XI
ERAN tres hombres. Todos con portafolios en la mano. El que parecía ser el jefe le mostraba a mi madre unos papeles.
—Tenemos una orden de revisión por parte de la Secretaría de Salud —dijeron.
Los hombres entraron al consultorio de mi madre y revisaron por todas partes. Yo me asusté y preferí espiar desde las escaleras. Uno de los hombres fue hasta donde me encontraba y se hizo el torpe buscando el baño.
—Así que tú eres el pinche loquito. Yo te voy a enseñar una cosita —dijo y comenzó a tocar mis piernas.
No podía hacer nada, me sentí paralizado. Pensé en aquella niña que años atrás había encontrado en un pasillo de la casa...
El tipo siguió tocando y quiso bajar el cierre del pantalón. Fue inútil, no sabía que uso pantalones sin cierre. Dice mi madre que son para que pueda orinar más fácil y no la deba llamar para que me ayude.
—Cabrón, sí que estás muy chulo. Voy a darte algo que te gustará —siguió diciendo y en ese momento se oyeron voces y el tipo dejó de tocarme y bajó de prisa las escaleras a ver qué pasaba.
En la sala, mi madre insultaba a sus dos compañeros. Les dijo muertos de hambre, mantenidos, hijos de la chingada y otras cosas. Luego, sacó de entre sus senos unos billetes y se los arrojó.
—Tomen, hijos de la grandísima puta, si lo que quieren es dinero aquí tienen, atásquense perros, dejen de chingar que yo me gano el pan honradamente. El hombre del traje se agachó a recoger los billetes del piso y los tres hombres salieron.
Mi madre cerró la puerta furiosa y yo subí a mi cuarto, a mi lugar tras el telescopio. Descubrí al doctor Orlando parado en la puerta de su consultorio, observando atento lo que pasaba en casa.
Estoy seguro que se sonrió con los hombres. Con el telescopio miré sus rostros.
—¿Que pasó, de a cuánto nos toca? —preguntó el sujeto que había estado acariciándome.
Los otros dos hombres estaban de espaldas, no pude leer sus labios. Se alejaron de la casa a bordo de una camioneta y vi al doctor Orlando en su auto salir tras ellos. Tomé la parte superior del telescopio y subí a la azotea. ¡Maldición! El sol no terminaba de ocultarse. Enceguecido por la luz, fui a buscar mis gafas oscuras. Cuando regresé y logré dirigir el telescopio ya el doctor Orlando regresaba a su casa, parecía molesto.
En la sala, mi madre había puesto música y bailaba desnuda. Significaba que estaba triste. Y planeaba una venganza.