II
LAS gafas que compré durante las vacaciones son excelentes. Eliminan totalmente lo intenso de los rayos solares. Son tan efectivas que puedo salir a la calle, apenas pasado el medio día, sin molestias en los lagrimales.
Camino por el barrio.
Encuentro una cáscara de tamal que alguien arrojó al suelo pringoso de aceite donde al parecer estuvieron arreglando un auto. La guardo en mi chamarra para lamerla lentamente en mi cuarto.
Dormir.
Eso era lo que yo necesitaba.
Dormir.
Poner en orden los pensamientos y el alma.
En el aparato de mi habitación elegí la sinfonía Júpiter, de Mozart. Me dormí pensando en que también Gustav Holtz tiene una pieza titulada Júpiter y recordé la Primavera de Beethoven y la de Vivaldi y la de Stravinski y la de esa tierra negra y olorosa del barrio que amenazaba con abrirse para devorar todas las casas y todas las calles por el sacrilegio que las máquinas habían provocado abriendo zanjas en todas partes como un infinito cementerio esperando recibir todos los pecados de todos los mundos de todos los deseos.