De: lnovak@metrognome.net.au
Para: «Smith» ‹anovak@strongwomanstory.org›
Asunto: Re:Gravitas
[Querida — ¿cómo? — el saludo forma parte de la gravitas:]
Querida Alexandra:
Te estoy sumamente agradecido por haberme confiado la noticia del asombroso hallazgo que hiciste de la hasta el momento desconocida novela en prosa de Lord Byron. El descubrimiento, cuando finalmente pueda hacerse público, cambiará por completo nuestra imagen de Byron, de su obra y, sobre todo, de sus relaciones con su esposa e hija. Se me ocurren pocos descubrimientos de importancia comparable relacionados con escritores del período. Cuando completé mi disertación doctoral sobre Byron en la Universidad de Chicago, se hallaba éste en el eclipse más profundo que pueda sufrir un gran poeta, a pesar de lo cual su vida y su carrera nunca han dejado de suscitar comentarios e intrigar a críticos, biógrafos y al público lector, todo ello aun siendo verdad que poco a poco hayamos podido ir perdiendo contacto con su obra. Durante mi paso por dos universidades (me pediste un CV que te envío por separado) me esforcé por lograr que tanto los estudiantes como otras personas interesadas reconocieran su valor: la relación de mis artículos, estudios, monografías y ponencias son prueba evidente de ello. Me pareció importante entonces rescatar a Byron de la leyenda, y redactar estudios con títulos tales como: ¿Cuán byroniano era Byron?, o Salvar a Byron de sus amigos. Incluso esa empresa se me antoja ahora algo lejana, aunque quizá convenció a unos pocos. Yo mismo me alejé de Byron y de la universidad, tanto para perseguir otros intereses como por otros imperativos: durante los últimos veinte años he trabajado en una serie de proyectos cinematográficos destinados a plasmar las calamidades, esfuerzos, las vidas cotidianas de gentes de muchos lugares «remotos» del mundo (no tan remotos para quienes viven allí, o para aquellos que quieren algo de ellos) y llamar la atención del mundo del que provengo. (Me enorgullezco de esos documentales, y me alegro de los premios obtenidos, aunque no haya un medio científico de medir el impacto real que hayan podido tener, como no lo hay de medir la influencia de Byron en la obtención de la independencia griega.)
Ahora, cuando incluso a mí Byron se me antoja a veces parte de un pasado irrecuperable, el mundo ha descubierto nuevas razones para sentir interés por él. Está su compleja sexualidad, que ahora resulta permisible ponderar y cuestionarse sin evitar el tema o aludir al horror moral que supone. Ya no necesita exculpación, ni adalides, al menos en estos asuntos. Pero sobre todo está su hija, y el modo en que el mundo ha progresado estas últimas décadas, progreso que la convierte en una especie de profeta, en alguien que, si no con detalle, fue capaz de ver el futuro. Ada vio en su momento lo que muy pocos pudieron ver en su día (en realidad, fue única), comprendió que las máquinas realizarían en el futuro tareas complejas, manipularían símbolos, compondrían música, almacenarían datos y llevarían a cabo actividades que en su época sólo la mente humana podía realizar.
No obstante, ella se imaginó a sí misma haciendo aún más: se sentía embarcada en la búsqueda de una nueva ciencia, una que tendería un puente entre la física molecular, la física atómica y la mentalidad humana, una ciencia en la que los investigadores serían sus propios laboratorios, igual que los poetas son sus propios herreros, donde forjarían nuevas realidades a partir de sí mismos. Desde el principio, su alta de miras (vengativa y cauta) madre la había apartado de la poesía y de cualquier cosa que pudiera oler a imaginativo, introspectivo y emocional, a byroniano, vamos. Lo que descubrió Ada, lo que su madre no pudo siquiera imaginar, fue que la ciencia es el reino de la pasión, y un sueño tan grande como la poesía. En otras palabras, se veía a sí misma como la continuadora de los experimentos personales de su padre con las posibilidades de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, sólo que en términos diferentes, términos que en su tiempo eran inconcebibles y que ella misma no pudo articular. Creía en la posible existencia de una ciencia molecular de la mente, una cosmología del pensamiento, una ciencia auténtica que iba más allá del mero autoexamen y la reflexión, una ciencia, en definitiva, que sin reduccionismos transformaría el propio autoexamen, y de la cual formarían parte esas máquinas de cálculo, convertidas en componente necesario, tanto como herramientas como sujetos. El caso es que estaba en lo cierto, está en lo cierto. La neurociencia de nuestros tiempos, que resultaría imposible de practicar sin las herramientas digitales que ella predijo, hace precisamente el trabajo que ella le atribuía, y llega a conclusiones o a predicciones que ella hubiera comprendido. (La frenología de la que tan devota era, aunque se antojara inadecuada para alguien tan racional, fue un temprano intento de hallar una ciencia de la mente en la fisiología del cerebro.) De hecho, resulta difícil no pensar que, mediante su recuperación, rescate, cifrado y anotación de la obra de su padre (una parte muy poco característica de la misma, por cierto), ella conscientemente estaba fomentando ese trabajo, mediante la autoexperimentación con la memoria y la herencia. Si tu investigación es correcta, al parecer estuvo trabajando en ello prácticamente hasta el día de su muerte.
De modo que el interés de lo que has descubierto no sólo sirve de acicate para nosotros, los byronianos de toda la vida, si es que queda alguno en pie. El interés reside en la luz, en la calidez que arroja sobre Ada, no por lo que hizo, de lo cual existe más bien un registro inconcluso, sino por lo que fue, y por lo que pudo haber sido, lo cual es si cabe más importante para nosotros, que vivimos en un mundo que ella ansiaba vislumbrar, y que, de hecho, vislumbró.
Tuyo,
Lee
[¿Crees que es algo por el estilo lo que necesitas? ¿Menos? ¿Más? Puedo articularlo de forma distinta, si quieres. No lo creerás, pero al leerla de nuevo me creo hasta la última palabra de lo que he escrito — L]
* * *
De: «Smith» ‹anovak@strongwomanstory.org›
Para: lnovak@metrognome.net.au
Asunto: Gracias
Bien. Gracias. Gracias de verdad.
Yo también creo en ello. Hasta la última palabra.
Creo que sólo añadiré esto: «No sólo sería una pérdida para la historia de la literatura y de los estudios byronianos que esta obra no viera la luz, sería sobre todo una pérdida para nuestro conocimiento de Ada, de quien disponemos de menos información que del propio Byron. Colaboró en esta obra (¿pieza?, ¿historia?, ¿proyecto?) con su padre fallecido, y ambos se ven iluminados por lo que hicieron, especialmente Ada.»
¿Qué te parece? No es tan elegante y florido como tu texto. Nunca aprenderé a escribir así. ¿Es un don natural?
Recibirás la foto muy pronto,
S
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Ashfield
25 de abril de 2002
Querida Alex,
Finalmente ha llegado la primavera, florecen los tulipanes y las oropéndolas han vuelto para anidar (o reconstruir el antiguo nido) en el membrillo. Su color naranja recortado contra el escarlata de los retoños es tan intenso que casi resulta chocante, aunque supongo que no hay colores en la naturaleza capaces de hacerse realmente la competencia.
Sabes que sólo me preocupaba por ti: no temía que él pudiera hacerte daño, aunque seguro que él estaba convencido de que era eso lo que pensaba. Temía que el dolor te hiriera. El dolor y la pena por ti misma, y por él también, y por el daño que había sufrido tanto como por el daño que había causado. Y, sobre todo, por esa pobre niña aquella noche. Dolor que pensé podía matarte, como la tardía helada puede matar las cosas que empiezan con tanta esperanza. Sé que es un error. El otro día, Marc y yo estuvimos observando a una mariposa que salía del capullo. Dios mío, esto es tan extraño y sentimental que ni siquiera puedo creerlo. Bueno, pues la mariposa salió del capullo, toda húmeda y doblada como una hoja de vid, y luego empezó a desplegarse. Tarda lo suyo, y parece muy difícil: esa cosita jadeaba, o parecía hacerlo, y se esforzaba en desplegar las alas. Quise ayudarla a lograrlo, abrirlas por ella, y Marc dijo (supongo que lo sabía) que si la mariposa no lo hacía por sí misma, entonces no podría volar: es el proceso de estirarse, sacudirse, jadear y secarse lo que activa sus músculos, o lo que sea que tengan las mariposas por músculos. Sólo entonces pueden volar.
Se todo eso, y también entonces lo sabía: quería que volaras, y que lo hicieras con tus propias alas, y era consciente de lo poco que podía ayudarte. Sólo deseaba apartar de ti el dolor hasta que pudieras enfrentarte a él. Sabía que tendrías que hacerlo. Sólo quería que antes fueras más fuerte. La gente suele decir que los problemas y las penalidades pueden fortalecerte, pero yo no lo creo: creo que el amor y la felicidad pueden hacerte más fuerte, que pueden alimentarte y cubrir tu alma con un tejido saludable, una especie de grasa de amor, para que puedas enfrentarte a las cosas, y soportar el frío. Por supuesto, ahora sé que en realidad era yo quien tenía que fortalecerse. Y con tu cariño, lo hice. Espero que puedas perdonarme.
Con amor,
Mamá
* * *
De: «Smith» ‹anovak@strongwomanstory.org›
Para: «Thea» ‹thea.spann133@ggm.edu›
Asunto: Eh, tú
Mi queridísima querida:
Acabo de enviarte por fax mi plan de vuelo. Virgin Air (!) Oh, dios mío, no veo el momento. ¿Sabes qué pensaba hoy? Que si Ada viviera ahora, o incluso un poco después de lo que lo hizo, podría haber visto a su padre. Si a él no lo hubieran atendido tan mal los médicos en Grecia podría haber sobrevivido, al menos unos años más, y ella podría haber hecho las maletas y haber viajado a donde fuera para verlo. Si tal, si cual... Me encantaría ser una historiadora de verdad para no tener que plantearme tantos sis.
Quiero encontrar una carta de él a alguien que estuviera cerca cuando murió, que diga: «Coja estas páginas y entrégueselas a mi hija.» Quiso decirle que hubiera querido ir a por ella de haber sido posible, para llevársela a algún lugar donde nadie pudiera encontrarlos. Pero creo que simplemente las perdió. Ella tenía que ser quien hiciera el trabajo de encontrar y salvar el libro. Todo él no era nada más que una carta dirigida a ella, y ella, la supuesta destinataria de la misma, al final la consiguió. Eso es lo que tengo que decir cuando escriba al respecto, que ella era la única.
Es como los milagros de Babbage. ¿Has leído algo al respecto? Babbage solía invitar a la gente a su casa para mostrarles cómo funcionaba el Motor Diferencial. Lo ponía todo a cero; luego le daba a la manivela y una de las ruedas marcaba el 2. A continuación, otra vuelta a la manivela y pasaba al 4, luego al 6, y todo el mundo lo comprendía: la regla era «añade 2». Al llegar al 8, la rueda volvía al 0 y la siguiente rueda marcaba el 1, de modo que se obtenía un 10. Seguía adelante, puede que hasta darle cien vueltas a la manivela. De pronto, el número daba un salto no de dos, sino de una cantidad enorme, como 100. Los presentes reaccionaban: ¡un salto! ¡Una extravagancia, por fin! Babbage se explica: no, él había dado orden por anticipado a la máquina de que hiciera tal cosa, o sea, después de tantas veces de añadir 2, avanzar de 100 en 100. En otras palabras, el salto estaba programado de antemano, era una regla y no un fallo. Eso era lo que Babbage consideraba un milagro divino: había reglas naturales, también, aunque fueran reglas que desconocíamos hasta que se ponían de manifiesto. Creo que estoy de acuerdo con él.
El milagro de Ada no es que salvara la novela. El milagro es el amor que ella no había conocido y que la empujó a hacer lo que hizo: el amor acercándose de cien en cien, de pronto un repentino salto, programado desde su infancia, quizá, y que sólo se manifestaba en ese momento de su vida, en la abadía de Newstead, frente a la tumba en la que descansaba su padre.
Ahora el libro está en formato digital, formato Word Perfect, ja ja ja, y puedo manejarlo en cualquier parte. Georgiana ya no está enfadada conmigo. Me dijo que había escrito a Lee una nota, agradeciéndole la ayuda y el apoyo prestados. Lo sabía. Probablemente la roció de perfume, o de aroma, como dicen aquí. Eso sí, Lilith sigue cabreada.
Te veo a ti y al Honda en el JFK. No puedo decir qué piensa mi corazón.
Smith