7. Del dicho al decir
(1989)
Pensar lo impensado en lo pensado es la tarea del pensar. A este acto propio del pensar, Heidegger lo denomina «localizar», puesto que pone en su lugar al pensar, dejando que se transmita lo impensado, la verdad del ser, que de este modo viene al lenguaje. Se produce así, en la localización, un viraje del decir: lo pensado se dice de otra manera, correspondiendo al lugar a que apunta lo impensado.[11]
No se trata, en consecuencia, ni de explicar al modo de la ciencia ni de dilucidar como la fenomelogía. La localización corresponde a la topología heideggeriana del ser, es propia del decir del ser.
Y el psicoanálisis… ¿analiza? El término análisis ¿no tiene demasiadas resonancias metafísicas?
El acto analítico es, en realidad, un acto localizador. Localiza el sujeto y el objeto, el saber y el decir del ser (S1). Los emplaza poniéndolos en su lugar. Es un decir localizador. (En los capítulos 14, 15 y 16 se desarrolla extensamente la lógica del discurso. Resulta imprescindible para captar en todo su alcance lo que sigue).
La producción de S1 o, en otras palabras, el emplazamiento de S1 en el lugar de la producción, localiza, en tanto decir del ser al sujeto $ en el lugar del otro del discurso, el cual es comandado por el objeto emplazado en el lugar del semblante.
La imposibilidad de conexión del S1 con S2 quiere decir que el saber inconsciente no se puede saber, que es un saber que coincide con la verdad material, puesto que se aloja en su lugar. Pero la verdad material es lo que se sustrae esencialmente de la verdad. Por eso es que la verdad formal de la ciencia hace que el ente funcione pero sin aliviar de su malestar al serdiciente, pues mientras la escritura científica es la verdad formal del ser del ente, de la verdad que se trata en el cuatrípodo de los cuatro discursos es de la verdad material, que es un lugar y no un término del discurso. En el acto analítico es un término, el saber inconsciente, el que va al lugar de la verdad.

Fig. 1
La verdad material, la verdad del discurso, es «verdad del ser». Para Heidegger, la verdad del ser es el sentido del ser. El decir del ser (S1 en el lugar de la producción) no es una metáfora, es el sentido del ser. Vale la pena recordar que Lacan introduce el párrafo que hemos escogido de l’Etourdit, con las siguientes palabras: «Y vuelvo al sentido…». De este modo, «sentido» entra en correlación con la fórmula, hasta el punto que se puede afirmar que sentido es αληθεια = Verborgenheit, el sentido del ser es la verdad del ser.
En la invención propia del acto analítico, se preserva y destaca el lugar de la verdad. Al quedar alojado allí el saber inconsciente como un saber que no se sabe, insabido e imposible de saber, el sujeto atraviesa la experiencia del ocultamiento de la verdad. Sólo le resta la apuesta. En consecuencia, el decir del ser (S1) que va al lugar de la producción y que resulta imposible de conectar con ningún saber (S2 // S1), sólo puede señalar hacia el semblante de goce que ha convocado a decir.
El analizante toca el ser cuando un decir viene al lugar del producto, revelándose que la causa del deseo que suponía incluida en el Otro, no era más que una parte perdida de sí mismo inmolada cada vez. Heidegger ha dicho: «El pensador dice el ser, el Poeta nombra lo sagrado». Nosotros decimos desde el discurso analítico, que el analista no es un pensador ni es un poeta, pues en el Decir del psicoanálisis el analista por su emplazamiento como semblante en el discurso, convoca, sostenido por un deseo de nada. En ese Decir, el Otro es el pensador que dice el ser, y el sujeto, en su sacrificio, el poeta que nombra lo sagrado.
Cuando se dice que «el sujeto es el Poeta que, en su sacrificio, nombra lo sagrado», se hace entrar en resonancia una cuestión estrictamente analítica con la formulación heideggeriana «El pensador dice el ser, el poeta nombra lo sagrado». ¿No resulta erróneo, o en el mejor de los casos excesivo, introducir un término como «lo sagrado» en un artículo de psicoanálisis, cuestión de la cual éste debiera haber sido expurgado?
Más que pronunciarnos en uno u otro sentido, trataremos de señalar algunas cuestiones en torno al uso del término en Heidegger. El texto más importante respecto a esta cuestión es Interpretaciones sobre la poesía de Hölderlin.[12] La poesía es lenguaje, en el lenguaje el hombre testimonia de su pertenencia al ente. En ese testimonio se abre el mundo en su carácter de abierto en cada caso del ente, y en ese carácter de abierto reside la posibilidad de decisión. La decisión es historia acontecida. El lenguaje acontece como diálogo en el que lo Uno y lo Mismo se revelan en la palabra. Eso permanente es lo que instituye el poeta, ese lo Uno y lo Mismo, fundado el Dasein sobre su fundamento. Este habitar del hombre, este ser-en-el-mundo, es poético en sí mismo, se va fundando cada vez como historia acontecida. Por eso la poesía lleva al ente a la verdad del ser, dejando que el mundo y la historia acontecida sean.
¿Cuándo se abre el mundo para el poeta? El mundo se revela en su carácter de abierto cuando los dioses emplazan a los mortales, los interpelan. Ahí, el poeta, responde a esta interpelación, nombrando a los dioses. El poeta da respuesta, da nombre a lo sagrado y a lo divino, responde directamente a la interpelación de los dioses. Hace la experiencia del desocultamiento como aquello que concede un estar en lo propio, en el hogar (Heim) y un estar a salvo, como lo sagrado. Una experiencia de lenguaje.
En consecuencia, podemos decir que para Heidegger lo sagrado queda separado del campo de la teología, así como no es del orden de lo que requiere culto, sino que es una experiencia de lenguaje, una experiencia poética, mediante la cual lo sagrado queda instituido como un ámbito, el ámbito del aparecer de lo divino. Y lo divino no es otra cosa que uno de los cuatro puntos de la tachadura del ser, el Geviert heideggeriano.
Si pasamos ahora a considerar el discurso analítico, o la fórmula del discurso en general, tenemos que concluir necesariamente que, si lo sagrado es el ámbito del aparecer, tiene que ser un lugar del discurso, el del semblante.
En el des-ocultamiento, la verdad se desoculta como semblante de ser (aparecer), se desoculta en un relámpago, mientras que se preserva en el ocultamiento la verdad como lugar.
Hemos dicho que S1 es el significante de un decir que nombra lo sagrado. Nombrar lo sagrado es nombrar un lugar; S1 apunta, señala al nombrar hacia un lugar en que aparece lo divino, señala el ámbito de lo sagrado en que aparece el semblante de ser.
Lo divino será, por lo tanto, del orden del goce, el objeto a. En el discurso analítico, causa el discurso por su emplazamiento como semblante e interpela desde allí al sujeto llevado a la producción de un significante que nombra lo sagrado. S1 señala el ámbito de aparecer, el lugar del semblante del ser, como lugar sagrado, en estrecha conexión con la verdad.
En el relámpago del decir el sujeto (poeta sin palabras) nombra el ámbito sagrado en el cual tuvo lugar su sacrificio.
¿A qué sacrificio nos estamos refiriendo? Al sacrificio del sujeto al deseo del Otro, a la parte sacrificada ante el enigma de su deseo. Al quedar emplazado el objeto a en el lugar del semblante, y al producirse el S1 como decir, se configura lo que debiéramos denominar según Heidegger, el acaecimiento propicio: un doble movimiento de sostenimiento y caída. La aparición del (a) como semblante implica al mismo tiempo su caída, lo cual sólo es posible en el acto analítico.
Lo que el psicoanálisis pone de relieve es que el sacrificio del sujeto ante el enigma del deseo del Otro consagró alguna vez el lugar del semblante como templo, como ámbito de lo sagrado. Ámbito que debemos considerar, en consecuencia, como el recinto del fantasma. El fantasma mismo es la arquitectura del templo.
En el Decir (a ← S1) el poeta queda «sujeto» a las señas de los dioses, de lo divino. Recordemos la metáfora del dedo del santo señalando al cielo, usada por Lacan para la interpretación. El sujeto se yergue «entre» las señas de los dioses (el divino [a]) y el Decir S1. Ya no es un sujeto «entre» significantes, S1 y S2, sino «entre» el Uno del Decir y lo Mismo del objeto a: (a←S1).
Emplazado en el lugar del otro del discurso, como el que recibe el impacto del discurso, como quien ve a la luz del relámpago, queda «entre» S1 y (a).
El significante S1 que en la arquitectura del fantasma expresa la voluntad de goce del Otro, es decir, que es un significante despótico del deseo del Otro que se reúne en lo real con el sujeto en su sacrificio como objeto, es el significante que debe ser producido o mejor aún, inventado, en la cura analítica. Podríamos decir que el S1, en el primer caso reúne, mientras que en el segundo caso separa. Cuando el S1, en el acto analítico viene al decir, hay separación de a ← S1. Mientras que en el fantasma están reunidos. Es el acto analítico el que devela la arquitectura del fantasma, y en el mismo acto separa el S1 del (a), produciéndose la travesía del fantasma. El S1 no representa en el acto analítico al sujeto, sino que señala el objeto.
S1 resulta ser el significante que responde en el decir. El decir es un responder localizador. S1 responde nombrando el sacrificio que da lugar a lo sagrado. El sacrificio al emplazar al objeto a como semblante, aclara el ámbito sagrado, lo despeja para que aparezca, y a la vez es, en tanto acto, nombrado en el Decir del ser, es respuesta.
De allí que el acto analítico despeje la posición del sujeto como objeto sacrificial mediante el decir que nombra lo sagrado, aclarándolo en tanto recinto consagrado a lo divino. El lugar del semblante es el claro en que se des-oculta la verdad, es el lugar donde se aclara la cosa. La cosa se aclara al venir al decir. Pero el decir no es palabra, es habla y silencio. El decir nombra en tanto habla (como significante S1 que va al lugar de la producción) y en tanto silencio del objeto en el lugar de lo sagrado. Son las dos dimensiones del decir.
El decir localizador es interpelación además de respuesta. Sólo en la cura analítica hay interpelación del sujeto y respuesta. El analista debe evitar, cuanto interpreta, la posición científica, para la cual interpretar es la vocación de explicar y encontrar fundamento. Mientras que lo que revela el análisis es la falta de fundamento. Cuando la interpretación procura el fundamento científico como pretendida causa última científicamente calculable, produce el reforzamiento cartesiano de la existencia del Otro. La interpretación así concebida, en tanto no considera a la verdad a resguardo en el ocultamiento, será siempre un dicho. Un dicho del inconsciente concebido como estructura formal, una pretendida verdad formal al estilo de la ciencia.
El analista debe preservarse de los dichos fundamentalistas, de la tendencia explicativa, para abrirse al decir del ser. Debe alejarse del error del dicho para ir al fracaso del decir.