XXX

ESA noche llegué a mi cuarto a ver las estrellas.

Y las vi.

La señorita Maricela estaba desnuda. No supe en que momento entró a mi cuarto.

—Pensé que estaría muy lejos, señorita.

—Sshhh.

No sabía cómo había llegado hasta ahí.

Quise preguntarle sobre la violación de que había sido víctima. Me arrepentí.

Me desnudé y le mostré mi telescopio y pasamos horas viendo hacia la redondez acuática del cielo, una negrura líquida, sostenida como una boca de bruma.

Me pidió una estrella y yo metí la mano en su espalda y tomé un par de ellas. Las devoramos con paciencia y deleite.

Las estrellas tienen un chasquido extraño y curioso al ser mordidas, como una galleta delgada y crujiente.

—Tu madre le ha dado mucho dinero al doctor Orlando —dice—. ¿No te enoja algo así?

—No, el dinero es de ella.

—He pensado algo sobre ese asunto, escucha.

Y la escuché.