17

No llegamos a ir a bailar.

La llamada llegó mientras estábamos decidiendo el postre, y yo cogí el aparato tras la barra del restaurante.

—Doctor Delaware, soy Nancy, su empleada. Lamento molestarlo, pero la empresa de alarmas trata de localizarlo desde hace rato y finalmente decidieron llamarnos a nosotros.

—¿Se ha disparado la alarma?

Me expresaba con aparente tranquilidad pero sentía un aguijonazo de pánico por el recuerdo no lejano de la intrusión en la vieja casa reducida a cenizas.

—Hace algo así como una hora. La compañía lo registra como ruptura de circuito en la puerta principal. Han llamado a la policía pero acaso pasará un rato antes de que se presenten allí.

—¿Hace una hora y la policía aún no ha aparecido?

—No estoy segura. ¿Quiere que los telefonee?

—No es necesario, gracias por llamarme, Nancy.

—Seguramente no será nada, doctor. Estas cosas suceden constantemente. La mayoría son falsas alarmas.

Antes de regresar a la mesa telefoneé a Milo a West Los Ángeles.

—Voy a aprovecharme de nuestra amistad —le dije—. ¿Podrías mandar un coche patrulla a mi casa?

—¿Por qué? —preguntó, sorprendido.

Se lo expliqué.

—Iré yo mismo. ¿Dónde estás tú?

—En Melrose, cerca de Fairfax. Saldremos para allá en seguida. Nos encontraremos allí.

—¿Habéis cenado ya?

—Sí. Ahora íbamos a pedir el postre.

—Pedidlo. Estoy seguro de que será una falsa alarma.

—Probablemente —respondí—. Pero no, aunque yo pudiera comer, a Robin le sería imposible. Spike está allí.

—Sí —dijo—. ¿Pero quién iba a querer robarlo?

Robin no se tranquilizó totalmente hasta que nos detuvimos en la puerta y vio a Milo en el descansillo, haciéndonos señas de conformidad. Spike se hallaba junto a él y parecía que Milo lo sacara a pasear. Una idea absurda que me hizo sonreír.

La puerta principal estaba abierta, y las luces del interior, encendidas.

Subimos los peldaños corriendo. Spike tiró de la correa, Milo la soltó y el animal acudió a nuestro encuentro a mitad de camino.

—¿Estás bien? —dijo Robin, cogiéndolo y dándole un beso.

El animal le devolvió sus muestras de cariño y me informó con una mirada de quién era el más importante.

Entramos en la casa.

—Cuando llegué, la puerta principal estaba cerrada con el cerrojo y tuve que usar mi llave —observó Milo—. Las ventanas no habían sido forzadas ni se veía nada estropeado, y tampoco habían tocado la caja fuerte que tienes en el armario del dormitorio. De modo que todo apunta a una falsa alarma. Lo único que está un poco descompuesto es este muchachito.

Froté a Spike detrás de las orejas, y este gruñó, satisfecho, se apartó y siguió lamiendo el cuello de Robin.

—¿Se interpone entre tu dama y tú? —dijo Milo—. ¿Vas a tolerarlo?

Pasamos a la cocina. Robin inspeccionó todo el recinto.

—Me parece que todo está en orden —dijo—. Voy a comprobar las joyas que guardo en un cajón.

Regresó al cabo de un momento.

—Allí están. Ha tenido que ser una falsa alarma.

—Estupendo —dije—. Aunque no hemos obtenido precisamente una rápida protección del departamento.

—¡Eh! —protestó Milo—. Puedes considerarte afortunado de no recibir una citación por falsa alarma.

—¿Protección y citación?

—Todo cuanto aporte beneficios.

—¿Tomamos aquí el postre? —propuso Robin—. ¿Te apetece un helado de nata, Milo?

El hombre se dio unos golpecitos en el vientre.

—¡Cáscaras, no debería! Tres bolas y solo un cuarto de salsa de chocolate.

Robin marchó riendo, seguida apresuradamente por Spike.

Milo se frotó un zapato contra el otro. Su expresión me indujo a preguntarle si se había enterado de algo en East Los Ángeles.

—La víctima era un niño llamado Raymond Ortiz, cociente intelectual de sesenta, con sobrepeso, algunos problemas de coordinación y muy mala visión (gafas de culo de botella). Se trataba de una salida del colegio a un parque en el extremo este de la división Newton. Un lugar inhóspito conocido como centro de reunión de bandas, drogas, lo típico. La teoría es que se alejó del grupo y fue raptado. No lo encontraron, pero dos meses después dejaron sus zapatillas manchadas de sangre cerca de la puerta principal de la comisaría de Newton, sobre el recorte de un viejo periódico que mencionaba su desaparición. Había muestras de sangre de Raymond en el hospital del condado porque había participado en un estudio de jóvenes retrasados, y la sangre coincidía con la de las zapatillas.

—¡Santo Dios! —exclamé—. ¡Pobre muchacho! En algunos aspectos es muy similar a Irit, pero en otros…

—Me consta que no tiene nada que ver con Irit. En los casos de Irit y de Latvinia contamos con los cadáveres pero sin sangre, y en este caso, hay sangre pero no hay cuerpo. Y la sangre implica algo distinto de la estrangulación. Por lo menos, no una estrangulación suave.

—Odio ese término, Milo.

—También yo. Los patólogos son unos bastardos flemáticos, ¿no te parece?

Pensé en lo que me había dicho.

—Pese a las diferencias existentes, contamos con dos niños retrasados que fueron arrebatados de un grupo escolar en un parque.

—¿Qué mejor lugar para robar a un niño, Alex? Los parques y los centros comerciales son las zonas preferidas para quienes acechan. Y ese parque no se caracteriza precisamente por su conservación de la naturaleza. No hay senderos ni está rodeado de vegetación. Es un lugar del interior de la ciudad, mal conservado, con vagabundos y yonquis tirados en el césped.

—¿Y ahí llevan a los niños para una excursión al campo?

—Era una salida, no una excursión al campo. Estaban pintando la escuela y deseaban evitar que los niños respiraran el olor a pintura. El parque está a pocas manzanas de distancia. Los llevaban allí todos los días.

—¿Iba todo el colegio?

—Algunas clases cada vez. Raymond se encontraba entre los niños especiales. A estos los agruparon con los de primero y segundo curso.

—¿De modo que había muchos más niños pequeños y el asesino escogió a Raymond? Si no había vegetación, ¿qué utilizó para ocultarse?

—Hay algunos árboles grandes tras las salas de descanso públicas. La hipótesis más lógica es que Raymond fue al lavabo, lo arrastraron a una caseta y bien lo mataron allí o lo inmovilizaron. No encontraron huellas de su sangre en el lavabo, pero pudieron haberlas limpiado totalmente, y la sangre de las zapatillas apareció después. Fuera lo que fuese lo sucedido, nadie vio nada.

—¿Ni una gota de su sangre? ¿Significa eso que había sangre de otras personas?

—Como te he dicho, es un lugar adonde van los drogadictos, y los yonquis utilizan las casetas para meterse sus dosis. Había manchitas de sangre por doquier. Al principio pensaron que sería una pista pero ninguna correspondía con la de Raymond. Las muestras están archivadas por si alguna vez encuentran a un sospechoso ¿pero por qué tenía que haber sangrado? También buscaron huellas y encontraron algunas que coincidían con algunos vagabundos locales con antecedentes pero todos ellos tenían coartadas consistentes y en ninguno de sus historiales figuraba pedofilia ni aberraciones sexuales.

Sentí que se me revolvía el estómago al pensar en aquel muchacho atrapado en una fétida caseta.

—¿Qué teoría tenéis acerca de cómo sacó el asesino al niño del parque?

—El aparcamiento se halla a unos diez metros por detrás de los lavabos y los árboles están en medio del camino y forman una considerable barrera verde. Si el coche de ese cerdo estaba próximo pudo transportar a Raymond, echarlo dentro y largarse.

—¿A qué hora del día tuvo lugar el rapto?

—A última hora de la mañana. Entre las once y mediodía.

—A plena luz —respondí—. Igual que Irit… ¡Qué desfachatez! Dijiste que Raymond era obeso. ¿Cuánto pesaba?

—Unos cuarenta y seis kilos. Pero era bajito. Metro veintidós.

—Más pesado que Irit —observé—. De nuevo se trata de un asesino forzudo. ¿Cómo se clasificó el caso?

—Abierto pero congelado, sin una sola pista en todo el año. El principal de la División Newton que lleva el caso es un tipo viejo, de nombre Alvarado, muy bueno, muy metódico. Comenzó del mismo modo que nosotros con Irit: hizo una redada e interrogó a los delincuentes sexuales. Asimismo, atornilló a todos los cabecillas de las bandas que pasan el tiempo en el parque. Estos dijeron que nunca lastimarían a un pobrecito niño indefenso, lo cual es una estupidez porque constantemente atropellan a pobrecitos niños indefensos con sus coches. Pero Raymond era realmente un chico muy popular porque sus hermanos mayores eran miembros destacados de Vatos Locos y también lo había sido su padre. Vatos Locos domina aquella zona y la familia era muy respetada.

—¿Pero no sería ese un posible motivo? —dije—. Algún asunto interno de la banda y que utilizaran a Raymond para lanzar un mensaje a los Vatos. Tal vez los hermanos o el padre se hayan metido en algún lío gordo. ¿Están implicados en la droga?

—Alvarado investigó todo eso. El padre estuvo metido en ello un tiempo, hace años, pero ahora está limpio y trabaja como tapicero en el centro de la ciudad. Y los hermanos son punkis de baja estofa, no especialmente agresivos. Sin duda lo hacen, como todos sus colegas, pero no son personas clave, y por cuanto pudo saber Alvarado, no han cabreado a nadie importante. Además, si se hubiera tratado de un mensaje de la banda, habrían intentado vengarse. Alvarado ha intuido claramente desde el principio que se trataba de un crimen sexual, a juzgar por el entorno del parque, el lavabo y las zapatillas dejadas en comisaría. Para él era una provocación, un psicópata cargado de droga que trata de demostrar lo inteligente que es a costa de la policía. ¿Tiene sentido?

—Tiene muchísimo sentido —repuse.

Recordaba el refrán del mundo de los negocios citado aquella tarde por el doctor Lehmann: «No me basta con triunfar. Uno debe fracasar».

—Sí, fue una desfachatez, de acuerdo —dijo—. Es un bastardo arrogante. Para mí enviar el recorte también significaba que se revelaba públicamente, que confiaba con reavivar la situación.

—¿Cuánta publicidad originó el secuestro?

—Un par de breves artículos en el Times y otros más extensos en El Diario. A propósito, más de los que consiguió Latvinia. Todas aquellas sanguijuelas de los medios informativos aparecieron con una historia de penúltima fila en las últimas noticias de aquella noche, sin más consecuencias.

—Lo que suscita una cuestión —dije—. Puedo comprender que él matase a Irit para conseguir publicidad, ¿pero por qué a Latvinia?

—Exactamente. No veo demasiadas similitudes entre estos casos, y no me parece que estén relacionados entre sí.

—¿Se reavivó el caso al ser halladas las zapatillas? —inquirí.

—No. Alvarado nunca comunicó nada a la prensa.

—¿Por qué no?

—Para reservarse algo en caso de que ese canalla por fin fuese capturado. Yo creo que asimismo recibió órdenes de sus superiores. El departamento ya parece bastante necio. También pregunté por el asunto del DVLL y Alvarado dijo que no le sonaba. De modo que ese trozo de papel probablemente no era nada importante.

—Tres casos separados… —dije.

—¿No estás de acuerdo?

—No —respondí—. Todavía no. Pero las similitudes son considerables: la elección de adolescentes retrasados, escoger entre una multitud en los casos de Raymond e Irit, y en Latvinia, entre otras muchachas que hacen la calle. Sigo imaginando la misma clase de psicópata en cada uno de ellos: pagado de sí mismo, meticuloso, bastante confiado para hacer desaparecer una víctima a plena luz del día o exponerla en un lugar público como el patio de una escuela. Deja el cadáver al aire libre en dos ocasiones y un sustituto del cuerpo —las zapatillas ensangrentadas— en otro. Furtivo pero exhibicionista. Un alarde de autosuficiencia. Que no es profundo porque cada psicópata está obsesionado consigo mismo. Son como galletas de un molde: con la misma avidez de poder, el mismo extremado narcisismo, igual necesidad de emoción y absoluta desconsideración hacia los demás.

—¿Visto un psicópata, vistos todos?

—Por lo que se refiere a sus motivos internos suele ser así —dije—. Psicológicamente son aburridos, triviales, pesados. Piensa en todos esos desgraciados que has retirado de la circulación. ¿Había alguno especialmente fascinante?

Milo consideró mis palabras durante unos instantes.

—Realmente, no.

—Son agujeros negros emocionales —dije—. Allí, no; allí. Sus técnicas criminales difieren por peculiaridades individuales. No solo el modus operandi, porque el mismo criminal puede cambiar su método si no es Psicológicamente importante para él y, sin embargo, aún tendrá una marca especial.

—Sí, eso ya lo he visto. Violadores que cambian de arma de fuego a blanca pero siempre hablan a sus víctimas de igual modo. ¿Has visto alguna señal especial aquí?

—Solo niños retrasados con diversas incapacidades —dijo—. Supongo que podría indicar alguna noción retorcida de eugenesia: escoger el rebaño. Aunque su motivación básica aún sería psicosexual. Dame una hoja de papel y tu pluma.

Me senté en la mesa de almorzar y dibujé un cuadro que rellené mientras Milo observaba por encima de mi hombro.

—¿Los asteriscos son coincidencias? —preguntó Milo.

—Sí.

—¿Dónde está la similitud étnica?

—Los tres pertenecen a minorías —dije.

—¿Es un asesino racista? —inquirió.

—También concuerda con la cuestión eugenésica. Como, asimismo, el hecho de que los tres eran solo levemente retrasados, que podían desenvolverse más o menos bien. Y eran adolescentes, lo que significa capaces de reproducción. Se dice a sí mismo que está limpiando el depósito de genes. No es un simple asesino lujurioso, razón por la cual no asalta a las víctimas.

—¿Él? —dijo Milo—. ¿Un asesino?

—Hipotéticamente.

—Por lo general, los asesinos lujuriosos atacan a miembros de su propia raza.

—La sabiduría convencional solía ser siempre hasta que comenzaron a aparecer asesinos en serie con cruces raciales. Y durante años se han utilizado los crímenes y la violación como parte de guerras raciales y étnicas.

Examinó de nuevo el cuadro.

—Parque y patio de escuela.

—Ambos son lugares públicos donde se reúnen los niños. No puedo por menos que pensar que dejar a Latvinia en aquel patio tenía alguna especie de significado. Tal vez, aterrar a los escolares a la mañana siguiente, difundir la violencia.

—Escoger —comentó Milo, agitando la cabeza.

—Solo presentaba otra perspectiva en pro del argumento.

Cogió el cuadro y pasó el dedo por la mitad.

—Sinceramente, Alex, veo muchos conceptos parciales, algunas no similitudes y muy pocas que afecten a todos por igual. ¿Un asesino que actúa en tres jurisdicciones?

—¿Qué mejor para distraer la atención que variar de escenario? —repuse—. Eso reduciría la posibilidad de que se descubriera la relación, porque ¿con qué frecuencia trabajan conjuntamente detectives de distintas divisiones? Y ello, asimismo, formaría parte de la emoción. Al matar por toda la ciudad difunde su esfera de influencia. Domina la ciudad, por así decirlo.

—El asesino de Los Ángeles.

Frunció el ceño.

—De acuerdo, atengámonos a la hipótesis de un asesino en pro del argumento. El secuestro de Raymond se produjo un año antes de la muerte de Irit; Latvinia, un mes después. Dices que es compulsivo. No lo parece, incluso espacia los casos.

—Suponiendo que no se hayan producido otros asesinatos entre Raymond e Irit. Y aunque no los hubiera, en los crímenes lujuriosos el impulso suele acelerarse a medida que se acumulan las víctimas. O mató fuera de la ciudad. Pero supongamos que opere solo en Los Ángeles y que Raymond fuese el primero. Pese a su arrogancia, podía sentirse aprensivo y retirarse para ver si la investigación daba algún resultado. Al comprobar que no era así, dejó las zapatillas. Una vez hubo comprobado que no despertaba más atención, actuó de nuevo. En un lugar más seguro, como el parque natural. Y aquel éxito reforzó su confianza, por lo que no tardó en repetir.

—Dando a entender que el siguiente aún puede ser antes.

Se metió las manos en los bolsillos y paseó por la habitación.

—Algo por el estilo —respondí—. Si Raymond fue el primero, tal vez retiró el cuerpo para utilizarlo. Lo guardó durante dos meses hasta que creyó haber acabado con él…, hasta que ya no era utilizable… En ese momento se deshizo de él y conservó las zapatillas y lo que fuera como recuerdos. Tal vez aún se encontraba en un punto en el que deseaba renunciar. Pero al cabo de un tiempo, las zapatillas ya no le servían como estímulo sexual, por lo que las entregó en la División Newton, junto con el recorte de periódico, para reavivar la sensación de poder. Eso fue asimismo provisional y siguió acechando, conduciendo por la ciudad en busca de otro decorado exterior. Algún lugar que recordara el crimen de Raymond pero bastante distinto para evitar que se detectara una pauta.

Milo dejó de pasear.

—¿Primero un muchacho y luego chicas?

—Es ambisexual. Recuerda, no practica sexo con ellos. La emoción radica en acechar y capturar. Por eso se llevó a Raymond pero no a Irit ni a Latvinia. Por entonces era menos impulsivo, había aprendido lo que realmente le excitaba.

—Eres todo un cerebrito, doctor.

—Por eso me pagas… Cuando me pagas, claro.

Dio golpecitos con un pie y examinó la alfombra.

—No sé, Alex. Es una construcción inteligente pero todavía existen muchas diferencias entre los casos.

—Estoy seguro de que no te equivocas —le dije—. Pero tenemos otra cosa en común: los tres jóvenes fueron asesinados en lugares públicos. Tal vez porque al asesino (o asesinos) le resulta excitante. O bien no tiene acceso a un lugar interior propicio para cometer sus crímenes.

—¿Sin hogar?

—No, lo dudo. Tiene coche y aún lo veo como de clase media, pulcro y limpio. Pensaba exactamente lo contrario: un hombre con familia que lleva una vida aparentemente saludable y convencional. Incluso con hijos. Una situación doméstica agradable y acogedora donde no tiene un lugar conveniente para jugar con un cadáver.

—¿Qué tal una furgoneta? —sugirió—. Ya sabes que a muchos de estos elementos les encantan las furgonetas.

—Una furgoneta podría funcionar, pero antes o después tendría que limpiarla. Si no me equivoco en cuanto a que es un hombre con familia, con trabajo, sería antes.

—No tiene un trabajo de nueve a cinco, Alex, porque sale en mitad del día.

—Probablemente, no —respondí—. Tendrá un horario flexible. Trabajará por cuenta propia, con contratos independientes. O en un puesto laboral con turnos rotatorios. Tal vez vaya uniformado, como una especie de encargado de reparaciones, empleado de mantenimiento de algún parque o guardia de seguridad. Yo cotejaría las listas de personal del parque natural y del parque donde fue asesinado Raymond. Si encontrarais a alguien que se hubiera trasladado de East Los Ángeles a Palisades, formuladle muchas preguntas.

Sacó su bloc y tomó nota.

—Y seguid buscando otras víctimas retrasadas en otras divisiones…

Robin apareció con tres cuencos de helado y los colocó sobre la mesa. Milo dobló el cuadro que yo había hecho y se lo guardó en el bloc.

—Aquí tenéis, muchachos. Jarabe de chocolate para ti, Milo, pero el único sabor que teníamos era vainilla.

—No importa —repuso Milo—. La virtud de la sencillez.