CAPÍTULO 2
La fuga de Ángel fue algo estúpido. Es verdad que en casa de Paulete no estaba muy seguro: el mujimbu[58] se propagó por media Luanda —la «Luanda de la PBA», la «pequeña burguesía alfabetizada», como decía Zorro— y la historia del cubano se convirtió en un suculento plato para las malas lenguas. Pero abandonar aquel refugio, aunque precario, para aventurarse en una ciudad que no conocía, siempre me pareció una insensatez enorme.
«De quien huye ese hombre es de Paulete», comenté cuando me enteré del caso. Lay me dio un cachete y se rió. Ni ella ni yo sabíamos entonces las verdaderas intenciones de Ángel, alias Pablo. Pablo Vivo.
«Paulete le devoraba el alma», se avino Lay besándome en la boca: «¡Como yo me voy a comer la tuya!».
¡Milagro de las Rosas! Estábamos en su habitación, desnudos en la enorme cama, con un mosquitero que Lay había traído de casa de sus padres y que allí, en Luanda, no tenía mucha utilidad. «Me hace sentir en paz», explicaba la chica. Una luz crepuscular se filtraba por aquella redecilla y le doraba la piel, se hundía en los senos redondos y firmes, daba a todo donde se posaba la melancólica consistencia de la miel.
Lay me mordía los lóbulos de las orejas, lo que acababa haciéndome cosquillas en el cielo de la boca y de inmediato hacía que me hirviera la sangre. Mientras le besaba el pelo, y los hombros y los senos, pensaba en Pablo. ¡Qué raro! Pensaba en Pablo haciendo el amor con Paulete. Hoy, siempre que pienso en Ángel, me acuerdo de la gran cama de Lay y veo su cuerpo intenso, asomado a la luz ámbar del final de la tarde.
Pablo no logró salir de Luanda. Ya en aquel momento, los guerrilleros de Holden Roberto habían vuelto a Zaire y las fuerzas sudafricanas habían retrocedido hasta la frontera. Savimbi había perdido Huambo y se había internado en las anharas[59] del este intentando reorganizar un movimiento completamente destrozado. EL MPLA estaba eufórico. En marzo, el pueblo atiborró las calles de festejos. Mientras tanto, los soldados de la UNITA, apenas medio centenar de hombres harapientos, bebían el agua de las ciénagas y comían raíces; dormían de día, escondidos en agujeros, y cuando caía la noche, avanzaban dando tumbos, imitando el canto de las cigarras y de los pájaros para comunicarse entre los diferentes grupos.
¿Que qué pasó con Ángel? Se dice que uno de sus ex soldados lo reconoció en la calle. Un pobre diablo al que los cubanos habían reclutado a la fuerza y que luego se hizo delator.
Llevaron a Ángel a la cárcel de São Paulo y le molieron el cuerpo a golpes. Los cubanos, cuando se enteraron del caso, se pusieron eufóricos. Para ellos, Ángel representaba la primera prueba de la implicación norteamericana en la guerra de Angola. Allí estaba, encarnada en un solo hombre, el soldado de fortuna y el traidor. Unos días más tarde detuvieron a un puñado de mercenarios —encabezados por un británico de origen chipriota, Kostas Georgiu, llamado Kalan— y prepararon un juicio, un espectáculo estruendoso, destinado sobre todo a avergonzar a América.
Ángel era inteligente. Mucho más inteligente que todos los mercenarios juntos. Enseguida se dio cuenta de la verdadera intención del juicio y decidió cambiar las reglas del juego. Ya en el primer interrogatorio, dejó al Tribunal Popular Revolucionario boquiabierto:
—Sí, camaradas —dijo en español, con un marcado acento norteamericano, retomando las palabras del procurador popular—, la sociedad norteamericana, donde me crié, es monstruosa. Es una sociedad donde se corre tras el poder, tras la condición social, es una sociedad de malbaratadores, donde los débiles se vuelven todavía más débiles y los fuertes más fuertes. Es un país donde los acontecimientos se desarrollan a un ritmo vertiginoso y los débiles no lo aguantan. La gente busca formas de evasión en la droga y el alcohol. La gente es muy egoísta, no piensa en los demás.
El procurador popular, que se preparaba para machacarlo lanzando en su contra las sólidas tesis de Marx, Engels y Lenin, se quedó estupefacto, desconcertado, el dedo en ristre:
—¿Está diciendo que el sistema capitalista es monstruoso?
Ángel se avino vehemente:
—Yo soy la prueba viva de eso mismo, camaradas. Hoy me he dado cuenta de que he caído en lo más bajo adonde un hombre puede llegar. Yo, que vine de la patria de los valientes, ¿qué es lo que soy ahora?
Enseñó las muñecas esposadas. Gritó:
—¿En qué me he convertido, madre mía, en qué me he convertido? ¡En un miserable prostituto, eso es lo que soy, una puta, una desgraciada puta de guerra!
En las sillas reservadas al público, una mujer empezó a llorar. Ángel también tenía la cara empapada de lágrimas. Hizo una pausa, recorrió lentamente la sala con la mirada:
—Y aquí estoy hoy y sólo me queda pedir perdón. Pido perdón a mis hermanos negros. ¡Suplico que me perdonen porque estaba ciego y ahora veo!
El procurador popular también era un hombre inteligente. Su padre, un montañés que llegó a Angola descalzo e hizo fortuna cambiando cuentas de cristal por cuero y cabritos, lo había mandado a Coimbra a estudiar leyes. El joven angoleño frecuentó las tertulias, hizo amistades, participó en reuniones clandestinas, y una noche más animada —en un bar de putas—, se atrevió a declamar unos versos de protesta. La PIDE lo llamó para que prestase declaración y eso le reportó cierta gloria entre la izquierda portuguesa. Tras la Revolución de Abril reapareció en Angola con un discurso exaltado, atacando a Portugal y a Estados Unidos y defendiendo el poder popular. Se llamaba Rui Tavares Marques, pero toda la gente lo conocía por Tovaritch Marx. Era, ya lo he dicho, un hombre inteligente. En un primer momento, la farsa de Ángel lo sorprendió, después miró hacia la sala llena de gente, vio a los equipos de televisión, a los periodistas ansiosos —había periodistas de todas las nacionalidades— y se dio cuenta de lo que tenía que hacer:
—¿Si hubiese mercenarios que fueran a los Estados Unidos de América a combatir contra el pueblo americano y si algunos de ellos fueran hechos prisioneros serían tratados de la misma forma que vosotros lo habéis sido?
Ángel parecía tener la respuesta en la punta de la lengua:
—¡Nunca! —afirmó—. Estados Unidos jamás reuniría a un tribunal. Los mercenarios nunca habrían salido del campo de batalla.
—¿Qué les pasaría?
—¡Los fusilarían!
—¿Cuál es el sistema social más evolucionado? ¿El de Estados Unidos o el de Angola?
—No soy político, pero empiezo a entender algunas cosas. Los sistemas son tan diferentes como la noche y el día. Cuando estuve en el Hospital Militar había un guarda cubano, un hombre simpático, es como si aún lo estuviera viendo. Era un campesino, en Cuba trabajaba en la caña de azúcar y era todo lo que sabía hacer. Pero se ofreció como voluntario para venir a luchar aquí, no por dinero, sino por la República Popular de Angola. Dejó familia y amigos, la casita en la que vivía feliz para venir a luchar. Eso hizo sentirme avergonzado. Me sentí pequeño —al decir esto, Ángel levantó la mano derecha y mostró el pulgar y el índice—, me sentí como el pulgar al pie del índice. No sabía dónde meterme. La diferencia que existe entre él y yo es como la de la noche al día. Yo vine aquí por avidez de dinero. Ése es el sistema que está en vigor en Estados Unidos. Allí, el que tiene dos camisetas quiere tener veinte. Pero aquí, la gente ya se da por satisfecha si sólo tiene dos.
Al final de la primera sesión, Tovaritch Marx pidió que llevasen al americano a su despacho:
—La declaración que a hecho ha impresionado favorablemente a nuestro pueblo —dijo—. No obstante, nos gustaría que expusiese mejor los vicios del sistema americano, los mecanismos que arrastran a jóvenes como usted a vender su alma al diablo.
Posó en él una mirada simpática. Sonrió:
—Vamos a darle papel y lápiz. Escriba todo lo que recuerde. Muéstrenos el verdadero rostro de la gran democracia americana —hizo una pausa, se atusó la larga perilla de pelos crespos con sus estrechos dedos e, incorporándose, acompañó al prisionero a la puerta. Lo abrazó—. Si necesita ayuda, venga a verme. Nuestro pueblo sabe perdonar a quien se arrepiente.
En los días siguientes, Ángel Martínez leyó varias declaraciones. Sí, estuvo vinculado a grupos de exiliados cubanos. Sí, tenían instructores de la CIA. Cuando aún era adolescente fue guardaespaldas de un rico traficante de drogas. Sí, el gobierno norteamericano estaba implicado en el comercio internacional de cocaína.
Fue vitoreado.
Una sofocante tarde de julio recostaron a Kalan, a dos ingleses más y a un americano en el alto y blanco muro de la cárcel de São Paulo y los fusilaron. Pasé por ese sitio unos meses después. Al mirar de frente se veían los almendros en flor. Otros nueve mercenarios fueron condenados a duras penas de prisión. A Ángel le cayeron treinta años.