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En La esfera de Pascal,[37] texto del que hemos extraído el epígrafe, Borges persigue la metáfora de la esfera a través de la historia del pensamiento. Jenófanes, el rapsoda, Parménides, Platon, exaltan los valores de esta figura, de esta buena forma para representar a Dios, al ser, al cosmos. Según Borges, este cuerpo perfecto insiste en el Corpus Hermeticum de Hermes Trismegisto, en Giordano Bruno, en Pascal, bajo una fórmula idéntica aplicada respectivamente a Dios, al Universo y a la Naturaleza: una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Vemos que esta utilización introduce un elemento inquietante en la apacible y serena esfera, pues nos propone algo que resulta imposible de representar; nuestra imaginación claudica ante lo imposible de concebir en nuestro espacio tridimensional. Al colocarnos ante lo imposible, la metáfora se muestra a la altura de su objetivo: aproximarnos a lo real que está en juego, llámese Dios, Universo o Naturaleza.
Lacan se encontró en el psicoanálisis derivado de Freud con una esfera aun mucho más pobre que la que acabamos de comentar, con una esfera arcaica cuyo centro estaba en el centro y cuya circunferencia era su circunferencia. Así, las relaciones entre lo psíquico y lo somático, entre el interior y el exterior, la maduración de las pulsiones, la integración del yo, la concepción del tratamiento analítico y su modo de finalización, y en general todos los desarrollos post-freudianos, no habían hecho otra cosa que inscribir el descubrimiento de Freud en una psicología de la esfera que no lograba despegar de la representación de los griegos, con el agravante de haber aplastado la frescura originaria del surgimiento de la esfera como metáfora fundante del pensamiento.
¿Cómo restituir al invento freudiano toda su radical virulencia, toda la potencia de subversión de las categorías trascendentales?
En 1953, en el Discurso de Roma,[38] Lacan inauguró la lucha contra la esfera, proceso que le mantendría ocupado, alerta, hasta el final mismo de su enseñanza, casi treinta años después.
Hay dos cuestiones que queremos destacar en este texto de ruptura con la tradición psicoanalítica:
- La emergencia del «agujero» como metáfora inaugural del largo proceso de destrucción de la esfera.
- El recurso a la topología como procedimiento esencial al psicoanálisis.
Adelantemos que los términos metáfora, estructura y real mantienen entre sí una problemática relación, variable a través de la enseñanza y escritura de Lacan.
En el apartado III sobre el tiempo del sujeto, Lacan critica a aquella concepción del análisis que conduce a considerar todas las formulaciones del sujeto como sistemas de defensa. El llamado «análisis de las resistencias» perpetúa la complicidad intersubjetiva, de ego a ego, de analista y analizante.
Si todo lo que es id debe convertirse en ego, las porciones de ego del analizante que se vayan aislando, que vayan siendo arrebatadas al id, constituyen «una procesión asintótica» en la que el ego aliado al ego del analista va aumentado a medida que disminuye inversamente la cantidad de id. Pero, paradójicamente, el Aquiles analista no logra jamás anular la diferencia respecto de su tortuga, el id del analizante. Desde ese resto, a salvo del implacable análisis de las resistencias, queda para el sujeto la posibilidad de revisar la aberración de tal análisis.
«Sin duda tenemos que aguzar el oído a lo no-dicho que yace en los agujeros del discurso, pero esto no debe entenderse como golpes que sonasen detrás de la pared».[39] Si el analista se empeña en comprender y arrastra al sujeto a esa apuesta, la de la comprensión de los supuestos golpes tras la pared, comenzará una suerte de sugestión, en la que el sujeto aprenderá a escandir él mismo la medida, procedimiento que «se da por bastante seguro cuando se trata de ir al agujero». En síntesis, el agujero de lo no-dicho se tapona con los dichos de la comprensión.
En estos párrafos, Lacan utiliza por dos veces la palabra «agujero», siendo este momento de su escritura el instante de la emergencia de ese término, pues no se lo registra en ningún uso con anterioridad al mismo. La formulación lacaniana de los agujeros del discurso viene a poner fin a la remisión al infinito de un supuesto significado oculto que debe ser reducido cada vez. Esa es la peor interpretación posible del «wo Es war, soll Ich werden». Hay un real del discurso, hay un imposible-de-decir que no es un no-querer-decir.
Hemos mencionado la metáfora en que Trismegisto, Bruno y Pascal abren la intuición de un espacio imposible de pensar, al producir un desplazamiento de las ideas de centro y circunferencia de la esfera. Pero dicha metáfora, cabalmente lograda, no se acompañaba de la propuesta de una nueva geometría.
Cuando Lacan conecta ciertas cuestiones abiertas por la experiencia psicoanalítica con la nueva geometría que ello exige, y lo hace en el mismo apartado en que introduce el término «agujero», viene hablando de aquello que, en el sujeto, es primordial para el nacimiento de los símbolos: la muerte. El sujeto se afirma como deseo de muerte para los otros, y si se identifica con el otro es coagulando su imagen, así como toda evocación del ser lo será entre las sombras de la muerte.
Decir que este sentido mortal revela en la palabra un centro exterior al lenguaje es más que una metáfora y manifiesta una estructura. Esa estructura es diferente de la espacialización de la circunferencia o de la esfera en la que algunos se complacen en esquematizar los límites de lo vivo y de su medio: responde más bien a ese grupo relacional que la lógica simbólica designa topológicamente como un anillo.
De querer dar una representación intuitiva suya, parece que más que a la superficialidad de una zona, es a la forma tridimensional de un toro a lo que habría que recurrir, en virtud de que su exterioridad periférica y su exterioridad central no constituyen sino una única región.
Este esquema satisface la circularidad sin fin del proceso dialéctico que se produce cuando el sujeto realiza su soledad, ya sea en la ambigüedad vital del deseo inmediato, ya sea en la plena asunción de su ser-para-la-muerte.[40]
En este párrafo, Lacan condensa varias cuestiones, siendo a nuestro juicio las fundamentales:
- Bajo el término «sentido mortal», localiza lo más radical de la invención freudiana: pulsión de muerte, la muerte como límite del discurso, el deseo como repetición y la repetición como muerte.
- Ese «sentido mortal» revela en la palabra un centro exterior al lenguaje, es decir, el centro de la palabra no está en el lenguaje, es exterior al mismo. El centro de la palabra es un imposible de decir. En esta formulación, es agujereada la esfera.
- Pero las cosas no quedan allí, pues hay una topología que desarrolla otro espacio, no esférico. Y Lacan no sólo indica cuál es su escritura, sino también cuál es su modelo. Hay una escritura que Lacan adscribe a la lógica simbólica, y hay una representación intuitiva, el toro, al cual podemos sumergir en nuestro espacio tridimensional.
- Separa tajantemente «metáfora» de «estructura». El hecho de que sea revelado «en la palabra un centro exterior al lenguaje», es «más que una metáfora». Ya no es la esfera de Pascal, una metáfora feliz, aquella que nos ponía ante lo imposible de representar, sino que es la manifestación de una estructura, de algo de lo cual hay escritura, algo que ya está cifrado por la lógica y la topología.
- El párrafo también debe ser considerado como una interpretación de Sein und Zeit de Martín Heidegger.