XV

DE regreso al barrio lo primero que hice fue visitar a la señorita Maricela para mostrarle presuntuoso mi colección de caracolas.

—Oh, son tan hermosas que me dan ganas de conservarlas.

—Lo siento, son mías —dije.

—Ya lo sé, tonto. Me refiero a que me dan envidia.

Envidia.

Tal sentimiento ya lo conocía, era el mismo que anidaba en la mirada del doctor Orlando cuando, parado en su puerta, miraba el consultorio de mi madre, siempre repleto de clientes.

Regresé de mi pensamiento. La señorita Maricela estaba llorando.

—Perdóname —dijo.

—¿Perdonarla? Por haberme roto la cabeza un veintitrés de marzo a las once de la mañana.

—Oh, entonces lo sabes...

—Sí.

—Oh, Dios, no sé cómo pude hacerlo, perdóname, juro que estoy arrepentida.

Ella siempre comenzaba sus frases con un "oh" y decía las palabras como si un tornillo las aprisionara sin dejarlas escapar en toda su intensidad.

—Está bien, la perdono. Ahora quiero un vaso de leche.

—Oh, sí, lo que quieras —dijo caminando a la cocina. Odiaba verla llorar y quise hacer algo para alegrarla. A ella le gustaban los dibujos en mi vientre.

—¿Oh, qué has hecho? —exclamó, cuando regreso con el vaso de leche. Yo estaba desnudo.

—Quería mostrarle mis amuletos, usted dice que le gustan.

Nunca me había mirado así. Sus ojos parecieron emerger de un lejano país de niebla. Me miró desde una montaña repleta de ira cayendo a pedazos.

Dejó el vaso de leche en la mesa de centro y se acercó.

—Hace rato, usted dijo "lo que quieras".

—Sí, eso dije.

—De verdad ¿puedo pedirle lo que quiera?

—Seguro.

—¿Puedo ver la Pantera Rosa?

—Oh, sí... por supuesto. Lo que tú quieras.

La señorita Maricela había comprado una televisión nueva, a colores. Tomé el control remoto del aparato y lo encendí. Seleccioné el canal cómo debía y pude ver el capítulo donde la Pantera Rosa no deja al Señor Huevo construir su casa de color azul, pues insiste en que ésta sea de color rosa; luego siguió el capítulo donde la Pantera Rosa por equivocación se mete a una lavadora y al salir es una pelusa flotante de cabellos rosas.

Así me sentía yo. Extraño. Flotando.

Entonces noté que la señorita Maricela aprisionaba mi miembro y lo succionaba. Temí que me mordiera.

—Oh, espera, no tengas miedo. Es que eres tan hermoso —dijo, y yo seguí viendo la Pantera Rosa flotar por la pantalla.

—Oh, Dios, eres tan hermoso —volvió a decir la señorita Maricela y le creí porque era la cuarta o quinta vez que lo repetía.