XV

DÍAS después el barrio era un caos.

Un ejército de personas patrullaba el barrio buscando y encontrando perros y gatos muertos entre las hierbas, hinchados por el sol. Se comentaba cómo todos los animales presentaban el mismo cuadro de envenenamiento. Se pensaba en un loco homicida, un psicópata, un atentado contra las sociedades protectoras de animales.

La peste era insoportable.

La cuadrilla de hombres y mujeres iban por las calles armados de palas y picos enterrando animales.

Lo que menos imaginé fue que una cuadrilla de sanidad gubernamental llegara y realizara el trabajo que a la gente del barrio le hubiera costado días.

Llegaron en un auto blanco, parecido a una ambulancia. Se detuvieron frente al paradero de autobuses y desde ahí se oyeron las primeras órdenes. Recorrieron las calles.

El servicio de sanidad de la ciudad realizó un trabajo impecable. Guiados por los vecinos en un santiamén dieron cuenta de todos los cadáveres de animales que lograron encontrar. Cerca de la barranca abrieron una zanja enorme que recibió los restos putrefactos conforme fueron llegando.

Aquello convenía de alguna forma a mis intereses. Los desperdicios seguirían, ahí cerca, pudriéndose. ¿De qué me preocupaba? El cadáver del doctor tal vez jamás fuera advertido. Y en caso de que ocurriera había muchos más perros y gatos en el barrio como para continuar mi labor de envenenamiento.

Ese fin de semana el barrio fue entretenido. Había motivos para comentar. Sin embargo, preferí no salir, no hacerme notar. Y estaba bien, lo malo es que seguía sin acudir al lugar de la "Primera Sangre" a depositar mi ofrenda diaria como lo tenía prometido.