Capítulo 42
Llegó el día...
Sabía que todo saldría bien, que no me iba a quedar en blanco, o eso era lo que me repetía una y otra vez para autoconvencerme de ello.
Estaba en mi habitación en ropa interior, observando el modelito que me esperaba encima de la cama; no sabía si era el adecuado, si iba a ser yo misma con esa prenda.
En ese momento lo tenía delante y no sabía si era demasiado para mí.
—Vas a ser la más guapa de todas.
—No sé si...
—No lo pienses más, el vestido es perfecto y todo va a salir bien.
Suspiré profundamente mientras besaba mi cuello, acariciaba mi hombro y un escalofrío recorría mi cuerpo al recordar la noche anterior; sus caricias me martirizaron sin piedad. Aún recordaba lo que dije para provocarlo... «¿Qué le haría Darek a Chloe ahora mismo?»; lo miré retándolo y ni lo pensó: me cogió en volandas y me llevó hasta mi habitación, donde buscó lo necesario para atarme las manos al cabezal.
Aún recordaba la desesperación por no poder moverme, por no poder apartar sus manos cuando me provocaba una mezcla de cosquillas y placer. Cogió una pluma que vio sobre la mesilla y comenzó a acariciar mi piel desnuda. ¡Qué mal lo pasé! Bueno, no nos engañemos, me encantó. Su mirada recorrió mi cuerpo de forma lasciva, ardiente. Y, cuando comenzó a lamerme... no pude estarme quieta; fue un suplicio no poder tocarlo, acariciarlo, ni tan siquiera besarlo, ya que, según él, Darek creía que Chloe no se lo merecía.
Su lengua me martirizó... lentamente rozaba mi clítoris, se introducía dentro de mí, pero paraba justo cuando más lo necesitaba, alargando la agonía. Le rogué, supliqué, pero nada funcionó, sus dedos acallaron mis palabras y continuó hasta que no pude más.
—Te quiero —me susurró al oído y me dio un beso en la mejilla. Ronroneé a la vez que apoyé mi cabeza en su hombro y nuestras mejillas se rozaron la una contra la otra intensificando el contacto—. Para o volveré a atarte a esta cama, y esta vez sí que seré malévolo.
Con una sonrisa en los labios, desapareció de la habitación dejándome a solas excitada, pero su plan no era otro que distraerme, para que yo tuviera la suficiente valentía de coger fuerza y enfrentarme a mí misma, superarme y comenzar a despegar en una carrera que casi no me había dado tiempo a digerir. Simplemente me estaba dejando llevar por el momento e intentando disfrutar de cada uno de los segundos de mi nueva vida.
Cogí el vestido y desabroché la cremallera lateral para comenzar a vestirme. Poco a poco fue subiendo y ajustándose a mi cuerpo, hasta que me miré en el espejo y sonreí. Nunca me hubiera imaginado tan elegante. Observé atentamente mi rostro y vi el brillo de mis ojos; sin duda alguna, eso era lo que me hacía feliz... nunca había soñado con tanto, seguramente porque creía que sería tan inalcanzable que ni se me pasó por la cabeza. Pero en esos momentos estaba tan contenta que me sentía con fuerzas de enfrentarme a cualquier cosa.
El sonido del timbre hizo que mis pensamientos desaparecieran de mi mente, y me puse los zapatos mientras oía cómo Markel le abría la puerta a Javier y se abrazaban. Comentaban algo sobre mis nervios, y Markel le aseguraba que sólo sería al principio, que sería capaz de hacerlo, y Javier le recordó la primera presentación que él hizo.
Cuando salí de la habitación subida a los salones negros de tres centímetros, pensé que me caería con ellos en cualquier momento. Assa se burló de mí, pero obviamente estaba loca si pensaba que iba a llevar más tacón. Sus miradas se clavaron en mí, subieron y bajaron, para estudiarme con detalle.
—Me voy a forrar con esta mujer.
—Cállate la boca, gilipollas. Estás preciosa, mi amor.
—¿Voy bien?
—¿Bien? Si no fueras la novia de mi amigo y no estuviera presente, ligaría contigo ahora mismo.
—¡Quieres callarte de una vez! —Vino hacia mí dejando a su espalda a Javier, que aún continuaba mirándome embelesado, y me abrazó—. Estás preciosa, pero no sólo físicamente; tu sonrisa me demuestra que vas a poder con esto y con todo lo que el destino te depare. No lo dudes.
—Estoy muy nerviosa.
—Es normal. Hasta que no estés sentada y hables un poco, no te tranquilizarás.
—Te recuerdo que habéis decidido que sea de pie.
—Eso es lo de menos. Puedes y lo sabes.
—Debemos irnos, pareja; los invitados ya estarán llegando.
Y así fue, salimos de mi casa en mi coche, nada había cambiado. Seguíamos viviendo en la misma casa, éramos los mismos de siempre... más arreglados para una ocasión como ésa, pero nada de lo que ocurriera conseguiría que nos olvidáramos de quiénes éramos.
Cuando llegamos, me sentí superada por la cantidad de personas que me miraban; todos sabían quién era, hablaban de mí, me señalaban e incluso me sonreían como si estuvieran ante una persona importante. Pero no, yo era una chica joven que estaba intentando caminar de forma desapercibida, sin éxito, entre la multitud agolpada en la galería de obras de arte decorada para la ocasión.
María y Claudio estaban cerca de la puerta, saludando a cada uno de los invitados. En cuanto nos vieron llegar, se acercaron a nosotros. Yo no había soltado en ningún momento la mano de Markel, y así caminamos hasta llegar a ellos, instante en el que, por primera vez, me separé de su seguridad para crecerme yo misma, para dejarme llevar por la felicidad de ellos y la mía propia.
Sin darme cuenta de nada, hablamos con diferentes personas; me presentaron a muchas de ellas y me hice cientos de fotos tras saludar a todo el que se acercaba a mí. Luego empezó el acto. María arrancó a hablar y dio paso a conocer cada una de las obras que colgaban de las blancas paredes. Obras en las que la pintura y la sensualidad se unían para deleitarnos con una maravillosa visión del arte moderno, actual, en el que los tabúes se habían quedado de puertas afuera; allí dentro imperaba el respeto y el amor por el trabajo de unos profesionales como María, Yué y Claudio. Ellos tres eran las estrellas de la tarde y fueron aplaudidos por todos los asistentes.
Yo permanecía en un segundo plano, esperando. Frente a mí estaban Markel y Javier comentando algo, sin apartar la vista de mí. Se había encargado de transmitirme su seguridad en la distancia, ya que él mismo había decidido que Jean se quedaba en casa y el único que me acompañaría sería Markel, mi novio, mi amante y el compañero que estaba a mi lado orgulloso de mi trabajo.
Y allí me encontraba yo, explicándoles a los asistentes lo que había sentido cuando María me pidió que escribiera su biografía, cuando noté el peso de la responsabilidad por tratar de la mejor forma la historia tan atípica que encontrarían plasmada en aquellas páginas. Una historia de amor, de principio a fin, pero con un contenido sexual que muchos de los asistentes no imaginaban.
Sin duda mis palabras fluyeron en armonía; creía en mi trabajo, y lo amaba de tal forma que sólo tuve que dejar que mi corazón hablara por mí. Mi padre estaba justo delante, con los ojos brillantes; estaba emocionado por verme allí, vestida de forma elegante como la mujer que era. Una mujer que se había formado gracias a él, gracias a su sabiduría y al amor que desde el día que nací me entregó desinteresadamente.
Cuando concluyó mi exposición y firmé cada uno de los ejemplares que habían comprado, me sentí feliz, contenta por el resultado... por no haberles fallado a las dos personas que habían confiado en mí, una inexperta en ese mundo.
María se fundió en un abrazo conmigo y me dio las gracias por darle vida a su historia; ambas nos sentíamos agradecidas la una a la otra.
El cóctel comenzó y poco a poco los asistentes fueron marchándose, pero Javier estaba decidido a continuar la celebración. Y, para la sorpresa de muchos, Thor propuso ir a la cantina a celebrarlo como realmente hacíamos los habitantes de Oslo, y todos decidieron que era lo mejor. Assa, que me conocía perfectamente, sacó de su bolso unos zapatos planos que consiguieron que sintiera uno de los mayores placeres de mi vida. Los tacones son odiosos para una persona que no suele llevarlos. Markel arrancó en una carcajada y yo no pude más que recriminarle cuando me cogió en brazos para salir de la galería como si estuviera llevándome a nuestra primera noche juntos después de una boda.
Mi familia comenzó a aplaudir y Markel me dejó en el suelo para agradecerles a todos los aplausos, luego se puso de rodillas y me quedé boquiabierta.
—Sé que no quiero casarme, a decir verdad no soy religioso ni creo en los formalismos para hacerlo civilmente, pero ahora me importa muy poco todo esto. Sólo quiero que todos los que están aquí presentes sepan lo mucho que te amo, que no puedo vivir sin ti y que quiero pasar el resto de los días de mi vida compartiendo cada uno de los momentos a tu lado. Dunia Bergman, con el permiso de tu padre, que he obviado por miedo a que me enviara de vuelta a Madrid, ¿quieres casarte conmigo? —Sacó del bolsillo un anillo oscuro con una piedra en el centro que se deslizó por mi dedo hasta que, sin respiración, lo miré.
—Sí, Markel, claro que quiero casarme. Aunque tendremos que discutir cómo...
—Eso no me importa. —Plantó sus labios sobre los míos. Los gritos y los aplausos de todos los que estaban en la puerta de la galería rompieron la tranquilidad de las calles de Oslo, pero no me importó, ambos estábamos felices de estar juntos y todo el mundo estaba comprobándolo.
—¡Ahora sí que tenemos algo que celebrar! A la cantina todos —gritó Javier apremiándonos para que nos marcháramos.
Nos montamos en el coche en dirección a la cantina y, cuando llegamos, comenzamos a brindar como a nosotros nos gustaba: con unos botellines de Mack, entre risas y disfrutando de nuestra vida de siempre, una que había ganado personas a nuestro grupo.
Bailamos durante horas, hasta que necesité ir al baño, pero Markel no estaba dispuesto a separarse un segundo de mi lado. Agarrando mi cintura, caminamos hasta llegar a la puerta, cuando noté una presencia en el almacén y me paré para comprobar de quién se trataba.
Markel y yo nos miramos y nos entendimos en el mismo momento en el que vimos a Thor parado bebiendo de un botellín y a la chica que cuidaba de Fredrik acercándose a él y abalanzándose sin mediar palabra. Esa chica era una auténtica empotradora, igual que él; sin duda, ese acto era el anuncio de que Thor había encontrado la horma de su zapato.
Miré a Markel y lo besé; fue un beso lento e intenso, tal y como éramos nosotros, una fusión de una pareja pasional pero que no olvidaba las muestras de cariño que ambos necesitábamos para sentirnos completos.