CAPÍTULO 7

¿La maltrataron mientras estuvo presa?

LÍDIA: No. Si es eso lo que quieres saber, físicamente nunca me maltrató nadie.

Pero ¿la sometieron a interrogatorios?

LÍDIA: Claro, eso sí. Monte me interrogó varias veces. Siempre solo. Generalmente venían dos soldados a buscarme a la celda y me llevaban a su despacho, una sala grande, con un armario lleno de libros. En una de las paredes, detrás de la mesa, había un retrato de Agostinho Neto. En la pared de enfrente esperaba encontrarme a Marx o a Lenin, pero no, había colgada una fotografía de Vladimir Nabokov…

¿Nabokov?

LÍDIA: ¿Verdad que es raro? Un día le pregunté que para qué servía la fotografía y se rió.

(Les digo que es Engels y ellos se lo creen. ¿Se ha fijado en que nadie conoce la cara de Engels?)

Sujeta a la pared también tenía una vitrina con una colección de mariposas. A Monte le gustaba enseñarme las mariposas. En realidad, no se trataba de verdaderos interrogatorios. Creo que necesitaba hablar con alguien que lo pudiese comprender.

¿De qué hablaban?

LÍDIA: Casi siempre de literatura. Monte decía que el futuro de la literatura angoleña pasaba por la recreación de la lengua portuguesa, como decía Luandino Vieira. Yo también creía lo mismo, que era uno de los caminos. Pero también creía (y lo sigo creyendo) que Luandino creó ese estilo para escapar al estigma de la raza. Nació blanco y portugués y quería ser angoleño. No podía cambiar de raza, pero podía cambiar la raza de la lengua. Eso es lo que hizo.

(«La piel es sólo el envoltorio del alma», cito a Luandino.)

¿Te has dado cuenta de que los mejores escritores angoleños son blancos o mestizos, que los mejores escritores sudafricanos son bóeres, que los mejores escritores del mundo son judíos?

En lo que escriben hay urgencia. Sufren, están enfermos. Escriben porque necesitan saber quiénes son.

(Entrevista a Lídia do Carmo Ferreira,

Luanda, el 23 de mayo de 1990)