XVI

EL barrio se ha tornado diferente. En todas partes los vecinos se reúnen y discuten. Algunos señalan sus casas y se entristecen. Por el movimiento de sus labios sé de lo que hablan: el gobierno construirá un periférico y éste pasará a mitad del barrio. Uno de los más preocupados es el doctor Orlando. Ha reunido firmas de los vecinos y habla y discute y propone realizar una protesta.

Resulta que con la nueva vialidad, a todos los que viven en la calle principal les destruirán un pedazo de casa para ampliar la calle. Por fortuna no pasará por donde nosotros vivimos, de cualquier forma mi madre no ha dicho nada.

He pasado la tarde viendo gente por el telescopio y estoy cansado. Apago las luces del cuarto y me desnudo y al ver mi órgano de hombre lo tomo de la misma forma como lo hace la señorita Maricela. No siento lo mismo y me provoco unas tremendas ganas de orinar. Luego advierto que mi verdadero deseo es ir con ella para que lo vuelva a hacer, pero si salgo de casa mi madre dirá que es tarde y además está lloviendo. Y es verdad. Llueve como hace tiempo no ocurría. A mi nariz llega el tenue aroma de tierra mojada y me repugna, quisiera oler un buen bote de desperdicios, alguna fruta maloliente, un resto de carne, cualquier sobra de comida donde encontrar un aroma extraño.

Me levanto dispuesto a salir y caminar hasta encontrar una bolsa de basura que llevar a mi cuarto. Me detengo.

Todo el barrio está cubierto por la lluvia. Desde mi ventana miro la neblina y el agua corriendo, llevando lodo a todas partes.

Mis caracolas están en la misma bolsa que recibiera del mesero en la playa. No quiero ponerlas en otro sitio.

Al tomar la bolsa encuentro una caja aún cerrada desde la mudanza. La abro y descubro viejos frascos de lombrices conservados desde mi antigua casa. Los contemplo en la penumbra y son restos de una masa aguada y mohosa. Ansioso, abro la tapa y coloco mi rostro directo a la boca del frasco para recibir entero el olor putrefacto.

De pronto, al voltear, a través de la ventana descubro la silueta del doctor Orlando observando nuestra casa. No sabe que con mi telescopio leo, adivino su cara llena de odio y codicia.