NOTAS AL SEXTO CAPÍTULO

1. Negro hercúleo: Aquellos lectores que lleguen a esta nota antes de concluir la historia no sabrán que este personaje es originario de las Indias Occidentales, víctima, o beneficiario, de esa infusión de vida artificial que, según la superstición de las tierras caribeñas, es capaz de convertir a un cadáver en un trabajador inmortal carente de alma. (Respecto a quién lo ha revivido, si de vivo es en verdad su condición, se anunciará con el tiempo.) Esta inverosímil creencia fue revelada a ojos del público inglés por primera vez por Robert Southey en su historia de Brasil, la cual pudo ser la fuente de la que Lord Byron extrajo la leyenda; en tal caso, la conexión resulta llamativa, puesto que Southey era una bête noire de mi padre, y su vida y carrera política, una fuente constante de inspiración para su ingenio y sarcasmo, devuelto, se dice, mediante los anatemas y ataques que el por entonces Poeta Laureado dedicó a mi padre y a toda su obra. Todo eso pertenece al pasado, pues ambos han muerto. Recuerdo que Southey quiso crear, junto con el poeta Coleridge, una colonia que viviera en perfecta armonía y felicidad a orillas del Susquehanna, en América; como también lo quería yo, cuando apenas era una niña.

Yo creo que el fenómeno del zombi constituye otro aspecto de ese Sueño Hipnótico explorado y descrito en otra parte de la novela de un modo tan precursor: y diría que las personas sumidas por inteligentes maestros o poderosos brujos en semejante estado parecen, a ojos de otros, estar entre la vida y la muerte.

2. la señorita Edgeworth: Según afirmaba él mismo, Lord Byron era un insaciable lector de novelas. Tanto era así que aseguraba haber leído cinco mil, lo que el señor Hobhouse dice que es imposible; afirma también este caballero que Lord Byron daba una novela por leída con tan sólo echarle un vistazo. También era poco escrupuloso en lo que a la exageración se refiere, defecto que comparto, pues ya de niña se me castigaba cuando el objeto de la exageración no era apropiado (como la devoción filial, o los impulsos religiosos, o el dolor ante los sufrimientos de aquellos que recurrían a mi compasión). No me cuesta nada creer que Lord Byron hubiera leído mucho; no tenía reparos en lo que a literatura se refiere, y no por ello tenía en menos su propia obra, que contaba con la aprobación de muchos lectores.

3. lord Edward Fitzgerald: La historia aquí contada es cierta. Este patriota irlandés, muerto en el levantamiento de 1798, tuvo un sirviente negro y corrió estas aventuras en Norteamérica. Todo ello se narra en la biografía de ese lord escrita por el ubicuo señor Thomas Moore, quien en ocasiones puede parecer una sombra de Lord Byron, sin el cual él no hubiera existido, aunque ésta parezca una aseveración injusta para el autor de Lallah Rookh y muchas otras preciosas canciones. Sin embargo, es cierto que Lord Byron, mucho antes de conocer a Moore, o tener conocimiento de primera mano de los asuntos irlandeses, se enamoró de la caballeresca figura (tal como él la percibía) de Fitzgerald, y declaró con ocasión de la revuelta irlandesa de 1798 que, de haber sido un hombre adulto, se habría convertido en un lord Edward Fitzgerald inglés. Lady Byron me puso al corriente de algunos pormenores del almacén de anécdotas que le confió su difunto marido.

Sin duda fue durante su posterior y larga amistad con el señor Thomas Moore cuando Lord Byron conoció la historia aquí contada. Sus motivos para incluirla en su novela están menos claros. Quizá tan sólo le movió a hacerlo la visión de América que aparece en ella. Lo ignoro.

4. madame de Genlis: La comtesse de Genlis fue tutora de los hijos del duque de Chartres, y al menos uno de los hijos de ella se supone que debía de ser del duque. Es la conocida autora de Madame de Maintenon, Mémoires, etc. Como muchos otros de su generación, Lord Byron aseguraba despreciar a la escritora procedente de la nobleza, a esas «mujeres amantes de los garabatos» tan admiradas en su época. Hizo una excepción con madame de Staël, y sospecho que, en esto como en tantas otras cosas, su burlesca actitud era más una pose que un comportamiento meditado.

5. Buonaparte: Así lo escribía siempre Lord Byron. De joven se dejó embriagar por la figura de Napoleón, aunque, al igual que muchos de sus coetáneos finalmente el emperador supuso una decepción como libertador de Europa. Se convirtió en un dictador peor que aquel al que derrocó, y en lugar de apartar a los reyes del mundo, se limitó a ceñir las coronas en las frentes de sus necios familiares. En los poemas y la correspondencia de Lord Byron abundan las alusiones a este héroe de su juventud, y cualquiera que ponga en duda la complejidad de la mente del poeta, o la sutileza de su juicio, sólo tiene que reunirlos y ver con qué variedad, sin contradicción, se representa a Napoleón: como un sueño de gloria, o de justicia y esperanza; como una afrenta merecida para el mundo civilizado; como una figura de autoengaño con tintes cómicos, y como un tirano salpicado de sangre. Con qué gusto cambiaría todos los dramas en verso de Byron por uno solo que tuviera como protagonista a Napoleón.

6. la cubierta de un barco: No había nada que él apreciara más que estar en un barco, tanto por el hecho de dejar atrás lo que ya no quería, o lo que ya no lo quería a él, como para poner rumbo a lo desconocido. Por un instante, amaba de nuevo todo aquello que había perdido, o desechado; y aún no podía decepcionarle aquello que aún no conocía. Yo me cuento entre lo que abandonó. No fue del todo su elección aunque sí en gran parte. No lo negaría, si pudiera preguntarle; pero no puedo, y en eso tiene algo que ver... la muerte.