III
Freud, un verdadero anticipador del desastre criminal nazi, sin embargo, puede entrar en una convergencia teórica con alguien como Heidegger, que a pesar de su lucidez mayor, queda atrapado en la fascinación de lo peor. La convergencia entre Freud y Heidegger se da entre dos espíritus absolutamente incompatibles entre sí, dos sensibilidades antinómicas, que sin embargo habían captado desde distintos lugares y tradiciones, lo que podríamos llamar una fragilidad constitutiva con respecto a la recepción de la vida por parte de la ex-sistencia parlante, mortal y sexuada. Ambos habían vislumbrado que si esa fragilidad con respecto a la vida era ocultada y colonizada por grandes fundamentos, insignias o «conocimientos», los resultados serían más bien decepcionantes. Freud y Heidegger confirman y a la vez construyen el mismo interrogante: ¿cómo se responde a la inadaptación esencial, inadaptación respecto del propio ámbito de donación de vida y sentido que padece la existencia parlante? La pregunta alcanza su culminación cuando la respuesta tiene como condición no ser nunca una solución dialéctica de reconciliación.
La convergencia entre Freud y Heidegger es algo que sólo toma forma a partir de esa fractura ontológica que Lacan supo nombrar teóricamente, describir en su experiencia, caracterizar en sus síntomas, mostrando la lógica interna de las soluciones fantasmáticas y estableciendo su topología apropiada. Lacan es el nombre propio de esa convergencia, es el despliegue de la misma, pero también la mostración de la diferencia irreductible entre ambos hasta las últimas consecuencias.