INTRODUCCIÓN
Alexandra Novak
on-line de mujeres científicas (www.strongwomanstory.org). En el transcurso de la investigación, tuve el privilegio de hacer, o de tomar parte, en una serie de descubrimientos. Algunos no revestían interés alguno, excepto para mí, pero uno sí poseía interés para el público en general, y el resultado de dicho hallazgo se encuentra aquí, en sus manos, publicado en su integridad, que quizá no sea tan íntegro como podría serlo en el futuro. En otras palabras, la historia que leerán a continuación debe considerarse provisional, y es necesario de momento mantener al lector en suspenso, tal como cualquier novela o cuento exige de nosotros, así como pedirle que preste toda su atención.
Ada Augusta King, condesa de Lovelace, la única hija legítima de Lord Byron, viajó a Nottinghamshire en septiembre de 1850 para visitar el antiguo hogar de los Byron, la abadía de Newstead; Lord Byron la había vendido unos años antes, y había pasado a manos del coronel Wildman, un antiguo compañero de escuela de Byron. De regreso al sur, lady Lovelace y su esposo asistieron a las carreras de Doncaster: ambos, como se decía entonces, eran devotos del hipódromo. Ada apostó por Voltigeur, que ganó por una cabeza al favorito, Flying Dutchman. La victoria no logró compensar las deudas de juego de Ada, deudas que ocultó a su marido. En mayo de 1851 se inauguró la exposición del Crystal Palace en Londres; en agosto de aquel año, Ada fue informada de que la enfermedad que llevaba tiempo padeciendo era grave, mortal incluso. Se trataba de un cáncer de cerviz, para el que no existía tratamiento. En algún momento de aquel otoño (Ada era muy descuidada a la hora de fechar su correspondencia) mencionó a su madre, lady Byron, que estaba trabajando en «ciertas producciones» relacionadas con la música y las matemáticas. En noviembre de 1852, después de mucho padecer, murió; tenía entonces treinta y seis años (su padre había muerto a esa misma edad). Entre la fecha de su visita a la abadía de Newstead y su muerte, había adquirido, transcrito, anotado, cifrado y destruido —por orden o petición de su madre— el manuscrito de la única obra extensa escrita en prosa por su padre.
La historia del redescubrimiento del manuscrito, cifrado por Ada, al cabo de ciento cincuenta años, su adquisición por parte de la Honorable señorita Georgiana Poole-Hatton, el proceso de descodificación y autentificado se encuentran pormenorizados en lo posible en la Historia Textual y la Descripción que siguen a esta Introducción. Por supuesto, en ningún momento se ha descartado que lo que aquí se presenta al público como la obra de Lord Byron, anotada por Ada Lovelace, pudiera no serlo. Es posible que Ada escribiera tanto la novela como las notas; que alguna otra persona escribiera la novela y se la vendiera a ella, o a quienes posteriormente se la venderían a ella, como perteneciente a Byron; que tanto la novela como las notas sean falsificaciones, realizadas en algún punto situado entre la época de Byron y Ada y el presente. Se ha hecho todo lo posible para solventar estas dudas. Las pruebas indican (aunque no sean concluyentes) que la tinta y el papel se remontan a antes de mediados del siglo XIX; el análisis interno de la novela no parece apuntar a una fecha posterior a la muerte de Byron, ni el de las notas a una fecha posterior a la de la muerte de Ada. La escritura de éstas pertenece a Ada, aunque difiere en ciertos detalles de otros escritos del mismo período, quizá debido a que escribía con prisa, o a los efectos de las drogas que tomaba en dosis cada vez más considerables. Por motivos que se explican en la Historia Textual no nos resulta posible en este momento revelar la procedencia física de los manuscritos ni del baúl en el que se nos informó que fueron hallados. Por el momento, cada lector debe decidir por sí mismo si cree de veras hallarse en contacto con estas dos personas: el poeta y su hija, si escucha sus voces en estos escritos. A mí me parece oírlas; de hecho, no puedo imaginar que se trate de algo diferente a lo que parece ser.
Si la novela es lo que pretende, entonces ¿dónde estuvo hasta que Ada la encontró? Y ¿quién la compró para ella? En su propia introducción al manuscrito de la novela (páginas 46-62 del presente libro), Ada nos informa de que se citó en el Crystal Palace con el hombre que tenía el manuscrito, un italiano que lo había comprado a otra persona, quien a su vez lo había adquirido (o robado, quizá en Italia. Al principio pensé que el hombre que acompañó a Ada en aquella visita debía de ser Charles Babbage; era el tipo de cosas que Babbage hacía continuamente por ella: mostrarle por ejemplo el lugar en construcción donde luego habría de celebrarse la exposición. Pero Babbage había mantenido una disputa pública con los arquitectos, de resultas de la cual se había visto excluido de la planificación de la exposición del Crystal Palace, y, finalmente, su famoso Motor Diferencial no se exhibiría allí. Parecía improbable pues que quisiera acompañarla de buena gana. De modo que ¿quién fue el intermediario que negoció con los italianos, el mismo que después fue a buscar el manuscrito? Parecía imposible averiguarlo, hasta que encontré esta nota (sin fecha) que dirigió Ada a Fortunato Prandi, miembro del círculo de emigrantes italianos conocidos de Babbage y Ada, una especie de activista radical, espía y agente, puede que doble. Transcribo a continuación la nota, que forma parte de la Colección Carl H. Pforzheimer de la Biblioteca Pública de Nueva York.
Querido Prandi: tengo otro importante favor que pedirle, uno que sólo usted puede llevar a cabo... No puedo explicarle nada por escrito, pero debe reunirse conmigo a las 6 en punto, y estar dispuesto a ponerse a mi disposición hasta la medianoche. Debe ir bien vestido, pero sin llamar la atención. Se requerirá de usted tanto cierta actividad como presencia de ánimo. Nada a excepción de una urgencia me empujaría a pedirle semejante favor; pero significa usted mi salvación. No firmaré esta nota. Soy la dama que le acompañó a escuchar a Jenny Lind. Le espero a las 6.
«Otro importante favor» implica la existencia de un favor previo, que podría haber sido la visita al Crystal Palace, durante la cual tuvo ocasión de ver al hombre del pendiente de oro; y el «favor» pudo ser la adquisición del manuscrito. Es pura especulación. A juzgar por la nota, parece ser que alguna conspiración había en marcha, pero en aquellos tiempos Ada estaba implicada en varias intrigas y embrollos. Hay mucho terreno por explorar en lo concerniente a los italianos en Londres, y no sólo en los documentos de Ada, sino también en los del propio Babbage. En la correspondencia entre ambos hay por ejemplo diversas alusiones a un «libro», del que no se aporta información alguna, que se iban pasando periódicamente el uno al otro, con sumo cuidado, etc. Cuando descubrí estas menciones me pregunté si había sorprendido la novela de Byron yendo de un lado a otro, por decirlo de algún modo. Un biógrafo moderno de Ada* sugiere que el «libro» podía ser aquel en el que Ada llevaba la contabilidad de sus apuestas: le apasionaba apostar a los caballos, y terminó vendiendo las joyas de la familia para pagar deudas de juego —y revendiéndolas de nuevo posteriormente, después de que su compasivo esposo las recuperase—. (Pero las especulaciones no cesan, y nos preguntamos si las joyas de la familia no sirvieron de pago en realidad para que Ada comprara La tierra del ocaso a sus propietarios.) En cualquier caso, las menciones a este libro son anteriores a la inauguración del Crystal Palace y, por tanto, al período en que Ada adquirió el libro de Byron.
Lo que es seguro es que fue de Babbage de quien aprendió Ada a codificar, cifrar y descifrar. El cifrado que empleó Ada para encriptar la novela de Lord Byron es una variante del cifrado Vigenère, un tipo de codificación conocido desde el siglo XVI, que un coetáneo de Babbage redescubrió sin saber que se había utilizado durante mucho tiempo sin que el código hubiera sido descubierto. Cuando Babbage le señaló este hecho, desafió a Babbage a descifrar un texto cifrado con el Vigenère. Babbage lo hizo, pero nunca quiso hacer pública la solución. También diseñó un engranaje, una rueda deslizante que facilitaba la creación de un cifrado y la solución mediante la sustitución de unos caracteres por otros; quizá Ada disponía de una y la utilizó para La tierra del ocaso. Babbage se vislumbra al fondo de la historia de Ada como un productor de teatro o un prestidigitador, o como uno de esos autómatas mecánicos que tanto le gustaba mostrar, de motivos ilegibles, quizá inexistentes, cuyo poder es impredecible. Al final (de la historia, o de nuestra habilidad para comprenderla) se limita a inclinarse levemente ante el público antes de que se baje el telón.
Como ya se ha apuntado, Ada era muy caótica a la hora de datar su correspondencia, y no hay fechas en las anotaciones que realizó del manuscrito de Byron, por no mencionar las notas que dirigió a Fortunato Prandi. No obstante, parece ser que fue justo antes de adquirir el manuscrito cuando las relaciones de Ada con su madre tomaron un nuevo giro. Sus biógrafos sitúan este cambio en la visita que hizo a la abadía de Newstead, antiguo hogar de su padre, visita que, de algún modo, avivó los sentimientos hacia el poeta y sus antepasados Byron. «He resucitado», escribió un poco inconscientemente a su madre. «Adoro este venerable y viejo lugar, ¡y a todos mis malvados antepasados!». Es difícil saber qué hubiera sido del manuscrito si Ada hubiera llegado a descubrirlo antes, si no hubiera tenido motivos para protegerlo con tanto ahínco. Lo cierto es que su madre (un poco a lo Blancanieves) no hubiera permitido que éste existiera en su reino.
Pero Ada lo preservó. Ya fuera porque percibiera que su madre lo encontraría con el tiempo, entre sus documentos, cuando ella muriera, o mientras estuviera haciendo una copia; o si sólo se propuso cifrarlo después de que lady Byron lo descubriera, y la apremiara a destruirlo. La labor de recoger las más de cincuenta mil palabras del manuscrito en un código era tan descomunal que debió de llevarle meses. Opino que no debió de pasar mucho tiempo entre que lady Byron descubriera su existencia y que fuera consumido por las llamas, y que Ada sabía que eso iba a suceder, y también que, a esas alturas, ella había concluido su labor, y tenía una montaña de «trabajo matemático y musical» en el escritorio, una pila de papeles a los que nadie prestaría atención.
En ese mes hizo prometer a su marido que sería enterrada junto a su padre en la cripta familiar de la iglesia de Hucknall Torkard, donde había visto y tocado su ataúd en el viaje a Nottingham, en 1850. En aquel momento decidió en secreto que quería ser enterrada allí. También escribió su propio epitafio, y pidió a su esposo que se asegurara de que lo grabaran en su lápida. Pertenecía a la Biblia, texto en el que tan escaso interés había demostrado a lo largo de la mayor parte de su vida. Epístola de Santiago: «Condenasteis y matasteis al justo; él no se os resistió.» El primer significado de tan notable elección es muy obvio —ella creía que su padre (cuyos restos descansarían a su lado) había sido un buen hombre, condenado injustamente y desterrado de la sociedad de la que formaba parte—, pero que debemos encontrar un segundo significado por nosotros mismos: Ada, que se sabía moribunda, ya no podría resistir más ante quienes la condenaban. Dejó de oponerse a su madre; redactó, siguiendo instrucciones de ésta, muestras de afecto hacia las amistades de lady Byron, incluidas aquellas a las que había llamado Furias, y que con tan buena disposición y encono la habían castigado de pequeña. Aceptó que su madre tuviera control sobre todos sus documentos. Admitió sus «errores», y los confesó. Echó su vida por la borda.
En algún momento de aquellos meses —la nota no tiene fecha—, escribió a su madre para decirle que había quemado el manuscrito de la novela de su padre. (Puede consultarse la transcripción de esta carta en el Apéndice.) No he hallado pruebas documentales de que Ada la informara de la existencia del manuscrito, ni de que lo había comprado, pero los documentos de la familia Lovelace son tantos que muy bien podría aparecer el día menos pensado, sin que nadie hubiera comprendido hasta entonces a qué hacía referencia. No he encontrado ninguna nota o carta escrita por su madre en la que ésta expresara el deseo, o la orden, de que el manuscrito fuera confiado al fuego. Pero seguro que ése era su deseo, si damos crédito a las palabras de Ada.
Todo había terminado. Ada se había rendido a su madre y a la muerte. Aun así, no murió: aguantó todo el otoño, reacia o incapaz de morir. Entretanto, su madre rezó por ella, y discutió sus «errores» con ella (escribió incluso a sus corresponsales cristianos acerca de lo gratificante que era ver a Ada confesarlos): sin duda incluyó entre éstos su pasión por el juego, el haber empeñado las joyas de la familia, y su adulterio, pero es probable que también contemplara todos los pensamientos irreverentes y escépticos que había tenido. Vivió en una especie de crepúsculo, garabateando notas que sólo podía leer su madre, aterrada de que la enterraran viva, preguntando una y otra vez a quien velara su enfermedad al pie de la cama quién había en la puerta, cuando en realidad no había nadie. Charles Dickens acudió a visitarla tras pedirlo ella (eran amigos desde hacía años) y le leyó un extracto de Dombey e hijo: la escena en que el pequeño Paul Dombey, moribundo, tiene una visión de su madre, que ha acudido a velar su enfermedad al pie de la cama. Cuando Babbage fue a visitarla, lady Byron no lo dejó entrar.
Hacia octubre, el hijo de Ada, vizconde de Ockham, a quien más que a ninguna otra persona había querido ésta tener a su lado, había visto su entrada vetada por lady Byron, quien le dijo «Encontrándose en este estado de ansiedad», podría él «sufrir hirientes impresiones». Volvieron a llamarlo para una última visita antes de reincorporarse a su barco de la Armada, en Plymouth. Se decidió (lady Byron decidió) que el muchacho no se despediría de su madre, pues ella no podría soportarlo; se limitó a acercarse a la puerta de la habitación de Ada y a echar un último vistazo. No sabemos si ella llegó a saber que su hijo estaba allí.
Pero Ockham no regresó a su barco. Empaquetó su uniforme de guardiamarina y lo envió a casa de su padre. Luego desapareció. Lord Lovelace, desconcertado, acudió a la policía y contrató a un detective. Ésta es la descripción que Ockham publicó en la edición londinense de The Times, en la cual se ofrecía una recompensa por el paradero del muchacho:
Tiene casi 17 años, mide 1,70 m de altura, ancho de hombros, buena complexión, postura y andares de marino, piel bronceada, ojos y cejas oscuros, expresivos, pelo negro, ondulado y denso, manos largas y tatuadas con una cruz roja y otras pequeñas marcas negras...
Esta descripción, incluidos los ojos oscuros y expresivos que de algún modo parecen provenir de su abuelo y tocayo, circuló por los principales puertos de embarque hacia América (Bristol y Liverpool), como si lord Lovelace tuviera motivos para pensar que su hijo podría ser encontrado allí, y así era: se alojaba en una fonda de Liverpool, donde convivía con «simples marinos», intentando obtener un pasaje para América. No pudo eludir al detective que contrataron para encontrarlo y tuvo que regresar a casa.
Hace tiempo que todos estos detalles de la historia de Ockham son de sobra sabidos. Algunos de los conocidos y familiares de lady Byron consideraron desalmado por parte del joven Byron causar tanto dolor a su familia precisamente en aquel momento. Lo que no se había sabido hasta ahora es que, durante el tiempo que pasó en la taberna, posiblemente cuando comprendió que acabarían encontrándolo, depositó en un banco de Liverpool un baúl que contenía su documentación de marino, algunas cartas y recuerdos personales, así como la novela cifrada y las notas para cuya entrega su madre lo había hecho llamar, antes de octubre, cuando su abuela no le dejó verla. Ada debió de comprender con claridad (puesto que disfrutaba de episodios de lucidez, en esos momentos terribles, despiadados y asombrosos que caracterizan una enfermedad en su fase terminal, como sabe cualquiera que los haya presenciado) que su hijo haría lo imposible por conservarlas. ¿Quiso acaso que huyera? ¿Qué fue lo que le dijo? ¿Que se fuera, de la casa y la habitación donde ella agonizaba, y se alejara lo más posible, que se fuera a América?
Nunca llegó a hacerlo. Volvió a la Armada, de donde al cabo del tiempo fue expulsado, o desertó, porque no está claro qué fue lo que sucedió. Después de años de infelicidad —en casa, sometido a los cuidados de lady Byron, luego bajo la tutela del famoso profesor Victoriano Thomas Arnold—, huyó de nuevo, y en esa ocasión nadie fue tras su pista. Trabajó como minero y luego como obrero en los astilleros, bajo el nombre de Jack Okey. Murió en 1862, de tisis, a la edad de veintiséis años. Los muertos no pueden aprender ni cambiar, pero lo único que me gustaría escuchar de labios de Lord Byron, la historia acerca de la cual más querría que me escribiera, sería la extraña y triste historia de su nieto, el joven que no quiso ser lord.
Lo que vino a continuación, creo, es el resultado de una especie de triángulo amoroso: el amor que un padre siente por su hija, el que siente ésta por su padre, y el que siente un hijo por su madre. Sin embargo, soy incapaz de ver qué ocultan esos corazones que llevan tanto tiempo muertos, sobre todo cuando de uno de ellos no existe dato alguno.
* * *
En junio de 1816, en Suiza, cuando empezó la novela que en algún momento decidiría titular La tierra del ocaso, Byron terminó el Canto Tercero de las Peregrinaciones de Childe Harold. En las últimas estrofas se dirigió directamente a su lejana hija, consciente de que su esposa y todo el público lector leerían sus palabras. «Hija del amor, empero nacida en la amargura», la llama. «Aún, aunque el Odio como deber sea enseñado / Sé que me amarás...» Quizá él lo sabía; lo cierto es que parecía ser consciente de que no volvería a verla nunca más:
No te veo, no te oigo, pero nadie
Puede estar tan envuelto en ti; eres la amiga
Hacia quien se extienden las sombras de los lejanos años:
Aunque mi ceño nunca habrás de observar
Mi voz se mezclará con tus futuras visiones,
Hasta acariciar tu corazón, cuando el mío reste frío.
Seña y tono precisos del molde de tu padre.
Y así fue; su voz acarició su corazón. Tampoco Lord Byron llegó a viajar a América, ni regresó nunca a Inglaterra; Ada nunca viajó para visitarle, al contrario de lo que podría haber hecho en la actualidad, si su padre hubiera sido tratado adecuadamente de la enfermedad que padeció, si a su madre no le hubiera aterrado tanto el recuerdo de su esposo, si el mundo de aquel entonces se hubiera parecido un poco más al mundo de ahora, si las cosas no fueran como son y como fueron. Pero su voz acarició su corazón, y lo hubiera hecho igualmente, creo, aunque esta novela no hubiera caído nunca en sus manos.
* * *
Debo agradecer la ayuda prestada a todos los estudiosos e investigadores que han ayudado a autentificar el manuscrito de La tierra del ocaso y que han colaborado en la redacción de la Historia Textual que sigue a esta Introducción. Especialmente quisiera hacer mención de la deuda contraída con dos personas por su ayuda a la hora de solventar el misterio y destino de La tierra del ocaso. Por una parte, el doctor Lee Novak, por haber editado el manuscrito descifrado, así como por sus acotaciones a las notas de Ada, pero aún más por sus muestras de perspicacia y ánimo; y a la doctora Thea Spann, cuya astucia y constancia resultaron indispensables: no tengo palabras suficientes para demostrarle mi agradecimiento.
Kioto, 10 de junio de 2003