1. Función del inconsciente
Una y otra vez surgen en la praxis analítica ejemplos que podríamos situar como distintos a las formaciones del inconsciente. Son los síntomas que se interponen en la marcha del amo, trabando el funcionamiento del discurso del inconsciente. Es el paciente a quien los números le transmiten emociones particulares, incomunicables a los demás, hasta el extremo de sólo poder coger el cuarto periódico de los que están apilados, abandonar su trabajo por no aceptar escribir ciertas cifras, hablar con satisfacción de su reposo en el cinco o en el diez, y atribuirle un peligro impreciso al número nueve.
O aquel otro paciente que, luego de dos años de análisis en los que se han depositado como saber ciertos efectos de significación que lo llevaron a abandonar su adicción a los psicofármacos, mantiene sin embargo intacto un síntoma de vértigo que le impide toda actividad social. O una mancha sobre la piel que surge en el curso de un análisis, pero que ningún desciframiento en la transferencia permite reducir.
Son, sin duda, ejemplos diferentes y heterogéneos, pero que permiten mostrar una intrusión de lo simbólico en lo real, el síntoma del que Marx y no Hipócrates fue, según Lacan, su antecedente.
Paulatinamente en la enseñanza de Lacan, el síntoma —que era una de las formaciones del inconsciente, concebido como metáfora subjetiva y mensaje destinado al Otro— va cambiando en su definición y alcance. Así vemos cómo Lacan, al mostrar al síntoma comprometido con lo real del goce, empieza a reconocerlo como una función antipática al inconsciente, como aquello que realiza un rechazo del inconsciente al no representar al sujeto. Efectivamente, el síntoma introduce en el serdiciente un goce que se resiste a ser reabsorbido por el desciframiento simbólico. Ya en el Seminario 11,[57] en relación al síntoma psicosomático y la holofrase, se trata de caracterizar una serie de casos que se delimitan por existir por fuerza de las operaciones del inconsciente. Son casos en los que la intervención de lo simbólico en lo real se aparta de la representación del sujeto por el significante. Cuestiones tales como el síntoma psicosomático, la cifra, el nombre propio o el síntoma, inician un programa de reflexión sobre la diferencia entre las formaciones del inconsciente y lo que J. A. Miller subraya como la función del inconsciente.[58] Designadores rígidos que comprometen a lo simbólico y lo real en cifras que, como ya señalamos, no se dejan reabsorber por el significante, son elementos que muestran que no todo en el inconsciente es metáfora y metonimia, que hay una intrusión de lo simbólico en lo real que es propia de la estructura de lalengüa, intrusión que el Nombre del Padre en tanto significación fálica del deseo del Otro no puede reducir. Tal vez esta sea una razón que llevó a Lacan a hablar de la psicosis como equivalente de la estructura, como si en la relación del hombre con lalengüa, en su modo de habitarla, hubiese una locura fundamental.[59] 3 En este mismo sentido, sugerimos que esta locura que la lengua deposita en cada serdiciente corresponde a la relación sexual que tuvo lugar entre generaciones y más precisamente como refiere Lacan en El momento de concluir: «hay tres generaciones entre las cuales hay relación sexual».[60]