NOTAS DEL TERCER CAPÍTULO
1. las ruinas de una abadía: El retrato que traza Lord Byron en estas páginas corresponde al antiguo hogar de su familia en Nottinghamshire, la abadía de Newstead, que él vendió para saldar deudas cuando era joven, lo cual lamentaría posteriormente (o eso tengo entendido). No siempre fue un lugar feliz. La fortuna que podía haber permitido a los Byron mantener su hogar fue embargada por los auditores de Cromwell, y nunca se devolvió. No puede culparse al antepasado de Lord Byron, el quinto lord, conocido como el Malvado Byron, del perjuicio sufrido por la propiedad, ni por la venta de buena parte del mobiliario, etc., dado que tan adusto caballero no tenía de hecho recursos para mantener una propiedad que no podía vender, y que, por mucho que la apreciara mi padre, él mismo no pudo mantener.
Hace poco he visitado el lugar, donde nunca antes había estado, y al cual fuimos invitados mi marido y yo por su actual propietario, el coronel Wildman, el más civilizado de los hombres. Afable anfitrión, devoto de mi padre y de su recuerdo, está restaurando la abadía hasta tal punto que superará incluso la gloria de tiempos pasados, y se ha tomado la molestia de conservar hasta la última reliquia del tiempo que vivió allí mi padre. Admito que al principio recorrí los espléndidos salones e inspeccioné los terrenos de cultivo con el ánimo algo abatido. Parecía el mausoleo de mi estirpe, donde la historia yacía bajo una lápida para no ser alcanzada jamás por la mano o el pensamiento de los vivos. Sentía que yo misma me convertía en piedra. Al mismo tiempo no pude librarme de la impresión de que todo aquello debería ser MÍO: un sentimiento que distaba mucho de ser agradable, pero no entraba tampoco en el terreno de la envidia. Era de profunda melancolía, como de las oportunidades que se dejan escapar, o de un deber que se descuida y que ya no es posible atender.
Al día siguiente salí temprano de la casa y, como el joven Alí, recorrí a solas el así llamado Bosque del Diablo, donde el malvado quinto lord gustaba colocar estatuas de faunos y sátiros como dispuestos para una bacanal, y que en la actualidad están tan cubiertos de musgo y arbustos que no pueden ofender a nadie. Allí me encontró el coronel Wildman (el caballero tenía la impresión de que había algo que me angustiaba) y hablamos largo y tendido, de los Byron, del amor que sentía por su antiguo compañero de escuela, de mí misma, todo lo cual escuchó con la mayor amabilidad y paciencia. Lo que se había aferrado a mí, o, erróneamente, yo a ello, parecía estar a punto de caer o echar a volar allí mismo. Sé que soy la descendiente de una estirpe que me ha dejado algo más que tierras y piedras, una naturaleza que yo he vivido en mi interior como dentro de una mansión de múltiples estancias, algunas gastadas por el tiempo, derruidas o reconstruidas por otros para su uso y disfrute, pero no todas exploradas, no, ni siquiera a estas alturas.
2. una serie de lagos conectados: Oscuro, profundo y muy frío sigue siendo el lago, y las aves siguen durmiendo en él.
3. Canaletto, etc.: Resulta interesante comparar el retrato que hace Lord Byron de esta devastada y maltratada abadía con el que traza en los últimos cantos de su Don Juan. En ese poema, su propia Newstead es reinventada como hubiera deseado que fuera, llena de confort y esplendor, incluidos retratos de los antepasados, atestada de invitados de altura y con el antiguo bosque intacto. Ese retrato es tanto mejor respecto al estado real de su casa, como éste es peor. Así suele suceder con los relatos que hacemos de las cosas reales.
4. un negro perro terranova: Lord Byron tuvo un perro en su juventud al que quería mucho y que se llamaba Boatswain, aunque no sabría decir por qué. Murió consumido por la locura, y Lord Byron cuidó de él durante su larga agonía, hasta que expiró, limpiando los espumarajos de su hocico con su propia mano.
5. un olmo: Este imponente árbol sigue en pie, un poco más anciano, en el parque de Newstead. Los nombres grabados en él corresponden a mi padre y a su hermanastra, la honorable lady Augusta Leigh. Yo llevo su nombre entre los míos, y sólo eso. La dama ha muerto recientemente, y jamás tuve ocasión de mantener esa conversación con ella que me hubiera permitido conocerla. De mortuis nil nisi bonum.
6. el viejo Jock: Lord Byron era muy devoto de un anciano sirviente de Newstead llamado Joe Murray. En un retrato que cuelga hoy en día en Newstead, se aprecian las mejillas sonrojadas, la sonrisa amable y la larga pipa de arcilla que el autor traslada a su equivalente escocés. Byron nunca conoció a su padre, y quizá el viejo Joe Murray, y otros más adelante, habrían de llenar ese hueco.
7. Ida: Lord Byron asistió a la escuela Harrow desde 1801 hasta 1805, y dijo haberla odiado durante sus primeros cursos a pesar de que al final, durante su último año de estancia allí, se reconcilió con ella. El doctor Joseph Drury, el director al que se enfrentó al principio y que más tarde acabaría por admirar y apreciar, dejó constancia de su impresión de que le habían confiado la educación de un «potro salvaje de montaña». El hecho es que la cojera de Lord Byron supuso una fuente de problemas, no sólo por el hecho de impedirle tomar parte en los deportes y los juegos, sino por las burlas y los desprecios de los otros muchachos. Siempre tenía que demostrar que era tan fuerte y valiente como cualquiera de ellos. Su exacerbado sentido del amour-propre lo llevó a enfrentarse con todos aquellos, incluidos profesores, que creía que lo habían ofendido, y en ocasiones hubo que sacarlo de entre sus compañeros para alojarlo en casa del director. No hace falta un alarde de imaginación para trasladar la deformidad del joven Lord Byron a la naturaleza alienada de su creación imaginaria. La escuela Harrow, que he visitado en una ocasión, y que de vez en cuando he visto al pasar de lejos, sigue estando en una colina que siempre me ha dado la impresión de desolada y solitaria, no sé por qué razón.
8. su lápida favorita: Hay en el cementerio de Harrow-on-the-Hill, junto a la iglesia donde en tiempos los jóvenes alumnos acudían a misa, una lápida llana desde donde puede observarse el paisaje del valle. Se la conoce por the Peachey stone, sin duda por quien yace debajo. Ahora se indica a quienes visitan el lugar que ahí era donde el joven poeta gustaba de retirarse, y donde por primera vez empezó a pensar en escribir sus versos. Tal como suele suceder con estas cosas, se ha malinterpretado la naturaleza de esta tumba, pues hay quienes creen que es la tumba de Byron, lo cual no es cierto. Su tumba está en la parroquia de la iglesia de Hucknall Torkard, en su región natal de Nottinghamshire, con sus antepasados.
9. Lord Corydon: Este personaje combina los caracteres de lord Clare, el mejor amigo de Byron en Harrow, y de John Edelston, un miembro del coro de Cambridge, que no tenía ni quince años cuando Byron desarrolló un gran afecto por él. De lord Clare dijo en una carta a Moore: «Siempre lo he querido (desde que tenía trece años, en Harrow) más que a ningún otro hombre en el mundo.» Edelston era pobre, matiz que Byron parece haber aportado a esa mezcla de los dos jóvenes más queridos por él.
10. algunos han muerto: John Wingfield, que estuvo con Byron en Harrow, moriría más tarde en combate. También él, y el dolor que causó a Byron su muerte, deben de formar parte de la historia que explica de lord Corydon y de su destino.