CAPÍTULO 7

Aviones ciegos bombardearon las selvas del Norte durante casi seis semanas. En su fuga desesperada hacia el Zaire, Tiago de Santiago da Ressureição André vio los quimbos[40] arrasados por la furia portuguesa, los ríos y las selvas devorados por el fuego del napalm. Me dijo que cerca de Nova Caipemba encontraron un bosque completamente hecho de cenizas y, dentro, algunas chozas también de cenizas y, dentro de las chozas, esteras y vasijas y diversos utensilios, todo de ceniza. Asidos a las ramas de los árboles había cientos de pequeños pájaros. También de ceniza muerta, con sus alegres canciones de lluvia cristalizadas en la punta de los picos. Las bombas de los portugueses habían trabado el curso del tiempo en el bosque, encerrando aquel instante de aflicción en una redoma de cenizas. Al cabo de un segundo que a todos les pareció interminable, alguien levantó el brazo y con la punta de los dedos tocó la frágil estructura de cenizas. Entonces, todo el bosque empezó a desmoronarse con un lento rumor de lluvia mansa y, con él, los pájaros y las chozas y los utensilios domésticos, y en poco tiempo no quedó nada alrededor, a no ser una vasta planicie de idéntica ceniza.