NOTAS DEL PRIMER CAPÍTULO

1. Su padre el laird: La maldad de los antepasados Byron se ha convertido en leyenda, y como tal contiene una gran dosis de falsedades. Se dice que el propio Lord Byron disfrutaba asombrando a sus amistades con relatos de su ancestro, William, el quinto lord, que dilapidó la fortuna y asesinó a un hombre en un duelo irregular. El propio padre de Lord Byron, Jack el Loco, fue capaz de arruinar sus propiedades primero, y, después, las de su segunda esposa (la madre de Lord Byron) en un período de tiempo sorprendentemente breve. Huyó al continente para escapar de los acreedores cuando su hijo apenas había cumplido dos años, y nunca volvieron a verlo; murió en el extranjero a la edad de treinta y cuatro años, sin un penique, y puede que por propia mano. Cuando yo tenía dos años, mi padre abandonó Inglaterra para siempre; murió en Grecia a los treinta y seis años.

2. las propiedades escocesas de su esposa: Lord Byron se complace en situar esta escena en un entorno muy similar a su abadía de Newstead, en Nottinghamshire, para acomodarlo al lugar del que se consideraba originario; de hecho, solía decir por ejemplo «nosotros los escoceses...», cosa que hacía a menudo. Su madre, Catherine Gordon, era escocesa y tenía tierras en Gight (propiedades que su esposo vendió para saldar deudas) y, desde los diez años, él vivió en Aberdeen, y nadó en las aguas del Dee. Su madre, decía, se sentía desmesuradamente orgullosa de sus antepasados Estuardo, y miraba por encima del hombro a los Byron del sur.

3. gotas de Kendal: Es de todos sabido que Lord Byron se aficionó al láudano en su último tiempo de estancia en Inglaterra. Lo combinaba con estimulantes tales como el clarete o el brandy. Era un remedio de sobra conocido que combatía tanto los males mentales como físicos, aunque en estos tiempos se prefiera el uso de la morfina a las gotas negras ya pasadas de moda. Mis propios médicos me recomendaron un régimen consistente en alternar opiáceos con estimulantes que en ocasiones ha resultado beneficioso, aunque la perspectiva de reducir de forma deliberada la exaltación mental mediante el uso de narcóticos resulte a menudo repulsiva, incluso para quien conoce las consecuencias de una huida tan rápida y eficaz.

4. a mano las pistolas: Lord Byron era un excelente tirador, por mucho que tuviera la costumbre de asegurar que le temblaba el pulso. Se había entrenado para apretar el gatillo en el momento justo. Cuando era niña, se temía que mi padre enviara a unos agentes a la casa de mi madre con intención de secuestrarme; que posiblemente él mismo iba a regresar a Inglaterra con dicho propósito. Mi abuela, lady Noel, guardaba un par de pistolas cargadas junto a la cama para frustrar estos planes. Pensar que esa dulce y amable dama pudiera llegar a utilizarlas se me antoja ahora tan divertido como la convicción que demostraba al comentar la existencia de tan siniestras intenciones.

5. oso amaestrado de su padre: Byron tuvo un oso cuando estuvo en Cambridge, y por un tiempo lo guardaba en la abadía de Newstead, donde entretenía a sus amistades. Lord Byron siempre se vio rodeado de animales en todas las casas en las que residió, sobre todo perros, sus favoritos, aunque el poeta Shelley recordaba haberse topado con una grulla, una cabra, un burro y varios gatos, además de perros, en su casa de Pisa. Sentía amor y respeto por los animales, un atributo que descubrí en mí misma mucho antes de saber que lo compartía con mi padre. Los animales, a los que Descartes consideraba automata, incapaces de albergar mayores sentimientos que un mecanismo, serán algún día como nosotros, o nosotros seremos como ellos, de un modo tal que ahora no podemos siquiera concebir.

6. sonambulismos: Lord Byron no podía conocer las especulaciones del doctor Elliotson y otros respecto a lo que el doctor llama una «enfermedad del sueño», estado similar al experimentado por un santo o un poeta, durante el cual se suceden las visiones más vívidas, como las de los palacios y las damiselas de Coleridge en Nether Stowey hasta que lo despertó alguien procedente de Porlock. Conozco bien esas regiones, tan poéticas de por sí. Las visiones de Coleridge también se veían estimuladas por el uso del opio. Son de sobra conocidos los buenos resultados del doctor Elliotson en el uso de esas técnicas de sueño especial denominadas mesméricas (aunque yo prefiera llamarlas hipnóticas). La luz y el tratamiento fantástico del tema en las últimas páginas de esta obra proceden de la incomprensible ignorancia de la autora en el desarrollo de esta ciencia en nuestros días; no obstante, privilegio de poetas, mi padre era capaz de ver más allá en sus posibilidades.

7. Albania: El viaje de juventud de Lord Byron a Albania, narrado en las Peregrinaciones de Childe Harold, periplo emprendido en un momento en que pocos ingleses se habían aventurado en la región, sirvió de banderín de su fama y notoriedad. En efecto, amaba la acción, era impermeable a la incomodidad y a lo que el doctor Johnson denomina «el deseo de ser complacido», lo cual es patrimonio del buen viajero. No puedo tener la certeza de que sus descripciones de tierras, gentes y costumbres sean muy ajustadas, ni que derivasen de su propia experiencia, después de todo bastante breve. No obstante, sigo investigando el particular.

8. pacha: Alí Pachá (1741-1822, hasta donde puedo determinar), a quien Byron visitó en la capital de Tepelene durante su viaje a Albania. En la correspondencia que envió a su madre, Byron describe su figura, y también a sus nietos maquillados, tal como aparecen en el relato.

9. un largo kilt blanco de suave lana: Describe exactamente el traje albanés que se compró mi padre cuando estuvo en ese país; con dicho atuendo típico fue retratado por Phillips. El cuadro colgaba sobre el manto de la chimenea de la casa de mi abuela en Kirkby Mallory, donde durante un tiempo después de mi nacimiento residimos mi madre y yo con ella. El cuadro estaba cubierto con una tela de gamuza verde, y no se me permitió mirarlo, quizá por temor a la funesta influencia que pudiera tener sobre mi joven ser. Tal santuario, corrida la tela sobre lo más sagrado, igual que el velo cubre el pergamino de la Escritura en un templo judío, más bien debía de generar una gran fascinación en lugar de ejercer el efecto contrario. Tentar en vez de proteger, y quizá así fue, pero el caso es que no recuerdo haber visto el cuadro en esa casa, y sólo cuando me fue entregado, tras casarme, se me hizo partícipe de cómo lo ocultaron. Extraños son los caminos de los parientes celosos y atentos.