CAPÍTULO 4
«De donde vengo no hay paredes. Lo que recuerdo sólo es luz. Y el mar. O, quizá, el ruido del mar. Me acuerdo que era de noche y había un pasaje. Me dijeron: “¡Ven!”. Había un cuerpo y entré.
Caminaba cabizbaja. Mi pobre cabeza, mi cuerpo. (¿Mi cuerpo?) Caminaba por dentro de la noche, oyendo el mar. Me dijeron: “El que duerme camina”. Me dijeron que el sueño es el lugar más cercano a la muerte.
Soñé con paisajes en los que nunca estuve. Alguien me instruía: “Duerme”. Alguien me susurraba al oído palabras lentas. No sé de dónde venía. Llegué de noche en un cuerpo extraño. Me miré al espejo y me vi: la otra. Miré a mi alrededor y reconocí los lugares de mi sueño. Después me dijeron: “Duerme”.
Cuando me desperté surgieron voces. Me hicieron preguntas. Querían saber de dónde venía. Y dije: “De donde vengo no hay paredes”. Fue lo que dije. La mujer se rió y vi que no tenía dientes. Entonces les hablé de la luz. Y de la noche, y del pasaje en la noche: “Había un cuerpo y entré”.
La mujer ya no reía. Me miraba muy atenta, casi asustada. Yo también. El que había allí quiso saber mi nombre. Le dije: “He tenido muchos”.
Fue difícil habituarme al ruido y a las paredes. Eso fue quizá lo más difícil».
(Fragmento de un texto inédito de Lídia
en posesión de Paulete Ferreira.
Está fechado en julio de 1977)