra en
muchas ocasiones. Treinta talentos es una gran cantidad que podría
ser utilizada para reclutar nuevas tropas esta misma primavera y
continuar el asedio con más fuerza. No veo en este acuerdo las
garantías suficientes.
—No podemos hacer otra cosa. Tú mismo,
Aracos, sabes mejor que nadie cuál es nuestra situación. Estamos
cansados, al borde del agotamiento, hemos perdido casi la mitad de
nuestros mejores hombres, la tierra no producirá si no plantamos de
inmediato la nueva cosecha… No nos queda otra opción que
aceptar.
Ese mismo día los numantinos entregaron a
Pompeyo a sesenta y dos desertores, la mayoría auxiliares iberos
que durante el invierno habían abandonado el campamento romano para
pedir refugio en Numancia, a unos pocos prisioneros y diez talentos
de plata, además de treinta rehenes como garantía de pago de los
veinte talentos restantes. Con ese botín, Pompeyo se retiró hasta
Ocilis, donde quedaron citados para la entrega de la plata que
faltaba.
∗∗∗
Marco Popilio Lenate, el nuevo cónsul con
mando en Hispania, llegó a Ocilis a los pocos días del acuerdo del
tratado de paz, y poco después se presentaron varios celtíberos con
los veinte talentos que restaban por entregar.
Aracos dirigía el grupo de numantinos
armados que habían escoltado a Tirtanos y al dinero hasta Ocilis.
Durante el acto de entrega, Tirtanos le recordó a Pompeyo su
compromiso y le exigió la firma del tratado de paz que habían
acordado, pues las condiciones exigidas se habían cumplido.
Pompeyo sabía bien que el nuevo cónsul no
ratificaría el tratado, pues el Senado de Roma había dado órdenes
tajantes de no aceptar ningún trato con los hispanos que conllevara
el menor síntoma de debilidad, y ante la sorpresa de los
celtíberos, sentenció:
—Yo jamás me comprometí a firmar acuerdo
alguno con la ciudad de Numancia. El anciano Tirtanos, sintiéndose
burlado, le respondió con contundencia:
—Este hombre miente. Aquí, en esta sala, hay
varios testigos de su compromiso. Esos hombres señaló a los
senadores y a los tribunos estaban presentes. Nos dijo que
confiáramos en Roma, que Roma quería la paz. Nos exigió a cambio
varias condiciones que hoy hemos satisfecho por completo.
—Yo ratifico las palabras de Tirtanos
—añadió Aracos.
—No es cierto; yo jamás me comprometí a
nada, tal vez vuestro escaso conocimiento del latín no os
permitiera comprender con claridad mi propuesta —alegó
Pompeyo.
—Yo entiendo perfectamente el latín, como
puedes comprobar. Tus palabras fueron precisas: habría paz a cambio
de plata.
Pompeyo siguió negando sus promesas y los
celtíberos insistieron en que mentía y en que se preguntara al
resto de los romanos presentes en aquella reunión, pero éstos
permanecieron callados.
El nuevo cónsul intervino entonces para
zanjar una discusión que no conducía a ninguna parte.
—Que sea el Senado romano quien dirima este
asunto. Es cierto que vosotros, hombres de Numancia, habéis
entregado treinta talentos, pero Pompeyo asegura que es un tributo
con el que pretendéis comprar la paz, en tanto vosotros aseguráis
que es el precio fijado para esa paz.
—Regresad a vuestra ciudad y nombrad una
delegación de diez embajadores. Iréis a Roma para dar en el Senado
vuestra versión y confrontarla allí con la de Pompeyo. Yo os
garantizo la inmunidad y la protección durante el viaje; seréis
tratados como huéspedes e invitados de la República.
—Pretenden ganar tiempo. Se quedan con la
plata, reorganizarán el ejército, contratarán más mercenarios…
Siguen actuando de la misma forma que cuando estábamos entre ellos,
y nosotros seguimos cometiendo los mismos errores —le susurró
Aracos a Aregodas.