XXVI

POR la mañana encuentro desarmado el telescopio y a mi madre trabajando en una habitación al fondo del pasillo y que ha decidido utilizar como consultorio.

Tal vez con el tiempo el lugar habrá de tomar el mismo aire misterioso que tenía su antiguo recinto. La claridad del lugar impide dotarlo de penumbra.

Gruesas pilas de libros aprisionan con su peso los dólares que viajaban enrollados en el telescopio. Son de alta denominación, suficientes para poder comprar...

Alguien toca a la puerta.

Mi madre toma su gobelino y con una sábana cubre las pilas de libros y los billetes.

Sale al pasillo y platica con el hombre que funge como recepcionista.

Mi madre baja al lobby y la sigo silencioso. No quiero permanecer en esa habitación inundada por el sol del mediodía.

En la puerta del hotel, una camioneta que dice: «rótulos —anuncios todo tipo» transporta una gran marquesina:

MADAME ADELA —CONSULTAS ECONÓMICAS— LECTURA DE TAROT —HAGO REGRESAR AL SER AMADO— FORTUNA —SUERTE— SU DESTINO EN LOS ASTROS.

Sobre el mostrador hay cientos de volantes que seguramente habrán de repartirse entre los lugareños de los poblados vecinos.

La propaganda surte efecto casi de inmediato. Esa misma tarde, decenas de personas esperan ser recibidas por madame Adela, mi santa madre.