51

Me encontraba ya en la puerta, la respiración se me había paralizado en el pecho y caminaba por la negra calle lo más rápidamente posible con las piernas heladas. Me esforcé por reducir la marcha y aspiré grandes bocanadas del aire dulce y contaminado.

Me marché de allí con mi coche como si me persiguiera el mismísimo diablo.

En Sunset y Vine llamé a Milo con el teléfono que Daniel me había entregado.

—¿Dónde estás?

—Diez metros detrás de ti —dijo—. No te has quedado mucho rato.

Le expliqué la razón.

—Baker —repitió.

Comprendí que estaba recordando.

La desafortunada cita doble, la afición de Baker por los juegos, la taquilla llena de pornografía.

—¿Estás seguro de que no te ha visto, Alex?

—No puedo estarlo, pero no lo creo. Esto hace que encajen otras cosas. Hablemos en algún sitio en privado.

—Ve a casa. Me reuniré contigo allí.

—¿A qué casa?

—¿Cuál prefieres?

—La de Andrew —repuse—. Esto podría extenderse y prefiero que Robin no se entere de ciertas cosas.

Al llegar a Genessee metí el Karmann Ghia en el garaje. Era poco antes de media noche, y aunque Robin ya debía de llevar un rato acostada, la llamé sabiendo que la conversación sería seguida por quién sabe cuántas personas en el consulado israelí.

—Hola.

—Hola, cariño. ¿Dormías?

—No, esperaba —repuso, sofocando un bostezo—. Discúlpame. ¿Dónde estás, Alex?

—En el apartamento. Tal vez me quede aquí un rato. Si la situación se prolonga hasta muy tarde, quizá me quede a dormir. A propósito, esta es una línea compartida de alta tecnología.

—¡Oh! —exclamó ella—. ¿Cuándo sabrás si vienes a casa?

—¿Por qué no te limitas a suponer que no iré? Te llamaré lo antes posible. Solo deseaba decirte que te quiero.

—Yo también te quiero. Si puedes venir a casa, hazlo, por favor, Alex.

—Lo haré.

—Lo principal es que te encuentres a salvo.

—Por completo —respondí—. Todo lo a salvo que es posible.

Preparé café instantáneo en la cocina y me senté en el polvoriento sofá.

Baker. El hombre de la barba. ¿Cuántos más?

Huéspedes.

¿Habría acudido Farley Sanger a la fiesta?

Había un vehículo en el garaje.

¿Una furgoneta Chevy?

Recordaba la foto del carnet de conducir de Wilson Tenney.

Treinta y tantos años, estatura media, muy bien rasurado, cabellos largos y de color castaño claro.

Se había cortado el pelo y se había dejado barba. Además de mí, otros trataban de disfrazarse.

Baker, Tenney y Zena.

Tal vez otros.

Un club de asesinos.

La casa de Zena, refugio para un asesino. Era su piso franco.

Recordé el ambiente de la fiesta.

Allí la gente bebía, comía, se divertía; no se advertían paranoias ni sospechas. La mayoría de la gente de Meta no tenía ninguna idea del tipo de diversiones a que se entregaba el grupo disidente.

Juegos… Tenney se había apartado de la acción y se sentaba a solas en un rincón para leer. Como había hecho en el parque donde fue secuestrado Raymond.

El genuino solitario… se encontraba abajo con Wes Baker.

Una conferencia improvisada del club contenido en otro club.

Una rigurosa y pequeña célula asesina.

Baker y Tenney, en el dormitorio de Zena, tras una puerta cerrada. Zena se había enojado pero no había protestado.

Sabía que estaban por encima de ella.

Por su carisma y su experiencia policial, Baker debía de ser el jefe.

Un profesor, un instructor en técnicas policiales.

¿Quién mejor para subvertir a la policía?

Profesor y alumnos…

¿Baker y Nolan?

¿Código siete para prostitutas? ¿Algo peor?

Dos policías en un parque.

Una joven estrangulada y abandonada tendida en el suelo.

Y barrían.

Trabajo fácil para dos hombres fornidos.

¿Sería posible?

Pensé en el suicidio de Nolan, tan público, tan denigrante al ejecutarse a sí mismo frente al enemigo.

Como todos los suicidios, con un mensaje implícito.

Este hablaba de un espíritu corrompido, de culpabilidad asfixiante. Era el castigo definitivo para un pecado sin remisión.

Un tipo encargado de mantener la ley y el orden. Había persistido en él una pizca de conciencia y lo había atormentado la magnitud de su transgresión.

Él mismo se había impuesto la sentencia.

Pero había algo que no encajaba. Si Nolan se proponía expiar su culpa, ¿por qué no la había hecho pública, la había expuesto a los demás, y había evitado así más derramamientos de sangre?

Porque Baker y los otros tenían alguna clase de influencia sobre él. ¿Tal vez las fotos? Aventuras en acto de servicio con prostitutas adolescentes.

Polaroids metidas en un álbum familiar.

Habían sido colocadas allí deliberadamente para que Helena las encontrase.

Pero no había sido Nolan. Había sido alguien que no deseaba que ella siguiera investigando.

Los allanamientos de morada en casa de Nolan y en la de Helena con una diferencia de días… Ahora parecía una ridícula coincidencia. ¿Por qué no me había llamado entonces la atención?

Porque esa clase de robos eran tan corrientes en Los Ángeles como la contaminación atmosférica. Porque Helena era mi paciente y no podía hablar acerca de lo que sucedía en terapia a menos que hubiera vidas en peligro. Por ello lo había negado.

Había funcionado perfectamente: me habían cerrado la boca, habían hecho que Helena abandonara la terapia y se marchara de la ciudad.

Pero no, aún seguía sin tener sentido. Si Nolan hubiera estado consumido por la culpabilidad de un asesinato, unas fotos pornográficas no le habrían impedido incriminar a los demás.

Aún seguía debatiéndome con todo ello cuando Milo llamó a la puerta.

Llevaba su maletín de vinilo y se sentó junto a mí.

—Tengo que decirte algo —comenzó.

—Lo sé: Dahl. Cuando me hablaste de Baker comencé a pensar a marchas forzadas.

Abrió el maletín, sacó una hoja de papel y me la entregó.

—Esto es lo que me hizo tardar una hora en llegar hasta aquí —dijo.

Era la fotocopia de una especie de gráfico. Había una parrilla horizontal en los tres cuartos superiores, varias columnas bajo un código numérico de diez dígitos y el encabezamiento INFORME ACTIVIDADES DIARIAS CAMPO. Debajo aparecían una serie de casillas repletas de números.

En la parte superior de las columnas se veían titulares como ESPEC. VIGIL., OBS., TAREAS ASIGN., HORA, FUENTE DE VIGIL. Y COD., LOCALIZ. DE TODAS ACTIV., TIPOS DE ACTIV., SUPERVISOR EN ESCENA, N.° FICHAJE, N.° CITACIÓN. El nombre de Baker aparecía en todos los espacios destinados a supervisor.

—Es el diario de trabajo de Baker y Nolan —observé.

—El informe diario, el INF-D —dijo Milo—. Se entregan al finalizar cada turno, se guardan en comisaría durante un año y luego se trasladan al centro. Estos corresponden a Baker y Dahl el día en que Irit fue asesinada.

Todo aparecía consignado en perfectas letras de imprenta. Las horas estaban anotadas de modo militar: 08.00, la hora de pasar lista, hasta las 15.55, final del servicio.

—Una escritura muy pulcra —dije.

—Baker siempre anotaba como un delineante.

—Compulsivo. Un tipo para barrer.

Milo profirió un gruñido.

Leí el informe.

—La primera llamada es un 211. ¿Robo a mano armada?

El hombre asintió.

—En Wilshire, cerca de Bundy —proseguí—. Duró casi una hora.

Luego una llamada 415… Alteración del orden público, ¿no?

—Puede significar cualquier cosa. Esto sucedió cerca de Country Mart, pero fíjate que aquí, bajo tipo de actividad, dice «no encontrado 415» y no aparece ningún dato de fichaje en la columna 7. No resultó como se esperaba.

Señaló el documento con el índice.

—Después de esto realizaron sanciones de tráfico, diez de ellas seguidas… Baker era un especialista en imponer multas. Luego aparece otra no detención 415 en Palisades y seguidamente fueron a almorzar.

—A las 15.00 —observé—. Las tres. Muy tarde.

—No relacionan ningún código 7 en todo el día. De ser eso cierto, se debían un respiro.

Bajé la mirada a la nota final antes de terminar el servicio.

—Otra acción nula 415 a las 15.30 —comenté—. En Sunset, cerca de Barrington. ¿Son tan corrientes las llamadas falsas?

—Bastante corrientes. Y no se trata solo de llamadas falsas. Muchas veces, los 415 acaban consistiendo en una discusión entre dos ciudadanos, los agentes hacen que se calmen y se marchan sin arrestar a nadie.

Examiné de nuevo la hoja.

—No aparecen detalles de ninguna de las llamadas aparte de la situación de la calle. ¿Es normal?

—En un caso sin arresto sí lo es. Aunque no lo fuera, al ser Baker el supervisor no habría nadie que se mostrara suspicaz con él, a menos que sucediera algo dudoso: quejas de brutalidad, algo por el estilo. Básicamente los INF-D se guardan y se olvidan, Alex.

—¿No se reciben las llamadas a través de la emisora?

—En su mayoría, pero los patrulleros también son avisados por los ciudadanos, o los agentes ven algo por sí mismos e informan a la emisora.

—De modo que no hay manera de comprobar la mayor parte de esto.

—No… ¿Te ha llamado la atención algo más?

Examiné de nuevo el impreso.

—No resulta equilibrado. Toda la actividad se realiza por la mañana. Dices que a Baker le gustaba imponer sanciones, pero puso diez antes de comer y ni una más después… No aparece ninguna información real sobre sus actividades durante toda una hora antes de finalizar el servicio. Más de una hora, si incluyes la llamada de Country Mart. Aún más si Baker falseó todo el diario de la tarde.

Lo miré fijamente y proseguí:

—Durante el tiempo en que acechaban a Irit, la secuestraban y la estrangulaban, Baker y Nolan tenían la coartada perfecta: estaban en acto de servicio. No hay modo de censurarlo ni razones para dudar de ello. Dos tipos con uniforme: un equipo. Ven a los niños apearse del autobús, escogen a Irit, se apoderan de ella… Ambos eran fuertes y, si colaboraban, podía ser sencillísimo. Baker probablemente prefirió un estrangulamiento suave porque deseaba simular que no era un psicópata cualquiera. Pretendió que pareciese un crimen sexual y que, sin embargo, se distinguiera de los crímenes sexuales.

—¡Santo Dios! —exclamó con voz desgarradora.

Me parecía más próximo al llanto que nunca.

—¡Jodidos bastardos! Y ellos… estoy seguro de que fue idea de Baker, ese cabrón calculador, hicieron más que preparar una coartada para un día. Se prepararon durante semanas.

—¿Qué quieres decir?

Se levantó, pareció que iba a dirigirse hacia la nevera pero se detuvo y volvió a sentarse.

—Estuve examinando un buen montón de sus INF-D. La pauta: mañanas ocupadas, tardes tranquilas, comenzó dos semanas antes del asesinato de Irit. Con anterioridad a eso tenían una cantidad de trabajo regular: llamadas durante todo su turno, códigos 7 en horas normales, pausas habituales para almorzar. Dos semanas antes de que Irit fuera asesinada, cambiaron su ritmo de trabajo, y también lo hicieron tres semanas después. ¡Así de calculadores fueron, Santo Dios!

—Tres semanas después —dije—. En cuyo momento Baker pasó a Parker Center y Nolan fue trasladado a Hollywood. Se distanciaron. Ahora sabemos por qué Nolan estaba dispuesto a renunciar a un destino gratificante.

—Se ponía a buen recaudo, el cabrón.

—Tal vez fuese algo más, Milo. Acaso quisiera distanciarse del crimen porque comenzaba a sentirse culpable. Estoy convencido de que esa fue la razón de que se suicidara. También estoy seguro de que Baker y los demás tomaron medidas para que Helena no investigara demasiado a fondo en el asunto.

Le hablé de los allanamientos de morada y de las fotos encontradas en el álbum de la familia Dahl.

—Prostitutas —dijo—. Chicas de la calle de piel negra como Latvinia.

—Tal vez Baker le presentase a Latvinia. Quizá el propio Baker o él con un amigo regresaran y acabaran con Latvinia. Pero lo que sigo sin comprender es qué le impidió a Nolan denunciar lo sucedido.

—Debió de hacerlo por Helena —dijo Milo—. Baker debió de amenazarlo con matarla si hablaba.

—Sí —respondí—. Tiene mucho sentido. Eso habría intensificado el conflicto interior de Nolan y lo habría inducido aún más a la huida absoluta.

—¿Y quiénes son los demás?

—Zena, tal vez Malcolm Ponsico, hasta que cambió de idea y recibió una inyección letal. También Farley Sanger, aunque no lo vi en la fiesta. Y sin duda Wilson Tenney, porque estaba allí.

Y le describí el nuevo aspecto del empleado del parque.

—¿Estás seguro de que se trataba de él?

—¿Tienes su foto del carnet de conducir?

La sacó del maletín.

—Sí —repuse al tiempo que se la devolvía—. No me cabe ninguna duda de que era él.

—Es irreal… un maldito club de psicópatas.

—Un club dentro de otro club —dije—. Un vástago de Meta. Un puñado de monstruos eugénicos que se sientan en torno a sus tableros de ajedrez tridimensionales diciéndose unos a otros cuán inteligentes son y quejándose de la degradación de la sociedad. Y uno de ellos, probablemente Baker, dice: «¿Por qué no hacemos algo para remediarlo? La policía es estúpida, creedme. Lo sé por experiencia. Son muy fáciles de engañar. Basta con usar diferentes técnicas, limpiar las pruebas físicas y distribuir los crímenes, uno por distrito. Los detectives de los diferentes distritos nunca se comunican entre sí. Divirtámonos un poco con ello». O tal vez comenzó de modo teórico, como un juego más, uno de esos juegos de misterio y asesinatos para cometer el crimen perfecto. Y al llegar a cierto punto lo llevaron adelante.

—Por diversión —dijo.

—En el fondo son crímenes emocionantes, Milo. No pueden pensar seriamente que crean un impacto social. Es el caso de Leopold y Loeb, un paso más adelante: el placer de matar bajo una apariencia ideológica. El placer de demostrar lo brillantes que son, tan extraordinariamente listos que dejan un mensaje: DVLL. Algún chiste suyo codificado que están seguros que nunca advertirá la policía. Tal vez sea un insulto para la policía, como en el caso de las zapatillas ensangrentadas de Raymond depositadas en la comisaría Newton. E incluso aunque se descubran las letras saben que el mensaje será imposible de descifrar.

—Baker —dijo Milo—. Es exactamente su estilo. Esotérico. Dirige la manada absorbiéndolos a todos en sus malditos juegos.

En la sien le latía una vena gruesa y nudosa y se le encendía la mirada.

—Asesinos de uniforme. ¡Mierda, Alex, tú conoces el departamento, y yo no tengo un matrimonio perfecto, pero esto! Es exactamente lo que necesita la policía de Los Ángeles después del despreciable Rodney King y los disturbios y el indeseable O. J. Simpson. Exactamente lo que necesita esta condenada ciudad.

—Lo que nos lleva a otra cuestión —dije—. ¿Hay alguien más que realice otro encubrimiento? ¿Qué tal el terapeuta de Nolan, el doctor Lehmann? Me dijo que Nolan tenía problemas que a Helena no le convenía saber. Dijo que era una situación sombría. Me dijo claramente que debía retirarme. Si sabía que Nolan había cometido un asesinato, no tenía ninguna obligación de informar a menos que hubiera otra víctima potencial en peligro evidente. Aún puedo verlo deseando sostener la postura de que su paciente era un homicida tranquilo, por su bien y el del departamento. Consigue muchos clientes del departamento. ¿Pero por qué decir algo? ¿Por qué molestarse en reunirse conmigo en primer lugar? Y ahora que pienso en ello, cuando estuve allí trató de cambiar de tema y me preguntó por Helena. Trataba de averiguar qué sabía ella.

Milo me miró, sorprendido.

—¿Te sonsacaba a ti? ¿Estaba también involucrado en el asunto? ¿En lugar de ayudar a Dahl, en cierto modo lo indujo a comer plomo?

—¿Quién mejor que el terapeuta de Dahl, Milo? Y como asesor de la policía que trabajaba en el centro, es alguien a quien Wes Baker debía de conocer. Alguien a quien Baker pudo haber remitido a Nolan.

—¡Oh, Dios Santo! —exclamó—. ¡Dios Santo! ¿Hasta dónde alcanza todo esto?

Consultó su reloj.

—¿Dónde diablos estará Sharavi? No tengo noticias suyas desde que él y Petra siguieron a Sanger hasta el hotel Beverly Hills. Ella consiguió el número de su habitación y se fue a su casa y Sharavi se encargó de seguirlo.

Sacó su teléfono y marcó el número.

—No está conectado… Bien, dispongamos de nuevo el escenario de ese club sangriento. Un puñado de chiflados de Meta se reúnen y deciden emprender un juego diferente. ¿Cuántos miembros viste del club?

—No podían ser demasiados —dije—. Es extremadamente peligroso compartir un secreto como ese con una multitud.

Profirió un espantoso chirrido sin abrir la boca.

—De acuerdo, de modo que Baker se hace cargo y asigna Raymond Ortiz a Tenney.

—Tal vez no a Raymond de manera específica, solo a algún niño del parque. Un niño que Tenney considerara que tenía algún defecto físico. O tal vez Tenney se ofreció en primer lugar y sugirió que fuese Raymond porque lo había visto y sabía que era retrasado. Sabemos que Tenney se oponía a la autoridad en el trabajo y que había sido reprendido. ¿Qué mejor modo de despreciar su trabajo que utilizarlo para cometer un asesinato?

—Un hombre uniformado —dijo, mirando la foto de Tenney.

—Un hombre corriente uniformado —repuse—. La discriminación racial actúa en ambos sentidos y en esta ocasión jugó a favor de Tenney. Para los muchachos que frecuentaban el parque, Tenney era uno de tantos tipos anónimos de origen anglosajón.

Milo se frotó el rostro.

—No apareció el cuerpo porque Tenney se proponía andar con cuidado y no dejar pruebas físicas. Luego, después de que Baker, los demás y él vieron que no se realizaban progresos, depositaron las zapatillas ensangrentadas en la escalera de la comisaría de policía.

—La sangre la aplicaron con una brocha después de escribir DVLL —dije—, de modo que lo habían planeado. Tal vez fuese idea de Tenney, probablemente de Baker. No fue un crimen tan limpio como el de Irit porque, a diferencia de Baker y Nolan, Tenney nunca se consideró a sí mismo un centurión con ideales. Solo era un tipo enfurecido y lleno de odio con un cociente intelectual supuestamente elevado que no podía conseguir mejor empleo que barrer la mierda de los perros, y odiaba al mundo por eso. Asimismo, como Raymond era un muchacho, tal vez Tenney no consideró que el crimen pudiera tener un carácter sexual y no sintió ninguna necesidad de desexualizarlo. Secuestró a Raymond en el cuarto de baño, se lo llevó a la furgoneta y lo inmovilizó o lo asesinó allí mismo, lo condujo a algún lugar y dispuso del cadáver. Luego dejó su trabajo y desapareció.

—Se fue a vivir a casa de Zena.

—No durante todo este tiempo —observé—. Tal vez vivió en la furgoneta o se enfrentó a otros miembros del club. Y no quiso permanecer en casa de Zena demasiado tiempo. Ella dijo que mañana por la noche se marcharían sus huéspedes. Tengo la sensación de que hay algo en marcha.

—¿Otro asesinato?

—Podría ser. ¿Qué distritos han sido atacados?

—Media ciudad —repuso—, y todo el condenado Valley. Podría hablar de nuevo con Carmeli para que se anule esa orden de silencio… Por otra parte, todo lo que tenemos son suposiciones, no contamos con la más mínima evidencia, y si alertamos a Baker, todo cuanto pueda haber retenido será destruido y perderemos la oportunidad de descubrir la verdad algún día… ¡Maldita sea, Alex, es como tener un mapa pero no tener coche! ¡De acuerdo, adelante! El siguiente asesinato: Irit. Por Baker y Dahl. ¿Vigilaban ellos casualmente el parque porque sabían que los niños acudían allí?

—Niños minusválidos —respondí—. Después de que Tenney resultó impune con Raymond, imagino que el grupo decidió atacar a otro niño retrasado en un parque. Pero existe una gran diferencia entre los asesinatos de Raymond y de Irit. Tenney trabajaba en aquel parque, estaba familiarizado con el lugar. Raymond era un muchacho de la zona, su clase utilizaba el parque a diario mientras pintaban la escuela, de modo que Tenney lo había visto varias veces, había tenido tiempo sobrado para observarlo. Tal vez incluso tuvo unas palabras con el muchacho o con alguno de sus compañeros.

Lo conduje hacia la puerta y lo hice salir del apartamento hasta la escalera de acceso.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Por si no deseas que Carmeli se entere de esto —le dije—. Tal vez lo que le sucedió a Irit tenga que ver con el trabajo de su padre. El parque natural no formaba parte de la zona que patrullaban Baker, y Dahl y la escuela de Irit solo la visitó una vez en un año. ¿Por qué fue Irit escogida como víctima? Baker domina la situación, es manipulador, un planificador. Se tomó su tiempo para manipular el diario de servicio durante semanas, de modo que no puedo creer que escogiera una víctima al azar. ¿Qué hizo que Irit fuese adecuada para él? ¿Podría haber tenido algo que ver con el trabajo de su padre, al fin y al cabo?

—¿Con Carmeli?

—Ambos hemos advertido que se muestra hostil con la policía desde el principio, Milo. Hizo observaciones sobre su incompetencia la primera vez que lo vimos. Supongo que se refería a la falta de progresos en el asesinato de Irit, pero tal vez se trataba de algo más. Alguna experiencia desagradable que hubiera tenido con algún agente de policía de Los Ángeles antes de la muerte de la niña.

—¿Un enfrentamiento con Baker? —sugirió—. ¿Algo lo bastante fuerte que impulsara a Baker a asesinar a la hija del tipo?

—Ideológica y Psicológicamente, Baker ya estaba en ello —dije—. No hubiera necesitado un gran empujón, solo un codazo. Tal vez Carmeli le mostró su parte mala, algo ante lo que un simple mortal tal vez se hubiera encogido de hombros. Ambos sospechamos que Carmeli pertenece al Mossad o a algo parecido. Más que ser solamente el vicecónsul para relaciones con la comunidad, pero ese es el aspecto que presenta al público. Organizador de acontecimientos: el gran desfile del Día de la Independencia Israelí, un desfile que dirigió la primavera pasada. La policía de Los Ángeles debió de implicarse en ello para controlar a la muchedumbre. Sería interesante saber si Baker formó parte del contingente policial.

Volvimos a entrar. El teléfono sonaba. Lo cogí.

—Soy Daniel. Estoy una manzana más abajo. ¿Puedo reunirme contigo?

—Desde luego —respondí—. Serás muy bien recibido.

—Tengo llave. Abriré yo mismo.