Capítulo 33
Los secretos más recónditos de Aksel
—No te acostumbres, hermanita —contesté al ver la cara de sorpresa de Dunia.
«Sí, he sido un capullo con ella durante toda mi vida... pero algo ha cambiado este fin de semana. Si no hubiera abierto la puñetera boca el día que se marchó a Madrid con su noviecito, mi hermano no hubiese pasado tres días en el hospital... y ella se siente culpable, así que, de un modo u otro, tengo que compensárselo para poder sentirme bien conmigo mismo, y no como el jodido imbécil egoísta que he sido siempre.»
—¿Qué haces aquí?
«Sé que no se fía de mí, y como para hacerlo, no recuerdo la última vez que cenamos en su casa los dos solos... aunque, si no me equivoco, ésta es la primera.»
—Pasaba cerca.
Entré sin pedir permiso, como si me importara lo más mínimo que ella pudiera negarme el paso, pero no era como yo... jamás lo haría, por muy molesta que estuviera conmigo. Dejé sobre la mesa del comedor la pizza que acababa de recogerle al motorista y la abrí para ver de qué era. Elevé las cejas al comprobar que para nada era lo que pediría, pero no pensaba quejarme como de costumbre. Acababa de presentarme en su casa sin explicación ni excusa alguna, como para encima quejarme por algo que se suponía que era para ella solita.
—Para sólo pillarte de paso, sí que ibas bien equipado.
—Hay que combatir el frío de la mejor forma. —Saqué de la bolsa seis latas de Mack y las coloqué a un lado de la caja de cartón. Luego me acomodé en el sillón mientras abría una de ellas bajo su atenta mirada.
—¿Vas a hablar o tengo que ir a por el sacacorchos?
—Sabes que no soy persona de palabras, esa virtud la tienes tú.
—Aksel, llevas dos días muy raro.
—¡¿Me invitas a cenar o me voy?! —Me levanté malhumorado y, cuando di el segundo paso en dirección a la puerta, sonreí al oír...
—Espera, quédate.
Retrocedí hasta volver a sentarme en el sofá, a su lado, y abrí la caja para servirme una porción de pizza. Sabía que ella me estaba estudiando, pero era experto en disimular lo que pensaba y era consciente de que eso era lo que más la había enfurecido desde niños. «Tengo el poder de ser frío; por muy alegre o triste que esté, puedo disimularlo hasta el punto de que nadie sepa qué es lo que estoy pensando.»
Cogí un segundo trozo de pizza y me lo llevé a la boca mientras maldecía el puñetero silencio reinante. Agarré la lata y di un gran trago, mientras pensaba en qué decirle o de qué hablar. No se me daba nada bien entablar una conversación, y menos con ella, pero no iba a pasarme dos horas callado, podría terminar loco.
—¿Dónde está tu novio?
—Ya te dije que no es mi novio.
—¿Me vas a explicar qué ha ocurrido?
—Nada ha salido como esperaba. —El mohín de sus labios y el brillo de sus ojos me confirmó que algo había sucedido que la había dañado.
—No puede ser tan grave.
—Para mí, sí lo es.
—Déjame adivinar... ¿Te ha puesto los cuernos?
—Más o menos. Dudo que me entiendas.
Seguro que no la entendería, pero al menos entablaría una conversación, una en la que no sería psicoanalizado en todo momento, sino al contrario: la que se sentiría de ese modo sería ella. Podía continuar por esa vía durante mucho tiempo.
—Inténtalo.
—¿En serio quieres que te explique qué ha pasado?
—No tengo nada mejor que hacer, ya te he dicho que pasaba por aquí cerca y me he parado a saludar.
«Mentira, llevo toda la tarde pensando en venir y pedirte perdón. Pero, como soy un cazurro verbal y no sé por dónde empezar, he comprado unas cervezas a ver si éstas me soltaban la lengua y era capaz de decirte lo que realmente quiero.»
—Cuando llegué a Madrid, me enteré de que Javier y él me habían utilizado; en ese mundillo somos cientos... no, miles de chicas que nos desvivimos por un autor. Yo sólo fui un instrumento para ellos. Ahora él va a sacar un nuevo libro, y ya tiene a miles de féminas muriendo por sus huesos y por sus libros, obviamente.
—¿Y cuál es el problema? Aprovéchate tú de él.
—¿Cómo voy a hacer eso?, yo no soy popular, ni nada por el estilo.
—¿Y? —La miré sin entender que no quisiera ver la cruda realidad, lo que podía sacar gracias a que él ya fuera famoso. Yo no lo dudaría ni un segundo, lo exprimiría hasta el último momento—. Ése es el factor interés: él te ha utilizado, tú te beneficias de ello.
—Piensas igual que Javier.
—Pensamos con la cabeza, no con el corazón; así no llegarás a ninguna parte.
—Prefiero quedarme como estoy... —Ella sabía que se estaba engañando, pero era demasiado orgullosa para admitirlo—. Déjalo, no me entiendes.
—Pero ¿sólo es eso?, ¿no hay nada más...?
Asintió vergonzosa y cogió su teléfono para trastear en él; tras rebuscar en diferentes carpetas, me mostró una imagen y, sin poder evitarlo, una carcajada retumbó en el pequeño salón, ante su desconcierto.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—¿Me vas a decir que ese piquito te ha molestado?
—¿Piquito?
—Joder, hermanita, eso y nada es lo mismo.
—Mientras él estaba dándose ese piquito con su ex novia, yo lloraba por las esquinas por su culpa, porque me había utilizado y traicionado. Pero ¿por qué demonios te explico esto, si tienes menos sensibilidad que un pez?
—¿Ahora soy insensible? Descárgate, saca tu furia conmigo.
—Vete a la mierda, Aksel.
Dunia se levantó y fue hasta la cocina; oí el ruido de las puertas de varios muebles al abrirse y cerrarse. Luego apareció de nuevo, con un vaso para ella, cogió una de las Mack, se sirvió y bebió sin miramientos, dejándome helado por el pedazo de trago que acababa de dar. «Como lo repita, le va a subir de lo lindo a la cabeza.»
—A ver... ¿has hablado con él? Quizá todo tenga una explicación, somos hombres y...
—¿Gilipollas? —Eso sí que no me lo esperaba, ella nunca insultaba a nadie. Tenía que estar muy dolida para hablarme así. Por tanto, debía tener cuidado con mis palabras, era experto en decir las apropiadas para cagarla de mala manera.
—Sí, la mayoría de veces, para qué negarlo...
—Pues no quiero hablar con él, al menos directamente.
—Deberías.
—Y tú, ¿desde cuándo te preocupas por mí? Más bien, ¿desde cuándo vas en son de paz?
«Ha tardado demasiado poco en preguntarlo y aún no he bebido lo suficiente como para hablar con ella.» Agarré la lata y, al sopesarla, me di cuenta de que estaba vacía. «Mierda», dije para mis adentros. Cogí una segunda, la abrí y le di un gran trago, mucho más largo que el que ella había dado instantes antes.
—Desde que vi a Fredrik tan mal, pensé que...
—¡Dios!, y yo no estaba, no sabes lo culpable que me siento.
—La culpa es mía.
—No digas tonterías. ¿Cómo ibas a saber que te estaba escuchando? Hablas tantas veces a gritos... —Intenté interrumpirla, pero no, ella no se callaba, no me escuchaba, no me daba la oportunidad de explicarme—. Lo que menos esperabas era su reacción. Si hubieras...
—Dunia, cojones, la culpa es mía. ¡Yo fui a su habitación a recalcarle que nos habías abandonado!
Lo sabía, me había puesto tan nervioso al no dejarme hablar que se lo había soltado de la peor forma posible, pero ya estaba hecho... «Ahora que me odie, que no me hable en la vida, pero al menos sabe la verdad.»
—¿Por qué hiciste eso?
—Porque tú eres la consentida. Te vas cuando quieres, te pagan por no trabajar... ¡Joder, si es que sólo te falta que te paseen en carroza mientras yo llevo desde los dieciséis años currando como un mulo!
—Aksel, esperaba este momento desde hace mucho tiempo, vamos a hablar seriamente, vamos a zanjar el tema.
«Lo que me faltaba, una monserga de hermana responsable. Yo ya he dicho lo que tenía que decir, ya no quiero hablar más.»
Cogí la cerveza y terminé el contenido de un trago. Me levanté, pero un brazo de Dunia me detuvo y volví a sentarme. La miré desafiante, pero no cedió. Su mirada me indicaba que debía permanecer allí y cerrar ese tema. No tenía claro si era una buena decisión, pero, a desgana, esperé a que hablase.
—Puedo entender que en un momento de rabia le dijeras eso a Fredrik y supongo, lógicamente, que, si hubieras sabido su reacción, lo hubieses evitado. —Asentí; sin duda era lo último que esperaba que ocurriera... si no, jamás lo hubiera hecho—. Pero, Aksel, yo trabajo igual que tú. —La miré con cara de «no te lo crees ni tú» y ella abrió mucho los ojos, molesta—. ¿Qué es lo que no hago?
—¿Cuánto hace que yo no tengo vacaciones?
—Pues pídeselas a papá...
—Joder, siempre hay mucha faena y no es el momento. Tú, en la oficina, te puedes permitir unos lujos que yo ni siquiera imagino en sueños.
—¿Y qué quieres que haga? Yo no tengo tu fuerza.
—Ya lo sé, pero siempre soy el perjudicado. —Me llevé las manos a la cabeza y mis dedos se enredaron en mi corto cabello.
«Tiene razón, no puedo negarlo. Nuestro trabajo es tan diferente que es imposible poder compararlos. Pero yo también podría estar en la oficina... nadie me ha preguntado si me interesa ni se ha molestado en saber si estoy cómodo. Simplemente soy el hijo joven, fuerte, que puede con todo el trabajo duro. Aunque... ahora que recuerdo, durante unas vacaciones tuve que quedarme en la oficina... y no lo soporté... odiaba estar encerrado en ese minúsculo cubículo, así que terminé haciendo mi trabajo de siempre, ante el enfado de mi padre, pues dejé de atender a los clientes por teléfono, al igual que los correos electrónicos del gestor.»
—Debes hablar con papá, él es muy compresivo.
—Cuando te fuiste, habló conmigo...
—¿Y?
—La ampliación la dirigiré yo. —Recordé el momento en el que mis padres me hicieron entrar en el despacho; sus caras serias me hicieron temer lo peor, pero, cuando me comentaron que iban a ampliar las funciones del aserradero y que querían que yo dirigiera esa parte, por la experiencia que había adquirido durante los años que había trabajado allí, me sentí más que recompensado—. Estoy contento.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Yo.
—Tú, ¿qué?
—El problema soy yo.
«Viene de lejos. Aún recuerdo el primer día que llegó al colegio, con sus dos coletas doradas revueltas y sin hablar apenas nuestro idioma, lo justo para que la entendiéramos un poco. En todo momento me sentí obligado a ayudarla a integrarse, incluso conseguí que los niños que eran más malos que la peste no se burlaran de ella, sino que, entre todos, la ayudáramos. Así estuvimos el primer año; éramos uña y carne, mi mejor amiga.»
—¿Por qué dices eso? Aksel, no entiendo en qué momento cambió todo, teníamos una buena relación.
Mi mente seguía rememorando esos momentos y, meditándolo fríamente, me di cuenta de que había sido un capullo toda mi vida, o más bien desde el momento en que decidí declararle la guerra por sentirme traicionado por ella. Jamás pensé que Dunia me arrebataría lo que más valoraba... ¿y quería saber por qué? ¡Como si ella no lo supiera!
—Estoy esperando una respuesta.
—¿Te acuerdas del día que entraste en mi casa para decirme que venías a vivir conmigo...?
—Claro, ése fue el día que nuestros padres afianzaron su relación.
—¿Y alguien me preguntó a mí?
—No seas egoísta, a mí tampoco me preguntaron, pero me amoldé a la situación.
—Pero tú siempre fuiste la niña bonita y responsable. Yo pasé a ser el rebelde, y quedé en un segundo plano. Erais tú y Fredrik, a nadie le importaba lo que yo hiciera o pensara.
—Eso no es del todo cierto, ésa fue tu percepción. Yo recuerdo a nuestros padres hablando de ti... no dejaban de insistirme para que estuviera contigo, pero tú no querías ni verme. Pasaste de ser uno de mis mejores amigos a un extraño.
—Porque me sentí apartado.
—Pero, Aksel, ya somos adultos...
—Creo que me acostumbré a vivir de este modo.
—Pues espero que esta conversación sea el final de nuestra mala relación. Y, por supuesto, el inicio de una nueva etapa. Fredrik nos necesita. Nos adora.
—Sí, ese pequeño granuja es más fuerte de lo que pensaba.
Pensé en sus últimas palabras y todo cobró sentido... mi enfado de niñez se había transformado en mi modo de vida, en mi carácter, cuando antes siempre había sido un niño alegre y feliz. Durante todos esos años, apenas lo había sido. Con el único que me había sentido yo mismo era con Thor, pero, al marcharse y tener que guardar su secreto, también me escondí del mundo... pero ya no quería seguir siendo el mismo imbécil de siempre, ése ya se había quedado atrás. Ahora tenía un gran proyecto entre manos y tenía a Dunia para ayudarme en lo que necesitase; sabía que lo haría, aunque se reconciliase con su noviecito y se fuera a Madrid.
Cuando pensaba dar otro trago, me di cuenta de que mi bebida se había terminado; era la tercera de la noche, pero me apetecía otra.
—¿Te la vas a beber? —dije mirando su vaso lleno.
—No, pero no pensarás conducir luego. Ésta será la cuarta.
La miré atónito, ya que a mí, el alcohol, nunca me afectaba... pero no cabía duda de que, si después tenía un accidente, el alcoholímetro podría explotar.
—¿Me llevarás?
—De eso nada, te quedas a dormir.
—¿Aquí?
—Si te quieres ir andando, tú mismo, pero hoy hace un frío que pela. Le enviaré un mensaje a mamá.
Asentí mientras ella cogía el teléfono y, con auténtica maestría, pulsaba en la pantalla y se ponía a teclear. Sonrió y volvió a teclear.
—Mamá dice que si tienes fiebre.
—Dile que peor, que me ha dado un infarto.
—Sí, claro, sólo le falta eso, a la pobre.
Saqué mi teléfono del bolsillo, aún sin creer que iba a quedarme a dormir en casa de mi hermana, y vi que tenía varios mensajes en la aplicación de WhatsApp. La abrí y leí los de Annia.
Annia: Dile a tu amiguito que se olvide de su hermana.
Annia: Ya no puedo más, estoy cansada.
Annia: Es su responsabilidad, no la mía.
Annia: Joder, Aksel, contéstame.
Annia: ¿Estás con él? Dile que me llame ya.
Annia: O se arrepentirá, todo el mundo descubrirá su secreto.
«Joder con Thor, la que está liando», dije mentalmente. Como su hermana regresara de nuevo, no iba a ser como la vez anterior. Vino con amenazas y palabrerías, las mismas que sus padres le habían obligado a decirle. Esta vez actuaría, y seguro que se arrepentiría, empezando por Dunia; ella no tenía ni la más remota idea de lo que no le había contado su ex novio.
«Y cuando lo sepa, no sé yo cómo se lo va a tomar. Pero su plan de reconquistarla no va a funcionar, si ya de base hay una mentira que ella desconoce. Todo se acaba sabiendo, y su secreto no podrá mantenerse durante mucho tiempo.»
Aksel: Perdona por no contestar antes, estaba cenando con mi hermana.
Annia: ¿En serio? Por fin os habéis reconciliado, sabía que me harías caso.
Aksel: Lo he hecho por mí mismo, y por Fredrik.
Annia: Eso da igual, Aksel, lo importante es que has dejado atrás tus rencillas. Por cierto, hoy no he hablado con Thor.
Aksel: Te prometo que hablaré con él, pequeñaja.
Annia: Oye, guapo, de pequeñaja ya no tengo nada.
Aksel: Hace mucho que no te veo, aunque para mí serás siempre pequeñaja.
Annia: Te sorprenderías... si me vieras.
Aksel: Adiós.
—¿Y esa sonrisa? ¿Con quién hablas?
—¿Y a ti qué te importa? No hagas que me arrepienta de volver a hablar contigo.
—Míralo... tú puedes opinar de Markel, pero yo no puedo saber con quién ligas. ¿La conozco?
No pensaba admitirlo, principalmente porque no estaba ligando, era la hermana pequeña de Thor y la estaba ayudando a que el cabestro de su hermano regresase con su familia; lo necesitaban y él no se daba cuenta.
—Para un novio tuyo que me cae bien y vas y te enfadas con él, si es que eres tonta. —Sabía que picándola cambiaría de tema, olvidaría su pregunta curiosa y saldría indemne del tercer grado que estaba a punto de comenzar.
—Pues olvídate.
—Ah, hermanita, ¡cuánto te queda por aprender!
En ese mismo instante, un pensamiento acudió a mi mente, y no era otro que lo que se rumoreaba por el pueblo. Me había pegado con casi todos por culpa del dichoso corrillo que se había formando, hablando sobre las técnicas sexuales de mi hermana. Hasta le había partido la boca a Thor por mencionarlo en alguna ocasión.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Dispara.
—¿Eres tan depravada como dicen? —Una carcajada arrancó de mi garganta al decirlo; los ojos de Dunia se abrieron como platos y un manotazo aterrizó en mi cabeza. No pude evitar quejarme en voz alta, pero la risa empezó a descontrolarse. Hacía mucho que no me reía tanto como en ese momento, el tema era cómico.
No creía que mi hermana fuera una Afrodita del sexo, vaya, pinta no tenía y, sinceramente, no me apetecía imaginarla en esas escenas que había escuchado detallar a mi alrededor.
—¿Tú qué crees?
—Que no.
—Pues ya tienes respuesta. Existe un mundo paralelo al real; Internet nos enseña de todo sin necesidad de conocerlo. Y eso es lo que utilizo para escribir.
—Me quitas un peso de encima. Ahora mis puñetazos tendrán más fuerza y más razón.
—Aksel, pasa de esos comentarios.
—Para ti es muy fácil. Yo los oigo y me hierve la sangre; consigo retenerme hasta que el estado de ebullición es tal que reparto leches a diestro y siniestro.
—Me voy a dormir, neandertal.
—No me llames así.
Vi que se levantaba y, encima de la caja de las pizzas, colocaba las latas y las llevaba hasta la cocina. Luego pasó por detrás de mí para llegar a su habitación. Me quité las botas y me acomodé en el sofá con el último vaso de cerveza que había sobrevivido entre las manos... De pronto noté que un golpe lo tiraba al suelo, derramándolo y haciendo añicos el cristal, y que encima de ésta caía un cojín; apareció mi mal humor.
—Te mato.
—Ha sido sin querer, te lo juro, no pensé... —No la dejé hablar más; acababa de disparar el primer tiro que iniciaba una guerra y pensaba ganarla.
Agarré sus muslos lo más fuerte que pude y la subí sobre mis hombros como si de un saco de patatas se tratara. Sus pies se movían muy rápidos, intentaba soltarse, pero lo único que consiguió fue clavarme los dedos en las piernas para no resbalar y caer al suelo. Abrí la puerta de la calle y dejé que apoyase los pies en el suelo; luego, corriendo, entré y cerré tras de mí.
—¡Aksel, hace frío, abre!
—Grita, que con suerte alguien te oirá.
—Esto no me gusta, voy a enfermar.
—Exagerada, la próxima vez no me tirarás la última cerveza.
—Ostras, ha sido sin querer, te lo prometo, no sabía que la tenías en la mano. Aksel, joder, me estoy congelando. —Su voz me indicó que era cierto, era temblorosa, y no lo dudé un instante, no era tan malo. Abrí la puerta y ella entró corriendo hasta ponerse frente a la chimenea. Se frotó las manos mientras daba pequeños saltitos, y yo me reí descaradamente de ella—. No me hace gracia.
Caminé hasta la cocina y busqué, sin éxito, la escoba y la fregona; tenía que limpiar el desastre que ella había provocado con el cojín en el salón.
—Si vinieras más a menudo, sabrías que la escoba está detrás de la puerta.
—¿Pues por qué no la coges y friegas tú?
—Porque se te ha ocurrido a ti antes. Buenas noches, hermanito.
Negué con la cabeza y una risa silenciosa salió de mi garganta mientras me dispuse a recoger el desastre que mi graciosa hermana había organizado.
Tras barrer y cerciorarme de que no quedaban cristales en el suelo, dejé la escoba en la cocina; necesitaba el cubo y la fregona, pues el suelo estaba pegajoso y olía a vicio; no quería que ese olor se expandiera por toda la casa. Miré detrás de la puerta y fruncí el ceño al ser consciente de que esa vez no estaba allí. Apoyé las manos en mis caderas, y pensé dónde se guardaba normalmente ese utensilio.
Abrí un par de armarios lo suficientemente grandes como para albergar cubo y fregona, pero nada. Empecé a buscar desesperado, hasta que me rendí y cogí un poco de jabón para lavar platos y unas servilletas de papel.
Miré el suelo del salón y se me escapó una sonrisa al ver lo que iba a hacer, siendo consciente de que, en otro momento, le podrían dar por saco al suelo y se quedaría tal cual.
Vertí el jabón en una servilleta y me arrodillé para poder limpiar la madera. «Joder, quién me ha visto y quién me ve», resoplé para mis adentros y seguí frotando el suelo.
—Hubiera pagado por verte así. Pero no soy tan mala, creo que esto te ayudará.
Me giré y la vi con el cubo y la fregona en las manos, y una sonrisa ladina que me provocó ganas de tirarle el agua por encima de la cabeza, pero me controlé... porque, si no, no respondería de mí mismo y la cosa terminaría mal.
—Deja que lo friegue yo, tengo más experiencia.
—Tú misma.
Me levanté con las servilletas en las manos y fui hacia la cocina mientras ella comenzaba a fregar el suelo con esmero. Tiré los papeles sucios, casi negros, a la basura y aproveché para coger el teléfono en la soledad de la cocina para enviarle un mensaje a Thor.
Tío, llama a tu hermana de una vez. Me parece muy bien que estés aquí, pero habla con ella ya.
Pulsé en «Enviar» y, antes de que me diese tiempo a moverme, mi móvil vibró anunciándome que había entrado un mensaje, no tenía dudas de que era él. No lograba entender a mi amigo; sabía a qué había vuelto, pero no era motivo suficiente como para que lo estuviera dejando todo de lado por ello. No sabía cómo diablos hacer que lo entendiera, al final iba a perderlo todo, era evidente.
Dunia entró en la cocina y yo me metí el teléfono en el bolsillo; ella era la que menos quería que se enterara de lo que ocurría.
—¿Qué haces ahí parado?
—Pensar.
—Pero ¿de verdad piensas? —La miré desafiante y no tuve que decir palabra alguna. «Mi hermanita es muy lista y las pilla al vuelo»—. Vale, vale, sigamos con nuestra tregua. Perdona, es la costumbre...
Salió de la cocina y esperé unos segundos para poder leer el mensaje.
Vete a dar lecciones de vida a otro. Con tu hermanita, bien, por lo que veo.
No contesté, no merecía la pena, y menos cuando se ponía en modo destroyer. Salí al comedor y miré por la ventana, sabía que estaba cerca. «Desde que regresó, no se aleja de mi hermana, aunque ella ni se da cuenta... de forma sigilosa, espera el momento adecuado. Pero conozco muy bien a Dunia y ahora mismo lo último que haría sería liarse con él. La historia de Markel le ha calado hondo, sólo hay que ver cómo ha reaccionado ante un beso de mierda con una morena.»
—Aksel, ¿qué piensas?
—En que me apuesto el sueldo de un mes a que tu noviecito se vio atrapado en público por su ex.
—¿Perdón? ¿Qué estás queriendo decir?
—Si tú estuvieras en público y alguien te besara en los labios, sin darte tiempo a reaccionar, ¿qué harías?
—Darle una torta.
—¿En medio de ese circo, con prensa y paparazzis? No te lo crees ni tú.
La mirada de ella se centró en el suelo. Yo sabía que estaba pensando e incluso dudando... lo decían las arrugas de su frente. Sólo la fruncía cuando estaba meditando o cuando se negaba a creer algo obvio, como era el caso. Me gustaba haber sembrado esa duda, porque era señal de que estaba coladita por ese tío. Esperaba que se reconciliaran por el bien de todos.
Aguantar a mi hermana de mal humor era lo peor que había conocido nunca. Cuando Thor se fue, pasó a ser un esqueleto, un saco de huesos andante que ni vivía ni dejaba vivir. Menos mal que por fin se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo.
—Duerme, la almohada siempre ayuda a ver qué es lo que hay que hacer...
Ella asintió y caminó lentamente sobre la fría madera hasta cerrar la puerta de su habitación y dejarme en la soledad del comedor, mientras pensaba en ella, en Thor y en la pobre de Annia. No se merecía lo que estaba teniendo que asumir por culpa del gilipollas de su hermano. Pero la decisión de sus padres era la culpable de todo; si ellos hubieran sopesado más opciones, la vida de todos habría sido muy diferente... tanto que, muchas de las cosas que habían sucedido, habrían sido muy distintas.
Me tapé con la manta que Dunia me había dejado para dormir, golpeé el cojín para que tomase un poco más de forma y me acomodé para poder descansar un poco. Tenía que madrugar y trabajar mucho al día siguiente.
Cerré los ojos y el cansancio y la cantidad de alcohol que tenía en el cuerpo propiciaron que cayese rendido en ese viejo sofá.