Capítulo 4

 

¡Fantástico, justo lo que necesito!

 

 

—¡Grete! —repetí apenas sin voz, por el nudo que se había formado en mi garganta—. ¿¡Grete, por favor, qué ha pasado!? —grité sin poder controlar el nerviosismo que crecía al no recibir respuesta alguna.

—Aksel ha tenido un accidente; no es grave, pero estamos esperando noticias.

—Voy hacia el hospital.

Colgué el teléfono sintiéndome aturdida; apenas unas horas antes estaba en mi casa y no sabía qué había sucedido entretanto. Las manos me temblaban y el estómago se me había cerrado por completo, casi sin dejarme respirar. Debía llegar lo antes posible. Cogí las llaves y me puse el abrigo para salir rápidamente. Me senté en el asiento del jeep; había niebla, apenas podía ver lo que había frente a mí, pero tenía que encauzar la marcha con rapidez, aunque con precaución, porque necesitaba llegar y saber qué había ocurrido.

Arranqué el motor y puse la primera marcha. Al pisar el embrague hasta el fondo, mi pierna tembló, no podía negar que estaba nerviosa. Pisé el acelerador suavemente y tomé rumbo al hospital. Apenas estaba a media hora de mi casa, pero la noche no acompañaba, no veía ni encendiendo las luces antiniebla, así que decidí reducir la velocidad e ir con marchas largas, para no resbalar.

Por fin lo divisé al fondo, un minuto más y habría llegado. Aceleré intentando avanzar un poco, hasta que aparqué sin hacer ninguna maniobra, ni tan siquiera miré si estaba recto, no me importó. Cerré el coche y corrí rodeando el gran edificio hasta llegar a la puerta de urgencias.

Me dirigí a la enfermera que estaba tras el mostrador y, tras preguntar por él, me indicó que aguardara en la sala de espera. Resignada, me giré y vi una figura conocida, era mi padre. Lo llamé y me miró mientras corría hacia él. Sin dejarle decirme nada, disparé cientos de preguntas, nerviosa, aterrada porque le hubiera sucedido algo grave. Incluso unas lágrimas recorrieron mis mejillas a consecuencia de la tensión.

Mi padre me tranquilizó, pidiéndome que me relajara, que me lo iba a explicar todo; me agarró de los brazos y me obligó a sentarme a su lado y, tras darme un beso en la mejilla y estrecharme entre sus brazos, me informó de que los médicos habían dicho que no tenía nada grave. Sólo una rotura en el codo, y algún golpe leve en la frente. No había por lo que temer. Por fin pude respirar y mi cuerpo se relajó; por mucho que nos pasáramos la vida discutiendo, y no fuéramos de la misma sangre, lo consideraba como un hermano, y lo quería como tal.

En ese instante noté una presencia detrás de mí y vi a Thor; lo miré de arriba abajo, y observé que su chaqueta estaba rasgada. Mi mirada lo sentenció en ese segundo. Le pregunté qué había sucedido con tono enfurecido, y éste no dijo nada. Mi padre me cogió del brazo y me apartó.

—Dunia, no ha sido culpa suya, ha resbalado con la moto y han caído los dos, menos mal que no ha sucedido una desgracia mayor.

—¡Qué casualidad! Mi hermano con un codo roto, y yo casi me estrello por culpa de este insensato.

—¿Qué?

—No conducía de forma temeraria, todo lo contrario. No veía con la niebla...

—¡Cállate, no quiero ni oírte!

Mi padre nos mandó callar a los dos. Me senté en la silla de plástico blanca que había en aquella salita de espera y respiré hondo. No sabía qué había sucedido exactamente, pero lo sabría; en ese momento, lo importante era que Aksel estuviera bien.

Mi padre le dijo a Thor que se fuera a casa a descansar, que él también había sufrido el accidente, pero él insistió en que quería esperar a saber realmente cómo estaba.

Grete salió sonriendo; mi padre y yo nos miramos aliviados al ver su rostro. Estaba tranquila y eso era lo más importante, significaba que Aksel estaba bien. Nos explicó las magulladuras que tenía y que debería estar unas semanas de baja. Mi padre me miró y se puso nervioso. Sabía lo que sucedía si no acudía al trabajo: tendría que cubrir su puesto y no podría encargarse de la oficina, mi trabajo.

Sin pensarlo un segundo, le dije a mi padre que no se preocupara, que yo iría por las mañanas un rato cada día, el tiempo que hiciera falta para ayudarlo. Éste se llevó las manos a la cabeza, sabía que me necesitaba, pero no quería forzarme a ir a trabajar, pero yo insistí. Grete me ayudó, comentando que era lo mejor, que había sido un accidente y nadie podía preverlo.

Thor se mantenía al margen, pero estaba atento a nuestros gestos, analizando la repercusión que había tenido el accidente en nuestras vidas. Se apartó y pasó a un segundo plano... pero yo no podía evitar mirarlo mientras mi mente trabajaba sin cesar; tener que trabajar a su lado era exactamente lo que yo no quería, necesitaba alejarme de él, y ahora iba a resultar imposible. Me cruzaría con él por la nave, lo observaría de camino al lavabo...

Me asusté del pensamiento tan egoísta que tuve. Aksel estaba convaleciente, no tenía más remedio que ayudar en el aserradero. Le pregunté a Grete que cuándo le darían el alta y nos confirmó que lo dejarían en observación unas horas y, si todo seguía igual, por la mañana ya podría irse a casa.

Ella insistió en que no iba a irse, que nosotros nos marcháramos. Intentamos quedarnos con ella, pero se negó rotundamente, así que nos despedimos y le pedí que, si necesitaba algo, me llamara, no importaba la hora que fuese.

Ella volvió a entrar al lado de su hijo y yo acompañé a mi padre hasta su coche. Me indicó que acercara a Thor, pues estaba de camino a mi casa y él iba en dirección contraria. Odié a mi padre en ese preciso instante, sabía lo que había pasado y aun así parecía obviarlo.

Lo miré de arriba abajo y daba pena, sus pantalones estaban rajados. Podía ver su piel a través de los desgarrones, y la tenía de gallina. Hacía un frío que helaba y estaba de pie esperando a que me decidiera mientras sus labios carnosos se teñían de un violeta azulado.

—Cogeré un taxi, no se preocupe, señor Bergman.

—Sube, no pienso repetirlo.

Me di la vuelta, metí la llave en la cerradura y la giré para que el pestillo se abriera y pudiera sentarme. Arranqué el motor y encendí la calefacción; en pocos segundos, una pequeña ola de calor subía por nuestros pies, caldeando el ambiente. Bajó sus manos y las frotó, consiguiendo que el frío desapareciera de su cuerpo.

Encaucé la marcha sin querer mirarlo, permanecí atenta a la carretera. La visibilidad era peor que cuando había llegado, así que volví a conducir con extrema cautela. El camino se eternizó, ninguno de los dos intentó decir palabra alguna. Él estaba ausente; su cara denotaba que estaba enfurecido y su mirada, perdida, centrada en sus pensamientos.

Por fin divisé su casa; las luces estaban apagadas, no parecía haber nadie. Aparqué justo en la puerta y él me miró. Yo permanecí con la vista al frente, sabía que su mirada estaba clavada en mí, pero estaba molesta. Negó con la cabeza y, tras dar un portazo al salir, caminó lentamente hasta llegar a la puerta.

Se quedó parado dándome la espalda y giró el rostro para dirigirse a mí, pero aceleré y continué mi camino. No podía dejar de pensar que había llegado demasiado lejos, su imprudencia había conseguido que Aksel se rompiera el codo y yo me saliera de la carretera, ¡qué diantres le pasaba a ese hombre! Había cambiado, Assa tenía razón.

Seguí conduciendo hasta llegar casa. En cuanto entré, me puse ropa para dormir. Eran más de las tres de la madrugada y al día siguiente tenía que ir a ayudar a mi padre. Iba a estar muy ocupada durante la ausencia de Aksel.

Me tumbé en la cama y en pocos segundos caí rendida, me quedé profundamente dormida.

Oí el sonido del teléfono móvil. Negué con la cabeza, tenía sueño, aún no había dormido lo suficiente, y se enmudeció. Sonreí aún con los ojos cerrados, hasta que volvió a sonar. Resoplé y miré la pantalla. No era el despertador, sino mi padre; abrí los ojos y miré la hora. Me había dormido, eran más de las diez de la mañana y no me había despertado. El único pensamiento que me vino a la mente fue que mi padre debía de estar nervioso. Fui directa al baño, me lavé los dientes y me di una ducha rapidísima para vestirme a toda velocidad.

Entré en la cocina, agarré un par de manzanas y salí escopeteada hacia el aserradero. Intenté conducir lo más rápido que pude sin olvidarme del hielo que cubría el asfalto. Llegué en pocos minutos y vi el jaleo que había en la puerta; mi padre estaba hablando con los transportistas, que esperaban que alguien les firmara los albaranes de entrega mientras él organizaba a los trabajadores para que trasladaran la leña a los cobertizos.

Corrí hasta llegar a su lado. Al verme, suspiró aliviado. Le pedí perdón gesticulando y sonrió. Invité a los conductores a que me acompañaran a la oficina y, tras prepararles todos los papeles y sellarles los albaranes, pudieron marcharse sin tener que demorarse demasiado. Durante un buen rato, tuve que hacer varias gestiones con clientes. Era la parte más agotadora; vale que el cliente siempre tenía la razón, pero odiaba tener que dársela cuando en realidad no era tal como él creía.

Por fin pude disfrutar de unos minutos de relax, y decidí salir fuera a comerme una de las manzanas que había cogido. Me puse los auriculares del teléfono móvil y, mientras escuchaba Guns N’ Roses, There Was A Time,[1] revisé las últimas notificaciones que tenía pendientes por leer.

Alcé la vista, me giré hacia el cobertizo y lo vi. Estaba de espaldas, vestido con un tejano viejo y un fino polar negro; tenía el cabello revuelto y se le notaba nervioso; no dejaba de gesticular y quejarse. Cuando parecía que iba a enfurecer y enzarzarse con otro compañero, se dio la vuelta y caminó hasta lograr calmarse, y luego continuaron con el trabajo.

No pude evitar observarlo mientras daba un gran mordisco a la fruta, hasta que se giró y me sentí cazada, provocando que me avergonzara e incluso me atragantara. Intenté disimular, pero estaba colorada, demasiado, así que opté por entrar en la oficina y procurar que nadie más me viera hacer el ridículo.

Me senté en mi mesa y abrí el correo electrónico; vi que tenía un mensaje de Markel, y no dudé en abrirlo. Lo primero que busqué fue una respuesta a mi último escrito, sabía que alguna lindeza me habría puesto, y así fue.

 

Creo que, al final, estaré confundido y tu percepción de la novela no será tan rosa como creía, aunque aún queda mucho camino por recorrer.

 

No pude evitar que saliera una sonrisa ladina de mis labios; le había plantado cara y él mismo lo reconocía. En ese momento sí estaba impaciente por saber cómo continuaba el capítulo. Abrí el archivo y comencé a leer.

 

Chloe estaba petrificada, decepcionada porque no la hubiese esperado. La bolsa que llevaba colgada en su mano izquierda cayó al suelo sin que se diera cuenta... de pronto, la puerta se movió, apartándola de delante, y lo vio. Estaba sentado justo detrás de ella, esperándola.

Ella lo miró y sonrió. Darek se acercó rápidamente y le dio un beso en los labios antes de que ella pudiera reaccionar. Durante unos minutos, sus cuerpos se mantuvieron pegados, acariciándose, deseosos de aquel contacto. Las manos de Chloe agarraron su cabello y los besos se intensificaron hasta que ella decidió cuál era el castigo que merecía. Se apartó velozmente y negó con un dedo, dejándolo paralizado frente a ella sin entender por qué paraba.

Ella le explicó que no había cumplido su parte, que la había desobedecido; su tono era serio, pero él se reía como si estuviera bromeando, sin saber las consecuencias que podía llegar a provocar. Miró hacia fuera y le obligó a enseñarle la casa. Él, sorprendido por su curiosidad, así lo hizo. Recorrieron cada una de las estancias, mientras él buscaba su mirada en vano; ella estaba sumergida en sus pensamientos y apenas cruzó palabra con él.

Llegaron a un patio trasero abierto, donde nadie los podía ver. Allí había un manzano; ella sonrió y dijo en voz alta «la fruta prohibida... interesante». Él la miró sin entender nada, pero ella sabía muy bien a qué se refería.

Observó cada una de las paredes, pensativa, y sonrío de forma lasciva. Entraron dentro de la casa y él le ofreció algo de comer, a lo que ella accedió. Abrió la nevera y sacó un plato de fiambre para poder picar, pero ella espió de reojo la nevera y descubrió un bote de nata.

Se acercó en busca de ésta, y, al pasar por detrás de él, rozó su cuerpo contra el trasero de Darek y éste no pudo hacer otra cosa que mirarla de soslayo, mientras intentaba volver a sentir aquel contacto. Ella le dijo que quería ponerse cómoda mientras él preparaba lo poco que faltaba. Darek asintió mientras ella se alejaba de su lado.

Chloe sabía muy bien lo que pretendía, y su plan comenzaba desde ese mismo instante. Abrió su maleta y cogió el pañuelo que utilizaba en la playa como pareo. Se desnudó por completo y lo ató de tal forma que cubría sus pechos y su sexo.

Se dirigió a la cocina, donde él estaba sentado en la silla que había justo delante de la barra del desayuno, esperándola. Ella, en décimas de segundo, analizó la situación y dio un pequeño respingo, sentándose frente a él con las piernas cruzadas.

Él, asombrado por la poca ropa que aparentemente llevaba, no se dio ni cuenta de que estaba embelesado mirando la línea de su cuerpo. Ella le preguntó si le gustaba lo que veía y él asintió mientras la miraba a los ojos; los suyos brillaban como si estuviera a punto de llorar. Chloe se sintió contenta, era el hombre que necesitaba; su carácter sumiso era el idóneo para llevar a cabo su plan, pero antes le daría un último regalo, previo al juego que tenía preparado.

Levantó su pie derecho desnudo y lo colocó en su hombro, mostrando la desnudez de su sexo; el otro pie lo apoyó sobre el lateral de la silla donde él estaba, con la tez colorada y mordiéndose el labio, conteniendo las ganas de lanzarse sobre ella. Ésa era la reacción que Chloe buscaba, la contención. Ella cogió el bote de nata que había preparado y vertió parte sobre su sexo, tiñéndolo de blanco.

 

—¿Qué coño estás leyendo, Dunia?

Una voz hizo que me girara a la vez que cerraba la pantalla del portátil. Vi a Thor con los ojos a punto de salírsele de las órbitas y me lo quedé mirando esperando a que se marchara. Pero nada, él permanecía inmóvil esperando una explicación, como si estuviera obligada a dársela.

—¿No tienes trabajo?

—Si quieres, te paso una peli porno, o mejor la vemos juntos, si eso es lo que te pone.

Me levanté y fui directa a darle una bofetada, que frenó una de sus manos inmediatamente antes de llegar a tocar su rostro. Tenía más fuerza que yo y, por más que lo intentara, el pulso lo estaba ganando él. Tanto que consiguió que retrocediera hasta topar con la pared, para luego colocarse sobre mí. Sentí su cuerpo pegado al mío, y mi temperatura ascendió peligrosamente. Lo miré a los ojos, esos ojos azul cielo que tanto añoré durante mucho tiempo y que en ese instante tenía a pocos centímetros de mí, y denotaban seriedad, enfadado. Su frente brillaba, pequeñas gotas de sudor caían consiguiendo estar más sexi de lo que ya era. Sus labios se acercaron a los míos y no pude evitar cerrar los ojos y abrir la boca para recibirlo, pero me soltó el brazo y dejé de sentir su aliento topando contra el mío... volví a sentir frío, vacío. Y era porque se había alejado de mí. Abrí los ojos y vi cómo reculaba sonriendo; había conseguido lo que quería días atrás, tenerme a su merced y, si él no se hubiera apartado, así habría sido.

—Pequeña, no juegues con fuego o te quemarás.

Fruncí el cejo mientras le exigía que se marchara de la oficina o lo despediría. Estaba enfadada, pero no sólo por su soberbia, sino por mí misma, por haber sido tan débil. Me senté frente al ordenador y estaba sudando, inquieta. Ahora que Aksel no estaba, iba a ser muy difícil evitar esas situaciones.

Sonó el teléfono de la oficina e hizo que me centrara en el trabajo. Era una cliente que conocía telefónicamente desde hacía mucho tiempo; después de hablar de lo estrictamente profesional, me preguntó qué hacía trabajando. Ella sabía que había cogido una excedencia y le sorprendió que yo contestara la llamada. Tras comentarle lo que había sucedido, terminamos la conversación.

Levanté la pantalla y vi el texto que estaba leyendo. Sonreí al recordar las últimas imágenes que mi mente había proyectado; estaba deseando saber qué más iba a ocurrir. No lo dudé. «Cuando acabe, ya seguiré trabajando, no hay nada urgente.»

 

La mirada de Darek ardía, brillaba, sentía estar viviendo un sueño, pero no, era muy real. Estaba frente a la mujer que durante tanto tiempo había deseado, frente a su sexo cubierto de nata, pidiendo que fuese saboreado, y no lo dudó un segundo. Colocó las manos en los muslos de Chloe mientras ésta apoyaba sus brazos en la barra de la cocina. La lengua de Darek relamió sus propios labios, mientras se acercaba lentamente al pubis cubierto de nata.

No dejaba de mirarlo, estaba excitada, ansiosa por descubrir qué más podía ofrecerle. Y éste no se hizo de rogar, su lengua se posó entre los labios vaginales y lamió lentamente mientras tragaba la dulce nata combinada con el deseo de ella.

Su miembro parpadeaba ansioso por salir de sus pantalones, pero aún no merecía atenciones, tendría que padecer hasta que ella decidiera dedicarle sus mimos. La mano de Darek se acercó hasta llegar al abultado clítoris, y lo masajeó intensamente, consiguiendo un jadeo de la garganta de ella. Pero, no contento con ello, introdujo uno de sus dedos en su sexo mientras continuaba lamiendo, mordiendo y besando su sexo.

Chloe intentaba intensificar el contacto acercándose a él y Darek lo sabía, entendía lo que necesitaba. No dudó en introducir un dedo más y lograr que su gemido fuese más fuerte y desesperado. Apenas se conocían, pero ya sabía que ella no iba a satisfacerse con una relación de sexo normal, para nada, así que continuó lamiendo hasta llegar a su orificio prohibido. Al sentir la lengua acariciar esa zona y empaparla, anunciando las intenciones de éste, salivó, cerró los ojos y sonrió, dejándose llevar por aquel desconocido.

Los dedos de Darek no daban tregua, rozaban con fuerza su interior sabiendo en qué instante debía presionar más fuerte para conseguir mayor placer. Chloe estaba fascinada con él. No sólo tenía el carácter idóneo que ella siempre había buscado, sino que era experto satisfaciendo a las mujeres. No contento con lo que ella sentía, dio un paso más allá. Uno de sus dedos continuaba acariciando su ano, excitándolo, y no tardó en tenerlo a su merced.

Chloe estaba colapsada por el placer, no sabía qué le daba más, si su lengua, sus dedos en su sexo o en su ano... la combinación era perfecta, tanto que en pocos minutos su cuerpo se tensó y unos pequeños espasmos anunciaron el orgasmo que ella tanto necesitaba. Darek se colocó de pie mientras liberaba su viril miembro de su ropa interior, pero Chloe se mordió el labio y negó con un dedo, dejando a Darek confundido por la reacción de ésta, hasta que ella sólo pronunció una frase: «necesitas contención.»

 

Una carcajada salió de mis cuerdas vocales, rompiendo el silencio de la oficina; no podía creer que hubiera terminado el capítulo así. Los roles de Chloe y Darek estaban definidos y la continuación por esa línea sería muy interesante. Pero ahora me tocaba seguir la historia a mí y quería sorprenderlo. Tal y como él había indicado en su mensaje, tenía que demostrarle de lo que era capaz y pensaba hacerlo.

El teléfono de la oficina sonó, consiguiendo que mi mente regresara al aserradero. Contesté rápidamente y era Grete, estaba llamando a mi padre pero éste no contestaba; miré hacia la puerta de la oficina, pero no lo divisé.

Pregunté cómo se encontraba Aksel y me informó de que ya estaban en casa, que él no quería, pero le había obligado a descansar. Me alegré al saber que ya le habían dado el alta en el hospital, era una buena noticia.

Me despedí y salí en busca de mi padre para comentarle cómo se encontraba Aksel. Caminé por el interior y no lo vi, así que salí fuera. No había cogido el abrigo y tenía frío, me daría prisa. Oí su voz, provenía de detrás de unos troncos; los rodeé y me encontré a Thor con él. Mi mirada asesina se dirigió directa a él, a quien hacía pocos minutos había estado a punto de besar.

Mi padre se quedó mirándonos resignado, hasta que reaccioné y le dije lo que Grete me había comentado por teléfono. Se alegró y me dijo que al mediodía podía regresar a casa, que sólo necesitaba que fuese por las mañanas, para atender la oficina. Le di un abrazo y le agradecí que me permitiera disfrutar en cierto modo de mi excedencia. Thor continuaba al lado de mi padre, observándome, estudiando mis miradas y esperando que se cruzaran con la suya, pero no lo consiguió. Sabía muy bien hacia dónde no mirar... así que me di la vuelta y me fui orgullosa de haberlo logrado.

Caminé hasta llegar a la oficina y me senté sobre la mesa del escritorio. Miré el capítulo que me acababa de enviar y sonreí. No podía tener contacto con él, o eso creía, pero no pude evitar enviarle un email felicitándolo por cómo había continuado la historia. Por sus mensajes interpreté que le gustaba la ironía y yo me superaría en cada capítulo, así que inicié un juego que pensé que me divertiría muchísimo.

Busqué una imagen en la que estuviera una mujer desnuda frente a un joven en posición sumisa, era perfecta para el final de aquel capítulo. Estuve unos segundos modificando filtros hasta conseguir la que describía su capítulo, la adjunté al cuerpo del correo y le dije que así era mi percepción de lo que él había escrito.

Le di a «Enviar» y le escribí un mensaje a Esther. Le conté lo que había sucedido con mi hermano, y el encuentro que había tenido lugar hacía un par de horas en mi oficina con él... no quería ni decir su nombre. Ella se volvió loca; le había mostrado fotos de Thor y, según ella, era «el chico malo buenorro» que todas deberíamos tener en algún momento de nuestras vidas; no pude evitar reír.

Llegó la hora de la comida y me marché con mi padre a comer a su casa. Grete nos esperaba con el almuerzo en la mesa, así que no nos entretuvimos. Una vez allí, Aksel estaba como si nada hubiera pasado, comiendo. Le pregunté cómo se encontraba y simplemente respondió «he estado mejor»; ella le recriminó la contestación, pero yo no le di importancia.

Continuamos comiendo sin hablar de lo que había ocurrido, preferimos pasar un rato en familia, recordando anécdotas que habíamos vivido, y mi padre comentó que le encantaría viajar a Australia. Todos nos sorprendimos, ya que nunca nos había dicho nada, y sólo de pensar en lo lejos que estaba me dio hasta miedo. Pero, si él era feliz, nosotros le apoyaríamos.

Llamaron a la puerta; nos miramos los unos a los otros, pero nadie esperaba visita, así que Grete salió a abrir. Oí la voz de Assa; supuse que se habría enterado de lo sucedido y que por eso había venido. Aksel habló con ella de forma muy amable; le comentó por encima lo sucedido mientras el resto terminamos de comer.

Tras insistir, cedí en acompañarla al centro, justo después de dejar a mi padre en el aserradero, ya que había dejado su coche allí. Nos despedimos de Grete y Aksel. Mientras salíamos, grité «adiós» a Fredrik, que estaba absorto, en su habitación, sin hacernos caso alguno.

Nos montamos en el jeep y Assa me preguntó por Thor; no sabía que se había reincorporado a la plantilla, pero no quise darle importancia. Le expliqué que apenas hablábamos y ella se sorprendió al verme tan fría con él. Intentó sonsacarme si sentía algo y evidentemente le mentí: le dije que no, mientras un nudo se me formaba en el estómago. Claro que sentía algo por él, no sabía si era odio y rabia por haberme dejado, pero ese hombre no dejaba de excitarme y provocaba que, cada vez que nos encontrábamos, estuviera a punto de caer en sus redes.

Ella me estuvo contando que había conocido a un hombre; era el dueño de una de las firmas de moda europeas más importantes, y le había dado su tarjeta para hacerle una prueba como modelo. Por eso quería ir al centro, necesitaba ropa cara y exclusiva para aparentar que tenía un caché mayor.

No sabía de dónde había sacado el dinero, pero si íbamos era porque podía invertir en ropa. No tardamos mucho en llegar, menos de lo que esperaba. Cuando paré frente a una de las tiendas de marca, me quedé parada. Assa me llamó y me hizo salir del coche. No me sentía cómoda en aquel lugar; la dependienta, al entrar, me miró de arriba abajo, empezando por mis botas de nieve hasta llegar a mi gorro de lana. Lo que yo menos entendía era cómo ella podía andar por ahí con un simple panti, unos tacones de vértigo y esa fina falda de tubo que no abrigaba nada.

La temperatura era bajo cero, pero en aquella tienda la calefacción estaba tan alta que parecía verano. Me quité el abrigo y el gorro y lo coloqué al lado de la silla donde estaba sentada, mientras esperaba que Assa saliera del probador.

Tras diez minutos eternos, lo hizo. La vi con un espectacular vestido rosa fucsia de tubo, muy ceñido. Le sentaba como un guante, aunque a mí el color no me gustaba nada; nunca me pondría algo de ese estilo, pero ella sí.

—¿Me queda bien?

—Está hecho para ti, no cabe la menor duda.

—Si fueras diseñador y tuvieras que elegir mi cuerpo para mostrar tus prendas, ¿lo harías?

—Sí, eres muy guapa y tienes un cuerpo muy bonito para ser modelo, sí lo haría.

—Gracias.

Continúo dando vueltas para mirarse por delante y después por detrás, hasta que la dependienta interrumpió para acercarle unos zapatos de tacón del mismo color. Assa me miró con los ojos a punto de salírsele de su rostro, los observó y se los probó. Le encantaron, lo sabía.

Asintió y le pidió que se los preparara para llevárselos, luego entró en el vestuario y se vistió de nuevo con su ropa. Cuando salió, estaba nerviosa, emocionada por la oportunidad que por fin tenía, y yo la animé, sabía que lo haría bien, o eso esperaba... ya que, en caso contrario, la frustración sería difícil de olvidar.

Cuando llegamos a la caja y la bellísima dependienta le comunicó la cifra que debía pagar, casi me asfixio. No sabía cómo Assa había conseguido el dinero, pero yo nunca me gastaría tanto en un conjunto de ropa. Cuando salimos de la tienda, le pregunté cómo diantres podía permitírselo, y la muy descarada, riendo, me confesó que no le iba a quitar las etiquetas y, una vez hecha la prueba, no tenía intención de quedárselo, pensaba devolverlo.

No pude evitar reír, nunca imaginé que se pudiera llevar a cabo un engaño tan desvergonzado, pero, según ella, las famosas eran las primeras en hacerlo.... y, como ella lo iba a ser, pues también lo hacía.

Al montarme en el coche, volví a mirar hacia un letrero que ya había visto en el momento en que aparqué el vehículo. Obviamente, no podía ser otro que el de la librería, deseaba entrar. Miré a Assa y la vi enfrascada en su móvil; le estaba contando a alguien la fantástica compra que acababa de realizar, así que le dije que volvía en seguida. Casi ni me escuchó, asintió en forma de «cállate ya», pero no me importó. Salí del vehículo y entré en el establecimiento.

Fui directa a la sección de novedades de romántica y cogí un par de libros que tenía en mente comprar; aquellas autoras me encantaban y sabía que no me defraudarían. Cuando caminaba hacia la caja, vi un libro que me hizo sonreír: Guía indispensable para viajar a Australia; lo cogí entre mis manos y, tras echarle una pequeña ojeada, decidí regalárselo a mi padre. Justo al lado había otra guía, Cómo ser una modelo de éxito y no morir en el intento. Una carcajada alertó al resto de clientes, sonrojándome al notarlo. La cogí y me fui directa a pagar.

El librero me conocía y estaba encantado de verme; sabía que siempre compraba, así que era muy amable e incluso muchas veces me recomendaba las novedades, para que adquiriera muchas de ellas.

Llegué al coche y Assa estaba molesta, su mirada era de «dónde te habías metido», pero yo estaba contenta, había comprado unas buenas lecturas. Le lancé sobre las piernas el libro que había adquirido para ella, y leyó el título en voz alta.

—¿Esto es una broma?

—No, puede que te ayude.

—Aquí sólo dirán tonterías. Si una guía ayudara, habría más modelos que hormigas en el mundo.

—¿Qué pierdes por leerlo?

—El tiempo.

—Haz lo que quieras, creí que te gustaría.

Continué conduciendo sin tener en cuenta el detalle tan feo que había tenido conmigo, ya que si una cosa tenía clara era que no me iba a enfadar por las minucias de nadie. Cuando nos acercábamos, insistió en tomar algo en la cantina, pero no me apetecía, tenía que escribir mi parte del capítulo... hecho que no le iba a contar, así que preferí buscar una excusa más convincente; me costó, pero al fin se dio por vencida.

Me dirigí a la cantina para que ella se quedara. Le estaba deseando suerte en la prueba, cuando oí el rugido de una moto; no miré hacia la carretera, pues era muy consciente de quién se aproximaba, Thor. Su mirada volvió a clavarse en la mía, pero la aparté rápidamente y, sin mediar palabra, encaucé la marcha hasta llegar a casa.

Entré y lo primero que hice fue encender el ordenador para continuar la historia de Chloe y Darek, pero algo me sorprendió: me llegó una solicitud de amistad a través de Facebook de Markel; por fin estaba presente en Facebook. Acepté la petición y entré en la información de la cuenta; sólo indicaba que era escritor y de Madrid. Entré en el apartado de fotos y sólo había una, la que yo le había enviado por correo esa misma mañana. Abrí el chat y escribí:

 

Dunia: Hola.

Markel: Encantado.

Dunia: Iba a continuar la historia.

Markel: Espero que me sorprendas.

Dunia: Lo intentaré.

 

Estuve tentada de continuar la conversación, pero, por las escasas frases que había intercambiado con él, no era lo que esperaba, o lo que le gustaría. Por ello me exigí cerrar el chat y conseguir ser igual de misteriosa que él estaba siendo conmigo. Cerré la sesión de Facebook y respiré hondo; sentía nerviosismo en el estómago, no podía entender cómo esa persona me imponía tanto... no sabía nada de él, pero su forma de escribir y sus mensajes tan sarcásticos y directos me descolocaban.... aunque no lograba entenderlo. Negué en silencio mientras abrí el archivo de escritura y comencé el capítulo.

Era el momento de relatar la posición de Chloe y tenía clarísimo cuál era la forma idónea: un contrato, todo debía estar por escrito y ambos, conformes. Era una de las reglas que Chloe le impondría. Dejé que mis dedos teclearan lo más rápido posible.

 

Darek estaba frente a Chloe petrificado, no entendía nada, le había regalado su maestría para que ella sintiera el máximo placer posible, y su única respuesta era la contención. Su pene, que segundos antes estaba erecto y latente, deseoso de colarse en el interior de ella, había pasado a estar flácido y aparentemente bastante reducido de tamaño. Pero a Chloe era lo que menos le importaba, necesitaba exponer sus intenciones y que él las aceptara.

Y así fue: hizo que se sentara frente a ella mientras cogía un papel y un boli. Le explicó su punto número uno, le dejó muy claro que su relación se basaba principalmente en la sinceridad. En caso de haber una mentira, aquel contrato se rompería y no se volverían a ver. Él asintió atónito mientras ella lo escribía sobre el papel, y los dos firmaron aquel punto.

Pasó al número dos; ella exigió que, mientras no hubiera pruebas médicas que constataran que los dos estaban libres de cualquier enfermedad contagiosa, utilizarían precauciones en todas las relaciones sexuales que mantuvieran. Volvió a asentir y firmó bajo la firma de ella.

Pronunció más alto que el resto «regla número tres», y se calló. Él asintió una vez más, a la espera de que ella continuara. Al ver la necesidad de Darek por saber más, no se hizo de rogar y continuó exponiendo. El único fin de aquella unión era darse placer. En el momento en que alguno de los dos no persiguiera ese único motivo, el contrato se rompería.

Darek intentó interrumpirla, pero ella le tapó la boca y dictó el punto número cuatro. En aquella relación, ella sería la que dominaría la situación, «salvo en aquellas ocasiones en las que quiera cederle el control al señor Darek —aclaró sonriendo—. Éste se compromete a esperar a que ella dicte las normas o hable para poder hacer lo que le solicita; en caso de no hacerlo, deberá ser castigado como ella considere oportuno.»

La boca de Darek se abrió al entender qué diantres estaba firmando: iba a convertirse en el sumiso de Chloe y estaba comenzando a ponerse nervioso. Por ello, ella continuó con el punto número cinco, intentando infundir calma a su rostro.

«Ella siempre velará porque él reciba las atenciones que necesita y se sienta satisfecho y la unión sea recíproca; en caso de que no sea así, él puede solicitar el fin de la relación.»

Consiguió su propósito, Darek se sintió aliviado al sentir que ella también le dedicaría sus atenciones.

Pero ésta continuó dictando su punto número seis, el último. «Nunca se hará nada con lo que alguno de los dos esté en desacuerdo o dude sobre la integridad física de uno u otro; buscamos placer, no sufrir o dañarnos.»

Chloe lo miró atenta y puso el papel entre sus manos. Darek lo agarró y leyó punto por punto lo que acababa de oír. Nunca imaginó que aquella pequeña y dulce mujer se convertiría en una dominante sexual y él tendría que ceder ante sus deseos. Algo le decía que seguirle el juego y firmar era lo mejor, pero su otro yo le indicaba que saliera corriendo antes de que fuese demasiado tarde. No sería la primera vez que sufría por amor.

Darek se levantó, dejó el papel sobre la barra de la cocina y se llevó las manos a la cabeza; estaba dudando, no sabía qué hacer. La miró y le hizo una pregunta, una que conseguiría dar luz al camino que debía elegir.

 

—Madre mía... qué decisión más importante, ahora sí que son dómina y sumiso, me gusta el camino que estamos planteando —me dije en voz alta una vez más.

Me levanté y fui hacia la cocina a coger un vaso de agua, bebí y, justo cuando estaba terminando, llamaron al timbre. Imaginé que sería Assa, que volvía a insistir para que la acompañara a tomar algo.

Dije un «ya voy» mientras andaba descalza por la fría madera del suelo y abrí la puerta, pero no era Assa, sino él otra vez. Oí el teléfono y lo miré sin saber qué hacer. Permaneció callado, expectante a mi respuesta; le dije que entrara mientras corría hacia el salón en busca del móvil.

Era mi padre. Contesté rápidamente mientras lo miraba de soslayo; estaba apoyado en el respaldo del sofá mirando hacia la chimenea. Mi padre me pidió que, al día siguiente, antes de ir a la oficina, me acercara al gestor a recoger unos papeles que tenía pendientes de firmar y los llevara al aserradero. Le indiqué que no se preocupara, que iría, y colgué.

Me quedé esperando a que hablara, pero parecía estar mudo. Desde que había vuelto apenas hablaba con nadie; Assa tenía razón, estaba diferente. Antes bromeaba, me contaba sus cosas, pero ahora estaba ausente y no era por nosotros. Siempre que lo veía actuaba de aquel modo... independientemente de con quién estuviera, tenía un comportamiento idéntico con todo el mundo.

—¿Me vas a decir a qué has venido?

—Siento lo que le ha pasado a tu hermano, quería explicarte qué pasó.

—Thor, casi tengo un accidente por tu culpa, y después Aksel.

—No fue culpa mía...

—Si me vas a mentir, mejor no digas nada y vete.

—Dunia, escúchame, por favor.

—Tienes una única oportunidad.

—Íbamos camino a la cantina, la niebla era muy baja y espesa, no se veía nada... y un alce se cruzó en nuestro camino: intenté esquivarlo, pero patinamos. Apenas íbamos a cuarenta kilómetros por hora; no fue una imprudencia, sino la mala fortuna. —No mentía, lo sabía por su ceño; si algo sabía de él era cuándo me mentía—. Lo que ocurrió contigo fue diferente, no quería provocar el accidente, lo siento.

—¿Por qué estás retándome? Yo no te hice nada. Tú te marchaste y has vuelto.

—No te reto —me interrumpió rápidamente.

—Oh, sí, sí lo haces, constantemente, y te confundes. Yo no soy tu rival, no me importa nada de lo que hagas o con quién te vayas.

—Sí te importa, sé cuándo mientes.

—No sabes nada —contesté nerviosa, al ver que se acercaba a mí.

—Sabes que sí.

Dio dos grandes zancadas hacia mí y su mano rodeó mi cintura; durante unos segundos permanecí paralizada hasta sentir su aliento sobre mis labios. Por unos instantes pensé en apartarme, en girarme, pero no podía, algo me lo impedía. Sus labios se posaron sobre los míos y cerré los ojos para sentir lo que estaba deseando desde días atrás.

Nos besamos apasionadamente, mientras nuestros cuerpos estaban uno apoyado en el del otro... hasta que mi moral, o más bien mi orgullo, reaccionó y me aparté rápidamente.

—Márchate, esto no ha sucedido.

—Dunia...

—No, por favor, no digas nada. Vete de mi casa.

Caminó lentamente con el gesto tenso hasta llegar a la puerta. Se giró para mirarme, pero yo ladeé la cara. La abrió y la cerró dando un golpe tras él, consiguiendo que mi estómago sintiera el estruendo de la puerta como un gran latigazo en el vientre. No pude evitar dirigirme hasta la puerta y posar mi mano sobre ella, me sentía confundida, triste...

No sé cuánto rato estuve paralizada de pie en la entrada, pero el timbre hizo que diera un respingo. Parpadeé varias veces, como si necesitara unos segundos para volver a la realidad. Y lo primero que pensé fue lo que me hizo sonreír como una adolescente. No se había rendido, había vuelto para intentar convencerme. Giré velozmente el pomo y abrí la puerta.

A través de sus palabras
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