10
—Está afectando a mi trabajo —dijo Helena—. Cuando llega a Urgencias un intento de suicidio siento deseos de echarme a gritar. ¡Idiota de mí! Veo a los cirujanos abrir una herida de bala y me pongo a pensar en la autopsia de Nolan… Estaba tan sano.
—¿Leyó el informe?
—Estuve llamando al forense hasta que alguien me respondió. Tal vez confiaba en que ellos encontraran algo que lo justificase, cáncer o alguna enfermedad rara. Pero estaba como una rosa, doctor Delaware… Podría haber vivido mucho tiempo.
Se echó a llorar. Sacó de su bolso un pañuelo de papel antes de que yo le alcanzase la caja.
—Lo curioso del caso —prosiguió cuando hubo recuperado el aliento— es que he pensado más en él durante las últimas semanas que en todos los años de nuestra vida.
Venía directamente del hospital y aún llevaba su uniforme, la bata blanca ajustada a su esbelta línea y, sujeta a ella, la tarjeta con su nombre.
—Me siento culpable, ¡maldita sea! ¿Por qué tiene que ser así? Yo nunca le fallé porque nunca me necesitó. No dependíamos el uno del otro. Ambos sabíamos cuidar de nosotros mismos. O, por lo menos, yo así lo creía.
—¿Era independiente?
—Siempre. Incluso cuando éramos pequeños llevábamos vidas separadas. Nuestros intereses diferían. No nos peleábamos, simplemente nos ignorábamos. ¿Es eso anormal?
Pensé en todos los desconocidos genéticamente vinculados que habían pasado por mi consulta.
—Los hermanos se ven unidos por el azar. De ello puede sucederse tanto el amor como el odio.
—Bien. Nolan y yo nos queríamos, por lo menos me consta que yo lo quería. Pero era algo más que una… no me gustaría decir obligación familiar. Más que un vínculo general. Era un sentimiento. Y yo amaba sus buenas cualidades.
Arrugó el pañuelo. Lo primero que había hecho al llegar había sido entregarme formularios de seguros. Luego había hablado de cobertura de riesgos, de las exigencias de su trabajo… Todo ello para ganar tiempo antes de tratar de Nolan.
—Sus buenas cualidades —repetí.
—Su energía. Tenía un auténtico… —Se echó a reír—. Iba a decir «amor por la vida». Energía e inteligencia. Cuando era joven, ocho o nueve años, lo sometieron a pruebas en la escuela porque se escaqueaba de las clases. Resultó que era superdotado, y estaba desmotivado porque se aburría. Yo no soy tonta, pero no pertenezco ni remotamente a ese género… Tal vez sea más afortunada.
—¿Ser superdotado era una carga para él?
—Eso he pensado. Porque Nolan no tenía mucha paciencia y creo que eso tenía que ver con su inteligencia.
—¿No era paciente con la gente?
—Con la gente, con las cosas, con cualquier proceso que avanzara muy lentamente. Eso se repitió de nuevo en su adolescencia. Tal vez se hubiera suavizado al hacerse adulto. Recuerdo que siempre denostaba contra algo. Mamá le decía: «Querido, no puedes esperar que el mundo vaya a tu aire…» ¿Podría ser esta la causa de que se hiciera policía? ¿Para solucionar antes las cosas?
—Si lo hubiera hecho así, habría sido un problema, Helena. Hay muy pocas soluciones rápidas en el trabajo policial. Más bien exactamente lo contrario: los policías ven problemas que nunca llegan a solucionarse. La vez anterior usted me dijo algo acerca de puntos de vista políticos conservadores. Eso podría haberlo inducido a ingresar en la policía.
—Tal vez, aunque de nuevo le repito que esta es la última fase que yo conocía de él. Podría haberse introducido en algo completamente diferente.
—¿Solía cambiar de filosofías?
—Constantemente. Hubo ocasiones en que superó en liberalidad a nuestros padres, que fue realmente radical. Casi como un comunista. Luego mudó a la inversa.
—¿Sucedió todo eso en el instituto?
—Creo que fue tras la fase satánica… Probablemente, en su último año o quizá en el primero de universidad. Recuerdo que leía el Libro Rojo de Mao, que recitaba fragmentos de él en la mesa y que les decía a nuestros padres que se creían progresistas pero que en realidad eran contrarrevolucionarios. Luego, durante un tiempo, se dejó influir por Sartre, Camus y todos esos existencialistas acerca de la falta de significado de la vida. Durante un mes trató de demostrarlo sin bañarse ni cambiarse de ropa.
Sonrió.
—Esa etapa concluyó cuando decidió que aún le gustaban las chicas. La siguiente fase fue… Creo que fue Ayn Rand. Leyó La rebelión de Atlas y se sumergió totalmente en el individualismo. Luego la anarquía; más tarde fue libertario. Últimamente me enteré de que había decidido que Ronald Reagan era un dios, pero no habíamos hablado de política desde hacía años, por lo que no sé cómo concluyó aquello.
—Parece una búsqueda de adolescente.
—Supongo que lo era, pero yo nunca la sufrí. Siempre he estado en mitad del camino. He sido una criatura aburrida.
—¿Cómo reaccionaban sus padres ante los cambios de Nolan?
—Se mostraban muy fríos con ellos. Tolerantes. No creo que nunca lo entendieran realmente, pero jamás vi que lo reprimieran.
Volvió a sonreír.
—A veces era divertida…, la pasión que ponía en cada nueva fase. Pero nosotros nunca nos reíamos de ello.
Cruzó las piernas.
—Tal vez la razón por la que yo nunca pasé por todo eso fue porque al sentir que Nolan era tan imprevisible pensaba que les debía a mis padres ser estable. A veces parecía que la familia estaba dividida en dos segmentos: nosotros tres y Nolan. Siempre me sentí muy unida a mis padres.
Se enjugó los ojos con el pañuelo.
—Incluso cuando yo estaba en la universidad los acompañaba y salía a cenar con ellos. También lo hacía después de casarme.
—¿Y Nolan no formaba parte de eso?
—Nolan se aisló de nosotros desde que tuvo doce años. Siempre prefería estar solo, hacer sus propias cosas. Ahora que pienso en ello, siempre mantuvo su vida privada.
—¿Se alienaba?
—Supongo que sí. O quizá solo prefería su propia compañía por ser tan inteligente. Lo que constituye otra razón para que resulte tan extraño que se convirtiera en policía. ¿Quién puede ser más organizado?
—Los policías pueden constituir un grupo bastante alienado —dije—. Conviven con mucha violencia y con la mentalidad nosotros-ellos.
—Los doctores y las enfermeras también desarrollan esa mentalidad nosotros-ellos, pero aun así siento que formo parte de la sociedad.
—¿Y no cree que fuese el caso de Nolan?
—¿Quién sabe lo que sentía? Pero su existencia debía de resultarle bastante sombría para hacer lo que hizo.
Su voz era tensa, seca.
—¿Cómo pudo hacerlo, doctor Delaware? ¿Cómo pudo llegar al punto de pensar que no valía la pena esperar el mañana?
Agité la cabeza, desconcertado.
—Las depresiones de papá —dijo ella—. Tal vez sea algo genético. Quizá solo somos prisioneros de nuestra biología.
—La biología es importante, pero siempre existe la posibilidad de elegir.
—Para que Nolan tomase esa elección debía de hallarse profundamente deprimido, ¿no le parece?
—Los hombres también hacen cosas así cuando están irritados. Los policías lo hacen a veces cuando están irritados.
—¿Irritados? ¿Por qué? ¿Por el trabajo? He tratado de descubrir algo más sobre su historial laboral, ver si pasó alguna situación profesional difícil. Llamé al Departamento de Policía para examinar su archivo y me remitieron a su oficial original de instrucción, un tal sargento Baker que en estos momentos se encuentra en Parker Center. El hombre fue bastante amable, me dijo que Nolan había sido uno de sus mejores aprendices, que no se había producido nada fuera de lo comente y que tampoco podía comprender lo sucedido. Traté de conseguir, asimismo, el historial médico de Nolan, contacté con la oficina del Departamento de Seguros y me valí de algunas de mis habilidades profesionales como enfermera para fisgonearlo. De nuevo esperaba encontrar alguna enfermedad. Nolan no había sido tratado por ninguna dolencia clínica pero había estado visitándose por un psicólogo durante dos meses antes de su muerte. Hasta hacía una semana. De modo que algo no funcionaba. Se trata de un tal doctor Lehmann. ¿Lo conoce?
—¿Cuál es su nombre?
—Roone Lehmann.
Negué con la cabeza.
—Tiene su consulta en el centro. Le dejé varios mensajes, pero no me ha devuelto la llamada. ¿Le importaría llamarlo usted?
—No, pero tal vez no quebrante la confidencialidad.
—¿Guardan confidencialidad con los difuntos?
—Es una cuestión por resolver, pero la mayoría de los terapeutas no la quebrantan ni siquiera después de la muerte.
—Supongo que lo imaginaba. Pero también me consta que los doctores tienen confianza entre sí. Tal vez Lehmann estaría dispuesto a contarle algo a usted.
—Con mucho gusto lo intentaré.
—Gracias.
Me entregó los datos.
—Quisiera hacerle una pregunta, Helena, ¿por qué Nolan se trasladó de West Los Ángeles a Hollywood? ¿Le explicó algo acerca de eso el sargento Baker?
—No, no se lo pregunté. ¿Por qué? ¿Es muy extraño?
—La mayoría de los agentes consideran una gran ocasión estar en West Los Ángeles. Y Nolan pasó de la patrulla de día a la nocturna. Pero si le gustaban las emociones, podía haber aspirado a un destino con más acción.
—Tal vez. Sí le gustaba la acción. Las montañas rusas, el surf, correr en moto… Por qué, por qué, todos esos porqués. Es inútil seguir formulando preguntas que no pueden ser respondidas, ¿no es cierto?
—No, es normal —repuse, pensando en Zev Carmeli.
Ella se echó a reír con un sonido discordante.
—En una ocasión vi una tira cómica en el periódico acerca de ese vikingo que creo que se llamaba Hagar el Horrible. Estaba en lo alto de una montaña y caían sobre él la lluvia y los relámpagos mientras levantaba sus manos a los cielos gritando: «¿Por qué yo?» Y desde los cielos llegó la respuesta: «¿Por qué no?» Tal vez esta sea la respuesta definitiva, doctor Delaware. ¿Qué derecho tengo a esperar un camino tranquilo?
—Tiene derecho a formular preguntas.
—Bien, quizá debería hacer algo más que preguntar. Aún me quedan por examinar las cosas de Nolan. Lo he estado demorando, pero creo que ya es hora de comenzar.
—Cuando esté preparada.
—Ya lo estoy. Al fin y al cabo, ahora todo es mío. Me lo dejó todo a mí.
Concertamos una entrevista para la semana siguiente y se marchó. Marqué el número del doctor Roone Lehmann y dejé mi nombre en su contestador automático, al tiempo que le pedía la dirección de su consulta.
—Calle Séptima —dijo la telefonista.
Y me indicó un número que lo situaba cerca de Flower, en el núcleo del distrito financiero del centro de la ciudad. Una localización insólita para un terapeuta pero supuse que tenía sentido si obtenía muchos pacientes del Departamento de Policía y de otras agencias del gobierno.
Cuando colgué llamó Milo, con la voz cargada con una especie de energía.
—Tengo otro caso. Una muchacha retrasada ha sido estrangulada.
—Has sido muy rápido…
—No procede de los archivos, Alex. Te hablo de algo completamente nuevo, que acaba de suceder. He recogido la llamada por radio hace unos minutos y me dirijo a la división Suroeste, en el oeste, cerca de la Veintiocho. Si vienes ahora mismo podrás echarle una ojeada al cadáver antes de que se lo lleven. Es una escuela, la Booker T. Washington Elementary.