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Helena Dahl me facilitó el informe de una allegada; del resto me enteré por los periódicos y por Milo.
El suicidio del joven policía solamente mereció unas líneas en la página veintitrés, y no tuvo más seguimiento. Pero el punto álgido de la violencia persistió en mí y cuando Milo me llamó una semana después y me pidió que viese a Helena le dije:
—¡Ah, ese caso! ¿Tienes idea de por qué lo hizo?
—No. Probablemente de eso desee hablarte ella. Rick dice que no te sientas obligado, Alex, que esto viene de segunda mano. La mujer es enfermera en Cedars, trabajó con él en Urgencias y no quiere ver a los siquiatras internos. Pero no se trata de una amiga íntima.
—¿El departamento ha realizado su propia investigación?
—Probablemente.
—¿No te has enterado de nada?
—Esa clase de cosas se silencian, y yo no estoy precisamente en la onda. Lo único que dicen es que el chico era diferente: tranquilo, reservado y que leía libros.
—Libros —repetí—. Bien, ya tienes un motivo.
Él se echó a reír.
—Son armas que no matan. ¿Lo hace la introspección?
Me reí a mi vez, pero pensé en ello.
Helena Dahl me llamó aquella noche y acordé verla a la mañana siguiente en mi despacho particular. Fue muy puntual. Era alta, atractiva, de unos treinta años. Llevaba el cabello rubio y muy corto, exhibía sus fuertes brazos con una blusa sin mangas de color azul marino embutida en unos pantalones tejanos y calzaba zapatillas deportivas sin calcetines. Tenía el rostro finamente ovalado y bronceado, los ojos azules claros y la boca bastante grande. No llevaba joyas ni alianza. Me estrechó la mano con firmeza, esbozó una sonrisa y, tras agradecerme que la hubiera recibido, me siguió a mi despacho.
La casa nueva está preparada para ejercer mi terapia. Hago pasar a los pacientes por una puerta lateral, cruzar el jardín japonés y pasar junto al estanque de los peces. La gente suele detenerse a mirar el koi, o por lo menos hace algún comentario, pero ella no dijo nada.
Una vez en el interior se sentó, muy erguida, con las manos en las rodillas. La mayor parte de mi trabajo consiste en tratar a niños implicados en asuntos judiciales y una zona del consultorio está reservada para terapia lúdica. Pero ella no miró los juguetes.
—Es la primera vez que hago esto —dijo.
Se expresaba con voz dulce y queda pero con cierta autoridad. A una enfermera de urgencias debía de serle muy útil dicha condición.
—Ni siquiera después de mi divorcio no he hablado con nadie —añadió—. La verdad es que no sé qué espero.
—¿Tal vez encontrar algún sentido a la situación? —inquirí suavemente.
—¿Lo cree posible?
—Acaso pueda descubrir algo más. Hay preguntas que no se pueden responder nunca.
—Bien, por lo menos es usted honrado. ¿Entramos directamente en materia?
—Si está preparada…
—No sé si lo estoy, ¿pero por qué perder tiempo? Es… ¿conoce usted los detalles básicos?
Asentí en silencio.
—En realidad no hubo ningún aviso, doctor Delaware. Él era tan…
Entonces se echó a llorar.
Y a continuación me lo explicó todo.
—Nolan era inteligente —dijo—. Quiero decir, muy inteligente, brillante. Por eso, lo último que uno imaginaría es que acabara siendo policía… No pretendo ofender al amigo de Rick, pero no es eso exactamente lo que pensamos de una persona que se considera intelectual, ¿verdad?
Milo tenía un máster en literatura.
—De modo que Nolan era un intelectual —respondí.
—Desde luego.
—¿Qué educación recibió?
—Dos años de universidad en Cal State Northridge. Precisamente, en la especialidad de psicología.
—No terminó sus estudios…
—Tenía dificultades… en terminar las cosas. Tal vez fuese por rebeldía… Nuestros padres fueron muy rígidos con la educación. Quizá solo se cansó de las clases. No lo sé. Soy tres años mayor y ya trabajaba cuando él renunció. Nadie imaginaba que se incorporaría al cuerpo de policía. Lo único que se me ocurre es que se volvió políticamente conservador, un auténtico amante del orden público. Pero aun así… Por otra parte, siempre le habían gustado las cosas… sórdidas.
—¿Sórdidas?
—Cosas de fantasmas, la parte siniestra de las cosas. En su niñez era aficionado a las películas de terror, en realidad, materia indecente, de la más indecente. Durante su último año en el instituto pasó por un estadio en que se dejó crecer el pelo, se aficionó al heavy metal y se agujereó cinco veces las orejas. Mis padres estaban convencidos de que era adicto al satanismo o algo parecido.
—¿Y era así?
—¿Quién sabe? Pero ya sabe cómo son los padres…
—¿Lo atosigaban?
—No, no era su estilo: lo dejaban hacer.
—¿Eran tolerantes?
—Tímidos. Nolan siempre hizo lo que quiso…
Se interrumpió bruscamente.
—¿Dónde se criaron ustedes?
—En Valley, Woodland Hills. Mi padre era ingeniero, trabajaba en Lockheed y falleció hace cinco años. Mi madre era asistente social, pero nunca ejerció. Ella también ha fallecido. Sufrió un ataque de apoplejía un año después de la muerte de papá. Era hipertensa y nunca se preocupó de ello. Solo tenía sesenta años. Pero tal vez haya sido mejor para ella… no enterarse de lo que ha hecho Nolan.
Apretó los puños.
—¿Tiene más parientes? —pregunté.
—No. Solo éramos Nolan y yo. Él no se había casado y yo estoy divorciada, sin hijos. Mi ex es médico —sonrió—. Una gran sorpresa. Gary es neumólogo, básicamente un tipo agradable. Pero decidió que quería ser granjero y se trasladó a Carolina del Norte.
—¿Usted no quería ser granjera?
—Lo cierto es que no. Pero aunque así hubiera sido, no me pidió que lo acompañara.
Desvió su mirada hacia el suelo.
—De modo que lleva usted sola esta situación —comenté.
—Sí… ¿Dónde estaba? ¡Ah, sí! Con las tonterías satánicas. No fue nada importante. Duró poco tiempo y luego Nolan volvió a las cosas normales de los adolescentes: escuela, deportes, chicas, su coche…
—¿Conservó la afición por lo siniestro?
—Probablemente, no… No sé por qué he mencionado eso. ¿Qué opina acerca del modo en que Nolan lo hizo?
—¿Al utilizar su arma de servicio?
Ella hizo una mueca de dolor.
—Me refiero de modo tan público, ante toda aquella gente. Era como decirle al mundo que se joda.
—Tal vez fuera ese su mensaje.
—Creo que fue un acto teatral —dijo como si no lo hubiera oído.
—¿Era un personaje teatral?
—Es difícil de decir. Era muy atractivo, grande, producía impresión… De esos muchachos que se hacen notar cuando entran en una habitación. Tal vez, en cierto modo, lo absorbió en su infancia. ¿Pero como adulto? Lo cierto, doctor Delaware, es que Nolan y yo dejamos de estar en contacto. Nunca estuvimos muy unidos. Y ahora…
Más lágrimas.
—Cuando era pequeño le agradaba ser siempre el centro de atención. Pero en otras ocasiones no quería tener nada que ver con nadie, se limitaba a recluirse en su propio y reducido espacio.
—¿Era taciturno?
—Es un rasgo familiar.
Se frotó las rodillas y miró más allá de mí.
—Mi padre se sometió a tratamientos de electrochoque por depresión cuando Nolan y yo asistíamos a la escuela primaria. Nunca nos explicaron lo que sucedía, solo que permanecería en el hospital un par de días. Pero a su muerte, mamá nos lo explicó.
—¿A cuántos tratamientos se sometió?
—No lo sé. Tres, tal vez cuatro. Cuando regresaba a casa estaba agotado, con pensamientos confusos, tal como se aprecia en los pacientes con heridas craneales. Dicen que ahora la TEC, la terapia electroconvulsiva, funciona mejor, pero estoy convencida de que le lesionó el cerebro. Se fue apagando a mediana edad, se jubiló anticipadamente y pasaba el tiempo leyendo y escuchando a Mozart.
—Debía de estar muy deprimido para someterse a TEC —dije.
—Sin duda, pero yo nunca llegué a advertirlo. Era tranquilo, dulce, tímido.
—¿Qué tal era la relación de su padre con Nolan?
—No advertí que existiera una gran relación. Aunque Nolan era superdotado, no lo era tanto en cuestiones típicamente machistas: deportes, surfing, coches. La idea que papá tenía del entretenimiento era… leer y escuchar a Mozart —concluyó, sonriente.
—¿Se enfrentaban?
—Papá nunca se enfrentó con nadie.
—¿Cómo reaccionó Nolan a la muerte de su padre?
—Lloró en el funeral. Después, durante un tiempo, ambos tratamos de consolar a mamá. Luego él volvió a alejarse.
Se pellizcó el labio inferior.
—Yo no quería que Nolan tuviera uno de esos aparatosos funerales que organiza la policía de Los Ángeles, con salvas de pistolas y toda esa parafernalia. Y no encontré resistencia alguna en el departamento: parecía como si estuvieran aliviados de no tener que enfrentarse a ello. Lo hice incinerar. En su testamento me lo ha dejado todo, al igual que papá y mamá. Yo soy la sobreviviente.
Demasiado dolor. Di marcha atrás.
—¿Cómo era su madre?
—Más extrovertida que papá. No era melancólica. Por el contrario, siempre estaba animada, alegre y optimista. Probablemente porque se explayaba… aunque se lo reservaba todo en su interior.
Volvió a frotarse la rodilla.
—No quisiera que le pareciese extraña mi familia: no lo éramos. Nolan fue un tipo normal. Iba a fiestas, perseguía a las chicas, solo que era más inteligente: conseguía diplomas sin esforzarse.
—¿Qué hizo después de dejar los estudios?
—Fue por ahí, se empleó en diferentes trabajos. Luego, de repente, me llama y me anuncia que se ha graduado en la academia de policía. No había tenido noticias de él desde la muerte de mamá.
—¿Cuándo fue eso?
—Aproximadamente hace año y medio. Me dijo que la academia era como un juego de niños. Se graduó muy brillantemente en su promoción. Dijo que solo me llamaba para informarme. Para que no me asustara si lo veía circulando en un coche oficial.
—¿Lo destinaron a Hollywood desde el principio?
—No, primero lo asignaron a West Los Ángeles. Por ello pensó que podía verlo por Cedars. Era posible que se presentara en Urgencias con un sospechoso o una víctima.
«Que no me asustara si lo veía». Lo que ella describía se parecía menos a una familia que una serie de apareamientos accidentales. El dolor que reflejaba su rostro me indujo a andarme con más tiento.
—¿Qué clase de trabajos desempeñó antes de incorporarse a la policía?
—Trabajó en la construcción, como mecánico de coches y fue miembro de la tripulación de un pesquero en Santa Bárbara. Eso lo recuerdo porque mamá me enseñó algún pescado que él le había regalado: halibut. A ella le gustaba el pescado ahumado y él se lo llevó.
—¿Y sus relaciones con las mujeres?
—En el instituto tuvo novias, pero después no lo sé… ¿Puedo caminar por la habitación?
—Desde luego.
Se levantó y paseó por la estancia con pasos breves y vacilantes.
—A Nolan todo le resultaba siempre fácil. Tal vez solo deseaba tomar el camino más rápido. Quizá fuera ese el problema, que no estaba preparado para cuando las cosas no eran fáciles.
—¿Conoce los problemas específicos que tenía?
—No, no. No sé nada… Solo pensaba retrospectivamente en la época del instituto. Yo solía atormentarme con el álgebra y Nolan bailoteaba por mi habitación, miraba por encima de mi hombro y me daba la respuesta a una ecuación. Era tres años más joven, debía de tener once, pero ya sabía resolverlas.
Se detuvo frente a una estantería de la biblioteca.
—Cuando Rick Silverman me habló de usted se refirió a su amigo del cuerpo, y nos enzarzamos en una discusión sobre la policía. Rick decía que era una organización paramilitar. Nolan siempre había deseado hacerse notar. ¿Por qué se sentiría atraído hacia una profesión tan conformista?
—Tal vez se había cansado de llamar la atención —dije.
Ella permaneció inmóvil unos instantes y luego volvió a sentarse.
—Quizá me comporto así porque me siento culpable por no haber estado más próxima a él. Pero mi hermano nunca pareció desear tal proximidad.
—Aunque hubiera estado cerca de él, no podría haberlo impedido.
—¿Me dice que es una pérdida de tiempo tratar de impedir que alguien se suicide?
—Siempre es importante intentar ayudar, y mucha gente a quien se detiene a tiempo no vuelve a intentarlo. Pero si alguien está decidido a hacerlo, al final se sale con la suya.
—Yo no sé si Nolan estaba decidido. ¡No lo conocía!
La mujer prorrumpió en ruidosos y terribles sollozos. Cuando se tranquilizó le tendí un pañuelo y ella lo cogió y se frotó los ojos con fuerza.
—¡Odio esta situación…! No sé si podré seguir así.
Yo guardé silencio.
Ladeó la mirada y prosiguió:
—Soy su albacea. Tras la muerte de mamá, el abogado que llevaba la finca de nuestros padres dijo que ambos deberíamos hacer testamento.
Se echó a reír.
—La finca, la casa y un montón de trastos. Alquilamos la casa, nos repartimos el dinero y luego, tras mi divorcio, le pregunté a Nolan si podía vivir allí y le envié la mitad del alquiler. Él no quiso aceptarlo. Dijo que no lo necesitaba, que no necesitaba nada.
¿Sería una señal de aviso?
Sin darme tiempo a responder, se levantó y dijo:
—¿De cuánto tiempo disponemos aún?
—Veinte minutos.
—¿Le importa si me marcho antes?
La mujer había aparcado un Mustang marrón frente a la finca, en el sendero de herradura que serpenteaba desde Beverly Glen. El aire matinal era tórrido y polvoriento; el olor de los pinos del barranco próximo, penetrante y purificador.
—Gracias —dijo, al tiempo que abría la portezuela del coche.
—¿Desea que concertemos otra entrevista?
Ella entró en el vehículo y bajó el cristal de la ventanilla. El coche estaba impecable, vacío, salvo dos uniformes blancos que pendían de una puerta posterior.
—¿Puedo llamarlo yo? Necesito comprobar mi programa de guardias.
Era la versión de los pacientes de «No me llame, que yo lo llamaré».
—Desde luego.
—Gracias otra vez, doctor Delaware. Estaré en contacto con usted.
Se marchó y yo regresé a la casa, pensando en la pobre historia que me había expuesto.
Nolan era demasiado inteligente para ser un policía. Pero muchos policías eran inteligentes. Sus restantes características, atlético, machista, dominante y atraído por la parte siniestra, coincidían con el estereotipo policial. Se había pasado unos años errando por el mundo antes de buscar la seguridad de un empleo de funcionario y una pensión. Tendencias políticas derechistas: me hubiera gustado que me hablara más de ello.
Helena también me había descrito de manera parcial la historia de una familia con grave desorden caracterial. Un policía juzgado «diferente» por sus compañeros.
Eso podía sumarse a la alienación que comporta el trabajo.
La vida de Nolan parecía llena de alienación.
De modo que, aunque su hermana se sintiera comprensiblemente horrorizada, hasta el momento nada era demasiado sorprendente. Nada que pudiera explicar que Nolan se comiera su pistola en Go-Ji.
No se trataba de que yo estuviera más próximo a descubrirlo, porque teniendo en cuenta el modo en que ella se había marchado, comprendía que probablemente sería aquella su única visita.
En mi profesión uno aprende a familiarizarse con preguntas sin respuesta.