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Los cuatro discursos

(1998)

La verdad es un lugar invariable en la estructura. Con esto estamos destacando que no es un término del discurso. Por lo tanto, cuando de verdad se habla en psicoanálisis, nunca se trata de la ya tradicional distinción entre verdad absoluta o relativa. Tal distinción puede pensarse entre términos, al considerar de qué modo el surgimiento de un nuevo término relativiza todos los anteriores, o por el contrario, puede sostenerse que un término es absolutamente verdadero. Pero la verdad no es un término sino que es un lugar. ¿Quiere esto decir que hacia ese lugar puede uno dirigirse, como peregrino o explorador? Tan antiguo como el hombre es el uso de la metáfora del viaje y la búsqueda incansable de la meta. Tales alegorías reflejan la confusión entre la verdad como lugar de la estructura y la verdad como región más o menos inalcanzable, más o menos utópica, de un territorio a recorrer.

Sin embargo, la verdad considerada como lugar guarda relación con el decir. Esto aparece en dos tipos de formulaciones psicoanalíticas. Una es cuando hablamos del medio decir de la verdad, o de verdad semidicha. La otra es cuando se afirma la imposibilidad de decir toda la verdad. No toda la verdad se puede decir, sólo hay semidecires de la verdad. Esta imposibilidad es estructural.

El psicoanálisis no emplea otro medio que la palabra. Es por medio de la palabra que la práctica psicoanalítica produce un efecto necesario, efecto que sólo se manifiesta en dicha práctica y que tiene que ver con la verdad. Pero este efecto de verdad no procede de la palabra misma, sino que es lo que se revela en el uso de la palabra: ésta revela algo que la ex-siste. «No toda palabra es un decir. Un decir es del orden del acontecimiento, siendo éste algo que está en el efecto de lo que nos determina en tanto no es lo que se cree». Y lo que nos determina como seres hablantes consiste en ese saber llamado inconsciente. El acto analítico sitúa al saber inconsciente en el lugar de la verdad.

Es evidente que en el caso de la ciencia no es de esta verdad material de lo que se trata. Por el contrario, la verdad que está en juego en la ciencia es la verdad formalizada. De los cuatro discursos, es el discurso histérico el que presenta la estructura que permite considerar a la ciencia como discurso.

¿Cómo puede decirse que hay tal recubrimiento entre la estructura del discurso histérico y el discurso de la ciencia? Consideremos el término /, en posición de agente del discurso.

En el discurso histérico es el sujeto en tanto hablante que ocupa el lugar del agente, ajeno a la causa que lo hiende, o en otras palabras, ignorando la verdad material que lo causa.

Se dirige al lugar del Otro (siendo el significante amo S1 la insignia del poder de ese Otro) a la espera de que produzca un saber (un significante S2) que alivie su malestar, dando cuenta —en tanto se trata de un saber— de la causa de dicho malestar.

Por el contrario nada importa al científico acerca de su propio sufrimiento, de su verdad como hablante. La verdad que persigue es de otro orden, no es su verdad en tanto sujeto sino que es una verdad formal. Se plantea como objetivo la producción de un saber, un saber formalizado, suspendido de letras, de axiomas. Es, en este sentido, un ideólogo de la supresión del sujeto en su carácter de sujeto del goce. Desde Descartes, el sub-iectum no es más que la mente como supuesta en el ser de todo ente. Es un supuesto ontológico, resultante de la eliminación de todo sujeto psicológico, de todo subjetivismo vulgar. El giro cartesiano, eliminada la subjetividad, establece una estricta equivalencia de las nociones de sujeto, pensamiento y ser. No tratándose, en consecuencia, para el científico, de la verdad como causa material, la cuestión se dirime en términos de verdad formalizada, de saber. En el discurso de la ciencia la búsqueda es de una verdad formal que irá, como saber, al lugar de la producción.

Para producir ese saber, el proceder de la mente en posición de agente del discurso se dirige al lugar del Otro, donde está emplazado el significante amo, S1, que debe ser concebido como el paradigma de la ciencia. El saber, en consecuencia, se ajustará a las leyes del campo, o más propiamente a la Ley del significante amo. Esta verdad formalizada, que en la fórmula del discurso que estamos considerando se escribe S2, se dirime en términos de verdadero o falso, es decir, es una concepción formal de la verdad radicalmente distinta a la dimensión de verdad material del discurso, que es, como queda dicho, un lugar. La verdad material, por el contrario, es imposible de demostrar en los términos de la verdad formalizada de la ciencia. Lo cual trae como consecuencia para el científico que esta verdad material no se le revele del mismo modo en que se le entregan las letras de la verdad formal. Esta opacidad de la verdad operando como causa material del discurso hace que se sustraiga a toda captura.

Desde Lacan: Heidegger
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