3. Ser para a muerte

El ser para la muerte puede ser calibrado, precisamente, como una apertura a aquello que en el Otro constituye un comienzo siempre nuevo, irreductible a toda homologación. La noción de sujeto en Lacan permite captar el ser para la muerte bajo esa nueva forma de dignidad; el sujeto, a la vez que asume el legado que le corresponde lo hace en tanto comienzo de algo, singular e irrepetible.

De hecho, lo que enseña el analizante afectado de una enfermedad mortal, cuando continúa su experiencia analítica hasta el confín de sus fuerzas es, precisamente, que el ser para la muerte no es morir biológicamente al final, sino la intención fundamental de no querer morir como un animal, es decir, no morir solamente como un ser vivo. Justamente ésa es la asunción del sujeto del inconsciente. Proseguir en la serie del significante, permanecer en su combinatoria más allá de cualquier restricción vital, es lo que revela al sujeto del inconsciente como algo distinto del mero ser vivo: animado (a veces) por la voluntad de permanecer en la serie de significantes, lo cual es diferente a sostenerse en cualquier fantasma de eternidad o trascendencia.

El concepto de castración introduce lo que el pensador de Ser y Tiempo había eludido, el compromiso del ser con el goce, al hacer comparecer, en el advenimiento de la subjetividad, la imposibilidad de la relación sexual y los modos de goce que en consecuencia se distribuyen y, a la vez, divergen. De esta forma, la culpa y la deuda originarias del ser, cuando pasan por el tamiz de la castración y su sujeto, posibilitan la emergencia de una clínica de referencias mucho más complejas y variadas que la analítica existencial.

Al hacer la experiencia del ser-para-la-muerte no se trata para la exsistencia de estar a la espera de que acontezca la muerte, poniendo así fin a la existencia. No es el temor a la muerte ni es su figura opuesta, un alegre y piadoso aguardarla. Se trata de la muerte como posibilidad constante de anticiparse, de un preserse. Esta posibilidad óntica, la de precursar su muerte, es la instancia más alta del «poder-ser» del ser-en-el-mundo. Esta circunstancia legitima la elección de dicha posibilidad, la de la muerte, para decidir acerca de la cuestión ontológica. El «precursar-la-muerte» que prepara la asunción del ser-para-la-muerte, ya se ha dicho que tiene en el campo del psicoanálisis su correspondencia en la castración. Como se ha señalado en el primer capítulo de esta exposición, precursar-la-muerte, al tomar en cuenta la hipótesis del inconsciente, se transforma en la asunción del deseo en la castración. Asumir la castración es, para el serdiciente (neologismo que intenta traducir el parlêtre lacaniano) quedar referido a un goce imposible, el goce absoluto, y limitado a goces parciales. La posibilidad de precursar la muerte coloca a la exsistencia en posición de anticiparse, de preserse ya en el mundo. Tal posibilidad altera la relación con el tiempo vulgar, hasta el punto que ya no se puede decir del ser de la exsistencia que pasado, presente y futuro sean los tiempos verbales que le corresponden. El ser no es una presencia (presente) al modo de un ente cualquiera, ni fue en el pasado pero ya no es, ni tampoco será pues aún no lo es. De tal forma que Heidegger dirá respecto del ser que los modos verbales que le convienen son «adviniendo», «sido» y «presentando». En estos modos la acción no concluye, permanece abierta. Antecedente de lo que Lacan expresará en la fórmula: «lo que habré sido para lo que estoy llegando a ser».

Desde Lacan: Heidegger
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