CAPÍTULO 3

Aprendí mucho durante aquel primer año en Luanda. Estaba matriculado en el instituto y al caer la tarde daba clases de alfabetización para adultos. Normalmente cenaba en casa de Paulete, el «cuartel de las locas», como decía Lay. Allí se celebraban muchas reuniones de la OCA. Eran encuentros de lo más animado. Aunque Zorro no se asumía como militante de la organización, acudía mucho. Borja Neves también. Creo que ya se odiaban.

Nunca olvidaré aquellas veladas. La gente se sentaba en círculo en el suelo de la sala. Lay se acurrucaba entre mis piernas y yo le rodeaba la cintura con los brazos. Eso es lo que mejor recuerdo, el calor de Lay, el perfume de su pelo, sus dedos asiendo los míos.

Alguien se hacía un porro, lo encendía, le daba una calada y lo ponía a circular. Zorro no fumaba, le pasaba el cigarrillo a Paulete sin interrumpir su discurso. Decía que la formación de una burguesía de Estado ya no era posible: «El proceso está siendo dirigido por esclavistas desposeídos, gente vinculada a la vieja aristocracia criolla. En el fondo, lo que quieren es recuperar el poder y la situación de dominación económica que tuvieron en el siglo pasado. Se colocan la máscara del socialismo, hacen alianzas con las masas, que desprecian en lo más íntimo, y, llegado el momento, las arrinconan de nuevo en los musseques». Defendía un acercamiento a la UNITA: «Es el único movimiento de origen campesino que existe en Angola, no tiene sentido luchar contra él». Esto causaba un gran escándalo, Borja Neves golpeaba el suelo con los puños: «¡Eh, tío, tranquilo, tronco! La UNITA está hecha con los racistas sudafricanos». Tenía los ojos brillantes, la barba desaliñada. Hablaba muy alto, vuelto a Paulete.

Otro gran motivo de discordia era el encarcelamiento de Lídia y otros disidentes del MPLA. Zorro quería hacer algo, crear un movimiento para exigir la liberación de los presos políticos, intentar un acercamiento a la Revuelta Activa. El padre de Lay, Afonso Mattoso da Câmara, un republicano y demócrata de la vieja guardia, vinculado a la Revuelta Activa, se había visto obligado a marchar a Lisboa después de que los amigos le advirtieran que la DISA tenía órdenes de detenerlo. Muchos otros militantes históricos, como Gentil Viana, ya estaban detenidos en la cárcel de São Paulo. Borja Neves no quería saber nada de ellos. Respondía agresivo:

—¿Esa gente? Son unos extranjerizados, siempre han vivido fuera de Angola. Una temporadita en la cárcel les sentará bien. Conocerán la Angola profunda.

Decía eso mirando a Paulete:

—Incluso la cárcel es una pena leve para ciertas personas. La revolución requiere firmeza, hay que fusilar para educar.

A gritos:

—¡Hay que cantar los fusilamientos!

Todo el mundo sabía que Paulete solía ir a visitar a Lídia y a Ángel a la cárcel de São Paulo. Llevaba libros para la tía y cómics para el mercenario. Me contó que un día fue hasta la cárcel con la abuela Fina. La anciana, en aquel momento más que centenaria y casi ciega, había preparado un pastel enorme para dárselo a Lídia. Uno de los guardias se negó a entregarle el pastel: «Puede que haya escondido algo dentro, me conozco esos trucos». La bessangana, doña Josephine do Carmo Ferreira, alias Nga Fina Diá Makulussu, pidió entonces que le devolvieran el pastel. El soldado se negó: «Ahora se queda. Está confiscado», dijo. Entonces la abuela perdió la paciencia. Cogió el plato, lo puso en el suelo, se levantó las telas y se orinó encima: «Así está mejor», le dijo al guardia, «¡ya te lo puedes comer!».

Paulete estaba más delgada y más callada. Su silencio enfurecía a Borja Neves:

—¡No entiendo cómo ciertas personas que se consideran revolucionarias son condescendientes a la reacción!

Fumaba desesperadamente. Yo también fumaba. Me sentía más ligero, era como si mis entrañas levitasen. Deslizaba la mano por dentro de la camisa de Lay y le tocaba los senos calientes, los pezones duros. Lay se arrimaba a mí y gemía bajito a mi oído. Suspiraba: «Esta conversación va de Mao a peor, ¿cuándo se acaba esto?».

Cuando aquello acababa nos íbamos a su gran cama. Lay se subía encima del colchón y desplegaba la mosquitera. La luz se tupía, yo me sentaba en una silla, atontado, como si hubiera tomado mucho sol. La veía de rodillas en la cama, quitándose la camisa por la cabeza, el tronco recto. Y, después, mirándome a través de la red. Poníamos una cinta en el casete: «El poder popular / es la causa de esta confusión». Era un bolero triste y melancólico: «Los lacayos del imperialismo pretenden acabar con nosotros». Lay me sujetaba la nuca con los dedos fríos. Santocas cantaba, la voz de lamento: «Adelante, pueblo angoleño, / bien atentos, no os dejéis comprar». Le besaba el cuello interminable, le besaba los senos erguidos. «Bien atentos que la lucha continúa, / la vanguardia del pueblo es el MPLA». Lay, con los dientes mordisqueándome el pecho. «El MPLA es el pueblo, / el pueblo es el MPLA». Mi boca en la suya; Lay: «Besas como un niño». Sentía su boca húmeda, el vientre nocturno. «Las fuerzas armadas del pueblo angoleño / deben estar bien atentas». Lay, ansiosa: «¡Ven!»; las uñas en mi espalda. Y Santocas cantando: «Hay que seguir incentivando el trabajo político, / la prontitud combativa es la gran defensa de nuestras conquistas».