IV
HABÍA caído la tarde. Por fin podía salir a la calle sin miedo de lastimar mis ojos.
Estaba jugando con mis caracolas cuando apareció mi madre, caminando silenciosa hasta el fondo del jardín. Se inclinó bajo la higuera de sombra generosa que en verano ofrece sus frutos carnosos y oscuros, los cuales terminan pudriéndose sin razón. Jamás hemos comido un higo y el árbol permanece ahí, derramándose todo.
Esa vez mi madre removió la tierra y sacó una caja de madera.
Me acerqué.
Pareció sorprendida. No había notado mi presencia.
En la caja de madera, envueltos con plástico, logré mirar gran cantidad de billetes.
Mi madre tomó la caja de madera y se levantó.
—Hoy mismo nos mudamos de este lugar —dijo y me tomó de la mano. Me llevó hasta la puerta de mi cuarto donde había varias cajas de cartón. Me ordenó que en ellas guardara todas mis pertenencias.
—¿Viajaremos muy lejos? Tal vez debiera vaciar las macetas de mi cuarto... —pregunté asombrado por la noticia tan repentina.
—No te preocupes, no es necesario. Será muy cerca, justo al centro del barrio.
No podía entender la razón de un cambio semejante. Obedecí a mi madre guardando mi ropa y toda clase de objetos que tenía en mi cuarto.
Por la tarde llegó una camioneta color naranja. Señores vistiendo cinturones gruesos sobre su overol oscuro y sucio comenzaron a subir los muebles de la casa.
—Pinche loco, a ver si te haces a un lado —dijo uno de ellos cuando crucé por la sala. Mi madre lo escuchó.
Habló con el chofer de la camioneta y éste, furioso, entró a la casa. Encontró al joven que me había insultado y lo tomó por los cabellos.
Al hombre que me dijera tales palabras el chofer lo tiró en el suelo. Le dio una patada en la boca. Luego se agachó y le dijo al oído.
—Grandísimo pendejo, ¿cómo se te ocurre insultar al hijo de la bruja, cabrón? ¿No ves que nos puede llevar la chingada?
Me bastó leer los labios del chofer para conocer sus palabras.
El hombre se levantó lastimero, con la sangre escurriendo por sus labios y salió de la casa. Jamás regresó. Otros hombres terminaron de cargar los muebles.
Sentado en la escalera los miré llevarse todo, excepto la bolsa de caracolas que conservaba a mi lado.
Esa noche nos mudamos.