Capítulo 25

 

Quiero saber más de este lugar

 

 

Estaba cansada, apenas había dormido, pero noté que unas manos me acariciaban e intentaban darme la vuelta; me resistí. No quería despertar, necesitaba seguir durmiendo. Suspiré profundamente y, poco a poco, un perfume invadió mis sentidos. Lo reconocí, me gustaba cómo olía, me era familiar. Mi mente recordó la primera vez que lo sentí, el primer beso... y su cara apareció en mi visión: sus ojos marrón oscuro, brillantes, casi como perlas negras, y sus cabellos revueltos entre mis dedos, mientras el balanceo de su cuerpo me mecía... Sonreí al recordarlo.

Noté cómo soplaban a mi oído y posteriormente besaban el lóbulo de mi oreja. Abrí un ojo y lo vi, observándome sonriente.

—Necesitaba tenerte así de cerca. —Chocó su nariz contra la mía y le di un beso en los labios, accionando el interruptor de la pasión. Nos besamos con necesidad y sus manos agarraron mi cintura posesivamente—. Ahora mismo te ataría como lo hacía Darek. —Respiraba profundamente.

—Me encanta jugar contigo, como lo hicimos en el viaje.

—Pues hoy Darek no va a venir, hoy te necesito yo.

Sus labios besaron mi cuello y su cuerpo se posó sobre el mío. Fue bajando lentamente, dejando a su paso un reguero de besos que me estaba excitando como nunca. Suspiró cuando llegó a la altura de mis caderas y sus manos las empujaron hacia el colchón para que no pudiese moverme. Lamió mi abultado clítoris casi sin tocarlo y la excitación creció, necesitaba que el contacto fuera mayor. Me agarré a la almohada mientras mis caderas luchaban contra sus manos para elevarse y acercarse a él para que volviese a repetir la acción, pero esta vez más lenta y profunda.

Por suerte para mí, no estaba siendo juguetón, él era el primero que anhelaba sentirme e inmediatamente lamió mis labios inferiores y succionó mi clítoris, arrancando jadeos de mi garganta que no pude controlar. Mis dedos apretaron el almohadón para así poder obligarme a estar quieta, pero la humedad que sentía entre las piernas era lo que más me excitaba, necesitaba que se adentrase en mí.

Le acaricié el pecho hasta que sentí que su pene estaba en mi entrada. Pero antes de comenzar me estiré hasta llegar a la mesita de noche, abrí el cajón y cogí un preservativo, que le coloqué de forma erótica sin dejar de mirarlo un instante. Continuamos besándonos y lo obligué a darse la vuelta para poder estar encima de él y besar sus labios, su cuello... Le acaricié el pecho hasta que sentí que su pene estaba en mi entrada. Lo miré de forma lasciva y me moví para poder recibirlo.

Y, como la noche anterior, entró sin ningún obstáculo. Nos mecimos lentamente, ambos necesitamos disfrutar del otro, del contacto, del sentimiento que nos despertaban nuestros movimientos. Entraba y salía apretando las paredes de mi sexo, alcanzando mi interior hasta que el dolor se convertía en placer y crecía. Despacio, aumentó el deleite, no queríamos separarnos. Nuestras manos agarraron fuerte el cuerpo del otro, para que no se separase. Poco a poco sentí cómo las mariposas invadían mi sexo, ascendían a mi barriga y, entre jadeos, nos dejamos llevar, permaneciendo luego uno sobre el otro, acompasando nuestras respiraciones.

Levanté la mirada y vi cómo sonreía con los ojos cerrados. Ambos estábamos jadeando y apenas sin aliento tras llegar al orgasmo. Esta vez había sido diferente, al menos yo lo había sentido así. La de la noche anterior había sido una relación necesitada, y la de ese momento, totalmente lo contrario... sentir el cuerpo y la respiración del otro había primado por encima de todo.

—¿Estás bien? —apenas pudo susurrar.

—Más que bien —respondí y reímos al unísono y nos abrazamos más fuerte, para permanecer unos segundos sin separarnos uno del otro.

Unos golpes fuertes y sonoros en la puerta me hicieron dar un pequeño respingo dentro de la cama. Me miró esperando a que le dijera de quién se trataba y nombré a Aksel entre risas, y negué con la cabeza al darme cuenta de que estaba desnuda; así no podía abrirle la puerta.

Se puso de pie y me dijo que saldría él. Fue corriendo hasta su maleta, de donde sacó el pantalón que utilizaba para hacer deporte y una sudadera, para luego dirigirse a la puerta de entrada y conseguir que dejara de llamar al timbre como un loco. Cogí el pijama que estaba entre las sábanas y me lo puse sin darme tiempo a coger ropa interior, para salir al salón antes de que Aksel dijera algo que no debía.

Sin embargo, la sorprendida fui yo: cuando salí, me los encontré a ambos poniendo la leña al lado de la chimenea y hablando como si se conocieran de toda la vida. Me apoyé en la pared de brazos cruzados y los observé. Aksel le dijo que tenían que tomarse unas Mack en la cantina, que no podía irse sin probarlas, y éste le contestó que esa noche iríamos un rato, que estaba deseando probar otra variedad, ya que la noche anterior había bebido una y le había encantado.

—Buenos días, Aksel.

—Buenos días —contestó a desgana dejando paralizado a Markel por el tono que empleó. Totalmente diferente al que segundos antes había utilizado con él—. Me voy, tengo que hacer horas extra; esta temporada está siendo muy buena, no hay que desaprovecharla. Si quieres pasarte un rato, te enseñaré los entresijos de los leñadores.

—Me encantaría, si tu hermana está de acuerdo. —Buscó mi aprobación y yo asentí sonriente; todo lo contrario a Aksel, que nada más verme deseaba salir a toda prisa—. No hay más que decir, nos vemos en un rato.

Aksel se despidió con un movimiento bastante pasota y caminó provocando un estruendo con cada uno de sus pasos.

—Tu hermano siente una rabia hacia ti increíble, sólo hay que ver cómo te mira.

—Pues, si te explica por qué, me lo cuentas. Nunca le he hecho nada, al menos conscientemente. —Anduve hasta el sofá mientras le contesté y respiré resignada—. Pero contigo es diferente, te trata como a un amigo.

—Pues tendremos que jugar con ello.

Negué con la cabeza, pues sabía que eso era imposible.

Sin duda, la animadversión de mi hermano hacia mí era uno de los problemas que sería difícil solucionar; tendríamos que trabajar mucho para conseguir una relación cordial. Miré el reloj y vi que casi eran las diez de la mañana, así que era hora de comenzar a desayunar y ponernos en marcha si no queríamos perder gran parte del día.

Fui hasta la cocina y saqué la tostadora para hacer unas tostadas con mantequilla; recordaba haber visto que algunas mañanas las había desayunado.

—Creo que podría acostumbrarme a despertar cada día a tu lado.

—Eso sí que es profundo, Markel... no digas cosas que después no vas a poder cumplir.

—¿Crees que no sería capaz de vivir contigo?

—¿Aquí, en Oslo? —Permaneció callado unos instantes, estudiando las palabras antes de decirlas.

—¿Hay posibilidad de negociación?

Su teléfono comenzó a sonar, interrumpiendo la tensa retahíla de preguntas que ambos nos habíamos lanzado. Un gruñido me anunció de quién se trataba, no era otro que Javier. Contestó y, con tono calmado, como si no sucediera nada, le comentó que se estaba preparando un café. Por su sonrisa ladina supe que todavía no se había dado cuenta de que el café no se lo estaba tomando en su casa, sino en la mía. Empezó a explicarle que solamente le quedaba por escribir el capítulo final y el prólogo, pero que ya lo tenía todo estructurado en su mente y el domingo, a última hora, podría enviárselo.

Permaneció callado unos instantes y luego le informó de que no podía seguir hablando, ya que la llamada la pagaba él y le iba a subir demasiado la factura. Se rio, pues imaginó que Javier pensaba que estaba bromeando, pero al instante me llamó por mi nombre y me pidió dos tazas para servir el café y de pronto se separó el teléfono del oído.

—Te he oído... el domingo tendrás tu maldita novela. —Finalizó la llamada y una carcajada gutural provocó que hasta yo me riera. Sin duda era un hombre tremendamente inteligente y había sabido arrimar a Javier a sus ascuas. Seguramente éste estaría gritando como un loco, pensando que era un irresponsable y que debería estar frente al ordenador en vez de perder el tiempo conmigo.

—Vamos a desayunar antes de que coja un vuelo y nos asesine a los dos.

—No es tan malo. —Nos sentamos en la mesa de la cocina y, tras coger el café que me había preparado, di un sorbo manteniendo los labios en la cerámica caliente, lo que provocó que mis gafas se empañaran y tuviera que quitármelas para limpiarlas—. Estás muy sexi con ellas, pero... cuando te las quitas, eres preciosa, me encantan tus ojos.

«Sé que es escritor, que puede decir cualquier piropo que haya leído e incluso escrito en cualquiera de sus libros, pero saber que tantas mujeres van detrás de él y está en mi casa regalándome sus palabras, demostrándome lo que le gusto a través de sus caricias, me hace sentir la mujer más especial del mundo.»

Terminé el café y pensé que necesitaba una ducha antes de salir de casa, y seguramente a él le pasaba lo mismo, después del día anterior. Recogí lo poco que habíamos ensuciado mientras él acababa de desayunar.

Con una bayeta, me dispuse a limpiar el mármol, pero sus manos se posaron encima de las mías y quedé atrapada entre la encimera y su torso, que estaba pegado a mi espalda. Me estaba excitando, pues me encantaba sentirme acorralada, indefensa ante sus besos y sus caricias, y él era conocedor de ello. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer para activar mis sentidos.

Sus dedos se entrelazaron con los míos con fuerza y su nariz olfateó mi cabello; suspiró a la vez que gimió. Ambos estábamos paralizados, no podía abrir los ojos, el contacto que estaba notando era el que me gustaría sentir todos los días, pero yo sabía que era imposible, que sólo lo disfrutaría ese fin de semana, pero en ese momento era lo que menos me importaba; preferí obviar ese pensamiento y ser suya.

El vacío que sentí cuando sus manos me soltaron consiguió que abriese los ojos para averiguar por qué motivo lo había hecho, pero no me dio tiempo. Agarró mis caderas, me obligó a voltearme y me quedé paralizada a tan sólo unos milímetros de sus labios. No pude dejar de observarlos; intenté mirarle a los ojos, pero mis ojos volvían una y otra vez a ellos. Me mordí el labio inconscientemente y él sonrió de forma ladina. Sabía muy bien lo que sentía, lo que necesitaba, y me lo entregaba.

Empezamos a besarnos desesperadamente; sus manos me alzaron, sentándome sobre la encimera, y rápidamente me sujetó por las nalgas y le rodeé la cintura a la vez que mis manos se anclaron a su nuca; así unidos, caminó hasta llegar al baño. Sin dejar de besarnos, me soltó y abrió el agua de la ducha; luego empezó a desprenderse de la sudadera, sin separarse casi de mí, jadeante, y me subió la camiseta del pijama para quitármelo y lanzarla al suelo.

Soltó un suspiro cuando me miró y vio mis pechos desnudos. La comisura de sus labios se curvó en una tierna sonrisa, a la vez que miró de soslayo hacia el agua. Cuando se giró de nuevo hacia mí, estiró de la cintura de mis pantalones para que éstos cayesen al suelo y quedase a la luz mi sexo desnudo. Su mirada bajó lentamente, mientras su miembro se iba endureciendo más, si eso era posible.

No lo dudó un segundo. Se bajó el pantalón y me obligó a entrar, posicionándonos justo debajo del agua. Sus manos acunaron mis mejillas y ambos sonreímos.

Lo miré y no me podía creer que él estuviera en mi ducha... era Jean, un escritor famoso, y yo, una bloguera casi desconocida. Pero el destino lo había puesto en mi camino por algo, y no pensaba desaprovecharlo. Se colocó de rodillas y, hábilmente, lamió mi clítoris. Las piernas comenzaron a fallarme, necesitaba sujetarme o me caería. Puso mis manos en las baldosas de la pared y noté cómo sus dedos se colaban en mi interior, uno tras otro, mientras saboreaba mi sexo.

Oleadas de calor subieron por mi cuerpo... quería resistirme, pero sentía que iba a alcanzar un nuevo orgasmo... pensé que no era sano, o simplemente lo era demasiado, porque mi cuerpo me ignoraba. Luego me giró y me introdujo su miembro y, tras tres embestidas bestiales, me rendí y dejé mi cuerpo entre sus brazos mientras él salía de mi cuerpo rápidamente y vi cómo llegaba al orgasmo sin dejar de mirarme.

 

 

—¿Estás lista?

—Sí, dos segundos —contesté sin retirar la mirada del espejo. Comprobé de nuevo que mi pelo estuviese controlado bajo una pequeña diadema negra adornada por dos pequeños brillantes y me pasé los dedos por las ojeras, extendiendo el maquillaje. —. Ya estoy.

Salí del baño y lo vi en el salón, mirando por la ventana. El paisaje era muy bonito, sobre todo para las personas que no estaban acostumbradas a él, así que dejé que continuase observándolo mientras me ponía las botas y el plumón.

Mientras él se colocaba el abrigo y un gorro de lana gris que le sentaba fantásticamente, me preguntó de nuevo si ya estaba lista. Asentí divertida y nos fuimos hacia la puerta, en busca del coche.

Giré la llave, dejando que el motor de arranque se calentase y, en unos segundos, rugió. Le pregunté si estaba preparado y él asintió con una sonrisa en los labios. Aceleré y me adentré en la carretera; conduje con marchas largas, porque, si no, en las curvas podía patinar, aunque la mirada de Markel y su forma de agarrarse al tirador de la puerta me decían que no se sentía seguro. Reí divertida; era consciente de que circular por una carretera helada asustaba un poco, pero, en esa ciudad, eso sucedía un día sí y otro también.

Vi al fondo la gran nave de mi padre y, muy alegre, le indiqué que ya habíamos llegado... hasta que mi rostro fue cambiando a medida que nos aproximábamos y me di cuenta de que Thor estaría allí; siempre estaba cuando había que hacer horas extra. En ese momento me planteé que quizá no era muy buena idea hacer aquella visita, pero ya estábamos en la puerta. Aunque, por otro lado, que me viese con Markel era una forma de devolverle todo lo que él me había hecho cuando se fue con aquella... morena; aún recordaba ese día.

Detuve el jeep en la puerta y vi a Aksel. Éste también nos vio y se acercó a chocarle la mano a Markel y, a mí... me ignoró, como hacía siempre, pero me dio igual. Entré a buscar a mi padre y lo vi conversando con un operario en la puerta de la oficina. Caminé hasta él y esperé, detrás, a que terminase de hablar para saludarlo.

—Hola, papá.

—Cariño, pensé que este fin de semana no vendrías.

—¿Y eso por qué, si se puede saber?

—Aksel nos ha comentado que ha venido a verte ese chico... el escritor.

—Sí, él mismo lo ha invitado a visitar el aserradero.

—Eso sí que es raro. Bueno, hija, una tregua nunca viene mal.

—Ya veremos. —Sonreí sin estar convencida de que Aksel fuera a darme una pausa en sus ataques, pero el voto de confianza no había que negárselo antes de hora.

Mi padre me agarró del hombro y salimos hacia el exterior para que pudiera saludarlo.

Al salir me quedé muy sorprendida, pues, al poner el primer pie fuera, vi a Aksel y Markel hablando con Thor como si nada: me quedé paralizada. Mi padre me preguntó si estaba bien y, al mirar hacia el punto donde yo estaba observando, me puso una mano en la espalda y me dijo que no ocurriría nada, que sólo estaban charlando.

—Hola, chicos. Si entramos, te enseño la nave —me dirigí a Markel con la esperanza de separarlo de Thor lo antes posible.

Asintió, les dijo a ambos que después se verían y posó sus labios en los míos para luego caminar hacia dentro, dejando a los dos detrás de nosotros, que no dejaban de mirarnos en ningún instante.

Le expliqué cada uno de los procesos que debían seguir los troncos cuando llegaban al aserradero y él, atento a mis explicaciones, no soltó palabra alguna, parecía estar muy interesado. Yo sabía que los pequeños detalles eran importantes para él, porque, posteriormente, los podría utilizar en cualquier novela que escribiera a lo largo de su vida.

Salimos por la puerta lateral y paramos frente a unos troncos. Había muchos más que días atrás; se habían ido acumulado en enormes montículos, uno al lado del otro, para intentar tener espacio para cobijarlos a todos.

—¿Sabes que ahora mismo Darek buscaría una cuerda, un lazo o algo con lo que poder atraparte y que le entregaras tu cuerpo en este mismo instante?

—¿Me lo estás pidiendo a través de sus palabras? Quiero que me lo supliques tú, pero, como Chloe te diría, no quiero palabras, no... quiero que me lo demuestres a través de tus caricias.

Su mano asió la mía, que descansaba a un lado de mi cuerpo, la elevó por encima de mi cabeza y la dejó apoyada sobre un tronco. Yo no la moví, quería continuar jugando. Me agarró la otra mano y la colocó en la misma posición, pero en el lado contrario del tronco. Su rodilla se coló entre mis piernas, para exigirme que las abriera. Me cogió con una mano de la barbilla y la alzó para que lo mirase. Sus dedos acariciaron mi cuello, pasaron entre mis pechos y bajaron peligrosamente a mi sexo, pero de pronto un ruido nos alertó y ambos detuvimos el juego.

Inconscientemente, continué explicando el porqué del excedente de árboles, mientras mirábamos a nuestro alrededor... pero no había ni un alma, nadie nos había visto. Le indiqué que era mejor que nos fuésemos, que ya lo habíamos visto todo, y él me agarró de la cintura para caminar hasta la entrada de la nave.

Al lado de mi coche estaban mi padre y Aksel, hablando sobre unos papeles que el primero sostenía entre las manos.

—Papá, vamos a comer al centro.

—Podríais venir a casa, hay asado.

—Papá...

—Entiendo, entiendo, mi niña...

—Papá, por favor.

—Tío, nos vemos esta noche en la cantina —dijo Aksel antes de dirigirse a la entrada de la nave y dejarnos a los tres despidiéndonos.

—Allí estaré —le contestó rápidamente antes de que desapareciera—. Señor Bergman, me ha encantado volver a verlo.

—Muchacho, me gustas... Divertíos mucho.

Le di un beso en la mejilla y nos montamos en mi coche para encaminarnos al centro. Tenía otros planes para hacer con Esther, pero pensé que Markel preferiría otro tipo de cosas. «Seguro», me reí internamente.

Encaucé la marcha hacia el Engebret Café, un restaurante de precio moderado en el que Markel podría probar comida típica noruega. Sabía que era un hombre al que le gustaba conocer mundo y le prometí que le mostraría lo mejor de la ciudad.

De camino, le pregunté qué le había parecido el aserradero y él me contestó que era un lugar peculiar, muy acogedor, pero reconoció que era un trabajo muy duro el que debían llevar a cabo los empleados. Yo se lo confirmé; a pesar de haber mucha maquinaria, el esfuerzo del personal era increíble, por eso la mayoría de ellos eran robustos y tenían mucha fuerza.

—El que estaba con Aksel, ¿era tu ex novio? —La pregunta me paralizó; sabía que tarde o temprano llegaría.

—¿Por qué lo preguntas?

—Me ha parecido obvio. Cuando ha visto que te acercabas, su mirada ha cambiado.

—La verdad es que me da absolutamente igual lo que piense; me dejó, se fue y perdió su oportunidad. —Su mano se posó en mi muslo y lo acarició, intentando relajar la tensión que había creado con su pregunta.

Seguí con la mirada fija en la calzada, ya que era consciente de que, al conducir por esa ciudad, el peligro residía en distraerse un segundo. Él observaba el paisaje por la ventanilla y continuamos rumbo al restaurante para comer algo.

En pocos minutos logré aparcar cerca de nuestro destino y miré el lugar antes de bajarme del vehículo. A mi derecha, justo en el otro lado de la calzada, había un banco; a nuestra izquierda, en una esquina de la plaza, estaba el lugar donde íbamos a comer.

Markel bajó del jeep y lo rodeó hasta llegar a la acera, y luego esperó a que lo cerrara. Agarró fuerte mi mano y, tras besar mis labios con un casto pero intenso beso, caminamos atravesando la plaza.

Un parterre cuadrado daba la bienvenida al restaurante. Los árboles servían para evitar que el poco sol existente pudiera llegar a la terraza, imposible percibir rayo alguno. La sensación de frío era notable, y caminé con cuidado, ya que los adoquines del suelo eran irregulares.

Le pregunté si ya quería entrar a comer y asintió. Aún era pronto, pero yo también tenía apetito. Él abrió la puerta de entrada y, caballerosamente, me la aguantó para que pasase la primera al interior. Al vernos, un amable camarero nos preguntó si pensábamos comer o sólo tomar algo; yo le aclaré que la primera opción, así que nos guio hasta uno de los salones.

La luz era tenue, opaca. Las mesas estaban vestidas con mantelería blanca y se notaba que era de calidad. El estilo en general era clásico, pero tenía el mismo encanto de la ciudad, y me apasionó.

Nos sentamos en una mesa redonda, una de las más pequeñas del lugar, justo en un extremo, para que tuviésemos la privacidad que cualquier pareja agradece.

Me retiró la silla y me senté sonriente; sin duda era un caballero, un pasional caballero que ahora mismo era sólo mío. No dejaba de mirarme, e intenté leer la carta para no quedarme embobada y tener que reconocer que estaba enamorada de él. Sabía que no iba a ser nada fácil, pero ya comenzaba a barajar la posibilidad de mantener la relación a distancia; si salía mal, apenas tendríamos que volver a vernos.

Cogió la carta, que por suerte también estaba escrita en inglés, pero la cerró al instante. Se había decido bien rápido, y yo aún no tenía la menor idea de lo que quería comer.

El camarero se acercó y Markel, en un perfecto inglés, le pidió que nos sirviera una botella de vino blanco de buena cosecha mientras acababa de decidirme. El camarero se alejó y desapareció tras una de las puertas, intuí que era el almacén o la bodega, y yo continué leyendo la carta.

Al poco la cerré, con la elección hecha, y él emitió una carcajada.

—Parece mentira que el forastero sea yo.

—No sabía qué me apetecía más.

—¿Y qué vas a pedir?

Rakfisk, trucha fermentada; está muy buena, ya verás.

Antes de que pudiera contestarme, el camarero se acercó sigiloso con una botella de vino enrollada en una servilleta; nos pidió permiso y ambos le dejamos el espacio suficiente para que pudiera servir las copas.

Tusen takk —le di las gracias en noruego.

—Me encanta cuando hablas en tu idioma, me enciendes al instante —me dijo como si nada, pero a la que había mojado con esas palabras era a mí. No sabía qué me ocurría con ese hombre, pero me volvía loca... me pasaría la vida encerrada en casa disfrutando de su cuerpo. «Sí, como hicieron Darek y Chloe», me dije a mí misma, a la vez que me lo imaginé en mi casa, juntos, todos los días.

«Debo concentrarme y pensar en otra cosa, porque, si no, voy a levantarme, a coger mi coche y a tomar rumbo a mi casa de nuevo.»

Alcancé la copa de vino y le di un sorbo más largo de lo que en un principio pensaba dar. Mi garganta se heló, pero el sabor era exquisito; no pude retener un gemido y él se rio, muy atento.

—¿Sabes lo que vas a comer? —le pregunté para entablar una conversación—. Podemos pedir la comida y que la vayan preparando.

—Me parece perfecto. —Alzó la mano para llamar al camarero, quien se acercó rápidamente a nosotros, y Markel le señaló de la carta lo que quería. Yo pedí el Rakfisk y se alejó sigilosamente.

El teléfono de Markel comenzó a sonar; eran alarmas de mensajes y éste los miró como si nada, para luego negar con la cabeza. Sentía mucha curiosidad por saber quién le escribía. Mis ojos se fijaron en la pantalla, pero en balde, no logré ver nada.

—Si algo odio de Facebook son los mensajes directos que te pueden enviar —dijo en voz alta, bastante molesto. Imaginé que serían lectoras que estaban impacientes por recibir una respuesta de su escritor favorito, y no era para menos. Era un bombón en toda regla; si a eso le añadíamos que era inteligente... no podía obviar la primera impresión arrogante, pero, cuando lo conocías mejor, era perfecto. Ahora mismo estaba delante de mí y no podía decir nada negativo de él.

«Así es imposible ser consecuente con mi idea de no querer mantener una relación con él. No me lo creo ni yo misma, estoy deseando tenerla, poder gritarla a los cuatro vientos y que las lagartas que van a visitarlo a los hoteles en busca de algo se queden sin diversión.»

Sería la persona más feliz del mundo si eso se cumpliera... eso si fuese capaz de dejar la mente en blanco y evitar pensar en las consecuencias, algo muy extraño en mí... pero ¿para qué pensar en algo sobre lo que nadie podía saber cómo acabaría?

—¿Adónde me vas a llevar esta tarde?

—Me gustaría enseñarte tantas cosas... pero apenas tenemos tiempo, así que primero iremos a la Fortaleza de Akershus, está a unos diez minutos. Iremos antes de que el sol se esconda, porque las vistas son espectaculares. Después nos acercaremos a la Ópera, es más impresionante con las luces prendidas, de noche, por ello no importa que se nos haga tarde. Y después, ya veremos...

—Serás la guía más sexi que jamás haya tenido.

—No seas adulador.

—Soy realista.

El camarero apareció con nuestros platos y los depositó sobre la mesa. Markel había pedido un salmón ahumado que tenía una pinta deliciosa e iba acompañado de una ensalada, y mi trucha olía fantásticamente. Él la miró, le había llamado la atención.

Cogí mis cubiertos, corté un trozo y se lo ofrecí para que lo probara. En cuanto lo cató, cerró los ojos para saborearlo y me dijo que estaba increíble, y así era. Se trataba de una de las comidas típicas de la zona, y también de las más populares. Luego probó el salmón que había elegido y también puso cara de que estaba muy rico.

—Me podría acostumbrar a esta comida, es sana y deliciosa.

—Se come muy bien aquí, no puedo negarlo. —Sin hacer caso de lo que le estaba diciendo, continuó degustando el salmón trozo a trozo.

Cuando terminamos, le pedimos el postre al camarero: unas tartaletas de fresas y cerezas que me perdían; eran las mejores que había comido nunca y sabía que le iban a gustar.

Las miró atento y supe que estaba disfrutando con la comida. Le encanta probar cosas nuevas, y eso lo era. Nadie era capaz de hacer esas tartaletas tan buenas; eran caseras y muchos habitantes iban expresamente hasta allí para comerlas.

—Deliciosa...

Sonreí para luego continuar comiendo hasta acabar el último trozo, y luego esperé a que él hiciese lo mismo.

—¿Tienes más hambre?

—Para nada, he comido mucho: estaba todo exquisito.

—Pues haz hueco para el café, porque aquí se sirve junto al Geitost, un queso dulce con el que te chuparás los dedos.

—¿Café con queso? Una combinación extraña.

—No, ya verás cómo te gusta.

El camarero se acercó nuevamente y le pedí dos cafés; el asintió y en apenas unos segundos nos los entregó junto a una pequeña ración de queso dulce. Lo habían servido cortado muy fino, como mejor sabe. Hasta que no lo probó, no supo exactamente qué sabor tenía, si era acaramelado o más bien tirando a amargo debido a la leche de cabra.

 

 

Salimos del restaurante y dudé en ir andando hasta la fortaleza; era sólo un paseo, pero hacía tanto frío que opté por ir en coche. Abrí el vehículo y nos montamos en él. Justo cuando se sentó, suspiró hondo y me dijo que había comido demasiado.

Encaucé la marcha y en unos diez minutos llegamos a nuestro destino. Estacioné en la parte superior, al lado de un par de coches más, y lo invité a salir a dar un paseo. El suelo era de adoquines; menos mal que con las botas no corría peligro alguno.

Agarré su mano y caminamos como una pareja cualquiera rampa abajo. La fortaleza quedaba a mano izquierda, y a mano derecha teníamos el mar. Un barco despuntaba por encima del muro. Continuamos andando, rodeando la edificación, hasta llegar a una entrada que nos permitió acceder a la parte interna de la fortaleza.

Una pequeña calle adoquinada nos recibió, era preciosa. Markel lo observaba todo, y nos hizo girar a ambos sobre nosotros mismos. Sacó de su bolsillo el móvil y me pidió que sonriera. Acercó su cara a la mía y pulsó para hacernos un selfie.

Caminamos y, cuando llegamos a un rincón, volvió a pedirme que me colocase para una foto; nuestras mejillas se rozaron, pero sus dedos agarraron mi barbilla para besarme; un casto beso que llevó a otro más largo.

Sin saber cuándo ni por qué, me vi atrapada entre su cuerpo y la fría piedra que se clavaba en mi espalda, besándonos apasionadamente. Nuestros labios fríos se buscaban, nuestras lenguas se enredaban y nuestras manos intentaban colarse entre las molestas capas de tela que cubrían nuestros cuerpos... pero unas voces y unos pasos nos llamaron la atención, alguien se acercaba.

Markel, como si no ocurriera nada, se acercó y me dijo en voz alta que sonriera, pero no pude retirar mi mirada de sus ojos, que estaban mirando hacia el horizonte en busca de las personas que nos habían interrumpido el momento tan íntimo que acabábamos de vivir.

—Será mejor que mi guía me muestre más lugares recónditos antes de que me expulsen del país por escándalo público.

—Sería un buen titular para los diarios: «Famoso escritor se exhibe con su compañera en un paraje idílico de Noruega».

—Javier me mataría si pasase algo de ese calibre.

—No lo duces.

Continuamos andando y visitamos la zona. Disfrutamos de las impresionantes vistas que se divisaban desde la parte más alta y le expliqué lo que podría ver si estuvieran abiertas las entradas interiores de la fortaleza.

Apenas había pasado media tarde y el sol había desaparecido. Ése era el inconveniente de vivir allí, teníamos muy pocas horas de luz solar, pero era perfecto para poder ir a ver la Ópera, un lugar con un encanto especial. Recorrimos el mismo camino a la inversa hasta llegar al coche y nos dirigirnos hacia allí.

Estábamos frente al edificio de la Ópera de Oslo y apenas había luz natural; la única luz procedía de la gran cristalera que teníamos delante. Markel estaba fascinado por la increíble obra arquitectónica que le acababa de mostrar, pues sólo había oído hablar de ella.

Lo cogí de la mano y lo obligué a seguirme hasta llegar al lateral de la estructura, donde nos encontramos una rampa que ascendía hasta rodear el edificio.

—Es impresionante.

—Sí, lo es, es moderno y muy llamativo. La iluminación ayuda a que sea más increíble; por ello te dije que es mejor venir cuando ya ha oscurecido.

—Hace unos meses no sabíamos nada uno del otro, y ahora estás enseñándome tu ciudad.

—Si me hubiesen dicho esto hace un año, que estaría contigo... paseando por Oslo...

—¿Sólo paseando? —me interrumpió de forma ladina.

—Paseando y a tu lado.

—¿Como mi novia? —Se mantuvo unos segundos callado, esperando a que le dijera lo que quería oír—. Dunia, sé que quiero estar contigo, nadie ha llegado a atraerme tanto como tú.

—Markel, no sé si la palabra novia es la correcta... nos separan muchos kilómetros y apenas nos conocemos.

—Dime que no sientes lo mismo que yo. Dime que no deseas que este día nunca termine. ¿No dudas acerca de venirte conmigo? —Volvió a quedarse en silencio, a la vez que miró hacia el horizonte, pensativo—. Yo sí lo hago; me encantaría vivir contigo en España o aquí, me da igual.

—Es una decisión muy difícil.

—Lo sé, pero sé sincera contigo misma. ¿Sientes lo mismo que yo? —Mientras terminaba la frase, acunó mis mejillas con sus manos y nos miramos a pocos centímetros uno del otro. No era capaz de decir nada, sólo conseguí asentir con un suave movimiento de cabeza y los dos sonreímos emocionados.

Me besó, me abrazó y me elevó unos centímetros del suelo para empezar a dar vueltas mientras nos besábamos, hasta que volvió a dejarme en el suelo, pero sin parar de abrazarme.

—No sé cuándo, ni cómo, pero luego no nos vamos a separar más.

—Va a ser muy complicado.

—Pero no imposible.

Nos sentamos en el suelo inclinado de la rampa y apoyé mi cabeza en su hombro mientras mirábamos el agua que se movía frente a nosotros. Las luces de los barcos que estaban varados se balanceaban por el vaivén de la corriente, que chocaba contra el muro. Era uno de los lugares más tranquilos de la zona y eso era exactamente lo que sentía: tranquilidad, paz y amor.

—Empieza a refrescar.

—Aquí es normal; a esta hora bajan las temperaturas rápidamente.

—¿Regresamos al coche?

—¿En serio? —Lo miré de soslayo—. Estoy muy cómoda ahora mismo. No me movería en la vida. —Froté mi mejilla contra su hombro y él me agarró de la cintura y me levantó a la vez que lo hacía él.

—Una de dos: o nos vamos y te hago mía en un lugar más privado, o lo hago aquí mismo.

—A o B, no sé por cuál decidirme. Pero has quedado con mi hermano y mira la hora que es.

—Pienso que voy a declinar la invitación de Aksel.

—No me lo creo, Jean el autor tan respetuoso va a plantar a su futuro cuñado. Me parece que eso no te daría muy buena imagen ante la familia de la novia... si aún la sigue considerando su novia.

—Mi compañera, mi amiga, mi amante y mi novia, eres la combinación perfecta.

—Cómo se nota que eres escritor, tienes el don de la palabra.

—Oh, no, señorita. Ese don es innato, aunque no voy a negar que, escribir historias románticas, ayuda un poquito.

Negué con la cabeza y empezamos a andar rampa abajo para llegar al coche y poder marcharnos.

A través de sus palabras
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